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Categoría: Confesiones

Volver a salir con mi mejor amiga

Una sugerencia antes de comenzar esta relato, compártanlo.



Había llegado ya el buen tiempo, la primavera estaba avanzada y se notaban los primeros días de calor del verano. Esa noche había quedado con mi mejor amiga, Verónica. Hacía un par de meses que ella lo había dejado con su ex pareja. No era ni la primera ni la última vez que cortaba con su novio, y seguramente tampoco sería la definitiva, como decía ella misma.



Verónica era la única amiga del grupo que a sus treinta y dos años todavía no estaba casada ni tenía hijos, y era como si tuviera urgencia por alcanzar esas metas personales. Siempre me tocaba consolarla cada vez que acontecía lo inevitable: la dejaban. Era entonces cuando salíamos de compras, veíamos juntas en el cine alguna comedia romántica, o salíamos a cenar. Siempre me tocaba distraerla. Además, después de una semana horrible de trabajo preparando nuestro stand en la feria del automóvil, yo también necesitaba evadirme un rato.



Aquella noche pude arreglarlo todo para dejar en casa a mi marido solo con mi hijo, pese a que a mi esposo no le hacía ninguna gracia la influencia que Verónica ejercía sobre mí. Siempre dice que Verónica es algo ligerita de cascos y que me llena la cabeza de estupideces. Decir que me llamo Ana, tengo treinta y un años, y estoy felizmente casada desde hace unos años con mi esposo.



Hacía calor cuando llegué a media tarde a casa de Verónica. Lleva puesta una camiseta blanca de tirantes muy finos, y una minifalda vaquera relativamente corta cuando llamé a su timbre. Debajo llevaba un sujetador negro de algodón y encaje a juego con el tanga. Era uno de esos con finas tiras laterales.



.-“Sube” me dijo al reconocer mi voz por el telefonillo del portal.



Nos dimos un fuerte abrazo al vernos en el rellano de su escalera, no nos habíamos visto desde hace unos meses, y desde que cortó con su ex pareja, tan sólo habíamos podido hablar por teléfono. Estaba horrible, su pelo era un caos, tenía mala cara, y a pesar de empezar a caer la noche, todavía tenía puesto un pijama rosa espantoso.



.-“Verónica…, no puedes seguir así” le dije con la intención de animarla.



.-“Es verdad” dijo reconociendo que tenía razón una vez más, “por eso te he llamado, tienes que ayudarme” su mirada expresaba una baja autoestima en ese momento. Hacía tiempo que no la veía tan destrozada. Yo quise animarla, y sabía cómo hacerlo.



.-“Escúchame, esta noche nada de quedarnos en casa a llorar, ni películas, ni melodramas, ni nada por el estilo. Arréglate, ponte guapísima, y salgamos a tomar algo y a bailar ¿te parece?”. Dije tratando de mostrar entusiasmo con la idea de salir juntas de marcha, aunque por mi parte no tuviese muchas ganas, una amiga es una amiga. Ella asintió con la cabeza.



.-“¿Por qué no tomas algo mientras me ducho?” me dijo Verónica mientras se dirigía al cuarto de baño, con la clara intención de arreglarse y cambiar su patético aspecto.



Tomé una coca cola de su nevera y me dirigí al giradiscos de vinilo que conservaba Verónica en perfecto estado. Siempre que la visitaba, me gustaba recordar el ritual de escuchar un disco de vinilo como en los viejos tiempos. Controlar el pulso al dejar caer la aguja, el silencio inicial, y esos chascarridos mientras suena la música, siempre me pareció algo excitante, sobre todo al notar los primeros acordes del disco de Madonna elegido, sonar por los altavoces. Estaba dispuesta a pasar el rato hasta que mi amiga saliese de la ducha.



.-“¡¡Sabes que me apetece!!” escuché que gritaba mi amiga desde la ducha a través del sonido del agua.



.-“no, dime!!” le respondí yo también a grito desde el salón. En ese momento escuché que se cerraba el grifo de la ducha y decidí acercarme al cuarto de baño para no tener que hablar con ella a grito pelado por toda la casa.



La puerta del baño estaba abierta, observaba el cuerpo mojado de mi amiga a través de la mampara translúcida de la ducha, escurriendo el pelo con sus propias manos. Siempre había tenido cierta envidia de su cuerpo, su pelo era rubio natural y para colmo no necesitaba alisárselo, tenía mucho más pecho que yo, y siempre la veía más delgada, y eso, a pesar de venir usando ambas la misma talla desde adolescentes.



.-“He oído que han abierto una nueva macrodiscoteca” me gritó desde la ducha sin percatarse aún de mi presencia. Fue al correr el cristal y tratar de alcanzar una toalla cuando se dio cuenta de mi imagen observándola apoyada en el marco de la puerta.



Pude contemplarla completamente desnuda al apartar la mampara del baño. No pude evitar fijarme, porque me llamó la atención, en su pubis rasurado. Nada que ver con la fina tira de pelillos que decoran mi monte de Venus. “Un reguero de hormiguitas” como dice mi marido.



Ella, al verme, pareció disfrutar exhibiéndose ante mí. Me restregaba una y otra vez su libertad sexual. Verónica siempre me recriminaba que mi marido fuese el único hombre con el que había estado en mi vida, siempre me decía que lo conocí demasiado joven. Me insistía en que debería haber conocido a otros chicos antes de salir con él, y que debía comparar. Siempre me replicaba que mejor tarde que nunca, y que así cómo podía estar segura de que era el hombre de mi vida y todas esas cosas.



Aunque siempre se lo negaba, enrocada en mi roll de ama de casa y decente esposa, en el fondo pensaba que en parte tenía razón. En mis ratos de intimidad y soledad, me preguntaba algunas veces cómo serían otros hombres en la cama, cómo se moverían, cómo me mirarían, su olor, sus besos, su tamaño… y tantas y tantas dudas. Pero al final siempre tenía miedo a perder la estabilidad proporcionada por mi marido.



.-“Pareces algo sudada, ¿Por qué no te das una ducha tu también?” me sugirió Verónica, mientras se secaba todavía delante de mí. La conozco bien, y sabía que se traía algo en la cabeza. A pesar de mis sospechas acepté su invitación.



.-“Sabes, puede que tengas razón, hacía un calor horroroso cuando venía” dije pensando que me sentaría bien una ducha. Comencé a quitarme la ropa delante de ella, en parte porque quería demostrarle que mi figura también se mantenía esbelta pese a haber dado a luz un hijo maravilloso. Dejé mi camiseta y mi falda en una percha junto a las toallas, luego me quité el sujetador y el tanga, y me introduje en la ducha.



Lo cierto es que la ducha me sentó bien. Al salir, solo pude ver mi sujetador y mi tanga donde los había dejado, no veía el resto de mi ropa, me llamó mucho la atención que mi amiga la cogiese. Me preguntaba qué es lo que pretendía. Me envolví en una toalla, y me dirigí hasta el dormitorio de mi amiga, donde se encontraba Verónica todavía desnuda dándose alguna crema por su cuerpo. Pude ver algunos vestidos suyos que yacían sobre la cama. Ni rastro de mi camiseta ni de mi falda. Verónica al verme entrar en su cuarto dijo:



.-“Elige tu primera, el que no quieras tú me lo pondré yo” dijo mirando los vestidos de encima de su cama. De adolescentes ya nos intercambiábamos ropa, así que no me pilló de sorpresa sus intenciones.



.-“¿Y el resto de mi ropa?” le pregunté.



.-“No pensarías salir a la disco como ibas? Me dijo poniendo cara de pocos amigos y de prohibírmelo por todos los medios. Yo me encogí de hombros resignada.



.-“No te preocupes, los he lavado y tendido.” me dijo. Yo por mi parte, miré los vestidos sobre la cama, al parecer no tenía otra opción.



.-“Vamos Ana, es mi noche, hagamos alguna locura” dijo poniendo carita de niña buena. Aquel argumento terminó por convencerme y ceder a su capricho.



Lo cierto es que uno de los vestidos que había extendido sobre la colcha de la cama siempre me había gustado. La primera vez que se lo vi puesto, fue para la boda de una conocida de ambas, y siempre tuve envidia de cómo le sentaba. Se la veía realmente sexy con ese vestido. Incluso mi marido, después de hacer el amor con él en esa misma noche de la celebración, hizo algún comentario acerca de lo bien que le sentaba a Verónica el vestido, recuerdo aquella vez y sus comentarios porque el estómago se mi hizo un nudo, mi intuición femenina me decía que mi esposo había pensado en ella mientras lo hacía conmigo.



Así que con un punto de rabia y envidia, tratando de imitar a mi amiga, cogí el vestidito de la cama, y me decidí a probármelo. Seguro que mi marido se sospecharía algo al verme entrar con dicho vestido de madrugada en casa, y pensé en ponerlo celoso. Siempre que lograba enfadarlo me hacía el amor de manera más impulsiva, me decía cosas como “nadie te folla mejor que yo” y cosas por el estilo. A mí me gustaba desatar su pasión. Bueno, eso y que me pegará un buen polvo.



El caso es que se trataba de un vestido en tonos azules, con un escote en “V”, de esos cuyas tiras se anudan sobre los hombros, desnudando también la espalda, y terminado en una minifalda con algo de vuelo. El escote me llegaba hasta casi el ombligo, por lo que no podía ponerme sujetador, además se notaría en la espalda. Yo hacía tiempo que no usaba aberturas tan generosas, y como Verónica tenía algo más de pecho que yo, y al ir sin sujetador, si me descuidaba se caían los tirantes y se me veían los pechos. Para colmo, yo tenía algo más de culo que ella, por lo que la falda me quedaba algo corta para mi gusto. Me entraron ganas de quitármelo nada más verme en un espejo, hacía tiempo que no me ponía ese tipo de vestidos, Verónica adivinando mis pensamientos me dijo:



.-“Estas estupenda” y dicho esto se dispuso a ataviarse con otro vestido. Me miré de nuevo en el espejo resignada y lo cierto es que no me quedaba nada mal. Supongo que sería la falta de práctica, y una vez me fui acostumbrando me sentía más cómoda.



Pese a mis reticencias, definitivamente tuve que quitarme el sujetador para que no se viese, por lo que traté de ajustarme como pude los tirantes del dichoso vestido.



Por su parte Verónica se puso un vestido palabra de honor negro del que sus enormes tetas no asomaban de puro milagro. Ella todavía estaba desnuda cuando se puso el vestido por encima, me sorprendió el hecho de que no se pusiera ropa interior, ni bragas ni tan siquiera sujetador. El sujetador podía entenderlo, puesto que al igual que yo, dado el escote del vestido se notaría, pero… ¿sin bragas? No pude evitar preguntárselo.



.-“¿Piensas salir así?” Pregunté. Verónica se volvió a reír sabiendo que me había llamado la atención.



.-“¿Cómo?” me replicó.



.-“Así… sin bragas” le insistí yo. Verónica no podía contener la sonrisa.



.-“Ana, no te enteras, ahora está de moda, lo practican todas las celebrities” dijo en tono burlona. Yo puse cara de asombro, ella continúo justificándose.



.-“Oh Ana, no sabes lo que te pierdes. Deberías probarlo algún día… y luego contármelo”. Dijo ahora algo más seria.



.-“Ahora me explico muchas de las cosas que te suceden” dije recriminando su actitud.



.-“No sabes el morbo que me produce. Tienes que probar a desatar a esa otra dama pervertida que llevaba dentro” dijo terminándose de arreglar. Había dejado clara su actitud en este sentido, y de repente me encontré sin ganas de rebatirla. Un pequeño silencio se apoderó de la estancia.



.-“¿Quieres maquillarte un poco?” me preguntó mirándome a los ojos.



.-“No, gracias, sabes que no tengo costumbre de maquillarme” respondí algo más relajada y agradecida por este tipo de conversación.



.-“Mejor, así los chicos sólo se fijarán en mí” dijo mientras salía de la habitación.



Lo cierto es que ella estaba espectacular a mi lado con su vestido negro, su melena rubia sobre los hombros, maquillada y acicalada. Tenía razón, los hombres sólo tendrían ojos para ella.



Acordamos tomar unas tapas y comer algo antes de pasarnos por la disco nueva que le habían comentado, y que por alguna razón la veía entusiasmada de visitar. Ella sabe que yo soy más de bares donde puedes bailar y conversar, mejor que las ruidosas discotecas, pero también sabía que esa noche era incapaz de negarle nada, dado que era su noche y se trataba de animarla.



La noche fue entrando poco a poco, tapa a tapa, y vino a vino. Hablamos de nuestras cosas, recordamos viejos tiempos, viejas amigas comunes, criticábamos alguien presente en el bar que quería llamar la atención, de nuestros respectivos trabajos, de la que está cayendo con la crisis, que si fulanito o menganita están en el paro, en fin, charlamos de todo cuanto habíamos dejado de hablar en estos meses sin vernos. Lo cierto es que tanto a ella como a mí, nos fueron entonando y animando los vinitos y las cañas que tomábamos.



Yo estaba ya algo contentilla cuando llegó el momento de acudir a la discoteca. Estaba relativamente cerca de donde nos encontrábamos. Por suerte no tuvimos que hacer mucha fila para entrar, eso sí, una vez dentro la sala estaba abarrotada. Nos movíamos con dificultad entre el barullo de la gente. Era inevitable rozarse para movernos. En alguna ocasión pude notar cómo me tocaban el culo o algún chico se arrimaba en plan cebolleta. También pude ver como los chicos se rozaban descaradamente con el cuerpo de Verónica. Recordé que mi amiga no llevaba bragas, mientras podía ver entre los destellos de las potentes luces como le tocaban el culo.



“Que patéticos y ridículos resultan los tíos con esa actitud. ¡Que poco estilo!” pensaba cada vez que me sobaban también el culo o me daban algún pellizco, y me alegré de tener un marido como el que tengo.



A mi marido lo conocí en un bar, nunca olvidaré aquella noche. Yo era muy joven. Lo cierto es que tuvo arte y gracia para presentarse sin conocernos, y lograr entablar una conversación conmigo. Me hizo reír, me invitó, fue un caballero, se mostró atento, y poco a poco me fue llevando a su terreno. Me acompañó a casa, y una vez en el portal, me besó en la boca por primera vez en mi vida. Exactamente igual que en las películas románticas. Me pidió el teléfono y seguimos juntos hasta la fecha. He de reconocer que me ha hecho muy feliz, e incluso pienso que es relativamente creativo en la cama y me ha descubierto un montón de experiencias maravillosas, aunque últimamente hayamos caído en la rutina y la monotonía de un matrimonio normal.



Al margen de la afluencia de gente, el garito era realmente sorprendente. Se trataba de un edificio de cuatro plantas a cuál más espectacular. En el sótano sonaban siempre ritmos salseros, había un pequeño escenario en alto en un lateral donde una pareja de profesionales animaban a la gente de la sala a bailar salsa, merengue y ritmos latinos.



La planta calle era la sala de baile principal. Allí la animación la ponía el dj de moda, y las gogo´s repartidas por varios pedestales, que bailaban bastante ligeritas de ropa para deleite de los presentes. Ya os imagináis, sonaba principalmente música tipo dance, house y electro. La pista central estaba abierta en el techo por el centro, junto con la primera planta. Esto es, su parte superior era otra de las plantas decorada con sillones y taburetes, desde la que podías ver apoyado en las barandillas centrales a la gente bailando abajo en la pista. Era la sala con menos gente, mucho más oscura. De hecho podías ver a parejas sentadas en los sillones más alejados besándose y metiéndose mano.



Por último, la segunda planta, era la terraza del edificio. Había una barra central alrededor de la cual se disponían las mesas y se arremolinaba la gente. Sonaban ritmos en plan chill out. Lo cierto es que esa noche hacía buen tiempo y era muy agradable estar al aire libre en la terraza.



Una vez terminamos de jugar a las exploradoras en el ático, ambas coincidimos en que la disco estaba muy bien montada, se merecía el éxito de gente. Estuvimos comentando lo que habíamos visto, y decidimos bajar a bailar a la pista central.



Una vez allí, fue Verónica la que se acercó a la barra para pedir una consumición. Antes de que pudiera decirle nada ya tenía en mi mano un gin tonic como a mí me gustan. Conoce perfectamente que es el único combinado de alta graduación que tolero, pues dada la cantidad de vinitos que habíamos tomado durante la noche, sabía que yo me encontraba ya algo alegre, pues enseguida se me sube la bebida a la cabeza.



Verónica tiró de mí, hasta ponerse debajo de uno de los pedestales, donde una chica bailaba en top-less, y había alrededor una gran concentración de chicos babeando. Comenzamos a bailar, al principio tímidamente, pero poco a poco Verónica comenzó a bailar de forma más descarada. Se sacudía provocando el movimiento de las tetas, hasta el punto que parecía que sus pechos se iban a salir del vestido de un momento a otro. Logró la atracción de varios tipos que se acercaron a hablar con ella, y a los que disfrutó rechazándolos. Otros tantos babeaban a su lado sin dejar de mirarla. Se notaba que Verónica disfrutaba robando protagonismo a la gogo del pedestal.



Como ya habíamos terminado los cubatas, y llevábamos un rato bailando, le grité a Verónica al oído que me iba al baño con la intención de que me acompañase, pero ella me respondió que me esperaba allí mismo, estaba claro que prefería seguir luciendo su tipo.



Como siempre, había fila en el baño de señoras, tuve que esperar un rato que me pareció eterno debido a las ganas de orinar. Fue en el pasillo, esperando, donde me percaté de que iba algo más que mareada. No me había sentado nada bien mezclar el vino con el gin-tónic. Por fin, pude acceder a un Wc.



¡Dios mío!, eso era asqueroso. Estaba sucio por todas partes, no quiero entrar en detalles. Mejor no tocar nada. Para colmo la puerta carecía de pestillo, y como al parecer en el resto de reservados tampoco había papelera, algunas de las presentes se dedicaban a intentar abrir mi habitáculo con la esperanza de encontrar un recipiente donde desprenderse de su basura. O eso, o eran lesbianas tratando de verme orinando.



La idea me resultó tan poco agradable como el reservado. Así que allí estaba yo, en una postura un tanto ridícula, tratando de mantener el equilibrio para no tocar nada de allí dentro, con el bolso alrededor del cuello tapándome la vista de mis propios pies, y el tanga a la altura de las rodillas, separando las piernas todo cuanto el habitáculo me permitía, rezando para que mi tanguita no cayese al suelo. Para colmo estaba de puntillas, pues no quería que mis sandalias se impregnasen del líquido que inundaba el suelo, algo mareada por el alcohol, apoyando una mano en la pared lateral para no perder el equilibrio, y con la otra sujetando la puerta para que no entrase nadie. Una postura totalmente surrealista.



Mis temores se hicieron realidad, alguien hizo la intención de entrar desde el otro lado de la puerta, la muy vaca burra hacía fuerza e insistía, pese a saber que el reservado estaba ocupado.



.-“¡ESTA OCUPADO!” grité. Pero insistían en entrar. Tuve que sujetar la puerta con las dos manos para no ser sorprendida en tan absurda posición.



“¡¡Mierda!!” pensé, nunca mejor dicho. Durante el absurdo forcejeo había perdido el equilibrio, con tan mala suerte que había salpicado mi prenda interior con mi propia orina.



“¡Maldita sea!, esto solo me puede pasar a mi” pensé mientras apoyaba mi espalda en la puerta tras terminar mi faena como buenamente pude. Comprobé con más detenimiento el estado empapado de mi tanga.



“Oh, no!!!” grité para mi “está completamente mojado, no puedo ponerme esto. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mi?!!”. Maldije mi suerte y espeté contra la imbécil que había tratado de entrar, al tiempo que pensaba en una solución. Estaba demasiado empapado. Estaba claro que así no podía ponérmelo. Pensé en secarlo con algún secamanos de aire, pero recordé el comentario de alguna de las chicas mientras esperaba, indignada porque estaba estropeado y tampoco había papel.



Así que allí estaba yo, con el vestido de Verónica, sin llegar a creerme realmente lo que estaba haciendo, bajando y deslizando mi tanga por los muslos de mis piernas con la intención de encontrar una forma de secarlo como fuese. Con la pared contra la puerta de un asqueroso baño, contemplando atónita mi tanga empapado entre mis manos, y una extraña sensación entre mis piernas, al no notar mi prenda más íntima. Me sentía insegura. Era como estar desnuda. Me acorde de que Verónica había salido sin ropa interior de casa y me preguntaba cómo podía ser capaz de no sentir vergüenza.



Mis pensamientos eran caóticos debido al alcohol ingerido. Comencé a resignarme poco a poco, de que no había forma de secar y ponerme mi prenda. Me acordé de las palabras de Verónica “chica tienes que probarlo algún día”. Pues bien, había llegado el momento, aunque fuese a la fuerza. No me quedaba otra, así que decidí hacerme a la idea de que tendría que salir de allí sin ropa interior. Me consolaba pensar que nadie lo sabía. Recé mis oraciones, estrujé el crucifijo de mi colgante en uno de mis puños, y suplicaba sobre todo por no encontrarme con alguien conocido, mucho menos con algún amigo de mi esposo. Me repetí una y otra vez, que si Verónica podía salir así a la calle, yo también podría sobrellevarlo, aunque una extraña sensación de intranquilidad se apoderaba de mí.



“¿Cómo podría salir así?” me preguntaba mentalmente, totalmente paralizada y atemorizada. Aunque tal vez Verónica tuviese razón y debiera lanzarme a experimentar cosas nuevas. Así que me armé de valor, tiré mi tanga al suelo y decidí salir de aquel habitáculo a bailar.



“Seguramente, se lo confesaré a Verónica al final de la noche, le diré que no llevo bragas, y así podré demostrarle que no soy tan mojigata como se piensa. Seguro que la sorprendo, pues para nada se esperará eso de mí” pensé disfrutando del momento en el que triunfar sobre el concepto tan purista que mi amiga tenía de mí.



Con todo el jaleo perdí la noción del tiempo que había transcurrido desde que me separase de Verónica. Me entretuve un rato en el espejo del baño tratando de asimilar la excitante situación.



“Bueno, no es para tanto” pensé, y decidí salir a buscar a mi amiga. Nada más salir del baño y dirigirme a la pista de baile, alguien me tocó el culo entre la muchedumbre.



“Guauuu” eso sí que no me lo podía esperar, no había pensado en ello antes. Notar como un desconocido me tocaba el culo ¡y yo sin bragas!, hizo que me sacudiese un escalofrío de arriba abajo. Verónica tenía razón, era de lo más morboso, aunque pensé que nunca debería enterarse mi marido. Reconozco que mis pechos se endurecieron instantáneamente y que me puse algo cachonda.



Mi amiga estaba en la misma zona que nos separamos, salvo que tenía un cubata en la mano y conversaba con dos hombres a la vez.



Por unos momentos sentí envidia de Verónica, de su libertad para disfrutar del sexo y hacer lo que quisiera sin dar explicaciones a nadie. Yo en cambio anteponía la seguridad y la tranquilidad de convivir con mi esposo sacrificando ciertos placeres. No podía arriesgar cuanto había conseguido ni arruinarlo, por unos momentos de placer etéreos.



Verónica se alegró al verme:



.-“¿Dónde te habías metido? Creí que te habías ido a casa sin avisarme” dijo abrazándome y dándome dos besos totalmente embriagada ante la atenta mirada de sus nuevos amigos. Yo me encogí de hombros.



“Si supieses lo que me ha pasado, no te lo creerías” e imaginaba la cara de sorpresa que pondría mi amiga, cuando le contase que al igual que ella no llevaba bragas bajo el vestido. Ella continúo hablando entusiasmada…



.-“Mira, te presento, estos son Rufino y Roberto” dijo señalando a cada uno de ellos mientras decía sus nombres. No puse buena cara cuando intercambié los primeros dos besos intuyendo lo que pasaría.



.-“Yo soy Rufino” dijo el primero mientras me besaba manteniendo las distancias y la corrección. Rufino era relativamente guapo, más joven, calculo que tendría alrededor de los veinticinco años. Algunos menos que nosotras.



.-“Y yo soy Rober” dijo abreviando su nombre el segundo, que me agarró con decisión por la cintura para darme los dos besos, de tal forma que mis pechos rozaron inocentemente con su torso al rozar nuestras mejillas. Me quedé como paralizada al notar como por primera vez en mucho tiempo, otro hombre que no eran mi marido notaba la dureza de mis pechos. Aunque había sido un roce sutil, descuidado, no pude evitar ruborizarme.



A Rober le echaba bastantes más años que a su amigo, calculo que tendría casi los cuarenta. Algunos más que nosotras, aunque muy bien llevados. Se notaba que le gustaba cuidarse y que frecuentaba algún gimnasio. Contrastaba un poco la diferencia de edad entre ambos. Luego supe que eran compañeros de trabajo de paso por la ciudad.



Estaba absorta en mis pensamientos cuando de repente, Verónica comenzó a bailar conmigo de forma muy sensual, se notaba que había bebido algo más en mi ausencia, y que quería provocar a sus nuevos conocidos. Estaba insinuando por su forma de moverse, que nos lo habíamos montado juntas en alguna ocasión. Esta táctica suya ya me la conocía. Los chicos ponían cara de asombro entre ellos al vernos bailar, y se notaba que se disparaba su imaginación. Yo decidí seguirle el baile a Verónica. Aunque no me atraen por norma ese tipo de juegos, he de reconocer que en ese momento me gustó. Ambos chicos se codeaban entre sí sonriendo de su suerte.



El tirante de mi vestido se cayó en varias ocasiones mientras bailaba, los tipos de alrededor abrían los ojos como platos tratando de verme los pechos en algún descuido, sobretodo el tal Rober, que no me quitaba el ojo de encima, y de algún modo la situación me hacía sentir sexy y deseada. No recordaba esa sensación desde chiquilla.



En una de las ocasiones, mientras mi amiga y yo bailábamos frente a frente, pude apreciar como Rufino se situaba detrás de Verónica, y era ella quien cogiendo las dos manos del chico, y entrelazando los dedos con los suyas, lo animaba a acariciar sus caderas, tipo reggaetón.



Por su parte Rober, también se animó a sujetarme desde detrás por las caderas, como es habitual en estos casos, en algunos instantes su paquete se rozó contra mi culo, lo que produjo un estremecimiento en mi cuerpo poniendo mis pezones aún más de punta. Por suerte la canción terminó enseguida cambiando completamente el ritmo de la música. Como sospechaba en un primer momento, Verónica y Rufino se pusieron a charlar a lo suyo. El reparto estaba hecho de antes de mi llegada. Fue Rober, quien tratando de apartarme del resto de chicos, me rodeó con un brazo por la cintura, y acercándose a mi oreja para que pudiera oírlo a pesar del volumen de la música me dijo:



.-“¿Te apetece tomar algo? Te invito” dijo sonriéndome esperando una aprobación por mi parte. Yo dudé por un momento, sabía que si aceptaba, Verónica aprovecharía para liarse con Rufino, y que a mí me tocaría aguantar al madurito, que además era un poco descarado en sus intenciones de intentar aprovechar su oportunidad conmigo. Tras dudarlo por unos instantes y sin saber muy bien porqué, acepté. Supongo que quise tomar una copa más a su costa para no perder el puntillo que llevaba.



.-“¿Qué tal un gin-tónic?” le contesté acercándome a él para que me escuchase. Esta vez fue mi propia torpeza la que hizo que de nuevo mis pechos rozasen con sus pectorales ligeramente, lo que provocó una pícara sonrisa en Rober. Seguro que el pobre se imaginaba que podía lograr algo conmigo.



Ambos nos acercamos hasta una de las barras, y una vez pudimos hacernos algo de sitio, fue él quien pidió las consumiciones. Yo continuaba bailando de espaldas al tal Rober y de frente a la pista de baile, mientras esperaba a que nos sirviesen las consumiciones. Al poco tiempo, mi acompañante me sorprendió mientras bailaba, acercando la fría copa a la piel desnuda de mi brazo por la espalda a modo de gracia, con la intención de caer simpático.



.-“Ten, espero que te guste” dijo tendiendo el gin-tónic para que lo aceptase con una sonrisa de oreja a oreja por mi reacción. Yo le devolví la sonrisa, a pesar de que no me había sentado nada bien notar el frio de la copa en mi piel. Mis pechos habían reaccionado poniéndose en punta de nuevo y creo que él se dio cuenta esta vez.



.-“Es Martin Millers con Fever Tree y un poco de ginebra” dijo reclinándose un poco sobre mi cuerpo para que lograse escucharlo bien debido al volumen de la música, y haciendo referencia al gin-tónic, pero sobretodo sin perderse detalle de mi escote al inclinarse. Estaba claro que tenía la intención de tratar entablar una conversación conmigo. Yo volví a sonreír sin decir nada y dando el primer trago algo sedienta continúe bailando.



.-“Es uno de mis preferidos, ¿te gusta?” me preguntó de nuevo reclinándose sobre mi cuello sin dejar de mirarme al escote. No me hizo ninguna gracia que me mirase las tetas de forma tan descarada, pero no tuve más remedio que contestarle. Al fin y al cabo me había invitado, era lo menos que podía hacer. Esta vez le di un nuevo trago tratando de saborear y degustar el combinado.



.-“Uhmm, es muy suave, apenas notas el alcohol, parece agua” le dije respondiendo a su pregunta, y tratando de ser lo suficientemente amable como para no parecer desagradecida.



Mientras le respondía, me percaté de que el tío sabía perfectamente que el combinado entraba muy bien, efectivamente era muy refrescante, y que trataba de emborracharme tratando de que bebiese deprisa dado el calor en el ambiente. Además no dejaba de mirarme el escote y las tetas babeando.



“Que táctica más ruin y que baboso” pensé para mí.



Lo cierto es que el cuarentón continuó hablándome acerca de los distintos gin-tonics, y la infinidad de combinados que podían hacerse de un tiempo a esta parte. Rober aprovechaba el volumen de la música para acercarse a mí, reclinándose sobre mi cuello sin perder nunca la oportunidad de mirarme el escote, además aprovechaba cualquier empujón o situación para rozarse conmigo o acariciarme los brazos. Se las arreglaba para lograr que yo le siguiese inevitablemente la conversación.



El primer gin-tónic lo bebimos relativamente rápido. El tipo enseguida se apresuró a pedir otra copa. Pude comprobar, como mientras esperaba en la barra a que le sirviesen las consumiciones, me repasaba de arriba abajo con la mirada. Se relamía, e incluso llegó a acomodarse el paquete inconscientemente por encima del pantalón. Por primera vez en mucho tiempo me sentí deseada por otro hombre que no era mi marido, fue agradable comprobar como aquel tipo experimentado y desconocido, ambicionaba mi cuerpo de mujer. No pude evitar fijarme en el bulto provocado en su entrepierna.



No sé por qué, pero me sentí con ganas de provocarlo un poco, de coquetear con él, de jugar. Seguramente, dada su edad, nunca habría estado con una “jovencita” como yo. Me puse a bailar todo lo más sensual que pude. El me miraba desde la barra, y a mí me gustó moverme provocándole a cierta distancia. Me gustó mirarlo a los ojos y notar su mirada clavada en mí. Inconscientemente me puse a bailar quizá demasiado sensualmente, y entre mis movimientos me recogía el pelo, marcaba mis curvas, o me subía mi falda sobre el muslo. Estaba claro que Rober se relamía observándome.



“Pobrecito, esta noche tendrá que matarse a pajas” pensé mientras disfrutaba excitándolo.



“¿Qué pasaría si descubriese que voy sin bragas? Uuhhhmm”, creo que yo también me estaba excitando de pensarlo y con tanto toqueteo. Nunca había tenido ese tipo de pensamientos.



.-“Ten prueba este otro” dijo al acercarse y ofreciéndome otro gin-tónic. De nuevo prefería mirarme al escote en vez de a los ojos.



.-“Aahh, ¿qué es?” le pregunté tras dar un primer trago. Esta vez fui yo misma quien buscó deliberadamente que nuestros cuerpos entrasen en contacto. Como quien no quiere la cosa. Comenzó a gustarme jugar con ese hombre maduro.



.-“Hendricks con Fertimans y un twist de lima” dijo esta vez posando tímidamente una mano sobre mi cintura, a la vez que chocaba su copa con la mía, y me invitaba a dar otro trago mientras nuestras miradas se entrecruzaban. Estaba claro que se me comía con los ojos.



Notar su mano sobre mi cuerpo produjo una descarga de adrenalina en mi cerebro, su mano estaba muy cerca de mi culo. Verónica tenía razón, todo eso resultaba muy excitante.



“¿Sería capaz de darse cuenta?” pensé mientras su mano acariciaba mi cintura, con la excusa de bailar o conversar. Algo me hizo reflexionar.



“No estaré pasándome de la raya. ¿Y si me ve alguien conocido? ¿Cómo explicárselo a mi marido? Pero… ¿Qué tiene de malo? Pobre hombre, no tiene nada que hacer y le estoy dando falsas esperanzas” Estaba absorta en mis pensamientos, cuando la mano de Rober acarició por primera vez mi culo tímidamente, mientras me hablaba cada vez más cerca de mi boca. Se notaba por su forma de acariciarme, que buscaba el límite de lo permitido sin que yo pudiera recriminarle nada, pero forzando poco a poco la situación a su favor. Cada vez me hablaba más cerca de la comisura de los labios. A mí notar su proximidad y sus disimuladas caricias me estaban poniendo a tono.



De nuevo pude notar su aliento en el lóbulo de mi oreja. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de arriba abajo, mi cuerpo reaccionó instintivamente ante su contacto. Por un momento pensé que iba a tener la osadía de besarme. No me agradaba la idea de que tal cosa sucediese. Una cosa era jugar y otra que el tema se me fuese de las manos. Yo no estaba acostumbrada a rechazar a los hombres que se me insinuaban con la facilidad de mi amiga, y probablemente la situación me resultase embarazosa.



.-“¿Qué tal chicos?” escuché con alivio la voz de Verónica detrás de mí. Yo me abracé sobre ella como la salvación que era.



.-“¿Dónde te habías metido?” le pregunté al llevar un tiempo sin saber de ella.



.-“¿Y tú qué tal con el amigo de Rufino?” preguntó ella sin responderme. Los chicos se habían puesto también a hablar entre ellos algo alejados.



.-“Es un poco tocón, además casi no me mira a los ojos, sino a las tetas” le dije poniendo cara de pocos amigos.



.-“Y tú, ¿qué tal con Rufino?” la pregunté.



.-“Sabes… creo que me subiré a la primera planta con Rufino, necesitamos algo más de intimidad” me dijo bastante contenta con su jovencito, y sin dejar de intercambiar miraditas con su cómplice en la distancia.



.-“¿Estás segura que es eso lo que quieres?” pregunté en un intento desesperado porque pasase del tema y terminásemos la noche juntas. Ella asintió con la cabeza.



.-“Solo te pido un favor” me dijo mientras bailaba para acercarse a mí y hablar. Yo me encogí de hombros.



.-“Llévate a su amigo, sé que son compañeros de trabajo, desplazados unos días, alojados en el mismo hotel, y que no se irán el uno sin el otro, sino lo impedimos” me dijo con cara de niña mala. Yo puse cara de pocos amigos, ella sabía que lo que me acababa de pedir no me agradaba en absoluto.



.-“Por fa…” dijo juntando las manos en plan oración suplicándome con los gestos. Yo negaba con la cabeza. Ella en un intento por convencerme me dijo:



.-“Además, su amigo no está nada mal, no me negarás que el madurito tiene cierto atractivo” me dijo mientras miraba hacia ambos chicos.



.-“Verónica, te olvidas que estoy casada, no me interesa. Además, ese tipo puede que sea veinte años mayor que yo” le dije tratando de poner cierta sensatez en la conversación.



.-“No te he preguntado si estas casada o su edad, solo te he dicho que Rober tiene su punto” dijo mientras ambas mirábamos a los hombres.



Tuve que reconocer que Verónica tenía razón, aquel hombre tenía un punto canalla en la mirada, que a pesar de su edad me resultaba provocador. Parecía experimentado, relativamente atractivo, y sobretodo seguro de sí mismo. Además los jeans le sentaban realmente bien. No pude evitar fijarme en la entrepierna del cincuentón e inconscientemente dibujé una sonrisa en mi cara, sabedora de que era por mi culpa el bulto que se marcaba provocado en su pantalón.



Ambos chicos se acercaron de nuevo hasta nosotras, pero esta vez Verónica aprovechó para ponerse a hablar con el tal Rober, dejando un poco de lado a su pareja. No sé qué se estaban diciendo pero ambos me miraban y se sonreían. Rufino por su parte al quedarse solo y ver la situación, se fue hasta la barra a pedir más consumiciones. No tuve más remedio que bailar sola hasta que Rufino regresó con cuatro copas en la mano. Al coger cada uno su respectiva consumición de nuevo se formaron corrillos. Verónica se acercó a mí y me dijo:



.-“Hay que ver como tienes al madurito, loquito por ti. Yo me voy con Rufino un momento a los reservados, por favor entretén un poco a su amigo hasta que volvamos” me dijo mientras Rufino tiraba de ella de la mano en dirección a la planta de arriba.



Yo me quedé bailando sin estar segura de que todo lo que estaba sucediendo me gustase de verdad, pero supongo que no tenía otra alternativa. Tal vez por el mal humor terminé la consumición enseguida, y mi acompañante no dudó en dirigirse de nuevo a la barra para pedir otro gin-tónic. El caso es que hacía un calor sofocante en la pista de baile, mi cuerpo comenzaba a empaparse de sudor por algunas zonas y yo tratando de aliviar el calor me bebí casi por acto reflejo la última copa bastante deprisa.



No sé cuántas copas llevaba ya. Aquello terminó por tumbarme, y empezaba a perder el control de mis actos. Durante esos momentos sólo pensaba en bailar, bailar y bailar, además empezaba a perder el conocimiento. Una vez solos y en evidente estado de embriaguez, Rober aprovechaba cualquier ocasión para tocarme el culo, rozarse con mis pechos o mirar por mi escote, sobre todo cuando de vez en cuando se me caía el tirante.



Se acercaba a mí para contarme que era el jefe del departamento de marketing de su empresa, una multinacional con sede en nuestra ciudad, y me recalcaba una y otra vez que se encontraba de paso. Yo apenas respondía con monosílabos. Era prácticamente un monólogo por su parte. No paraba de contarme batallitas profesionales mientras aprovechaba para mirar mi canalillo o toquetearme.



Recuerdo mientras bailaba que en un momento dado se deslizó un tirante del vestido y a poco se me ve un pecho en medio de la pista de baile. Recuerdo las miradas lascivas de los muchachos de alrededor, y recuerdo que Rober se apresuró a recolocarlo sobre el hombro algo celoso. Como si fuese suya.



Recuerdo conmocionada que fue en ese mismo momento cuando me pregunté por primera vez como sería estar con Rober. Me pregunté cómo sería en la cama, cómo se movería, qué cosas me haría. Me lo imaginé entre mis piernas, aprisionada por su peso, acariciándome por todo el cuerpo, besándome con ternura. Pude notar como me calentaba en medio de la pista bailando con él a mi lado.



Uffh, estaba bastante aturdida, debía frenar mis pensamientos o acabaría cometiendo una locura. Además, comencé a encontrarme muy mal, supongo que por causa del alcohol y las luces. Incluso llegué a perder la noción del tiempo y la memoria. Mis recuerdos inmediatos comenzaban a borrarse.



.-“Creo que saldré a tomar un poco el aire, me encuentro algo mareada” fue de las pocas cosas que recuerdo decir a mi acompañante antes de abandonar la discoteca.



Y como una autómata me dirigí directamente a la salida de la disco tratando de salir de allí como fuera. Recuerdo con dificultad que Rober me cogió de la mano sin decirme nada y me acompañó hasta la salida. Era evidente que estaba borracha perdida.



Recorrimos un par de calles, yo caminaba dando traspiés, él me agarraba por la cintura tratando de no caer. Creo que aprovechaba para tocarme el culo descaradamente, pero no logro recordarlo con claridad. Toda mi intranquilidad era que no me había despedido de Verónica. Era como si mis pensamientos se hubiesen detenido en esa preocupación, giraban y giraban en torno a mi cabeza una y otra vez sin dejarme pensar en otra cosa. Rober tuvo que sujetarme varias veces para que no me cayera redonda al suelo.



Recuerdo que entre traspiés y tropiezos me contaba cosas graciosas haciéndome reír, muchas veces sin sentido, fruto de mi estado de embriaguez.



En una de las veces, cedió otra vez más un tirante del vestido, y recuerdo entre nubes el contacto de las manos de Rober ayudándome con el dichoso tirante. A esas alturas el pobre ya tenía claro que no llevaba sujetador.



.-“¿Sabes cuál es el pez más grande?” me preguntó entre risas.



.-“No” respondí tratando de averiguar cómo terminaría el chiste entre carcajadas absurdas.



.-“El pezón” dijo, y ambos continuamos riendo sin sentido.



Recuerdo vagamente que me apoyó contra la puerta de un coche aparcado en la calle. Ambos reíamos como chiquillos. Recuerdo su proximidad, por primera vez en la noche me percaté de su olor corporal, me resultó extrañamente agradable.



.-“Deberías haberte puesto algún sujetador de esos invisibles con estos tirantes del vestido” dijo algo más serio mientras me recomponía como podía las finas tiras del vestido sobre un hombro. Vi su semblante serio y quise romper la tensión con alguna gracia, dada mi torpeza, dije lo primero que se me vino a la cabeza.



.-“Sabes… mis bragas sí que son invisibles” dije totalmente borracha y sin parar de reír. Rober puso cara de asombro, sin entender muy bien lo que acababa de decir.



.-“A qué no te lo imaginabas” dije en evidente estado de embriaguez y sin dejar de reír agarrándome a sus hombros para no caer.



.-“Lo sé” respondió Rober.



.-“¿Lo sabes?” insistí en preguntarle fingiendo mi asombro. Y dado el silencio incrédulo de Rober, comencé a contarle balbuceando mi anécdota en el servicio de señoras. Ambos reíamos mientras narraba mi historia.



Estábamos en aquel coche frente a frente rozándonos ligeramente, y aún no había terminado de contarle lo sucedido, cuando pude notar la mano de Rober posarse con total descaro sobre mi culo. Me miró a los ojos esperando mi reacción. Yo permanecía apoyada contra la puerta del vehículo en medio de la calle tratando de terminar mi historia. Rober se arrimó aún más de frente a mí, con una mano apoyada en el techo del coche evitando que me cayese de lado, y con la otra abriéndose paso entre la fría chapa de la puerta del vehículo y mi tela del vestido, acariciando ahora sí, sin ningún pudor, descaradamente mi culo. Me aprisionó con fuerza un cachete de mi trasero con su mano, mientras me aguantaba todo el rato la mirada esperando mi reacción. Esa vez paré en seco de narrar mi anécdota del baño, ya no podía obviar su caricia.



Recuerdo que desperté de mi estado de embriaguez en ese mismo momento, era como si la borrachera se me hubiese pasado de golpe. De repente había recuperado mi consciencia. Nunca antes nadie que no fuese mi marido me había magreado de esa manera. Recuerdo con nitidez su mano explorando mi culo, su cuerpo pegado al mío, y su rostro tan próximo a mi cara que nuestros labios estaban a punto de rozarse. Un silencio que contrastaba con las risas de antes se había instalado entre ambos cuerpos.



.-“Eres muy hermosa” me dijo mirándome fijamente a los ojos.



Yo en esos momentos no supe que decir. Estaba paralizada. Supongo que había jugado con una bomba de relojería durante toda la noche y ahora me estaba explotando en mis manos. Mi silencio fue interpretado como una afirmación y esta vez la mano de Rober que antes sobaba mi culo, se deslizó hasta acariciar mis piernas al borde de la falda de mi vestido. Notar el tacto de su mano con la piel de mis muslos logró que me estremeciese. Yo continuaba callada, mi respiración comenzó a agitarse. Mis pechos parecían salirse del vestido. Realmente me estaba excitando pero no sabía qué hacer o que decir. Nunca antes me había encontrado en una situación semejante. Estaba nerviosa perdida, todo un manojo de nervios. Me estaba acorralando.



Rober supo aprovecharse de mi estado y aconteció lo inevitable, se arrimó a mí buscando el máximo contacto entre ambos cuerpos. Por primera vez en mi vida, pude sentir clavado en mi pubis la dureza de otro hombre que no era mi marido a través de la fina tela del vestido. Mis pechos chocaban contra su torso a causa de mi agitada respiración, y para colmo, Rober me obligó a levantar y rodear su cuerpo con mi pierna, facilitándole de esta manera su acceso hasta las partes más íntimas de mi cuerpo. De nuevo pude sentir su entrepierna clavada en mi cuerpo. Se deleitó un rato observando mi estado de nerviosismo antes de su acometida final. Parecía una chiquilla en su primera cita.



Me besó. Me besó en la boca a la vez que su mano se perdía debajo de mi falda acariciando la piel desnuda de mis muslos llegando hasta mis nalgas. Me besó. Me besó y yo me dejé hacer sin saber cómo había podido suceder. Por primera vez en muchísimo tiempo me sentía viva de nuevo.



Una explosión de nuevas sensaciones se apoderó de todo mi cuerpo. No sabría decir que me resultó más estimulante en esos momentos, si su lengua explorando cada rincón de mi boca, su mano acariciando la piel de mi trasero, el bulto de su entrepierna clavado en mi pubis, o el shock mental de saber que un extraño me estaba besando y que estaba siendo infiel a mi esposo. Tal vez fuese esto último, saber que era otro hombre diferente a mi esposo quien me estaba besando.



Tenía que parar esa locura. Traté de apartarlo. Bajé bruscamente la pierna que antes rodeaba su cuerpo y apoyé mis manos en su torso tratando de zafarme de él.



.-“Yo… esto… no… esto no debería de haber sucedido, estoy casada” logré articular de un solo golpe, controlando los nervios, y consiguiendo separarme levemente de él.



.-“No me importa” dijo Rober restando importancia. Y acto seguido mientras se apretaba más contra mí y trataba de besarme de nuevo.



Esta vez giré mi cara impidiendo el beso, pero me quedé paralizada al notar el bulto de su entrepierna clavado de nuevo en mi pubis, por su parte, aprovechó mi pasividad para girarme la cara y besarme de nuevo. La mano que acariciaba mi culo subió esta vez ligeramente la tela de mi vestido, y pude sentir el frío de la chapa del coche directamente en mis nalgas.



Creo que por primera vez en mi vida me estaban besando con verdadera pasión y devoción. Aquel hombre madurito me estaba devorando. En ese momento descubrí que las caricias con mi esposo habían sido tan sólo muestras de ternura y cariño, pero no de pasión desenfrenada y deseo. Sobretodo deseo. Rober deseaba mi cuerpo con locura.



Liberó mi boca para comenzar a besarme por el cuello. Yo me debatía entre la razón y la pasión.



.-“No, por favor… para, no está bien” pude articular de forma entrecortada como buenamente pude. Rober hacía caso omiso, estaba totalmente encelado. Ahora, su mano libre buscó mi mano para guiarla hasta su entrepierna. Me obligó a acariciarle en sus partes por encima del pantalón.



¡¡Dios mío!! Me pareció enorme. Pude apreciar su tamaño a lo largo de la tela de los jeans.



.- “Mira como me tienes toda la noche” dijo mientras su mano aprisionaba a la mía contra su paquete. Yo quedé como hipnotizada comprobando su tamaño, no podía evitar acariciarlo una y otra vez.



Aprovechó para ladearse y besarme en la boca de nuevo, pero esta vez sus caricias se centraron en mis partes más íntimas. De nuevo su mano magreaba a su antojo mi culo, primero por encima del vestido, y luego por debajo. Incluso se atrevió a alcanzar y acariciar mi pubis.



Pude notar como su polla dio un respingo al comprobar con su mano la fina tira de pelillos que decoran mi pubis. Contraria a todas mis convicciones hasta el momento, debía reconocer que estaba totalmente cachonda y abandonada a las caricias de ese hombre. Era todo puro instinto animal. Me excitaba pensar que era como caperucita en manos del lobo feroz.



.- “Seguramente su mujer, que tendría su misma edad, tendría el sexo “a la antigua” pensé para mi mientras me dejaba manosear.



Pude notar cómo se abría camino a través de mis labios vaginales con sus dedos, tratando de alcanzar mi clítoris. Todo transcurría muy deprisa para mí.



.-“Aaah” no pude evitar gemir en medio de aquella calle, cuando el tipo comprobó que estaba totalmente empapada.



Uuhhm, enseguida descubrió mi clítoris de entre mis pliegues. ¡Dios! y el tipo sabía cómo acariciarlo. Mi marido siempre había sido un poco torpe para estimularme, pero he de reconocer que Rober sabía lo que se hacía. Sabía que ahora me encontraba totalmente excitada y entregada a sus caricias. Dejó de besarme en la boca para recorrer el camino que desciende por mi cuello hasta mi escote.



.-“Aaagh” otro gemido más profundo se escapó de mi boca cuando su dedo índice se abrió camino entre mis labios vaginales para penetrarme. El tipo sabía cómo masturbar a una dama, y mientras que con su dedo pulgar me estimulaba el clítoris, me penetraba al mismo tiempo con el índice de la misma mano. Aquello sí que era nuevo para mí. Mi esposo nunca me había acariciado de esa manera. Esa sensación de temor por lo que íbamos a hacer, por lo prohibido, elevó mi excitación hasta niveles que no recordaba.



¡Dios todo era tan nuevo para mí! Parecía una quinceañera inexperta en las manos de aquel tipo experimentado. Me estaba derritiendo en sus manos sin poder evitarlo...



.-“Ooough” grité al comprobar que otro dedo me penetraba. Lo hizo lentamente, disfrutando del momento. Se regocijó contemplando mi rostro de placer. Mi marido nunca me había hecho nada igual.



Estaba ensartada entre sus dedos experimentando el mayor placer que hubiera sentido nunca. Estaba a punto de estallar en el mejor orgasmo de mi vida sin duda alguna, y todo provocado por un señor veinte años mayor que yo. Aquello era demasiado para mí. Era un juguete en sus manos. Esta vez fui yo quien rodeó su cuerpo con mi pierna para facilitarle la labor. Muy a mi pesar tuve que

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  • Categoría: Confesiones
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