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Categoría: Confesiones

Otro domingo gris

Es un domingo lluvioso y húmedo. No sé por qué, pero en estos días me siento particularmente deprimido, como si la soledad se intensificara en estas tardes grises.

Mis pensamientos deberían estar enfocados en los ejercicios de matemáticas que veo, a un costado, sobre el cuaderno abierto. Debería hacerme cargo de la decisión de empezar la universidad a los treinta años, pero luego de una hora de resolver problemas, mi consciencia está medianamente satisfecha, así que me decido a perder el tiempo en uno de mis hobbies preferidos: La porno escritura.

Mi acercamiento a la escritura empezó hace unos siete años, cuando, en mis largas jornadas de trabajo nocturno, careciendo de otros medios de entretenimiento, comencé a llevar libros para pasar la noche. Pronto me enamoré de la literatura, y ese amor se tradujo en el deseo de emular a mis héroes literarios, creando mis propias historias y personajes.

Los primeros intentos fueron patéticos, pero alguien me recomendó un taller literario, y así, muy despacito, fui moldeando mi estilo.

No es que me crea muy bueno, al menos no comparado con los escritores profesionales. Pero lo importante de la escritura es poder plasmar los pensamientos y deseos en un montón de palabras, y eso, más o menos, sé hacerlo.

Por su parte, mi relación con la pornografía nació mucho antes. Como todos los niños, una vez que descubrí que mi pirulín se paraba con determinados estímulos, sentí la necesidad de conocer más sobre el sexo.

Como todos saben, en esos tiempos no había internet, y tampoco estábamos inundados de información. Ver una mujer desnuda no estaba a un clic de distancia, por lo que teníamos que ser un poco más rebuscados.

En mi caso, a mis doce años, todavía no tenía aquellos amigos que aparecerían un poco después, y que me enseñarían sobre sexo, a través de revistas, e historias fantasiosas. A esa edad sólo tenía algunas películas, con escenas eróticas, que no mostraban mucho, pero que me hacían poner más duro que una roca. A veces, cuando quedaba sólo en casa, pasaba horas haciendo zapping, esperando encontrar, por casualidad, una escena de sexo.

A esa edad también estaba la Srta. Miriam, mi maestra de séptimo grado, y la mujer que más me calentó en la vida. Era rubia, petisa, culona, y por la escuela corría el rumor de que era bastante puta, y que le gustaba la pija más que dar clases.

De hecho, muchos años después me enteré de que la habían echado porque se cogía al profesor de educación física, y la esposa de este, descubriendo las fotos que se sacaban mientras garchaban, fue a la escuela a hacer un escándalo.

En esa época, con mis compañeros teníamos la fantasía de que a Miriam le gustaban los pendejos. Esto no tenía fundamentos concretos, pero la personalidad de Miriam y la actitud con algunos alumnos más grandes nos hacían pensar que era cierto.

Había un chico de un grado más que nosotros, que solía ir a saludarla, y a veces le hacía masajes en los hombros. Desde atrás, por supuesto, apoyaba su pene precoz sobre las tremendas nalgas de la seño. Esto me volvía loco, y más de una vez, pensé en ir a visitarla, en el otro turno, y emular a ese otro alumno. Pero nunca me animé. Y ahora, después de casi dos décadas, todavía me pregunto si acaso la seño Miriam no sería una pedófila que le gustaba acostarse con sus alumnos. A veces, fantaseo con que soy yo de nuevo, a mis doce años, pero con la mentalidad de ahora, y entonces sí, logro encontrar la manera de estar a solas con ella, y dejar que ella abuse de mí.

Pero cuando chico sólo tenía mis fantasías. Recuerdo que en ese momento no me interesaba tanto la idea de la penetración, ni tampoco la del sexo oral (probablemente porque no sabía que existía). Las imágenes que más rondaban por mi cabeza consistían en tener a Miriam, desnuda, parada, y con las piernas abiertas. Y entonces yo me arrodillaba y empezaba a saborearla, chupándola y mordiéndola, empezando por las piernas, y deteniéndome especialmente en el culo. Porque ese culo necesitaría un tratamiento especial, porque era grande, y redondo, y bien paradito, mejor que el de cualquier pendeja de dieciocho años.

Una tarde, estaba pensando en estas cosas, mientras mis hermanos jugaban a los videojuegos. Estuve erecto mucho tiempo, quizás horas. Todavía no tenía la costumbre de masturbarme, por lo que alargué la fantasía, sin percatarme de que algo necesitaba ser expulsado. Creí que algo andaba mal en mí, porque empecé a temblar. Entonces fui al baño, y cuando me bajé los pantalones descubrí el calzoncillo mojado, y pegajoso. Descubrí el semen.

Fue tan importante esa mujer en mi vida sexual, que incluso perdí el hilo de lo que venía contando.

En fin. La cuestión es que en un momento empecé a leer cuentos eróticos, y entonces me percaté de que mis dos pasiones, la escritura y la pornografía podían convivir juntas.

La mayoría de las páginas de relatos pornográficos no me gustaban, ya sea por su diseño, o por la pésima calidad de los cuentos (aunque tampoco conozco tantas). Pero cuando encontré Cuentorelatos me di cuenta de que era la página ideal, porque había cantidad de escritores buenos, que se esmeraban por pasmar sus pervertidas fantasías de la mejor manera posible. También me gusta mucho que se pueda interactuar con los lectores y los demás autores. En fin, ahí fue cuando empecé a dedicarle más tiempo a mis cuentos pornográficos. Tal es así, que el año pasado casi no escribí otro tipo de cuentos.

Se podría decir que mis cuentos, en general, son ficticios. Aunque todos están basados, al menos en parte, en hechos reales, y en personas reales.

Mi personaje preferido es Ana, a quien le dediqué una serie de relatos que nunca concluí, y probablemente jamás lo haga.

Ana es una ex amante que tuve hace un par de años, y el personaje de mis cuentos está basado en ella a tal punto, que lleva su mismo nombre. Su personalidad autodestructiva, su autoestima baja, su incapacidad para decir no, su deslumbrante belleza, y su insaciable hambre de pija, me inspiraron a crear el personaje homónimo. Las historias de Ana, por su parte, son inventadas. Mi cuento preferido de la serie Ana es el segundo, donde es obligada a pagarle al gasista, un trabajo que realizó en su departamento, con sexo.

Aunque mi cuento preferido, considerando todos los que publiqué, es Madres Sacrificadas 3, ya que en ese relato logré un buen nivel de prosa, y conté una historia bien morbosa y, a mi parecer sensual. Me gusta que mis personajes pasen por situaciones límites, y que lo que suceda en el cuento marque un antes y un después en sus vidas, y en ese relato todo eso está presente.

Son muchas las mujeres que me nutren a la hora de crear personajes, aunque son pocas, las que están basadas en su totalidad en una sola persona (las demás son mezcla de varias) Ana es una de ellas, y Lucía, la profesora de universidad, quien aparece en un solo cuento es otra.

Lucía es una flaquita hermosa de la que estoy enamorado hace varios años. Tristemente nunca me dio bola, pero de todas formas la adoro. Quizá en algún momento escriba más cuentos sobre ella, ya que es una mujer muy sexual, y no tiene problemas en contarme sus experiencias.

A veces es extraña mi cabeza. Cuando volvió de las vacaciones me contó, luego de que yo le insistiera con preguntas, que se había acostado con tres tipos diferentes: dos en los campings de Córdoba, y uno en la casa de él, ya que era un amigo que la hospedaba.

No hace falta decir que se me rompió el corazón cuando me lo dijo. Pero el pornógrafo que llevo adentro salió a mi rescate, y en lugar de llorar por los rincones, comencé a fantasear en cómo se la habían cogido. ¿acaso lo hicieron en la carpa? ¿dónde la acabaron? ¿cuánto duraron? ¿con quién le gustó más? ¿en qué posición se la cogieron?

Le hice varias de esas preguntas, pero por esta vez no quiso responderlas, quizá otro día lo haga.

En otras ocasiones Lucía (que no se llama así de verdad), sí me contó detalles de algunas de sus relaciones. Una en particular será usada en mi próximo cuento. Resulta que hace un par de años se acostaba con un chico que tenía la habilidad de mantener sus erecciones por un tiempo muy prolongado: según ella, unas dos horas. Este increíble hulk del sexo, se había ganado, más de una vez, que la chica que amo, le susurre al oído “no puedo creer lo bien que cogés”. Lucía me contó que a veces, llegaba a acabar hasta cinco veces, mientras ese bestia seguía conteniendo la eyaculación. Y no era eso lo único que hacía bien: tenía un truco para el sexo oral. Chupaba una pastilla de menta (no sé de qué marca), y cuando le lamía el clítoris, de su boca salía el aliento fresco, generándole una sensación “zarpada en rica”, potenciando el placer, que ya de por sí sentía mientras se la chupaba.

Y acá hay otros datos que fui recopilando a lo largo de los años: A Lucía le gusta ponerse arriba cuando coge. Le gusta que le chupen la concha. No le gusta mucho chupar vergas, pero lo hace bastante bien (varias veces se lo dijeron). Nunca hizo un trío, pero le gustaría hacerlo, preferentemente con un hombre y otra mujer, porque tiene miedo de que si lo hace con dos hombres sean brutos con ella (aunque dice que en algún momento lo hará). No es bisexual, pero no descarta estar con una mujer, el sexo es sexo, dice.

Hace poco Lucia se enojó conmigo. Es que luego de que termináramos de cenar con unos amigos en común, mientras caminábamos en una vereda oscura en dirección a la parada de colectivo, traté de besarla.

No me arrepiento de haberlo hecho, pero fui un bruto, la arrinconé contra la pared, y la asusté. Ojalá hubiese sido más delicado.

Al poco tiempo me manda un mensaje explicándome por qué todavía seguía enojada. Resulta que, a los pocos días de mi intento fallido de saborear su lengua, un tipo la había seguido desde la estación de trenes, hasta su casa. Y mientras ella abría la puerta, le tocó el culo. Luego, el día anterior al que me manda el mensaje, le pasó otra cosa: alguien la había apoyado en el tren, y mientras la verga semierecta se frotaba con su culo, su pollera era levantada, despacito.

No me contó como concluyeron ambas situaciones, no quiso hacerlo. Le dije que esos tipos eran unos hijos de puta, que lamentaba mucho que haya pasado por eso, etc, etc.

Pero lo cierto es que no estuve tan indignado como creo que debería estarlo. La verdad es que me excité con la situación, principalmente con la segunda. ¿en qué estaría pensando el tipo para hacer algo así?, seguramente confió en la impunidad que impera en esas situaciones. Quizá se vio envalentonado, cuando ella, al sentirse apoyada, no hizo nada, y entonces se animó a levantarle la pollera.

Qué perversos somos algunos hombres. En lugar de soñar con protegerla, desde ese día fantaseo con ser yo el que le levanta la pollera de jean, y va descubriendo de a poco, las piernas largas y hermosas, desnudas, hasta llegar más arriba y bajarle la bombacha…

Lucía… Es tan linda… ya le dedicaré más relatos.

En fin. Ya pasaron varias horas desde que empecé con este texto sin forma. Ya está oscuro afuera. Y adentro sigue todo igual. Quizá me inspire y escriba el final del cuento de Vacaciones en Merlo. Quiero agradecer a todos los que leen mis relatos, y a los que les gusta lo que escribo, les pido que dejen algún comentario, que siempre son una alegría.

Saludos a todos.

Datos del Relato
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