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Categoría: Confesiones

La extraña familia 4

LA EXTRAÑA FAMIALIA 4


Para mí era asunto zanjado. Por mucho que yo amara y deseara a Laura su comportamiento no era el de una persona normal; nada era normal en aquella casa. Salí de viaje y durante quince días permanecí fuera de la ciudad. No lo pasé muy bien porque a mi mente volvía una y otra vez con una insistente machaconería las hermosas facciones de Laura y el recuerdo de su satinado cuerpo bajo el mío, la delicia de su posesión y el ansia con que nos disfrutábamos, me amargaban constantemente influyendo, quieras que no, en el rendimiento de mi trabajo. Tenía que enfrascarme profundamente en mis entrevistas médicas intentado olvidarme de ella y aún así, los amigos y conocidos, sin decírmelo o diciéndomelo los más íntimos, se daban cuenta de que algo raro me ocurría y yo salía del paso explicando estados anímicos imaginarios e inventados.
Me propuse obstinadamente olvidarla, conseguir un poco de paz y que los recuerdos de mi amor por ella no destrozasen mi vida. Con el paso de los días, el dolor de mi alma y el sufrimiento que me producía mi decisión se fue amortiguando y al final de los quince días creía superado el trauma.
Por fin emprendí el camino de regreso al finalizar el trabajo. Regresé a la ciudad conduciendo despacio y procurando no pensar en ella. Y así pasó otra semana durante la cual permanecí en la ciudad haciendo vida casi monacal.
Pero una tarde, mientras preparaba el próximo viaje, me llamaron por teléfono a la oficina. La recepcionista me dijo que era una tal Manuela. De momento no comprendí de quien se trataba, pero casi de inmediato me acordé de ella. Vivía cuatro o cinco edificios más abajo de la casa de Laura y era íntima amiga suya, tenía una peluquería y era su peluquera. Apreté la tecla de conexión y comenté:
-- Si, dime, Manuela.
-- Oye, Toni, tu novia está muy mal, la han tenido que operar y está en la clínica XXX y pregunta por ti, creo que deberías ir a verla.
-- Lo siento, Manuela, pero yo no tengo novia ya.
-- Chico, parece mentira, está bastante mal. Yo creo...
-- ¿De qué la han operado? – corté, intentado parar la verborrea de la amiga de Laura.
-- De la matriz.
-- Vaya, espero que se recupere pronto.
-- Me parece que no te estás portando como un hombre. Al menos tendrías que haberle dicho que cortabais, pero no así sin explicación alguna.
-- Pues lo siento mucho Manuela, he soportado todo lo que he podido, pero se acabó.
-- Por lo menos dile algo a Laura.
-- ¿A Laura, para qué?
-- Si te digo la verdad, creo que es Laura la que está enamorada de ti.
-- ¡No jodas! ¿Te lo ha dicho ella?
-- Si, está aquí, llorando. ¿Por qué no hablas con ella?
Estuve pensando a toda velocidad durante unos minutos y ante mi silencio Manuela volvió a preguntar:
-- ¿Quieres que se ponga?
-- No. Si está ahí, dile que ahora voy.
-- ¿Seguro?
-- Si, seguro, mujer.
-- Pues hasta ahora.
-- Adiós.
Me fui en un taxi para que no me vieran el coche porque lo conocían. Subí en el ascensor hasta casa de Manuela sin saber muy bien lo que quería decirle. Cuando Manuela abrió la puerta me hizo señas de que la siguiera. Me llevó hasta una habitación, abrió la puerta y volvió a cerrarla cuando entré. Se me vino el alma a tierra cuando la vi llorando. Estaba preciosa con las lágrimas corriéndole por las mejillas como a una Virgen Dolorosa. Solo supe abrazarla y besarla como un loco. No puedo soportar la lágrimas de una mujer y menos de una mujer a la que amaba y deseaba con todas la fibras de mi cuerpo.
--¿Por qué me has dejado? Yo no creo merecerme esto. Te di todo lo que quisiste de mí y ahora ya ves, te has cansado y me abandonas.
-- No me he cansado, cariño mío, eso sería imposible, pero habernos amado como nos amamos aquella noche, y hacer lo que hiciste me pareció que me estabas tomando el pelo y burlándote además de hacerte la estrecha. – se le dije tal cual lo pensaba.
-- ¡Qué barbaridad! ¿Cómo has podido pensar eso de mí? – preguntó, arreciando en su llanto.
-- Yo que sé, mi amor, ideas descabelladas que tengo a veces.
-- Entonces ¿no me dejarás?
-- No, te quiero nenita, no puedo dejarte, pero si han operado a Sonia y no he ido a verla pues…
-- A Sonia no la han operado – respondió secándose las lágrimas -- no sabía como hacerte venir y tuve que inventarme eso. Perdóname.
A aquellas alturas ya había comenzado a desnudarla sin que ella opusiera resistencia. Cuando estuvo en bragas y sostén la levanté del sillón y en brazos la llevé hasta la cama. Estaba maciza de verdad, aunque no pesaba mucho. Me desnudé rápidamente sin pensar en nada, sólo en tenerla otra vez entre mis brazos. Le quité el sujetador y las braguitas y me abrazó con un ansia terrible como si temiera que me escapara otra vez.
La penetré poco a poco, lamiendo sus pezones, sus areolas y el sedoso terciopelo de sus senos duros como pomelos. Cada vez que tenía un orgasmo se estremecía su vientre y palpita su vagina violentamente. Comprendí que tenía tanto deseo de mí como yo de ella.
-- Mi vida, mi vida – gemía sofocada --, no me dejes nunca, no podría vivir sin ti, no me abandones, no podría soportarlo otra vez.
-- No te abandonaré, eres mi preciosa muñeca y no quiero perderte. Pero tuya fue la culpa de que me marchara. Después de todo lo que ocurrió y habernos gozado tan profundamente, me diste un empujón y por segunda vez a poco me sueltas otra bofetada.
-- No volverá a ocurrir cariño mío, pero es que no me fío de Sonia. Es capaz de decírselo a Alfredo y mi marido, aunque no te lo parezca, es muy peligroso, amor mío.
Pese a que permanecíamos inmóviles y no entendía nada, en aquel momento no pude aguantar más y la inundé con violentos borbotones del deseo contenido durante tantos días. Se corrió varias veces mientras mi verga eyaculaba chorros de semen dentro de ella con su vulva imberbe pegada a mi pubis como una ventosa. Casi dos horas estuvimos haciendo el amor sin parar. No me saciaba de ella por mucho que la gozara. Me parecía increíble que después de disfrutarla tres veces casi seguidas aún tuviera ganas de seguir dentro de ella. Cuando nos calmamos le indiqué:
-- Yo no quiero seguir con tu hija, sólo te quiero a ti.
-- Sí, mi cielo, pero es la única disculpa que tenemos para poder seguir juntos en casa.
-- Pero querrá que le haga el amor, ya sabes como es, no se contentará sin hacerlo teniéndome a mano ¿No lo comprendes?
-- Pues... – dudó un momento – Yo lo arreglaré. Tú no te preocupes.
-- No entiendo nada, mi vida – comenté levantándome sobre los brazos para mirarla.
-- Ya te lo explicaré, mi amor, ya te lo explicaré – comentó atrayéndome hacia su cuerpo.

Aquello debió bastarme y hacerme recapacitar pero ¿quién discurre teniendo la verga dentro del húmedo calor de una vagina de una mujer preciosa a la que deseas y amas con toda tu alma? Yo no podía. Le hubiera prometido la luna si me la hubiera pedido.

Las tres semanas que estuve ausente sin pasar por su casa fueron para mí muy amargas. No tenía ni ganas ni voluntad para luchar contra mi deseo y mi amor por ella. Era superior a mis fuerzas. Al final le pregunté:
-- ¿Alfredo ha preguntado por mí?
-- Claro que sí, pero le he dicho que no sabía nada. Si te pregunta dile que has tenido más trabajo del que calculabas, o ponle la disculpa que se te ocurra.
-- Eso haré, ¿Y ella, te ha dicho algo?
-- ¿Ella? Ella anda de pendoneo con unos y con otros, pero eso ya lo sabías ¿o no?
-- Si, claro que lo sabía, pero como estabas tú, por eso aguantaba.
-- Pues ahora haremos lo mismo. El caso es poder estar juntos, mi vida.
-- Pero, es que no lo entiendo, amo mío, aquella noche, mientras hacíamos el amor, ella se levantó de la cama sin que nos diéramos cuenta y, por lo tanto tuvo que vernos. ¿No te ha dicho nada?
Permaneció en silencio un momento.
--No, ella no dice nada, aquella noche se fue a la habitación de Alfredo – respondió en un susurro.
Atónito, casi sin poder creer lo que estaba oyendo, exclamé:
--¡¡¡Pero si es su padre!!!
-- No es su padre, Toni, no es su padre y él lo sabe.
-- ¿Y ella también lo sabe?
-- No, ella no lo sabe, pero le da igual. Su enfermedad no tiene cura. Pero, por favor, Toni, dame tiempo para explicártelo. ¿No quieres confiar en mí, amor mío?
-- Si que quiero pero…
-- Pues espera a que pueda explicártelo – cortó rápida – Ahora tengo que irme, mi amor.
Nos vestimos. Ella salió primero hacia su casa y yo después hacia la oficina. Y así fue como aquella noche regresé a casa de Sonia en vez de solicitar el traslado a Lisboa inmediatamente.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16058
  • Fecha: 27-02-2006
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 5.78
  • Votos: 23
  • Envios: 0
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