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El gimnasio es un placer

Con el sudor cubriendo cada centímetro de su cuerpo, dejó las pesas en el soporte. Había tenido que bajar la cantidad a levantar, después de tanto tiempo sin ir al gimnasio. Se levantó resoplando y se miró en el espejo del fondo. Aún conservaba los brazos fuertes, pero la barriga prominente dejaba claro que le iba a costar recuperar aquellos abdominales.

Un ruido a su espalda le sobresaltó. Jaime se giró por instinto y se encontró con una escena típica: “Puede que yo haya dejado de venir unos meses, pero los novatos siguen metiendo la pata igual”. No pudo contener la sonrisa.

—Trae, te ayudo —dijo acercándose para echar una mano al nuevo—. ¿Es la primera vez que usas las poleas?

—¿Qué? —El chico lo observaba con cara de no saber a qué se refería.

—Las poleas —repitió, sujetando la barra acolchada que el nuevo debería tener a la altura del pecho, y no en la espalda—. Las estás haciendo mal, ¿sabes? Tendrías que sentarte al revés —dijo, y apoyó una mano en su hombro para girarlo en el asiento de la máquina—. Y ahora, agarras con ambas manos y tiras hacia abajo para levantar las pesas enganchadas a las cuerdas.

El novato tiró hacia abajo. Tenía más fuerza de la que parecía, sin duda. Jaime lo observó: se le notaba un leve sobrepeso, nada grave. No estaba delgado, tampoco estaba fuerte, pero tenía las curvas que lo hacían bastante deseable.

—¿Así bien? —Lo sacó de sus pensamientos. Lo observó tirar varias veces, y asintió sin llegar a pronunciar palabra.

Jaime no quería mirar hacia abajo. Sabía que el chico lo había excitado y no quería ni imaginar qué pasaría si se daba cuenta. Le dio un par de palmadas en el hombro y se escabulló hacia los vestuarios.

Cerró la puerta tras de sí y miró el reloj. Aún era demasiado temprano; la mayoría de la gente empezaba a llegar a esa hora, no a marcharse, pero había decidido que era suficiente para un primer día.

Tal y como imaginaba, su erección era más que notable. Suspiró. Sería mejor ducharse con agua fría e irse a casa.

Cogió la toalla y el champú de su taquilla, y se quitó la ropa allí mismo. Nunca le había dado vergüenza estar desnudo en el vestuario, pero teniendo en cuenta las circunstancias, tuvo sus reticencias. “Total, no hay nadie a estas horas en los vestuarios. Nunca”, pensó justo antes de bajarse los calzoncillos.

Estaba en las duchas comunes. Colgó la toalla, abrió el grifo y dejó que el agua resbalase por su espalda. Cerró los ojos para relajarse, pero no había pasado ni un segundo cuando oyó cómo se cerraba la puerta del vestuario. Ya no daba tiempo a meterse en un cubículo… “¡Mierda!”, exclamó para sus adentros.

Jaime rezó para que esos pasos se dirigieran al baño. Por si acaso, se mantuvo de espaldas a la entrada con la esperanza de que su erección pasase desapercibida.

—Hey, gracias por lo de antes —dijo una voz tras él.

“Mierda, el chico nuevo”, pensó maldiciendo su lascivia.

—No ha sido nada —respondió tratando de sonar lo más despreocupado posible.

Necesitaba fingir normalidad, pero sabía que hablar de espaldas no parecía muy normal. Cogió un poco de gel y empezó a enjabonarse el cuerpo. Así tendría una razón para taparse un poco, en el caso de que el chico decidiera ponerse en una ducha contigua.

—Aún estoy un poco perdido —lo escuchó decir—. Y, ya ves, tengo poco aguante. Espero mejorar con los días.

Sentía la presencia amenazante tras él. “Por favor, vete”, imploró una vez más hacia sus adentros. La ducha de su izquierda se abrió como única respuesta.

—¿Vienes mucho por aquí? —le preguntó el chico.

“¿Está desnudo duchándose a mi lado?”, alcanzó a pensar. Con disimulo, fingiendo que se frotaba la pierna izquierda y en un esfuerzo no exento de estoicismo, se giró para mirarlo y responder:

—He estado un tiempo sin venir, pero sí, soy habitual —La voz no mostraba nerviosismo, pero todo su ser temblaba al observarlo. Como pensaba, el cuerpo del chico no era nada fibroso, pero tenía hombros anchos, caderas anchas y todo ancho, muy ancho…

“¡Mierda! No debería haber mirado”, se volvió a maldecir.

—Vaya, si prefieres más intimidad puedo irme.

Jaime lo miró sin saber a qué se refería, pero la vista del chico estaba fija en algún punto más allá de su vientre. “Se ha dado cuenta”. Todas las alarmas sonaron en su cabeza, instándole a salir de allí cuanto antes. Sin embargo, no parecía molesto por su erección.

Las miradas de ambos se cruzaron bajo el agua de las duchas. No sabía qué hacer, pero sentía que iba a estallar. Sin que el contacto visual desapareciese, lo vio atravesar la distancia que los separaba. El aire se negaba a abandonar los pulmones de Jaime.

—¿Quieres más intimidad, entonces? —dijo cuando estaba tan cerca que no había forma posible de ocultarle nada.

Jaime negó con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra. Controlar la respiración ya era demasiado complicado. Aun así, su mano se aventuró hasta rozar el vientre del chico. Ardía bajo el agua fresca de las duchas.

Subió la mano hasta su nuca y lo atrajo con delicadeza, sin preocuparse ya por ocultar la erección. Sus labios se unieron con suavidad, intercalando los labios en un primer beso extraño y húmedo.

El chico era unos diez centímetros más bajo, aunque Jaime apenas era consciente de su inclinación al besarlo. Sintió el roce de su lengua buscando hacerse un hueco entre sus labios, y le permitió el paso.

Cuando la mano del chico le acarició el vientre, contuvo la respiración. Sabía lo que se avecinaba, pero la excitación que sentía empezaba a tomar el control. La mano se cerró sobre su erección y empezó a masturbarlo con suavidad, lentamente, sin dejar de besarse.

Jaime lo pegó contra la pared y le apartó la mano. Se acercó hasta que no hubo ni un centímetro de su cuerpo que no estuviese en contacto con su piel. Sentía la respiración marcada, la erección incipiente.

Le sujetó la mandíbula para besarlo con fuerza. Las manos del chico le agarraban la espalda con ansia, dejándose llevar por el beso.

De forma involuntaria, bajó la mano hasta el muslo del chico y lo levantó hasta que su pierna derecha le rodeó las caderas. Pero lejos de molestarse, el chico lo atrajo aún más hacia sí.

Le giró la cara para poder besar y morderle el cuello, con suavidad pero con firmeza. Siguió por su clavícula, por su pecho, por su abdomen. Jaime notaba la erección del chico rozando su cuerpo, bastante más grande que la suya. La agarró por la base y lo miró a los ojos mientras se la introducía en la boca.

El sabor fuerte se diluía en el agua de las duchas, que no dejaba de correr. Lo escuchó gemir y aquello le excitó aún más. Aumentó el ritmo e intentó introducir lo máximo posible aquel placer de dioses en su boca.

Cuando hubo saciado su hambre lo giró con suavidad.

—Si hay algo que te incomode, puedes decírmelo —le dijo sin apartar la mirada de su culo.

Como con todas sus respuestas, el chico extendió la mano para atraerlo hacia sí. Aquel gesto simple le excitó sobremanera y se dejó llevar entre sus nalgas. Lo escuchó gemir cuando introdujo la lengua con suavidad.

—Tengo un condón en la mochila —lo interrumpió—. Si quieres…

Jaime le sonrió y se incorporó para besarlo. Lo acompañó a los vestuarios y lo dejó buscar entre sus cosas. Mientras sacaba la ropa y otras cosas en busca de los condones, Jaime lo abrazó por detrás y le besó el cuello.

Ambos seguían mojados cuando entraron en una de las duchas privadas. Jaime sabía que la posibilidad de que llegase alguien más no era elevada, pero no quería correr el riesgo otra vez.

Se apoyó en la pared y le indicó que se pusiera de rodillas. No hizo falta decir cuál era el siguiente paso. Los labios carnosos y suaves que tan bien besaban se lanzaron hacia su polla con la misma presteza.

Su cuerpo entero temblaba de la excitación. Casi estuvo a punto de quejarse cuando se separó, pero el contacto del condón, mientras el chico se lo colocaba, lo disuadió.

Con firmeza, Jaime lo atrajo hacia sí y lo besó. El chico le dio la espalda y se apoyó en la pared de en frente, curvando su cuerpo, exponiéndose con un gemido excitante. Jaime llevó su mano entre sus piernas y lo sintió húmedo y abierto. Con suavidad, empezó a introducirse dentro de él. Poco a poco. Saliendo y entrando cada vez un poco más.

El chico gemía, intentando mantener el equilibrio que sus piernas temblorosas parecían negarle. Sin embargo, se movía hacia delante y hacia atrás, con ansia.

Jaime se inclinó y le besó la espalda. Con una mano lo agarró de las caderas y con la otra buscó un hueco para poder masturbarlo, mientras lo penetraba.

Los gemidos de ambos se volvieron incontenibles, a medida que aumentaban la velocidad. La erección del chico palpitaba, y Jaime supo que el momento del éxtasis estaba próximo.

Aceleró el ritmo de sus caderas, de sus manos. La espalda del chico se arqueaba y sus gemidos comenzaban a sonar demasiado fuertes. Le tapó la boca con la mano libre y sintió, en el acto, sus dientes mordiéndola, en un esfuerzo por contener las ganas de gritar.

—No creo poder aguantar mucho más —le susurró en el oído, con la voz entrecortada por la excitación.

Pero no haría falta mucho más. Bajo su cuerpo, el chico se estiró introduciendo su pene al completo y su erección sucumbió entre las manos de Jaime. Finalmente, sintió el semen ascender mientras lo pajeaba y el calor del líquido volcánico derramarse en su piel. Y Jaime, sin poder contenerse, también se deshizo, en su interior.

—Pues tenían razón —dijo el chico en los vestuarios, después de que se limpiaran, mientras se vestían—. Se liga en los gimnasios.

Jaime se rio sin disimulo.

—En los tres años que llevo viniendo, esta es la primera vez —le respondió.

—No tiene por qué ser la última —le dijo el chico guiñándole un ojo. A Jaime le gustaba su seguridad pese a no tener un cuerpo trabajado. Ojalá él hubiese sido así—. Por cierto, me llamo Rubén.

—Yo Jaime —respondió con una sonrisa.

—Ha sido un placer.

Y ambos rieron de nuevo.

Datos del Relato
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