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El filtro del amor

~En un país de fábula, no era, precisamente, un viejo artista quien vivía (1), sino un mocetón de 24-25 años, Nemorino, alto, fuerte, gallardo, alegre, simpático… Y gran persona. El mozo, parecía reunir, y reunía, cuantas varoniles virtudes podían ser demandadas a un muchacho de su edad, pero también había en él  algo menos atractivo, que era incauto, cándido, tímido y soñador… Ese tipo de persona, integralmente buena, candorosa y simple, que las gentes dan en pensar que es un tonto de capirote, con lo que tal era el cartel que para sus paisanos, los vecinos de la aldea en que nació y vivía, ni un centenar de almas. Mas hete aquí, que Nemorino tenía un problema, y no minino: Estaba locamente enamorado, embelesado hasta el tuétano, de una joven del lugar, Giselle, de la misma edad del mancebo, mes arriba, mes abajo, moza de muy buen ver, alta, esbelta, busto firme, con sus “cositas” cómo y dónde deben tenerse,  cinturita de avispa, cabellos dorados, cayéndole hasta más allá de los hombros en preciosos ricitos, enmarcando un rostro bello, de ángel; a pesar de su juventud, viuda ya, y de  unos cuantos años, , secuela de la económica depresión de sus padres, complicada con el deseo de un viejales, septuagenario él y de cierta potencia económica, por las tiernecitas carnes de una Giselle de quince, dieciséis añitos. El provecto galán, tendría más años que Matusalén, pero “cachis la mar”, y cómo “arrempujaba” en la conyugal intimidad con su jovencísima esposa, que así le pasó, que a los tres, cuatro años de “disfrutalla”, en una de esas, cuando el “Matusalén” alcanzaba la cumbre del glorioso himeneo, repentinamente, le sobrevino un síncope que lo dejó “fritico” “ar probe” en un visto y no visto. Duró poco su alegría, ya se sabe, tres, cuatro años, pero le mereció la pena, pues que le quitaran lo “bailao” en tales años.

Y ahí tenemos pues a una Giselle de veinte años, antes escasos que bien cumplidos, viuda, que no era moco de pavo para la época, mogollón de años atrás, pues en tal estado era cuando la mujer disfrutaba de libertad, libre de la “potestas” de padre y marido; y, en añadidura, dueña-heredera de los “posibles” del finado… Vamos, que se decía, y bien a sus anchas, “qué más quiero/viuda y con dinero”. En fin, que la muchacha, joven, de mucho “merecer”, caprichosita, “con más plumas que un zorzal y de cascos dislocá” y, digamos, “cantedubi dubi, dubi, cantedubi dubi da “pasta gansa”, se dijo “Giselle, cariño… ¡A vivir, que son tres días!”, con lo que se convirtió en una coqueta de “agárrate a la brocha, que me llevo la escalera”, que no quería más ir “picoteando de flor en flor”, dejándose galantear por casi todo usuario de pantalones en unas cuantas leguas a la redonda; galanteos a los que ella, con manifiesto ahínco, otorgaba cuantas facilidades fueran precisas y las buenas costumbres permitían, en forma de oportunísimas caiditas de ojos, sonrisitas alentadoras, miraditas lánguidas…muy, muy lánguidas, siempre que tal consideraba como lo más aconsejable para que el interés del mancebo galán no decayera ni un ápice… Pero, no vayamos a pensar mal, que los devaneos, lo casquivano del comportamiento de la bella, se atenía a un más que a rajatabla “mirar, bueno; pero las manitas quietas, que luego van al pan”… O un más contundente, “Permitido mirar, pero terminantemente prohibido tocar”

Nemorino fue uno más de los jóvenes que cayeron bajo el influjo de la bella viuda. Se conocían desde pequeños, desde niños, y, al coincidir más menos, en edad, ya digo, mes más, mes menos, también de pequeños jugaron, habiendo sido amigos, que no conocidos, desde entonces… La afición del muchacho hacia ella, venía de cuando la niña transmutaba en mocita, a sus catorce-quince años, con él en los bastante más quince que catorce… Pero él todavía era demasiado joven para,  incluso, discernir entre afición amistosa e inclinación amorosa, por lo que, el exacto conocimiento de lo que Giselle era para él, a Nemorino no  le llegó sino cuando ya era demasiado tarde, cuando ella ya era una señora casada, con el marido aún vivito y coleando… Luego, ella volvió a ser libre, pero un muro casi insalvable se interponía entre ambos: La pobreza de él, y la, para aquellos lares, riqueza de ella… La veía tan alta, y él tan poca cosa, tan insignificante…tan culta, que hasta leía libros, y él tan analfabeto como siempre, que las letras se le hacían caquitas de mosca, apelotonadas…

Fue por entonces, a unos dos, tres, años de la viudez de Giselle, cuando Nemorino entró a su servicio; se conocían de antiguo, de la niñez; hasta habían jugado juntos, lo que les llevó a tratarse con una cierta familiaridad. Y ocurrió lo que enseguida se convirtió en doloroso tormento para el joven: Que se enamoró de ella… Loca, perdidamente… Y sin casi esperanzas… La veía tan alta…tan rica… Y él tan poca cosa, tan pobre… Además, tan culta, que hasta leía libros, y él, analfabeto total, que las letras  se le hacían “caquitas” de mosca, pues aunque ninguno de los dos fue nunca a la escuela, y, “en origen”, tanto él como la bella eran por igual “analfabestias”, Giselle, cuando se convirtió en señorona, se cuidó de “desanalfabestializarse”, (¡Hotia Pedrín, y qué palabra que m’acaboo d’inventá!) poniéndose al corriente de las artes de leer y escribir, entrándole, además, una afición por los libros que ya, ya… Vamos, que en cuanto la gente se descuidaba, ella le leía lo que el libro de turno decía, y se quedaba más fresca que una lechuga Así, el pobre Nemorino, cada vez que la veía enfrascada en la lectura del libro que entonces gozaba de su atención, cosa que sucedía un día sí, al otro también, y el del medio, para que nada faltare, se decía “pa” su coleto:

    ¡Qué hermosa; qué adorable! Cuanto más la veo más me gusta. Pero no soy capaz de despertar en ese corazón un solo afecto… Ella lee, estudia, aprende… ¡No hay nada que no sepa!... Y yo no soy más que un idiota que no sabe sino suspirar…

Ella, claro está, que le “guipó”, y a la primera de cambio, como suele decirse… Y le gustó; le gustó muchísimo que su antiguo compañero de juegos, tan gallardo, tan bien parecido, tan viril, pusiera sus ojos en ella… Pero, sin podérselo explicar el porqué, sentía un muy particular placer en hacerle sufrir… Se complacía en herirle, en hacerle ver que no le interesaba, que nunca, nunca, llegaría a corresponder su pasión hacia ella… Más podría decirse que se holgaba en ridiculizarle, befarse, burlarse de él, que en otra cosa alguna…

    Esperas amor en vano… Soy caprichosa, inconstante y no hay deseo, ilusión, en mí, que no muera apenas nacido…

    ¿Por qué Giselle?...  ¿Por qué eres así…y no te rindes a mi amor sincero?

    ¡Hermosa pregunta!... Pregúntale a la brisa lisonjera por qué vuela sin cesar sobre el lirio, la rosa, el florido prado o el riachuelo… Te responderá que es su naturaleza ser así, libre, móvil…infiel… Vagar y vagar, sin detenerse nunca…

    ¿Entonces debo?...

    Renunciar a mi amor… Olvidarme… Alejarte de mí… Buscarte otra chica que pueda amarte… Ligarse a ti

    Querida mía; eso no puedo hacerlo… Me es imposible…

    ¿Por qué?... ¿Por qué no puedes?...

    ¡Que por qué me preguntas!... Pregunta al agua de los ríos, que nacen libres en la montaña y en torrenteras bajan a los valles, por qué, sin detenerse, fluyen constantemente hacia el mar… Por qué ese amor por los océanos, que son su muerte, su fin y acabar… Te dirán que las arrastra una fuerza inexplicable que no pueden dominar… Que ansían besar a ese amor, que es su muerte…

    ¿Entonces quieres?

    Morir como esas aguas… Pero morir mirándote…a tu lado…

    Ama a otra; quiere a otra… Si quieres, puedes hacerlo

    ¡Ah!... No es posible… No puedo…

    Cúrate de esa locura que es el amor constante, y haz como yo, cambia cada día de enamorada; como un clavo saca a otro, un nuevo amor al viejo aventa… Así es como río y gozo; así desaté mi corazón

    Pero tú eres lo único que yo veo, día y noche, en cualquier objeto… Intento olvidarte… Pero no puedo… Es más fuerte que yo… Tu rostro lo llevo grabado en mi corazón…Nunca, nunca podré hacerlo… Olvidarte…arrancarte de mi pecho

Y ella, coqueta, riéndose, le volvía la espalda, se alejaba de él, diciéndole

    ¡Pues lo siento por ti!...

Así la coqueta, casi casquivana, Giselle solía dar fin a los pocos instantes en que prestaba algo de oídos a ese su fiel enamorado… El principio de la Ley de Murphy dice: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”; a lo que cabría el siguiente corolario: “Si algo malo puede hacerse peor, se hará peor”; pues bien, eso mismo es lo que ocurrió con el mal de amores, del desamor, del tan enamorado mancebo, pues se acentuó cosa mala desde el nefando día en que, por la aldea, apareció un grupo de soldados mandados por el sargento Belcore, bizarro militar, antonomasia del guerrero invicto, con su rutilante uniforme, su impresionante bigote, bien retorcido a ambos extremos, y su brava perilla… Sus galones, sus doradas charreteras, sus botas altas, hasta más allá de las rodillas… Su mundana, locuaz, palabrería…

Cuando el grupo de militares irrumpió en la aldea, fue la gran atracción de esa sencilla gente; el gran acontecimiento en muchos, muchos años de anodina cotidianeidad. Una especie de revolución Giselle, desde lo alto de su atalaya, la terraza de su casa, también fue testigo de la marcial irrupción, toda la tropa en perfecta formación, marcando el paso, con sus fusiles al hombro; y cómo, a la voz de mando, repentinamente, se detuvieron, dejando descansar las armas en el suelo, en perfecta posición de firmes; y cómo, a otra voz de mando de su bizarro sargento Belcore giraron, quedando de cara a su sargento y de espaldas a ella misma. Ante ellos, el sargento Belcore, todo arrogante, todo orondo

Con su ropa en orden, bien formada, el sargento se vuelve hacia los curiosos; las curiosas, especialmente, comenzando a coquetear con ellas, sonriendo a diestra y sinistra, haciendo que las mozuelas, y no tan mozuelas, se ruboricen y bajen la vista ante la osada atención del militar. Y Giselle, tampoco fue ajena al general encanto despertado por tan gallardo, tan espectacular, soldado, de manera que también ella bajó al limo de la calle, para asistir de cerca a tan desusado acontecimiento. Fue entonces cuando el orgulloso, y no poco mujeriego, sargento se percató de la presencia de la bella… Y el verla y quedar prendado de ella, fue todo uno; casi se le demudó el  rostro a su vista y, desentendiéndose de las otras bellezas aldeanas, se dirigió, resueltamente, a Giselle; por una de esas casualidades, en un ojal del uniforme portaba una florecilla silvestre, cortada, cualquiera sabe por qué, a su paso por los caminos. Se la sacó  de donde la llevaba y, con ella en la mano, así requebró a la bella

    Igual que el bello Paris ofreció la manzana a la hermosa Helena, yo os ofrezco a vos, bellísima zagala, estas humildes florecillas. Pero soy más glorioso, más feliz que el inmortal Paris lo fuera, pues, en premio a mi humilde presente, obtendré vuestro amor, vuestro corazón, mi bellísima mozuela

Y Giselle, toda alborozada por la distinción de que el apuesto soldado la hacía objeto, con gusto; verdadero gusto, tomó el obsequio que él le hacía

     Pues es modesto vuesa merced

    Sí; ciertamente… La modestia es una de mis más acrisoladas virtudes… Las demás, ya las iréis conociendo, a lo largo de nuestro matrimonio, pues, indudable es que caigáis rendida al intenso amor que desde este mismo instante os profeso… Os profesaré siempre, bellísima doncella… Pues veo en vuestra carita de rosa que, al instante de miraros, hice mella en vuestro sencillo corazón… Claro, que no es nada sorprendente que os prendéis de mí, pues soy galante… ¡Y soy soldado!... No hay mujer que se resista a un yelmo militar… Hasta la madre del Amor, la divina Venus, se rindió a Marte, el dios guerrero

Y el sargento Belcore le ofrendó, a la bella Giselle, las florecillas del campo, que ella aceptó del mejor grado, ilusionada… Y continuó el sargento con sus requiebros

    Si vos me amáis, como yo os amo, a qué esperar… ¡Casémonos al momento, o dulce dueña de mis pensamientos!... Poned, pues, fecha a nuestra boda

    ¡Oh, mi señor caballero!... No tengo prisa alguna al respecto… Prefiero pensarlo un poco más…

Y Nemorino, allá presente, se deshacía en dolores enormes, ante tal panorama… ¡Se la llevaba…se la llevaba ese maldito!... En un segundo estaba logrando lo que él en meses, años, no había conseguido… Por lo menos, hacerla dudar entre aceptar o no hacerlo… A él, ni esa conmiseración, de ella, le cabía…

    ¡Pobre de mí si, por finales, acepta!... ¡Moriré; sí, moriré desesperado…de dolor…de puro dolor!

Y Giselle, repetía al sargento lo de que “No tengo prisa; quiero pensarlo un poco más”, pero toda coqueta, toda risueña, sonriendo al soldado que era una vida mía… O, bueno, del sargento… Y así, en ese no, pero sí; sí, pero no, la bella, caprichosa Giselle, volvió a subir las escaleras hacia su terraza, abandonando la calle, saliéndose del cercano influjo del sargento, feliz, ufana, de tener a sus pies, rendido, a tan apuesto guerrero… Y el sargento, más ufano aún de él mismo, al considerar lo de que “plaza cercada, plaza tomada”, aprestándose a emplazar sus “baterías más pesadas” en torno a la “plaza” anhelada, para conseguir, finalmente, “tomarla al asalto”, si ello fuera necesario, para lograr rendir a la bella… Y el pobre Nemorino, muriéndose desesperado, de íntimo dolor, de horrendos celos, que le mataban de instante en instante…

El tiempo, días más que semanas, fue transcurriendo, y el dolor, los tremendos celos de Nemorino, no hacía, no hacían, más que agudizarse, y agudizarse y agudizarse más y más, de día en día, viendo cómo el aborrecido sargento, antes que cejar en su empeño, lo que hacía era ahincar más y más en su conquistadora  empresa, mientras la bella, coqueteaba a más y mejor con el maldito… ¡Oh, ingrato corazón de mujer, que tan pérfidamente te portas con quién más te quiere, más te ama!... ¡Oh, desventurado de mí, que moriré de amor por ella!

Pero al cabo de días y días, otro suceso vino a revolucionar, más de lo que ya estaba, la apacible monotonía del lugar  y sus honrados lugareños… Fue el arribo  la aldea de un personaje la mar de curioso; se autodenominaba doctor Dulcamara y, según sus asertos, era médico insigne, famoso en el mundo entro… Y parte del extranjero, no creáis… En realidad, se trataba de uno de tantos sacamuelas, liantes de oficio y profesión, dedicado a ganarse la vida embaucando a los pobres, rústicos aldeanos de acá, allá y acullá, vendiéndoles una medicina milagrosa, un “curalotodo” que, finalmente, no era más que vino dulce, eso sí, vendido a precio de oro, en pequeñas botellitas, 0,22 libras, unos 100 gramos… El sacamuelas encomiaba y encomiaba su medicina, que solucionaría todo tipo de males y enfermedades, presumiendo de ser famoso médico que había curado los males de todas las casas reales de Europa, e mundo, “y parte del extranjero”, naturalmente… Y los aldeanos, las aldeanas, escuchándole boquiabiertos, enterándose de que su excelente, milagrosa casi, medicina, lo curaba todo

Para empezar, cómo un septuagenario que ya ni con su alma podía, a la semana de  usar su medicina, era consuelo de más de una, más de dos viudas, que le hicieron abuelo de diez nietos…qué digo diez, de veinte, tras hacerle padre de siete u ocho hijos; y de sus propiedades curativas a qué hablar, pues solventaba desde el  dolor de muelas a la parálisis, desde el asma hasta la histeria, del raquitismo al mal de hígado… Todo, todo lo curaba… No había mal que se resistiera a su bien acreditada medicina, usada en todas las cortes reales del Universo entero… Y algún que otro sitio más. En todas partes, la gente se pegaba por conseguir uno solo de sus frasquitos de medicina, pagando oro a manos llenas, mas como él er desinteresado, benefactor de la  Humanidad y, sobre todo, de las gentes humildes, sencillas, como tan selecto auditorio, se lo vendería casi gratis… Dos, tres míseros escudos de nada… Y aquella gente ingenua, crédula, venga a comprar y comprar los frasquitos de la milagrosa “medicina”… Claro, que no todos, pues ya se  sabe también lo que suele así mismo pasar con tales gentes, que son un tanto partidarias de lo de santo Tomás: “Mientras no meta el dedo en la llaga, no me lo creo”… En fin, cosas de los aldeanos, brutos como un “arao” (arado), lo que los hace un tanto incrédulos… “Que lo prueben los demás y, según vea, lo compro o no lo compro”… ¡Qué se le va a hacer!... De todo tiene que haber en la viña del señor

Pero, por su parte, el bueno de Nemorino, no perdió comba de la florida disertación del “doctor”; tanto, que a su atribulado pensamiento le vino una idea un tanto “sui géneris”: Él había escuchado de labios de su amada y docta Giselle, una historia maravillosa; la de “Tristán e Isolda”… Vamos, algo clavadito a lo que él padecía; ese Tristán, era también un joven enamorado de la dama de sus sueños, la tal Isolda, que era con el Tristán, tan cruel como su Giselle era con él mismo; mas, hete aquí, que cualquiera sabe quién, una hada madrina o  alguien por el estilo, dio al joven galán un filtro de amor tan poderoso, que apenas el Tristán se lo metió “p’al” cuerpo, irradió de él un magnetismo que, al instante, hizo que la adusta Isolda cayera en sus brazos, muertecita de amor… Y el mancebo se dijo si tan ilustre médico no conocería la fórmula de semejante filtro mágico, que hiciera que su adorada Giselle cayera en sus brazos, como la Isolda cayó en los del Tristán.

Así que, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, fue en busca del “eximio médico”, preguntándole por tan maravillosa poción, y mire usted por donde, resultó que el notable “científico”, no sólo estaba en tal secreto, sino que era su especialidad… Vamos, que él mismo fue el que aleccionó, enseñó los misterios de la maravillosa y misteriosa fórmula al que le dio el bebedizo al tal Tristán… Que si no es por él, de qué consigue nunca el tal mancebo a su amada… Pero claro, le ponderó que el tal elixir era caro; más que caro, carísimo, pues las yerbas, plantas que debía recoger para su elaboración, los sortilegios mágicos, precisos para crearlo, eran muy difíciles de conseguir, por lo escasísimos que  eran… Y que no se creyera que con un par de traguitos de nada, aquello surtía los efectos requeridos, que necesitaría algo más de lo que las botellitas de su “maravillosa medicina” contenían, con lo que ya podía ir preparando su bolsa.

Nemorino, loco de remate ante la posibilidad de que, por fin, la bella Giselle correspondiera a sus anhelos, corrió a reunir cuanto poseía, hasta la última monea que pudo encontrar en su casa y todo inquieto, por si no era suficiente para conseguir tal prodigio, volvió donde el charlatán. Y, mire usted por dónde, resultó que eso era, precisamente, el precio exacto del “inconmensurable y mágico” filtro… Así que se quedó sin “blanca”, pero se hizo con una botellita del mágico elixir… Otra cosa de la que, en tal momento, el “médico” puso al corriente a Nemorino,  fue de que la mágica poción hasta un día después de consumida, no empezaba a surtir efectos… Y es que el liante de Dulcamara quería estar a bastantes leguas del lugar cuando el aldeano se percatara del timo de que había sido objeto… Porque esos rústicos, puestos de “mal yogurt” podían ser mortales… ¡Si lo sabría él!  

El muchacho partió de la plaza loco de contento por la inmensa “suerte” que había tenido al lograr tan prodigioso “tesoro”, y el mendaz sacamuelas, con todas sus monedas en la bolsa, y diciéndose para sus adentros, mientras se partía de risa

    ¡He visto bobos, idiotas, en mi vida, pero como éste, ninguno!… ¡Ja, ja, ja!

“Sic transit gloria mundi”, que decían los romanos, esos señores tan sesudos, que decían esas cosas que no hay intelectual que no las cite en sus parlamentos, y yo, Haníbal Barca, autor de estas líneas, buen botón de muestra soy de tal aserto

Y allí quedó, en medio de la plazuela, ante la casa y terraza de la bella Giselle, el bueno, inocente, de Nemorino, con su botella de “mágico” elixir, al final, vino dulce de Burdeos, sólo que más subidito en grados que la “medicina” milagrosa del timador de Dulcamara. La miraba y la miraba, y no acababa de creerse que la tuviera en sus manos… ¡Oh mágica suerte la suya, poseer tal tesoro!…  para él solo… Pensaba, estaba convencido, que para cuando el nuevo día amaneciera, la dueña de sus pensamientos, sus deseos, sus anhelos, estaría rendida a él, toda ella amorosa entre sus brazos… Que sus labios, sus caricias, serían, al fin, suyos, de él y de nadie más… Suya, ella, de por vida…hasta que la muerte los separara… Y empezó a beber de la “maravillosa” poción, traguito corto a traguito corto, como el “doctor” le dijera que hiciera, pero sin parar, sin darse un respiro, trago tras trago, tras trago…

Y se dijo que aquello debía ser de alto efecto, pues él mismo empezaba a sentirse distinto, diferente, con ese calorcillo tan agradable que notaba en el estómago, esa especie de fuerza nueva, desconocida hasta entonces por él, que fluía, incontenible, por sus venas, tonificándolas… Calentándolas… Y esa alegría, ese grato bienestar que, lentamente, se iba apoderando de él… ¡Diablos!... ¡Si hasta le estaba entrando algo de hambre!... Y es que Nemorino no estaba habituado a beber, y empezaba a hacerle efecto el alcohólico brebaje ingerido… Pero también pasó que Giselle, en tal momento, salió de su casa a hacer diversas cosas a su puerta… Y le vio… Y se maravilló de encontrarle tan alegre, él siempre tan melancólico, tan casi triste

    ¡Oh Dios!... ¿Y quién es ese loco?... Juraría que el tonto de Nemorino… Pero no es posible… ¡Él siempre está triste, melancólico, y este loco está alegre…muy, muy alegre!... ¡Dios mío!…y ¿qué le pasará para mostrar semejante alegría?... Porque, desde luego es él, Nemorino

Y es que, el pobre Nemorino hasta había empezado a bailotear, sin ton ni son, ni al derecho ni al revés, haciendo una serie de tonterías que ya, ya… En fin, que la incipiente “melopea” que llevaba encima, empezaba también a mostrarse al exterior… En esto que, en una de tantas piruetas que le daba por hacer, la divisó a ella… Se quedó en suspenso, sin saber qué hacer “¡Diablo!... ¡Es ella!” se dijo; y prosiguió “Mejor, no acercarme… Ignorarla”… Y siguió haciendo el loco… Aunque, en realidad, hacía lo que era en ese momento: El beodo… “No debo molestarla ahora con mis suspiros”, se dijo seguidamente; “Mañana me adorará ese corazón esquivo… Mañana me querrá esa mujer, hoy tan cruel conmigo”… Y siguió a su “bola”… Y ella, también con sus pensamientos: “¡No me lo puedo creer!... ¡Ni me mira!... ¡Ni se digna mirarme!... ¡Cómo ha cambiado”!… Y Nemorino, bebe que te bebe, y haciendo más y más tonterías, que ya, hasta “eses”  hacía, mientras dale que te dale al canturreo sin sentido… Al bailoteo sin ritmo… De beodo… De borracho… Y ella, sin quitar  ojo al casi irreconocible mancebo, pendiente de él como si fuera el más ilustre actor de teatro… El más depurado cantante y bailarín… “No sé si finge o si, de verdad, está así de alegre”… Y él diciéndose para su coleto “Pues hasta ahora, amor no siente…claro, aún es pronto”… Y ella, erre que erre, en su extrañeza: “Quiere hacerse el indiferente… Sí; eso debe ser… Lo finge todo”… Y se rio a carcajadas mirándole… Y él, diciéndose: “Que se ría; ya llegará mañana”… Y ella, “Quiere librarse de sus cadenas… Pero ya sabrá cuánto pesan… Más, mucho más, de lo que se cree, más de lo que se piensa”

Pero, para la bella y caprichosa Giselle, Nemorino ya estaba pasándose de la raya con tanto querer ignorarla, tanto no querer mirarla… Y hasta ahí podían llegar  las cosas, que dejara de suspirar por ella, que olvidara su amor por ella…  ¡No señor!... ¡Eso, sí que no podía ser!... ¡Que uno de sus más fieles enamorados le volviera la espalda!... Lo dicho: Que hasta ahí podían llegar las cosas… Luego, decidió acabar con eso de raíz; en dos, puede que tres zancadas, se personó ante él, y le arreó todo un señor bofetón, para que se fuera enterando de lo que valía un peine

    ¿Se puede saber qué te pasa, mal nacido?... Y los sufrimientos de antes, ¿qué ha sido de ellos? ¿Dónde han ido a parar?

    He decidido olvidarlos… Olvidarte… ¿No me recomendabas eso?

    ¿Y el antiguo fuego?... Ese amor que decías tenerme…

    Se apagará dentro de poco… Para no reavivarse más… ¡Ingrata!

    ¿Ah sí?

    ¡Sí!

    Pues eso lo veremos

    Pues eso lo verás

    Estás tú muy seguro de ti mismo… Pero ya se verá quién es quién ríe el último…

    Exacto… Ya se verá…

Y se volvieron a alejar, ella haciendo como que hacía lo que venía haciendo, él a sus bailoteos, a sus tonterías… Pero los dos, con sus pensamientos a cuestas… “Sólo un día más, y mi corazón sanará”… “El muy tonto cree que se librará fácilmente de sus cadenas…las que le unen a mí”… “Que se ría de mí, de mis sentimientos, un día más”… “Pero notará que pesan, que pesan mucho…y no se librará de ellas; no; no se librará”… “Un solo día más, y me amará”… Y, de pronto, apareció el galante sargento Belcore; Giselle se transfiguró de alegría y Nemorino se hundió en su lóbrega sima de tristeza, de soledad…de celos…Terribles, tremendos, celos… El sargento venía como siempre, como era él, “sobrao”, seguro de sí mismo… Dominador, arrogante… Y se plantó ante la bella, sin siquiera mirar al desventurado Nemorino… Y ella, Giselle, dedicó al bizarro soldado la mejor de sus sonrisas… Para la infinita desdicha de Nemorino…

    Y bien, gentil sargento… ¿Os gusta la “plaza”? (Frase de doble sentido: La plaza de la aldea, la “plaza” sitiada, ella misma)

    Sí; es muy bella… Aunque no sé… Todavía no he tanteado bien sus “defensas”

    ¿No os parece que, pronto, podréis rendirla?

    ¡Ay!... Si lo quisiese Amor…

    ¡Oh, gallado, apuesto sargento!... Ya veréis… Pronto lo querrá…

    ¿Cuándo?... ¿Sería posible tal ventura?

Y Nemorino, rabiando al escucharlos… Al verla, tan casquivana, tan veleidosa… ¡Tan coqueta!...

    ¡Tiemblo, Señor, tiemblo!... ¡Dios de mi vida!… ¡Voy a morir!… A morir de pena…de desolación

Y el sargento, dale que te pego, enardecido, entusiasmado… Oliendo a… ¡Victoria!... ¡Victoria!...

    Dime, ángel mío… ¿Para cuándo la boda?... ¿Cuándo nos casamos?... ¿Cuándo me harás tan inmensamente feliz?

    ¡Ah!... ¡Prontísimo!...

Y Nemorino, que un dolor se le iba y otro se le venía… Aunque más correcto sería decir que se le venían encima, y enristrados, todos los dolores, los males, del Infierno

    ¡Me muero!... ¡Me muero!

Y el sargento, queriendo concretar más y  más su dicha

    Pero decidme, paloma mía… ¿Cuándo?... ¿Cuándo me haréis dichoso?

    Pues… ¡Dentro de seis días!... Antes no podremos… Ya sabéis… Los papeles de la iglesia…

    ¡Qué alegría, Dios!... ¡Qué dicha más inmensa!

    ¡Qué dolor Señor; qué dolor más espantoso! (que decía, para sí, Nemorino)

Pero Giselle, sin perder de vista a Nemorino; eso sí, por el rabillo del ojo… Y, de pronto, lo inconcebible: Nemorino rompiendo en risotadas… Risotadas de beodo… De borracho

    Ja, ja, ja…

    Pero… ¿De qué se ríe este memo),

Que dijo el sargento… Y Giselle, toda nerviosa, casi  subiéndose por las paredes, ante tamaña risa… ¡Lo que le faltaba, por si de antes no estuviere suficientemente “caliente” con el desgraciado del Nemorino!… Que ya le valía, ya… ¡Y la “pastelera” madre que le “trujo”!

    ¡Señor imbécil!... O se “larga” de aquí al instante, o le muelo a palos… ¿Me ha oído?

Que dijo el sargento Belcore, hecho una furia, arrojándose, es un decir, sobre Nemorino… Y la bella, cada vez más anonadada… Cada vez entendiendo menos a… “Será posible que se alegre de que me case con otro… ¡Desgraciado!… ¡Más que desgraciado!... ¡Hijo de mala madre!... No puedo disimular la rabia que me da su actitud…su rastrera actitud”… Y el sargento Belcore, ya, casi a palos con el pobre Nemorino, que huye de él como el diablo de la cruz… Mas, de repente, una mujer llega con noticias

    ¡Seños sargento, señor sargento!... Os buscan; os buscan con prisas… Muchas prisas

Y, al instante, dos o tres soldados que se presentan a su sargento, cuadrándose ante él

    ¡Mi sargento…mi sargento!... Una orden; una orden para usted

El sargento toma en sus manos el documento que el soldado le alarga… ¡Maldición!... ¡Orden de traslado!... A la mismísima mañana siguiente, debe partir con su destacamento a un nuevo destino… ¡Maldita suerte la suya!… Entonces, cuando estaba a un paso de matrimoniarse con la bella Giselle, le ordenan partir de allí… ¡”Dura militia…sed militia”!… (Parafraseado el latino “Dura lex; sed lex”; “la Ley es dura, pero es la Ley”) Belcore, como buen soldado, cumplidor y disciplinado, ordenó a su gente estar preparados para, a la amanecida, abandonar el lugar, rumbo a donde el mando tuviere a bien enviarles… Sin rechistar…sin poner nada en cuestión… Pero acongojado por tener que alejarse de Giselle, de la que se había enamorado volcánicamente… Claro, que esto tampoco significaba que el sargento fuera muy firme, muy constante, en su amor; esa era su, digamos, “marca de fábrica”: Inflamarse hasta la intemerata tan pronto sus ojos se posaban en una hembra de las de “toma pan y moja”, para a nada de tiempo, hasta que la próxima nena en “estado de merecer”, a su juicio, se le pusiera “a tiro” de sus ojos… Pero mientras le durara la “tontería”, más enamorado, ni Dios, en todo el Universo… Así que, todo compungido, hecho una verdadera “caca” de hombre, se fue a su, por entonces, adorada

    Ya…ya habéis oído… Debo marchar… Sin remedio… Y mañana; bien de mañana, además… No sé… Ni sé qué deciros… Recordad, al menos, que os amo…

A todo esto, Nemorino, de risotada en risotada, soltando unas palabras que, para nadie, tenían sentido

    Sí, sí… Mañana… Mañana te lo diré… Mañana me lo dirás

Y Giselle, de verle en tal guisa, más y más enrabietada

    No os preocupéis, mi querido sargento… Os seré fiel… Cumpliré mi palabra… Os esperaré hasta que podáis venir para casarnos…

    Y digo… Si estáis dispuesta a mantener vuestra palabra… ¿Por qué no adelantamos la boda?... ¿Por qué, no nos casamos antes? ¡Hoy mismo, paloma mía!... ¡Hoy mismo!...

Nemorino oyó ese “Hoy mismo”… ¡HOY!... ¡HOY!... ¡HOY!... Y toda esa alegría, todo ese estado de euforia, inexplicable para Giselle, desapareció… De nuevo su rostro se demudó… Tembló, casi se cayó, rodando por el suelo.

    ¿Hoy?... –se dijo Giselle; y  siguió pensando, diciéndose para sí, mientras miraba al doncel –¡Dios; Nemorino se turba!… Ya no se ríe… Ja, ja, ja… ¡Sufre; por fin, sufre!–

Y, volviéndose al sargento, en voz bien alta, repuso

    ¡Sea!... ¡Casémonos, pues, hoy mismo!...

Y Nemorino, ya no podía resistir aquello…

    ¡Dios mío, socorredme!... ¡Hoy; hoy mismo, se casa!… ¡Se casa…se casa!… ¡Señor, señor!... ¡Socorredme…socorredme!... ¡Moriré…moriré de dolor…moriré de angustia!... Si la pierdo…si se casa… ¡No podré soportarlo!... ¡Moriré; moriré, sin remedio!... ¡Yo mismo, me mataré!...

Y, desesperado, se fue a ella

    ¿Hoy, Giselle?... ¿Dices que hoy…que hoy te casas?

    Y, ¿po qué no?

    ¡Espera!

    ¿Y por qué voy a esperar?

    Hasta mañana, al menos…

Pero, claro, a tamaña intromisión a su entendimiento con su querida Giselle, también el sargento Belcore tenía que decir algo… Y lo hizo a cajas destempladas…Empujando, sin contemplaciones, a Nemorino… A aquél ser que, sin saber bien por qué, le resultaba bastante más que antipático… Que, realmente, más odiaba que detestaba

    Y tú, sabandija, ¿a qué te entrometes?

Empujó bastante más contundentemente a Nemorino, hasta hacerle rodar por el suelo… Pero éste, parecía no enterarse de eso… No importarle nada que no fuera su más que amada Giselle

    ¡Espera a mañana!… ¡Por favor…por favor, te lo pido!… Espera a mañana… A mañana, por lo menos…

Y Giselle, viéndole así, por el suelo, arrodillado ante ella, suplicándole, no supo bien qué hacer… Le volvió la espalda, pensativa… Y él, sin levantarse, manteniéndose en el suelo, medio arrodillado, siguió suplicándole mucho, muchísimo más, que pidiéndole…

    Créeme, Giselle; te lo suplico… No puedes casarte con él… Lo sé…lo sé; te lo aseguro… Espera, por lo menos, a mañana… Si no lo haces, si te casas hoy, mañana lo lamentarías… Lo lamentarías mucho… ¡Lo sé…lo sé, que sería así!...

Y, de nuevo, el sargento

    Da gracias a que o estás loco, o te has emborrachado… Si no fuera así, no tendría piedad de ti… Te habría matado ya, por insolente… Luego, no tientes más tu suerte, y lárgate… ¡Desaparece de aquí!... ¡Venga…al instante!...

Por fin, Giselle medió entre los dos, aunque lo correcto sería decir que protegió a Nemorino, al quitarle al “Fierabrás” de encima (Fierabrás: Personaje de “La Chansón du Fierabrás”, siglo XII, de los más famosos “Libros de Caballería”, de lengua francesa. Caballero musulmán, de gran estatura y fiereza, que, convertido al cristianismo, sirve al rey franco Carlomagno)

    Dejadle; es un pobre muchacho, medio loco…

Dijo la bella al furioso militar, que, efectivamente, le dejó en paz… Pero eso no valió para que pospusiera sus planes de boda para ese mismo día, pues, de corrido, propuso a su “novio” ir a avisar la cura y al notario, al lugar más próximo, un pueblo más grande que la aldea, pues allí ninguna de ambos ministerios había; partieron, aunque, antes de salir de la plaza, ella invitara a toda la gente de la aldea a celebrar su boda

    ¡Que traigan vino y viandas para todos!… Todos estáis invitados a compartir mi dicha

Y los gritos de ¡Vivaaa!... ¡Vivaaann losss nooviooosss!, atronaron el espacio, para desdicha del pobre Nemorino; los “novios” abandonaron el lugar, y Nemorino también, a vagar por aquí, por allá, llorando su desgracia

La fiesta comenzó. Entre música, danzas, vino a granel y comida más que en abundancia… La plaza de la aldea, ante la casa de Giselle, se llenó de gente que cubría las mesas que, para tal evento, los ciados de la casa de la novia, plantaran allí, a fin de que todos los invitados pudieran sentarse a comer y beber, cómodamente… Hasta el “afamado doctor” Dulcamara estaba presente, especialmente invitado por la pareja… Ellos llegaron, ocuparon su sitio en la mesa principal, a la que sentaron al “docto” Dulcamara, que comió y bebió para no ya una semana, sino, casi, casi, para  todo un mes… Todo era allá jolgorio, música, bailes, vino, comida… La gente, y el sargento, en especial, eran felices… Reían, brindaban a la salud de los “novios”, para que los placeres del amor les duraran toda la vida… Pero Giselle, no era feliz… No se encontraba a gusto… Le faltaba Nemorino… Se decía

    Sin él aquí, nada de esto merece la pena… Mi venganza no será completa mientras él no lo vea… Quiero que esté aquí para sufra… Sufra, viéndome reír… Viéndome dichosa… Viendo cómo me caso con Belcore… Mientras tanto, no seré dichosa…no seré feliz… ¡Tiene que venir!… ¡Tiene que venir!... ¡Tengo, quiero, verle sufrir!... ¡Ver cómo sufre…cómo se desespera cuando me case con Belcore!…

Llegó el notario, el cura, al llegar… Pero, de Nemorino, ni rastro… Como si se lo hubiera tragado a tierra… Y Giselle, ansiosa, nerviosa, desasosegada… Subiéndose por las paredes… La concurrencia abandonó la plaza para trasladarse a la casa de ella, Giselle, donde se firmarían las capitulaciones de boda… El contrato matrimonial, para que la boda surtiera su efecto a efectos civiles, no sólo eclesiásticos… Y la plaza quedó desierta… Desierta, a excepción del insigne doctor Dulcamara, as de todos los granujas de todo el universo mundo, interesado sólo en comer y beber a “troche y moche”… Y entonces, fue cuando, precisamente, apareció por allí Nemorino… Parecía un fantasma… Un espectro de ultratumba… Le había visto, al notario, y comprendió que su desventura ya no tenía remedio… Ella se casaría, sí, sin duda alguna ya, con aquél odiado, aborrecido hombre, que era el sargento… “¡Maldita suerte la mía!”, se decía ara sí mismo… Y entonces le vio; vio al hombre que, seguro estaba, podría aún solucionar se desgracia… El “gran hombre”, el “preclaro médico”… La “máxima lumbrera de la ciencia médica”… De los más ocultos, ignotos, filtros de amor… Lo más “excelso”, del planeta Tierra, el “sin par”, “doctor” Dulcamara… Y se fue, esperanzado y lloroso, a él, a Dulcamara… Se postró de hinojos ante aquél Hipócrates redivivo, suplicándole

    ¡Necesito, urgente, un remedio!… ¡Un remedio a mis males de amor!... O moriré hoy mismo , sin remedio

Cuando Dulcamara le vio acercarse, se dijo para su coleto, “¡Ya está aquí el más grande bobo, idiota, de toda la tierra!… Pero, puede, que me llene la bolsa, bien llena”… Y, en voz alta, recibiendo aljoven

 

    ¿Qué os ocurre, mi joven y gentil amigo?

    Estoy desesperado, mi insigne amigo, médico de mundial conocimiento y fama… ¡La pierdo;  la pierdo, irremisiblemente!... Se casa; se casa hoy… Y la perderé; la perderé para siempre

    ¡Ah!... No me digáis que la dama de vuestros sueños es…

    Sí, micer Dulcamara… Giselle; la gentil Giselle… Ella misma es… Mi vivir y mi morir… Mi  Cielo y mi Infierno… Mi gozo y mi desgracia…

    ¡Oh!... Pues sí; sí que lo tenéis complicado… Aunque, en verdad, bien podría seros útil en tal trance…  Mi elixir, mi filtro de amor, podría solucionaros vuestra tribulación… Pero, claro, a sus justas cantidades… Una, dos botellas más, y vuestra dama, será, de verdad y para siempre, vuestra… Solo vuestra, hasta que os llegue la postrera hora… Pero, este brebaje, ya os lo dije, es caro; muy, muy caro… Antes, la botella que os vendí, os la puse muy, muy barata… Ya sabéis, mi mayor placer es ayudar a gentes sencillas y buenas como vos… Pero no puedo seguir regalándoos mi ciencia…. También debo mirar por mí… ¿Qué sería de mí, si todo lo regalara?... Acabaría pidiendo limosna… ¿Lo comprendéis, verdad?

El bueno de Nemorino, no  entendía nada, no comprendía nada; nada que no fuera que, a su querida, su idolatrada Giselle, la perdía…la perdía irremisiblemente, pues no tenía nada; paro, lo que se dice, nada, nada, nada… Ni un mísero cobre… Y, por sentado lo daba, el remedio a sus males, valdría mucho…pero que mucho dinero… Lo menos, lo menos un maravedí… Todo un tesoro, una fortuna, para él… En su vida, lograría reunir tal dineral…

    Decidme, mi queridísimo amigo… ¿De cuánto disponéis?... ¿Alguna dobla de oro?... ¿Abundantes ducados de plata?

¡Señor, Señor!... Pero, ¿qué decía ese hombre?... ¿Había en el mundo tanto dinero?... ¡No podía ser!… ¡No podía ser!... ¡Muerto; muerto estaba!... “In remisionem”… “Mortus est qui non respirat; et qui la pata estirat”, que se diría en latín macarrónico y de cocina, de cura de “misa y olla”…

    Pues…pues… no; ni de lo uno ni de lo otro… No tengo nada… Nada, nada, nada… Os lo di todo, todo cuánto poseía por la primera botella que me disteis…

    ¡Ay, mi amigo!... Y cuánto; cuantísimo lo siento (y, de verdad, lo sentía… ¡Adiós monedas que contaba con “sacar” al incauto, al memo, de Nemorino!) Sí; lo siento mucho; ¡muchísimo! (Y, en verdad, hasta casi lágrimas derramaba; lágrimas, por las moneditas de su alma, que… ¡Volaverunt, volaverunt, volaverunt!)… (Volaverunt: En latín, volaron)… Yo quería, deseaba, muy de corazón, poderos servir; ayudaros a lograr vuestros nobles, legítimos, anhelos… Pero no va a poder ser… No sabéis, la pena tan enorme que llevo en el corazón

Verdad evangélica era lo de la pena en el corazón…y en el alma, del sinvergüenza de Dulcamara, que los “monesis”, son los “monesis”, lo mismo ahora que cuando Carolo III (2) jugaba al aro  Pero pensó, que eso era lo suyo, pensar, maquinar a toda máquina, cuando venteaba dinero en su cercanía, que tal maravilla, posiblemente, aún podía arreglarse… Que a bobos, mentecatos como el Nemorino, no todos los días se tienen a tiro, y cuando la liebre salta, hay que andar ligero para cazarla… Sí; eso, tal vez tuviera éxito…

    Oídme, querido amigo… ¿De verdad, estaríais dispuesto a lo que sea por lograr mi filtro amoroso?

    ¡A lo que sea, sí, señor doctor!... A lo que sea… ¡A morir, incluso, tras una sola noche entre sus brazos!

    Pues… Si tan resuelto estáis…de verdad… Puede que encontremos la manera de conseguir… Bueno, en lo mínimo que puedo venderos tan poderoso brebaje… Escuchadme atentamente, por favor… Como ya seguro sabréis, nuestro rey y señor está en guerra con los enemigos del reino… (Nemorino, de tal noticia, ni “flowers”, como ahora se dice, pero, con la mayor firmeza, asintió meneando la cabeza, igual que un asno) Pues bien; lo que no sé si sabréis, es que se están reclutando soldados para la guerra… Se puede ganar una buena soldada… Y una prima de reclutamiento, en mano… No sé exactamente cuánto, pero creo que por ese dinero, podré venderos mi pócima… ¿Qué opináis?

    Pues, que estaría dispuesto, pero… ¿Dónde me apunto?... ¿Dónde me pagan?... ¡Lo necesito hoy…ahora mismo, no dentro de unos días!

    Pues, casualmente, lo tenéis aquí; al alcance de la mano… En minutos, podéis firmar el contrato con el Ejército, y cobrar el dinero… Lo tenéis, justamente, enfrente, el sargento Belcore; seguro, que podrá reclutaros y  pagaros, al instante, lo del reclutamiento… ¿Qué decís?...

    ¡Que ahora mismo subo a buscarlo!… Y, que Dios os bendiga por tan gran noticia

Y, si el pobre Nemorino se descuida, hasta besa al farsante, de lo agradecido que le quedó. Y, sin perder, no ya un minuto, sino que ni un segundo, se dirigió, despendolado, a las escaleras que ascendían a la terraza de la casa de su amada Giselle; pero no hizo falta que las subiera, pues cuando llegaba al primer peldaño, apareció el sargento en todo lo alto, en la terraza, mirando displicente hacia la plaza. Y Nemorino, le llamó la atención

    Señor sargento; por favor, ¿podría usted bajar hasta aquí?... Tengo algo importante que decirle.

El sargento Belcore le miró, no ya displicente,  sino que con marcado desprecio

    ¿Y qué tienes tú que decirme, jovenzuelo osado; deslenguado y entrometido?

    Es…es algo importante… Se lo aseguro… ¿Es cierto que se buscan voluntarios para la guerra?

El sargento cambió el “chip” con que le miraba, pasando a ser marcadamente interesado

    Pues sí; claro que es verdad

    Y…  Y, ¿es cierto que pagan a quién se presente…y en el acto?

    Pues también es verdad; cuatro maravedíes de plata, exactamente…

    Y… ¿Se cobran, de verdad, al momento?

    Pues claro que también es verdad… Pero…pero ¿a qué viene tanta pregunta…tanto interés por estas cosas?... ¡No pensarás presentarte voluntario!

    Pues… ¿Sabe?... Tal vez sí; tal vez no… Si me presentara, ¿me pagaría usted, de verdad, y al momento esos cuatro maravedíes?

Aquí, la atención del sargento era ya franco interés en el asunto; que presentara el “fichaje” de un voluntario a jugarse la pelleja en la guerra, a su palmarés militar, le vendría bastante bien. Así que, interesado en la cosa, empezó a bajar las escaleras, con un talante bien distinto al que tuviera cuando el muchacho llamara su atención. Llegó abajo y, con la mayor benevolencia del mundo, tomó al joven por un brazo

    De manera, que no eres el “gallina” que pensaba eras; que estás dispuesto a combatir por nuestro rey y señor; ¿no es así?

    Si me dais los cuatro maravedíes de plata, desde luego que sí

    Indudablemente que te los doy… Mira; aquí mismo los tengo…

Y del bolsillo del pantalón sacó un saquito, una bolsita, en la que tintineaban las monedas al moverla

    Y, ¿qué tengo que hacer para que usted me de ese dinero?

    Pues nada más fácil

Y el sargento, llevándose la mano a la pechera de la casaca del uniforme, sacó un papel, un documento doblado en cuatro caras; lo desplegó, lo alisó en la espalda del muchacho, y se lo enseñó

    Pues, simplemente, firmar aquí

Y le señaló un espacio en blanco al final del papel

    No… No sé escribir… No sé firmar… ¿Pasa algo por eso?

    ¡Qué va!; nada de nada, mi animoso joven; si no sabes firmar, estampas aquí una cruz… Y el dinero es tuyo.

Y Nemorino, apoyándose en la espalda del sargento, marcó su cruz, l cruz que le ligaba al Ejército, para hacer la guerra, hasta que ésta terminara… Dos años, cinco, diez… Los que fueran. Se miraron los dos; el sargento, adelantó la mano para tomar el papel, de las manos del joven, y Nemorino, alargó la suya, atrapando la bolsita con las cuatro monedas; pero, ni él soltaba el papel, ni Belcore la bolsa; volvieron a mirarse y, como si tuvieran poderes telepáticos, se pusieron de acuerdo en la forma de hacer el canje: A un tiempo, el sargento soltó la bolsa, que quedó en las manos del joven, y Nemorino, el papel, del que, al momento, se apoderó el sargento… Y… ¡”Tutti contenti”!...

Entonces, el sargento, orgulloso de sí mismo por lo conseguido y así, deseoso de vocearlo, de pavonearse ante propios y extraños por su “éxito”; y, que todo hay que decirlo, también interesado en que el bravo muchacho, Nemorino, recibiera el reconocimiento de sus paisanos por la bravura de su gesto, alistándose para servir, en la guerra, a suu rey y señor, y a su país; en fin, que, sin perder “comba” ni un solo instante, corrió a la casa de su “novia” para hacer conocedores a toda la aldea de ambas “grandes noticias”… Así que, tan pronto estuvo arriba, en la casa, entre tanta y tanta buena gente, los paisanos de Nemorino, soltó lo  de su reclutamiento y que, en breve, desde el mismísimo día siguiente, partiría de la aldea, rumbo a su primer cuartel, y de allí, a las líneas de combate

Cuando Giselle escuchó a su “novio”, el alma se le fue a los pies; algo importante, muy, muy dentro de sí misma, acababa de rompérsele… Era como si una daga, una espada, le acabara de atravesar el pecho, partiéndole, rompiéndole, el corazón…

    ¿Pero, pero qué decís, Belcore?... ¿Que Nemorino?…

Y el sargento, más orgulloso d sí mismo que un pavo real, siguió pavoneándose ante su “paloma” a todo pavonear

    SÍ, palomita, sí… ¡Alistado en el Ejército dispuesto, ansioso, por defender a su rey, al rey nuestro señor, de sus ancestrales enemigos!… Es un valiente… Un bravo zagal…

Pero, para entonces, Giselle ya no le escuchaba, sino que volaba, escaleras abajo, a la plaza… Miró a su alrededor, y vio, primero al “doctor”, en el mismo sitio donde le dejara, sentado a la mesa y bebiendo y comiendo que te beberás, que te comerás… Por fin, también vio a su Nemorino… AA un lado, a su izquierda… Entre sentado y tirado por el suelo, con una botella en su mano, de la que apenas si dejaba de darle lingotazo tras lingotazo, y otra tirada, abandonada, totalmente vacía, por el santo suelo… Y una extraña sonrisa en su rostro… La sonrisa más tonta, más idiota, que en su vida viera… Canturreando un soniquete ininteligible, aunque también diciendo, con voz tremendamente estropajosa

    ¡Hoy; hoy será el gran día!... ¡Hoy, ella me querrá!... Nooo… nooo… see caasaráá coon eeseee hoombree…eeseee…saargeentooo…Beelcooreee

Y es que Nemorino llevaba un “trancazo” encima que “pa” qué las prisas, tras pimplarse botella y media de buen vino dulce de Burdeos… Amén de la de antes. Giselle estaba desolada… Rota…

    ¡Tonta!... ¡Qué tonta, qué idiota, he sido, Dios mío!... ¡Lo tenía…lo tenía todo!... Su amor…su inmenso amor… Y yo, tonta, idiota… ¡Caprichosa!… No me di cuanta…no le di importancia… Quise divertirme… Divertirme a su costa… ¡Cuánto; cuánto daño le he hecho!... A él; al único hombre que, en mi vida, he amado…amo de verdad…

Se volvió a Dulcamara, ansiosa de noticias

    ¿Qué ha pasado, estimado doctor?... ¿Por qué ha hecho esto Nemorino?… ¿Lo sabéis vos?

    ¡Ah!... Mi querida señora… ¡El amor, mi cara señora…el amor! El infeliz está locamente enamorado de una mujer…una dama, que hoy, precisamente hoy, se a casará con otro… Y al zagal se le ocurrió una idea, tal vez un tanto peregrina, para evitar tal boda que sería el fin de sus sueños de amor. Pero, para llevar a cabo tan curiosa idea, desde luego, es genial, de éxito seguro, necesitaba dinero… Maravedíes de los que carecía… Así que, para lograrlos, vendió su libertad…se alistó en el Ejército…para ir a la guerra…

Dulcamara era un sinvergüenza de tomo y lomo, un timador nato, pero listo como el hambre; tenía “gramática parda” para parar, no ya siete, sino setenta trenes. La aguda sicología adquirida al cabo de años y años de engañar, embaucar a esas mismas pobres gentes, le decía que esa mujer, Giselle, estaba enamorada del Nemorino como una burra, y que, finalmente, sería con él con quién se casaría, y no con el presuntuoso sargento Belcore, pero un “empujoncito” para asegurarse del hecho, tampoco estaba de más… Por eso, le dijo a la bella lo que le dijo, para acabar de rematar el asunto… Luego, cuando toda la aldea se quedara boquiabierta, viendo cómo el sargento se quedaba compuesto y sin novia en beneficio de Nemorino, ya se encargaría él de propalar que, si tal se dio, fue por su elixir milagroso, el más potente “Filtro de amor” jamás conocido, que él proporcionó al venturoso joven… Así que, el brebaje,… ¡Se lo quitarían de las manos!...

Y no cayó en “saco roto” el parlamento de Dulcamara, pues la muchacha salió, a toda máquina, hacia su casa, a las escaleras que subían a su terraza; llegó arriba y, como torbellino, entró en la sala donde estaba casi toda la gente que invadiera la casa cuando subieron a firmas las capitulaciones de boda, la aldea entera, podría decirse… Y, sin más ni más, se enfrentó al sargento Belcore

    Mi señor sargento Belcore… Entregadme el papel que os firmó Nemorino… ¡Os lo compro!... ¿Cuánto le pagasteis?... Os doy el doble…

    Pero, palomita; ¿qué puede interesaros a vos lo que con ese valiente suceda?

    Me importa mucho, señor sargento… ¡Vendédmelo, por Dios os lo pido!...

Belcore se rascó la cabeza, se atusó el bigote, puso cara de circunstancias

    Le di cuatro maravedíes de plata

    Os doy ocho, diez… Pero vendédmelo… Os lo suplico, sargento

Y el sargento se avino a liberar a Nemorino por esos diez maravedíes de plata… Que muy sargento sería, muy bizarro, muy guerrero, muy militar… Pero, como dicen “els catalans”… O, cuando menos, decían, “la “pela” es la pela”… O, eso otro tan bonito, también solían decir… “Pessetes son pessetes i el demés, punyetes”… Pero ahí no quedaron las querencias de Giselle, sino que también le pidió el contrato de esponsales que acababa de firmarle… Aquí el bueno del sargento sí que se quedó un tanto a cuadros

    ¿Es que ya no queréis casaros conmigo, mi palomita torcaz?

    No, mi estimado Belcore; no deseo casarme con vos… Amo a otro hombre… A Nemorino… Y es con él con quién deseo casarme… Lo siento, mi querido amigo… Lo siento mucho… Perdonadme, por favor…

Belcore se quedó un momento como con la boca abierta, pero enseguida se rehízo… Se encogió de hombros y soltó un significativo

    Bueno… No pasa nada… ¡El mar está plagado de peces!

Sacó de la pechera del uniforme el contrato que ella le firmara; se lo quedó mirando un segundo, para enseguida romperlo, y darle a Giselle los trozos. Le hizo una cortés reverencia y, con la cabeza alta, apuesto, arrogante, al frente de cuantos soldados estaban allí, salió de la estancia, de la casa y de la aldea para nunca más volver… La boda de Giselle y Nemorino aquella tarde no pudo ser, pues el galán estaba borracho como una cuba, y en tal estado ni el escribano ni el sacerdote, que llegó a nada de marcharse el bueno de Belcore, quisieron dar por buenos ni la firma del contrato, ni el  “Sí” ante el altar del muchacho, por lo que fue el siguiente día el de la plena felicidad de la pareja, con su boda, el banquete de bodas… Y la tarde y noche nupciales, cuando la pareja, por fin, consumó su unión, “per in saecula, saeculorum; amén”

¿Y qué pasó con el trapisondista de Dulcamara?... Pues que no se sabe muy bien cómo ni por qué o por quién, aquella misma tarde de autos de la no boda Giselle-sargento Belcore, empezó a propagarse por toda la aldea la especie de que todo lo que había sucedido, ese repentino cambio en la actitud de la bella Giselle, ese en minutos, mudar su amor del bizarro sargento, al gallardo Nemorino, era por un maravilloso, sin par, filtro de amor que el “doctor” Dulcamara dio a Nemorino, con el resultado que a la vista de todos estaba… Lo de la “impar” borrachera de Nemorino, ni se comentó, pero sí, y mucho, lo del divino “filtro amoroso”… En fin, que el “insigne doctor” tuvo que hasta hacer horas extra, “a destajo”, para “elaborar”, embotellar el buen vino de Burdeos, la nunca vista cantidad del maravilloso “filtro” que el gran caradura “colocó” en la aldea

Y, remedando el típico final de los cuentos, pues esto no es más que eso, un cuento, sólo me resta añadir que fueron felices y a saber si comieron perdices, o, a lo mejor, pollos, gallinas, conejos…

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