Veo tu cuerpo recostado. Tu cara. Mi mano acariciando tu vientre. Mis labios que se acercan y besan tu pecho. Oigo tu sonrisa y me acomodo más cerca. Siento tu suavidad. Llevo mi oído a tu corazón. Escucho tus latidos. Mi mano baja por tu cintura. Los latidos se aceleran. Mi otra mano recorre tu espalda, cada centímetro. Cierro los ojos. Escucho tus suspiros. Mi boca comienza a trepar por tu cuello. Mi lengua te moja de sensaciones. Mis dedos empiezan a jugar. Llevás tus manos a mis hombros. Estás tensa. Se te escapa un gemido. Luego otro más. Beso tus mejillas. Muy suavemente. Corrés tu cara y nuestros labios se encuentran. Abro los ojos. Los clavo en los tuyos. Están cerrados. Tus párpados tiemblan. Los abrís. Nos vemos y un fuego nos envuelve. Mi mano gira y te robo una contracción. La siento hasta en tu espalda. Apuro los movimientos y tu cuerpo se convulsiona. Arañás mis hombros. Siento dolor. Pero no me molesta. Es tu placer. Ahogo mis quejidos y continúo. El dolor se hace más fuerte. Hasta que percibo el final. Tus manos en mis hombros se aflojan. Soltás el aire contenido. Respirás normalmente. Mirás el techo. Estás complacida. Y entonces, de repente, colocás tu cuerpo encima del mío. Es que te sentís en deuda. Y comenzás...