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Una misión con campanas de boda

Odio las bodas! Siempre las he odiado. Me parecen un evento hipócrita y hortera. Pero como la mayoría de vosotros no puedo escapar de ellas. La invitación color vainilla cargada de lazos y corazones presagiaba que está iba a ser especialmente aburrida y encima ni siquiera conocía personalmente a ninguno de los pobres imbéciles que se iban a casar. La madre de la novia era una de las mejores clientas de mi empresa y el cerdo de mi jefe, un gordo apestoso que siempre encontraba una excusa para mirarme el culo, me mandaba como representación para llevar su regalo y hacerles la pelota a aquel puñado de ricachos anodinos y estúpidos.

Como veis mi humor no era especialmente bueno. Por si esto fuera poco la boda era poco menos que una boda gitana... todo un fin de semana en una mansión alquilada de la Bretaña con una sucesión interminable de eventos. Cóctel, almuerzo, tarde de golf, cena, baile y al día siguiente el puñetero enlace.

Por supuesto que los gastos corrían a cargo de la empresa pero me había visto obligada a gastarme una cantidad ridícula de pasta en, no uno, sino tres modelitos para dar la talla! Me hervía la sangre al pensar el delicioso corpiño de seda que hubiese podido adquirir con semejante cantidad, la colección de juguetes, las finas fustas de cuero...

Llegué puntual al cóctel de bienvenida, joder, aquello parecía Ascot. Docenas de mujeres competían bajo los lujosos toldos color perla enfundadas en vestidos multicolor y con absurdos sombreros. Mi intención no era destacar, me puse un sencillo vestido corto en azul petroleo, ajustado al pecho con escote barco y un ligero vuelo. Era elegante y sutil al igual que la pamela de un tono camel a juego con los zapatos y el bolsito. Nadie podía sospechar que bajo aquel vestido no llevaba bragas y que en mi interior vibraba un huevo con control remoto que mi Amo me había regalado para hacerme más llevadera aquella tortura.

Sé hacer bien mi trabajo y pronto muchos de los invitados me decían lo encantadora que era y lo elegante que estaba, me gustaba controlar sus reacciones, usar el halago comedido y una delicada humildad para hacer que se sintieran elogiados y felices hablando conmigo.

La novia era una joven bonita aunque sosa, con una sonrisa impertérrita en la boca pero con los ojos tristes. Se movía con estudiada elegancia y cronometraba las atenciones que le brindaba a cada uno según su estatus. Me dio cierta pena y no pude evitar imaginarla atada a la cruz del sótano de mi amo, con sus pezones que yo intuía pequeños y rosados adornados por unas pinzas metálicas. Su boca entreabierta, su rubio cabello cayendo en mechones sudorosos por su frente mientras su cuerpo se convulsionaba con el látigo y su sexo chorreaba sobre el suelo.

El novio era el típico subnormal que se las da de galán de cine, posiblemente no era de tan buena familia como ella y había encontrado al fin su braguetazo. Su físico era realmente imponente, un morenazo de metro noventa, con un cuerpo fibroso, no excesivamente musculado pero bien esculpido y que encajaba como un guante en el carísimo traje gris. Poseía una mirada traviesa y ese rictus de media sonrisa que hace que las mujeres pierdan la cabeza pero su conversación era tan simple y predecible, tan estudiados sus gestos que solo podía pensar en taparle la cara con mi culo y obligarlo a darme placer oral hasta que tuviera la lengua hinchada.

El día pasó muy lentamente, conversaciones vacías y falsas sonrisas. Me quedé con la novia que a estas alturas ya me había adoptado en su grupito de "amigas" como si yo fuese una especie de descubrimiento exótico rescatado de entre la inmundicia. Me exhibía y me presentaba mientras yo hacía alarde de todo mi encanto. Me divertía susurrar a su oído confesiones inocentemente pícaras sobre uno u otro invitado y notar como toda su lujuria contenida se revolvía.

El día de la boda amaneció soleado y hermoso como si el dinero también pudiese sobornar a la climatología. Me enfurruñé inmediatamente, maldiciendo a Zeus y pensando en lo divertido que hubiese sido ver todas aquellas carpas y lazos arrasadas por una tormenta, con las mujeres cayendo de bruces sobre el barro al tratar de alcanzar sus exclusivos sombreros y los hombres arrastrándose por el lodo para ir a rescatarlas.

Antes de la ceremonia los invitados de la novia tomaríamos una botella de champagne a su salud en el hall de la mansión, solo para que la princesita recibiese sus aplausos al bajar la ancha escalera de mármol.

A pesar de no ser mi estilo he de reconocer que estaba espectacular, me había comprado un vestido de encaje color burdeos, largo hasta los pies y muy ajustado a mis curvas. El escote recto, muy recatado, dejaba la sorpresa en la parte posterior donde un escote en v amenazaba con llegar a mi culo dejando muy claro que aquellos pechos que se marcaban erguidos y redondos no necesitaban sujetador. Mientras esperábamos a la novia uno de los invitados, un primo de ella creo, comenzó a elogiarme y a coquetear conmigo. Poco me faltaba para poner los ojos en blanco y reírme en su cara cuando el móvil empezó a vibrar en mi bolsito, di un pequeño brinco, solo podía ser él, mi amo, mi señor, mi único dueño. Me disculpé azorada y me hice a un lado para poder hablar.

"Hola mi dueño, no sabes bien lo que me reconforta oír tu voz"

"Hola pequeña, ¿como estás?"

"¿Aparte de aburrida? pues siento decirte que deliciosa, te encantaría este vestido y quitármelo aún más" (mi tono se volvió más coqueto)

"jajjaja, así que la perrita tiene ganas de jugar conmigo, bien pequeña, juguemos, tengo una misión para hacer más interesante tu día"

"Una misión... ¿¿pero que??..."

"No te impacientes, ahora mismo te daré los detalle, ¿pero sabes que harás lo que yo te diga verdad? ¿O acaso la distancia te ha vuelto rebelde?"

"No señor, haré todo cuanto me ordenes, soy toda oídos..." Mi rostro fue reflejando una profunda sorpresa que pronto se tornó expresión de deseo, pasé la lengua por mi labio superior mientras notaba como mi sexo latía y se humedecía, solo él podía provocarme aquella sensación.

No tenía ni idea de como iba a llevar a cabo las ordenes recibidas, colgué el teléfono y regresé al centro de la sala con gesto meditabundo, el invitado garrapata se pegó a mi en milésimas de segundos y me preguntó obsequioso "¿Trabajo?" dibujé una sonrisa en mi cara y mirándole con cierto misterio susurré "placer, solo placer"

Eso bastó para alejar de mi al pesado de turno, que pareció entender que sus oportunidades eran nulas, mientras exprimía mi cerebro buscando el modo de hacer lo que debía. El destino vino a echarme un capote y ví a la madre de la novia atravesar el hall con un rictus de tensión mal disimulada en la cara, la abordé preguntándole si ocurría algo y si yo podía ayudar.

"Ohh dios no sé que hacer, mi hija está encerrada en su cuarto con una de sus oportunas crisis nerviosas, no para de llorar y se le van a hinchar los parpados. Lo único importante ahora es que el evento salga bien, ya tendrá años de matrimonio para llorar. ¿ Podrías tratar de hablar con ella? Creo que te admira y a ti puede que te escuche." "Claro, estaré encantada de tratar de ayudarla, no sé preocupe yo la haré ver lo afortunada que es..." "Gracias hija, eres un ángel"

Subí la escalera con una gran sonrisa, esto si que era un golpe de suerte. Toqué con los nudillos en la gran puerta de castaño. No hubo respuesta de modo que entré en la habitación cerrando la puerta tras de mi con el tiempo justo de esquivar el jarrón que volaba hacía mi cara y que se estrelló en la madera haciéndose añicos. "joder con la niñata" farfullé.

Estaba histérica,  las lagrimas corrían por sus mejillas y su pecho se convulsionaba embutido en una maraña de organza y seda blanca. "dejadme sola, no voy a salir, no lo haré" Gritaba descontrolada. Su mano alcanzó una figura de Lladró de la mesita así que antes de que me la pudiera estampar en la cabeza atravesé la habitación hasta ella y le crucé la cara con dos sonoras bofetadas. Su mano se relajó dejando caer la porcelana, sus ojos se abrieron de par en par y la cordura volvió poco a poco a su rostro desencajado. Se dejó caer en la cama, sentada de cualquier modo con su magnifico vestido y tapándose el rostro con las manos empezó a llorar más quedamente, y a contarme la típica historia de un noviazgo preparado por sus padres, un mozo de cuadras que se la follaba como nadie y bla bla bla...

La dejé hablar mientras desabrochaba los botones nacarados de su espalda, mientras le sacaba aquel merengue por la cabeza, mientras descubría el delicado corpiño de brocado que enfundaba su cuerpo,mientras rebuscaba en su armario el equipo de equitación que suponía que guardaba en el, mientras cogía los cordones dorados que sujetaban las cortinas y comenzaba a atarla a los pilares de la cama. Solo cuando su cuerpo estuvo abierto y tenso, solo cuando escuchó el palmoteo de su fusta de amazona en mi mano, volvió a la realidad y me miró extrañada...

"¿pero, pero que haces?"

Un primer fustazo entre sus muslos fue la respuesta. Empecé a azotar aquella suave piel con deleite, despacio, con un ritmo cadencioso que acompañaba mi discurso, un discurso que no había preparado pero que salía de lo más profundo de mi. Sus grititos de protesta pronto dejaron paso a otros más lúbricos.  No podía negar lo que su cuerpo me decía.

"Lo que hago es solo darte lo que necesitas, mi pequeña zorra malcriada. Eres una putita deliciosa encerrada en su jaula de oro, pero yo sé lo que pide tu naturaleza. Voy a domarte como a un potro joven, voy a enseñarte el placer de pertenecer a otro. Desearas arrastrarte y suplicar, desearas ser el suelo bajo mis pies..."

Su cuerpo se arqueaba al contacto del cuero, sus ojos cerrados, sus labios entreabiertos. Al fin podía ver lo que mi amo veía cuando era yo la que me entregaba y aquella escena me tenía empapada. Ella se derretía cada vez que la fusta encajaba un golpe certero en su sexo, cada vez que un latigazo impelía de vida a sus pezones haciéndolos vibrar. No era necesario preguntar lo que sentía, yo conocía bien aquella sensación, aquel escozor lancinante que dejaba paso al calor, ese calor que se extiende desde la zona castigada hacía el centro mismo del placer.

" observa las reacciones de tu cuerpo, mira como tu coño agradece cada golpe con una oleada de ese flujo que te empapa. Abandónate a mi y yo te guiaré, al fin serás libre, ya no tendrás que decidir, ya no tendrás que pensar, solo obedecer. Obedecer a mi voz que te transporta, obedecer a tu placer que ya me pertenece. Sabes que te conozco bien, sé lo que necesitas, conozco tus anhelos por que son los míos también  Aquí no hay apariencias ni mentiras, tan solo tu piel que me grita pidiéndome más... Dime perrita ¿serás mía?"

Mis palabras penetraban en ella mientras giraba en torno a la cama, depositando cada golpe en las zonas más sensibles de su anatomía, había sacado sus pechos del corpiño y aquellos pezones pequeños y rosados, tal y como yo los había imaginado, se bamboleaban al aire, enhiestos, suplicantes.

Me senté en la cama y comencé a masajearlos, haciéndola estremecer con pellizcos cada vez más profundos y largos. Usaba mis dedos como si fuesen las pinzas que tanto deseaba ponerle. Mi otra mano buscó su sexo, su tanga de seda bordado con perlitas estaba empapado y con tan solo tocarla a través de la tela su cuerpo se arqueo hacia mi mano buscándome. Su respiración era la de un animal jadeante. Había algo primario en su rostro sudoroso, en su peinado destrozado. El cuidado maquillaje le corría por las mejillas tiñendo su blanca piel en chorretones multicolor. Nunca en toda su vida había estado más bella.

Arranqué el tanga de un tirón seco, y el tintineo de las perlas al desparramarse por la habitación la hizo abrir los ojos, había tanto anhelo en su mirada. Una necesidad tribal de satisfacer su instinto de mujer entregada al placer, al dolor, a la voluntad ajena.

Separé sus labios con mis dedos, el indice y el corazón se acoplaron buscando su punto G, aquella deliciosa rugosidad que se escondía en su interior y que probablemente el imbécil de su prometido no hubiese encontrado ni con un mapa. Mi pulgar descansaba sobre su clítoris. Empecé a rozarlo suavemente en círculos delicados mientras en su interior me movía con ese movimiento de llamada que hace que cualquier mujer pierda la cabeza. Los tres dedos comenzaron un baile acompasado, cada vez más intenso. Podía sentir como su coño me apretaba cada vez más, no tardaría en correrse y aquella sensación de dominio absoluto me embriagaba de un modo hasta entonces desconocido.

"eres una perra deliciosa, aún no imaginas todo lo que tengo reservado para ti. Esta vez podrás correrte libremente pero escúchame bien zorra, a partir de hoy tus orgasmos me pertenecen y no habrá ni una gota de ti que pueda derramarse sin mi permiso"

Estaba fuera de si, su cuerpo se contorsionaba, sus muñecas tironeaban de las cuerdas haciendo que sus manos adquiriesen un tinte violáceo.

Detuve de pronto mi movimiento y le propiné una bofetada. "¿me has oído?

" si, por favor, siii, pero no pares..."

"¿quieres correrte verdad perra?"

"si, si quiero por favor"

"suplícame, dime que serás mi esclava y por supuesto llámame Ama por que eso es lo que seré para ti a partir de hoy"

" por favor, por favor Ama, haz que me corra, seré tu esclava, tu perra, lo que quieras que sea..."

Comencé un movimiento más intenso, podía palpar su placer, lo controlaba retorciendo sus pezones ya con saña para alargar un poquito más su delirio. Disfrutaba viendo como se retorcía, sudorosa y jadeante, esperando con ansia su explosión y al mismo tiempo deseando que aquello no terminara nunca. Yo había vivido tantas veces esa sensación que me transfiguraba en ella a cada paso como si de algún modo fuese mi propio cuerpo el que se hundía en esa suerte de agujero negro, atemporal e infinito que precede al orgasmo.

Todo su ser se precipitó hacía mi mano, un potente chorro me empapó al tiempo que un rugido escapaba de su boca, vi su cuello tensarse hacía atrás y me incliné para morderlo con furia acoplando ese dolor a su primera eyaculación. Nunca imaginé que aquella joven putita guardara tanto vicio en su interior. Hundí mis dedos en ella, poseyéndola, follándola ahora sin piedad con mi mano mientras el primer orgasmo se diluía y se mezclaba con el segundo que llegaba esta vez de un punto más profundo de su vagina.

Yo misma estaba tan cachonda que casi sin pensar me subí el vestido alcanzando mi clítoris y comencé a castigarlo con la otra mano. Dos manos, dos orgasmos, dos cuerpos derritiéndose y jadeando al unisono.

Cuando me corrí abrí mis piernas sentándome  sobre su cara y le ordené limpiarme con su lengua, era novata pero ponía tal pasión en lo que hacía que a punto estuve de correrme de nuevo sintiendo aquella lengüecita recorrerme en todos mis pliegues, tan entregada y servil.

Fuí desatandola poco a poco, masajeando sus articulaciones con las manos expertas de quien ha pasado por ello. Me acerqué al espejo, recoloqué mi peinado y mi vestido y me giré hacia su mirada de cachorro perdido.

"baja la mirada putita mía, no está bien que me observes sin permiso, aún tienes tanto que aprender... pero tranquila, habrá tiempo, ahora debes arreglarte y bajar ahí para casarte con ese idiota. No te preocupes pequeña ya le daremos uso a él también  solo preocúpate de hacer lo que yo te diga y mi Amo y yo te haremos muy, muy feliz..."

Bajé la escalera ante la mirada expectante de los invitados que empezaban a impacientarse, me paré a dos tramos del hall y alzando la voz dije:

"señores alcen sus copas, la novia está a punto de aparecer"

La expresión  agradecida de su madre me hizo sonreír pensando que además del beneplácito de mi señor probablemente acababa de ganarme un ascenso.

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