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Categoría: Incestos

Todo sea por ayudar a mi hermano

De alguna manera tenía que hacerlo y debo confesarles que traté de hacerlo de la mejor manera que pude y si bien estoy satisfecha de la forma como lo hice.



La cosa comenzó hace justamente un mes, y era también un día viernes como hoy. A mí, casi todas las cosas trascendentes me han sucedido los días viernes, de ese modo he tenido tiempo para reflexionar los sábados y los domingos descanso.



Ese día viernes mi madre venía llegando del médico, demasiado seria para mi gusto, de modo que me temí lo peor. Ella tiene 55 años y a esa edad las mujeres suelen tener problemas. Mi madre es una mujer demasiado seria. Es una estupenda madre muy responsable y nos ha dado una educación excelente a los tres hermanos, pero debo reconocer también que es algo anticuada, para los tiempos que vivimos, y tiene muy poco tacto para los temas delicados. De modo que no me sorprendió, cuando al preguntarle por lo del médico, me dijo que no era por ella, sino por mi hermano Oscar que tiene dieciocho años y vive con nosotros. En suma, sucedía que mi madre había descubierto que mi hermano había adquirido, sin poder abandonarlo según ella, "el vicio de la masturbación" con dimensiones muy preocupantes.



Para apoyar su juicio, me contó, que ella lo había sorprendido numerosas veces en la referida práctica a diversas horas del día, que tenía en su cuarto almacenado todo tipo de revistas pornográficas, que había bajado de peso en los últimos meses más o menos unos cinco kilos, que se andaba quedando dormido en todas partes, que su ropa interior parecía gastarse exageradamente en su parte delantera y que todos los días tenía que cambiar las sabanas de su cama porque eran evidentes las inmensas manchas de semen que las decoraban, recortando diversos tipos de figuras que a esa hora de la mañana ya estaban endurecidas.



Le dije a mi madre que yo no encontraba alarmante nada de lo que me contaba, que todos los jóvenes hombres y mujeres se masturbaban, que no era un vicio, que no producía efectos dañinos y que hasta era considerada una práctica saludable y que...



Pero mi madre no me dejó terminar, diciéndome que el médico le había dicho lo mismo, pero que ese médico era un ignorante y yo una mujer deslenguada y libertina y que ella sabía perfectamente lo que tenía que hacer con su hijo y con eso se terminó la conversación.



A mí, la verdad, me dio un poco de risa, pero conociendo el carácter de mi madre empecé a preocuparme y esa noche tuve una pesadilla en que veía a mi hermano corriendo desnudo por el largo pasillo de mi casa y a mi madre persiguiéndolo con un cuchillo cocinero con claras intenciones de castrarlo. Me desperté sudorosa y asustada.



Ese día y los siguientes, el referido asunto no ocupó mi mente, porque diversos problemas en la empresa en que trabajo me abrumaron, pero de nuevo el viernes se me apareció con connotaciones nuevas.



Mi hermano había pedido permiso para ir a una fiesta, de lo que me alegré bastante, porque pensé que, la socialización era una buena cosa para moderar sus ímpetus masturbatorios, que siempre son exacerbados por la soledad. Si no he de saberlo yo que a mis 35 años me masturbo con una regularidad y dedicación dignas de mejor causa, todos los viernes en la noche.



Justamente estaba terminando mi práctica semanal en el paroxismo de la felicidad, cuando escuché que mi hermano llegaba caminando sigilosamente hasta su cuarto. Se trata de un muchacho muy bien educado, respetuoso y buen alumno. Un chico casi modelo. Volví a pensar en lo que me había contado mi madre y sentí unos deseos muy sinceros de ayudarlo, pero la verdad era que en nuestro grupo familiar reinaba una incomunicación absoluta en materia de intimidades y ni que decir de sexo de lo cual nunca se ha hablado, ni siquiera en la despedida de soltera de mi hermana, lo que era como demasiado.



Sin embargo, como estaba despierta y satisfecha, pude escuchar los ruidos muy especiales que salían de la pieza de mi hermano No podría definir con claridad la naturaleza ni característica de esos ruidos, pero de repente, algunos me evocaron los sonidos diabólicos que había escuchado en la película El Exorcista.



De modo que, con mucho cuidado, me encaminé, así nomás semidesnuda, pero con cautela, hacia el cuarto de mi hermano para ver si podía concluir algo. Su cuarto estaba en semi penumbra y la puerta cerrada, pero la pequeña ventana que da al pasillo tenía la cortina levemente deslizada, por donde pude observar lo que me habría sido muy difícil imaginar.



Oscar estaba en medio de su pieza, totalmente desnudo, masturbándose como malo de la cabeza frente al poster de una exuberante mujer desnuda. Si bien lo observado me pareció impactante, no era nada que no hubiese podido imaginar, de modo que me aprestaba a marcharme, cuando Oscar, con movimientos de una rara solemnidad, se encaminó hacia su cama, tomó los dos almohadones grandes, uno de los cuales yo misma le había regalado y los puso ceremonialmente en el suelo, enseguida sacó el poster de la hembra desde la pared, lo extendió sobre los almohadones y se tendió sobre la imagen perforando a la mujer justo allí donde tenía que perforarla. La mujer ni siquiera se quejó claro, pero Oscar gozaba de su hazaña de una forma tan auténtica que era conmovedor. Allí emitió unos sonidos de esos del Exorcista y enseguida, poniéndose de pie derramó sobre la violada imagen, el más espectacular chorro de semen que yo hubiese imaginado y no digo visto porque la verdad que no le he visto aunque me habría gustado.



Después de lo descrito, mi hermano, volvió a su cama y yo me disponía a volver a mi cuarto, cuando Oscar reanudó su práctica manual, estando tendido de espaldas, mientras periódicamente repetía un nombre de mujer agitando su miembro, que bueno es decirlo, era de largo normal, pero de grosor no sé si normal, no tengo mucha experiencia pero era grueso, bien grueso de verdad.



Con cada nombre de mujer que pronunciaba, el ritmo de su masturbación cambiaba, haciéndose más o menos intenso. Así por ejemplo, pude saber que la Cecilia le inspiraba un ritmo lento y cadencioso, al paso que la Myrta se hacía merecedora de un ritmo más dinámico más apresurado, sin ser violento. La Julia le inspiraba unas sacudidas de menor frecuencia pero de gran intensidad y la Ximena lo llevó a un ritmo selvático y animal que lo hizo ponerse de rodillas para estallar en un final líquido tan glorioso como el dedicado a la monumental de los almohadones.



Luego de esta práctica, mi hermano cayó derrumbado sobre la cama y no volvió a moverse, pero como sentía su respiración supe que no había muerto de pajero y volví a mi cama.



No puedo decir que volví a mi cama tranquila, no. Me sucedían dos cosas. Una era que parte de la preocupación de mi madre se apoderó de mí, no porque pensara, como ella, sino más bien porque realmente pensaba que lo que había presenciado era algo superlativo, no había imaginado que la masturbación pudiera alcanzar esos niveles de intensidad y lo otro era que realmente la capacidad de respuesta sexual de mi hermano era prodigiosa. Pero tanta energía, pensaba yo, era tiempo que fuese encausada en forma más acorde a la sexualidad madura. En suma que mi hermano tuviese relaciones sexuales normales con una mujer y me propuse encontrarle una. Total entre mis amigas más cercanas había varias que no se harían ningún problema para ayudarme y otras que hasta acudirían de inmediato si yo las llamaba por teléfono, aunque fuesen en ese momento las tres de la mañana. Pero no se trataba de apresurar las cosas. Durante los días de esa semana y en los momentos que podía robar a mi ingente trabajo en la empresa, pude dedicar algún tiempo para barajar las características de las posibles mujeres que podría poner en el camino masturbatorio de mi hermano, para trasladar sus intereses desde las mujeres de papel hasta las mujeres de carne y hueso.



Analicé varias alternativas y al final me decidí por la Gloria. Una rubia de 25 años, ardiente como una antorcha y bastante parecida a la mona del poster de mi hermano y con una voluntad para el lecho a toda prueba.



Cuando le conté a la Gloria mi proyecto y le pedí su gentil colaboración, los ojos y no sé qué otra parte en su anatomía se le dilataron llenos de deseo y antes de que yo terminara los detalles me contestó:



Dalo por hecho amiga... solamente dime el día y la hora Ah... y muchas gracias por tu preferencia.



Pero la cosa no era tan fácil. Aún me faltaba hablar con mi hermano, porque no se trataba de ponerlo así, desvalido y sin aviso en manos de esta verdadera piraña del sexo como era mi querida amiga Gloria.



Esperé, por lo tanto, que llegara el viernes, que era el día convenido con Gloria y como a eso de las 19 horas abordé a mi hermano, que tendido en el lecho de su cuarto, leía plácidamente una revista no pornográfica. Una pena porque una revista de ese tipo me habría facilitado las cosas. Comencé hablándole de cosas diversas, de la soledad, de lo liberadas que estaban las mujeres, de las películas que le gustaban, de un amigo mío que era homosexual, de las páginas eróticas de Internet y así me fui aproximando tangencialmente al tema, hasta que al fin le pregunté si alguna vez había estado con una mujer y me contestó con toda tranquilidad que no.



Entonces le expliqué que una amiga mía encontraba que él era un hombre muy atractivo y que puntos más puntos menos, tendría mucho gusto en estar con él esa misma noche y se la describí lo más parecida posible a la mujer del poster, que en ese momento tenía frente a mí, algo remendada después de la penetración de aquella noche, pero antes que yo terminara de hablar segura de mi éxito, Oscar, incorporándose levemente en la cama, me paralizó con la siguiente respuesta.



-Tú querías que me acueste con la puta de tu amiga Gloria... Estás loca... si alguna vez me acuesto con una mujer tiene que ser una mujer inteligente, recatada y decente... se quedó un momento en silencio como buscando algo en su memoria para luego agregar... Así como tú... mientras tanto prefiero seguir corriéndome la paja.



Hube de reconocer que mi hermano, tradicionalmente reservado y de pocas palabras, había sido rotundamente elocuente. De modo que lo dejé solo y me fui rápidamente a llamar por teléfono a la Gloria para decirle que nuestro asunto no corría, por enfermedad de mi hermano. Era una mentira, pero tampoco quería herir la dignidad de Gloria, que medio puta sería, pero con dignidad. La cosa no habría tenido mayor trascendencia, sino hubiese sido porque mi hermana casada regresaba del extranjero y pasó a saludarnos esa noche. Quedó francamente escandalizada de la forma que lucía Oscar, dijo que presentaba un aspecto deplorable, que parecía tener treinta años, que quizás estuviese contagiado de tuberculosis etc... etc... Y la verdad era que mi hermano parecía ánima en pena, estaba perdiendo el apetito ostensiblemente, andaba somnoliento a toda hora y sin embargo en las noches yo seguía escuchando sus sonidos guturales y el rítmico crujir de su cama.



Así, una noche, preocupada por la intensidad del ruido me asomé a la ventana y pude contemplar cómo se masturbaba con particular intensidad, su miembro grueso y dilatado lucía una refulgente cabeza brillante y casi roja, en el momento mismo en que explotaba lanzando un chorro impresionante por el aire mientras Oscar con los ojos cerrados repetía con voz ronca: Mercedes... Mercedes...



Las piernas me temblaron, las rodillas se me querían doblar y apenas llegué a mi cuarto me metí entera bajo las ropas de la cama y lo único que quería era dormirme pero no pude durante horas. Después de mucho meditar, recordar, aceptar y rechazar posibilidades y de tratar de decir que lo que pasaba no estaba pasando se me instaló claramente en el cerebro la única verdad posible. Ahora no era Oscar quien tenía un problema sino yo.



Las cosas estaban meridianamente claras. Oscar era un hombre normal, que sabía perfectamente que la masturbación era una substitución, que no quería tener sexo con mujeres sino con una que fuese como yo y la única mujer que él conocía como yo era yo misma. Luego siendo sincera conmigo debí admitir que todas las noches mientras escuchaba el ruido ocasionado por sus maniobras, la imagen de su cuerpo desnudo aprisionado por el deseo me invadía y debí admitir que los dos últimos viernes mis sesiones masturbatorias habían sido pensando en esa imagen, solamente que yo no había querido admitirlo. De tal modo que los dos nos habíamos estado deseando a unos metros de distancia y yo no podía esperar que él fuera más explícito de lo que había sido y por tanto yo tenía la decisión en mi poder y yo sabía cuál era esa decisión, pero una cosa es tener la decisión y otra bien diferente es llevarla a la práctica, pero no tenía alternativa.



Me acostaría con él. Sería lo mejor para todos. Lo haría el próximo viernes. ¿Pero cómo lo haría? De la manera más profesional posible.



De todas mis características como persona la que yo más valoro es el profesionalismo con que realizo todas mis tareas, siempre en forma directa, concreta planificada y cubriendo todos los flancos. De modo que ese viernes, a las nueve de la noche entré en mi baño y me sumergí en la tina que había preparado con cuanta espuma y perfume caro había seleccionado.



Cuando salí del agua, mi piel distribuía un aroma embriagador y una tersura que me satisfacía plenamente. Había comprado a precio exorbitante un juego de ropa íntima lo más parecida a la de las revistas de Oscar, de un color blanco radiante. Mis tetas eran tan bien modeladas por mi sujetador que yo misma me encontré excitante y mis calzones se incrustaban entre mis nalgas tal como lo prescribían los usos recomendados. El liguero perfecto sujetaba las medias más delicadas que encontré y el resto lo hizo una fina capa de maquillaje. Me miré al espejo y parecía dos cosas yegua y puta, creo que era la combinación perfecta para darle un golpe de muerte a la masturbación.



Como conocía perfectamente sus rutinas, esperé pacientemente hasta la medianoche en que empezaron los ruidos rítmicos y en ese momento abandoné mi pieza y caminé lentamente por el pasillo oscuro y los pocos minutos estaba en su ventana. Estaba desnudo sobre su cama con su instrumento en la mano derecha masturbándose lenta y seguramente, como un profesional del onanismo, luego fue aumentando el ritmo, lanzó lejos la revista que mantenía ante sus ojos y poniéndose de pie caminó hasta el centro de su cuarto dirigió su miembro en estado de máxima tensión en dirección a mi cuarto y lo escuché decir claramente.



-Mercedes... ven... ven...



Ese era el momento preciso para entrar, y me disponía a empujar la puerta cuando me di cuenta que mi sexo latía con tal prisa que no pude moverme, estaba cautivada por la imagen de Oscar en el paroxismo de su práctica, solamente mis manos comenzaron a buscar entre mis piernas, para encontrar la suavidad húmeda de mis labios y el latir acompasado de mi tubo quemante, alternativamente me apretaba los pechos o me acariciaba las nalgas y mi cuerpo entero empezó a vibrar al ritmo que imponía Oscar con su mano derecha. Estábamos en misma onda y sin que él lo supiese, me había contagiado con su erotismo solitario y se había apoderado de mis deseos. Como sincronizados por un mecanismo diabólico, nuestras manos parecían accionadas por el mismo deseo el mismo ritmo y la misma fuerza de modo que cuando mis pies por fin se movieron hacia la puerta no me sorprendió que fuera él quien la abriera. Entonces, como si hubiésemos estado de acuerdo desde meses, yo busqué con mi mano su miembro candente apretándolo en todo su grosor mientras sus dedos no encontraron dificultad alguna para entrar en mi sexo hasta el mismo fondo quemante y nos entregamos nuestros ritmos y nuestros latidos durante un rato largo buscándonos y encontrándonos de mil formas hasta que mi cavidad latió en su mano y él me entregó en la mía el más caudaloso de los ríos calientes.



Habría de ser la última y más gloriosa de sus pajas y las mías porque todo el resto de esa noche le mostré el camino y él aprendió a caminarlo con la seguridad de un andante consagrado.



Mi madre andaba feliz esa semana, me dijo que Oscar había recuperado el apetito, que no se satisfacía con nada, que estaba lleno de energía y que sus sabanas estaban impecables y que todo eso era gracias a un secreto de la naturaleza que ella le había aplicado al café de las mañanas.



Yo sabía que el secreto de la naturaleza era el más antiguo del mundo, que se lo había aplicado yo y que ahora mismo yo estaba lavando mis propias sabanas puntualmente manchadas todas las últimas noches.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 10
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