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Sorprendido con mi suegra

Me llamo Rober tengo 27 años. Me casé hace 3 años con Clara y vivo en un modesto piso de Zaragoza frente por frente con el bloque de mis suegros. Mi mujer y yo por culpa de nuestro trabajo paramos poco en casa, ella es funcionaria de correos y yo soy visitador médico. Mi suegra que sólo tuvo una hija –Clara- es una ama de casa con mucho tiempo libre y de inmediato se ofreció para ayudarnos y estar presente en nuestra casa cuando llegaran los de los muebles, los de telefónica, los de la calefacción, etc.. que nosotros no podíamos atender por estar la mayor parte del día fuera de casa. Así al casarnos le dimos una llave de nuestra casa para que pudiera atender las muchas emergencias que se nos planteaban.



 



Mari Angeles, mi suegra, es una mujer de 52 años, rubia de bote, pelo corto, pechugona, de 1,65 de estatura, con un tipillo a pesar de la edad muy interesante que sabe como explotar. El 20 de junio del año pasado recibí una llamada en mi móvil de la dirección de mi empresa diciéndome que cancelara las dos visitas que tenía al proyectadas para la mañana del día siguiente fuera de la provincia de Zaragoza. Mejor para mí –pensé- así duermo más. Así que esa mañana me quedé en casa. Me metí en la ducha con la idea de darme un largo baño e introduje una radio dentro. Me gusta escuchar música mientras me ducho y reconozco que me paso con el volumen. Después de salir de la bañera tuve una erección recordando una película de la noche anterior y empecé a meneármela, ya estaba a punto de correrme cuando me dí cuenta de que no había metido mi ropa interior limpia en el baño, así que salí al dormitorio a buscarla. Cual no será mi sorpresa que cuando entro en el dormitorio me encuentro a mi suegra Mari Angeles encima de una silla colocando las cortinas que por lo visto acababan de traernos. El susto fue gordo y la vergüenza ni os la imagináis. Allí estaba yo medio empalmado con mi suegra mirándome con cara de incredulidad subida a una silla.



 



-Perdón, hijo, pero es que han venido los de las cortinas... Te he dado una voz pero no me debes haber oído con la música.



-No te preocupes, dije yo, no pasa nada, -deseando que me tragara la tierra allí mismo-.



 



Me fui al baño rojo de vergüenza, cuando a los pocos segundos apareció mi suegra con unos calzoncillos. –Supongo que ibas a buscar esto, me dijo. Antes de que pudiera contestar se puso en cuclillas abriendo sus piernas y dejando mi cuerpo y mi paquete a escasos centímetros de su cara. Yo alucinaba. Me cogió la polla y empezó a hacerme una paja con la mano derecha. Tras la sorpresa empecé a reaccionar y sin otros preámbulos le ordené que se quitara toda la ropa, excepto los zapatos. Así lo hizo y para mi sorpresa ví lo bien que se conservaba mi suegra. Dos enormes tetas y un culito grande pero redondo y bien formado fue lo primero en lo que me fijé. Su coñito era imperceptible pues estaba rodeado de un espeso vello púbico. Fuimos al salón y continuamos con la posición de la escena anterior. Yo sólo veía a una mujer haciéndome una paja con la mano derecha mientras sus pechos se agitaban con el movimiento cada vez más rápido. Le puse la mano en la nuca y ella comprendió lo que quería. Se metió toda la polla en la boca y empezó a hacerme una mamada que jamás olvidaré. Yo estaba que reventaba. Se sacó mi pene de la boca y empezó de nuevo a pajearme. Cuando pensó que me iba a correr quiso introducirse la polla en la boca pero yo se lo impedí. Vas a hacer algo que seguro que nunca has hecho le dije. En pocos segundos mi pene soltaba varios chorros de leche que fueron a impactar en sus párpados sus mejillas, su frente y en su pelo. Ella, pasada la sorpresa inicial, se relamía mientras gotas de esperma se descolgaban elásticamente desde su barbilla hasta sus tetas.



 



Luego me vino a decir que su vida sexual era un fracaso y que mi suegro ni la tocaba y que quería saber como lo hacíamos los jóvenes del siglo veintiuno. Aprovechando la confianza le dije que se tenía que afeitar completamente el chochito y ponerse algún piercing en las tetas seguro que mi suegro se volvería loco.



 



Paso una semana y un sábado a las doce llamaron al interfono, era mi suegra. Afortunadamente Clara había quedado para comer con las del trabajo por un cumpleaños y se había ido a comprar un regalo. Dejo la puerta del piso abierta y al poco aparece mi suegra, venía a ver a su hija para que le dejara un bolso pues tenía un comunión. Traía un modelito precioso. Blusa rosa con falda blanca y sandalias de tacón grueso bastante elevado y abiertas desde el empeine hacia el talón, collar de perlas y pendientes a juego. Al explicarle que no estaba Clara, me preguntó si iba guapa. Le dije que sí y sin más me espetó.



 



-Te he hecho caso, se subió la falda y apareció ante mí un chochete perfectamente depilado. ¿Vas a ir sin bragas a una comunión?. -Por supuesto, dijo quitándose la falda. Además mira... se quitó la blusa y el sostén y vi como se había hecho un piercing en cada pezón, sacó una pequeña cadena y conectó uno con otro. Completamente desnuda delante de mí salvo las sandalias, el collar y las pulseras, aquellas tetazas, aquel culo, aquel chochete... Para entonces yo ya estaba calentorro así que me quite el pijama y me quedé en bolas delante de ella.



 



-Tú mandas cariño... me dijo.



¿Te gustó lo del otro día? Le pregunte.



Sí pero, quiero algo diferente, me constestó. No obstante empezó a pajearme igual que la vez anterior pero esta vez de rodillas. El tintineo de las pulseras me excitaba mogollón.



 



Como veía que era una situación arriesgada para mí, la levanté, la recosté en la mesa camilla y empecé a comerle el coñito depilado. Estaba muy suave, ella empezó a gemir, estaba encharcada por la excitación y rapidamente llegó a un orgasmo convulsivo. Tampoco había probado nunca un cunnilingus. Ahora me toca a mí, ¿quieres lo del otro día?. No, le contesté. Fui al baño y traje el bote de aceite Johnsons. Ella me miraba con gesto dubitativo. Ves la mesa de centro, (una mesa bajita que hay en todos los salones), súbete en ella y ponte a cuatro patas.



Te la voy a meter por el culo, le dije ya sin misterios. ¿Por el culo? ¿eso no duele?. No te preocupes con el aceite no. Ya estaba en la posición requerida cuando me empezé a masajearme la polla con el aceite. Después me dirigí a su ano, lo masajeé un rato y empecé a introducirle dedos, primero uno luego dos, hasta tres deddos. Ella al principio se quejaba pero luego, me pedía que le metiera ya la polla. Así lo hice, me puse de pie sobre la mesa, con mis piernas un poco flexionadas a ambos laterales de sus nalgas y sin más una polla de veinte centímetros empezaba a deslizarse por su ano de mi suegra, adelante y atrás. A veces se la sacaba y volvía a metérsela de nuevo. Ella gemía de placer me pedía más rapidez y más fuerza. Mis testículos chocaban contra su depilado chochito.



Después cambiamos de posición, yo me tumbé en la mesa y ella se sentó sobre mí. Con mi polla clavada en su culo, mi suegra hacía rítmicos movimientos. Yo masajeaba sus enormes tetas, pellizcaba sus pezones, y sus piercings. Ella me devolvía el placer acelerando el ritmo de su culo. Sin poder contenerme más le hice un gesto para que se incorporara, le saque la polla del culo, se puso de rodillas junto a mí y se comió mi polla durante unos segundos. Igual que la otra vez retiré su cabeza y ella sabedora de lo que iba a ocurrir me entregó sus pechos, juntándolos con las manos. Allí me corrí salvajemente impregnandos sus tetas, el collar, los piercings, la cadena, los pezones, fue espectacular. Ella restregaba todo el semen por su pechera. –¿Me dejas duchar?, -Por supuesto le contesté. Me fui detrás de ella y cuando fue a quitarse las sandalias para meterse en la bañera. Le dije espera todavía falta algo, -Métete en la bañera pero con las sandalias. Un gesto de interrogación se abrio en su cara. Así lo hizo, se quedo frente a mí, como requiriendo más instrucciones, le ordené que se pusiera en cuclillas pero con las piernas bien abiertas y los brazos en cruz sobre los extremos de la bañera. –¿y ahora qué?.



 



-Pues ahora esto. Acerqué mi polla a unos cuarenta centímetros de su cuerpo y empecé mearle encima. Primero dejé caer un suave chorrito sobre sus tetas, pero después me centré en su cara. Ella giraba su cabeza en un mueca de sorpresa, pero no se movía. Inunde su pelo y podía ver como mi líquido amarillo resbalaba por su cara su cuello, llegando a aquellas voluminosas tetas y cayendo como un riachuelo sobre el chochito. También mojé sus sandalias.



 



Me has dejado buena, me recriminó. Dúchate, le dije pero ve a la comunión con esas sandalias, te favorecen mucho.



 



Autor Roberto.


Datos del Relato
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