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Tenia dos mujeres para el, Marina y yo, atadas la una a la otra, cara a cara, desnudas, a su entera disposición. No podía desaprovechar la oportunidad. Atravesó la habitación, a grandes pasos, y le perdí de vista. Ignorábamos que iba a pasar. Yo estaba debajo, de espaldas a la cama, y tenia a Mariana sobre mi. Sentí en mi pulso el palpitar del suyo. Unas correas de cuero sujetaban mi muñeca izquierda a su muñeca derecha, mi muñeca derecha a su muñeca izquierda, doblemente esposadas. El no había atado también por los tobillos. De modo que estabamos como quien va a ser descuartizado o como cuando hacíamos el amor: con las piernas abiertas y los brazos en alto. Cada parte de mi cuerpo se correspondía con su exacto reverso, el cuerpo de Marina, desde las piernas hasta las manos. Probé a incorporarme, aunque el peso de ella me aplastaba contra el colchón, y entonces caí en la cuenta de que no podía moverme mas que unos pocos centímetros. Las ligaduras de las muñecas y los tobillos habían sido a su vez fijadas a la cama. No había alternativa; debíamos permanecer en esa posición el tiempo que el le apeteciera. Otra vez, pense, otra vez, pero ahora no estoy sola. Busque los labios de Marina, los encontré detrás de un jadeo leve y entrecortado, uní a ellos los míos. No percibí inmediatamente la humedad de su boca. Antes sentí el sabor excitante e inconfundible de su lápiz de labios. Lo saboree, recorriendo con la lengua la suave superficie del labio superior desde la comisura hasta el centro, y luego el otro lado, y el labio inferior. Al paso de mi lengua iban apareciendo esas pequeñas grietas verticales que el maquillaje cubría. Su boca estuvo entonces tan húmeda como la mía y resbalamos juntas en nuestro beso, que también sabia a sangre. me miro, sus ojos negros clavados en los míos, y esa mirada fue la señal de que nuestro amos nos unía mas allá de cualquier circunstancia. Abrí la boca para recibir su lengua, la primera lengua de mujer que se había introducido jamas en mi boca de mujer, la primera y la única en cruzar el confín que me separaba de la pasión más intensa de mi vida, en acariciar las líneas irregulares de mi paladar y jugar en las cumbres y los desfiladeros de mis dientes antes de remontar el curso de las encías. Ella hundió su pubis para que yo sintiese el calor ahora inalcanzable de su sexo apretado a mi sexo, y yo llene de aire mis pulmones para que mis pechos le transmitieran a los suyos el placer que me procuraba tenerla sobre mi, pese a todo. Entrecruzamos los dedos de las manos. El contacto era perfecto, como en nuestro amor y en los espejos. Habíamos logrado abstraernos del mundo circundante para subir a la isla de nuestra unión en medio de las tempestades de ese océano incierto que nos estaba esperando; no erramos sino nuestro beso y su pubis y las manos enlazadas y mis pechos. -Sofía...-murmuró ella; me fue difícil reconocer su voz,; era un simple rumor sin timbre y sin fuerzas--. Sofía, te quiero--entonces si la dulzura caracteristica de su voz consiguio abrirse paso para llegar hasta mi. --Y yo te quiero a ti--le dije, y volví a besarla: el agua de nuestra boca expresaba mas que nuestras voces. Su pulso se acelero. Intente acortar aun mas las distancia que separaba nuestros coños alzando la pelvis. En ese momento, el regreso. Estaba desnudo, ahora. La polla le colgaba fláccida e inerte como un miembro atrofiado. Había ido a beber una copa, lo supe después, cuando me echo encima su aliento. Las costillas se le marcaban claramente bajo la piel. No logre comprender el significado de la expresión de su rostro. Apoyo las rodillas sobre la cama y nos contemplo largamente, como si el tampoco supiera que iba a suceder en los siguientes instantes. Al cabo extendió su mano firme y la apoyo sobre la nuca de Marina. Temí que fuera a ahorcarla. En lugar de eso, la acaricio, una larga caricia, lenta y extasiada a lo largo de la espalda. Ladee la cabeza para observarle a través del resquicio que se abría entre mi brazo y el de Marina, bajo las axilas. Ahora le estaba acariciando las nalgas, pero muy pronto su mano siguió bajando, la cara exterior de los muslos, las corvas, las pantorrillas, esa prominencia combada y tersa que yo también había acariciado, tantas veces. Entonces sentí la punta de sus dedos sobre mi, aferrando a la vez mi tobillo y la correa que me inmovilizaba. Permanecimos los tres expectantes, confundiendo nuestros jadeos de deseo y de temor. Luego, el reempredio la marcha de su mano en sentido inverso, volvió a subir, tocándonos a las dos al mismo tiempo, las pantorrillas, las corvas, llegaría, no iba a detenerse, la cara interior de los muslos; y llego, en efecto; el coño, el mío y el de Marina, húmedos desde nuestro contacto anterior y nuestro beso, calientes como sus dedos, dos coños para el, uno encima del otro, para su mano que subía y bajaba de canto, se abría paso entre los labios y alcanzaba la carne mas lisa y delicada. Me introdujo un dedo, muy despacio, era el índice, y una vez hubo llegado hasta el fondo, presionó hacia arriba.

De manera que comprendí que le había hecho lo mismo a Marina, pero con el pulgar, porque sentí la opresión de su vientre que descendía contra mi vientre que subía, los dedos de el que buscaban encontrarse a través del obstáculo de nuestros cuerpos. Marina extendió su lengua y me lamió detrás de la oreja. Volví a mirarla, para que me besara otra vez. Nada mas rozarse nuestros labios, el cogió a Marina por los cabellos y le levanto la cabeza. Esta vez, no fue violento con ella. --No--dijo--, nada de besos entre vosotras. Hoy soy yo quien impone las reglas. Se puso de pie. Note que su polla ya estaba tiesa. Rebusco en el armario, cogió dos pañuelos y con ellos nos amordazo. Los anudo firmemente sobre nuestras bocas abiertas. Fue en ese momento cuando olí el alcohol de su aliento. Nos había quitado el consuelo mutuo del beso, pero no podía robarnos la calma de la mirada; y aunque nos hubiese vendado los ojos, de todas maneras yo habría sabido comunicarme con Marina. Percibía los latidos de su corazón sobre el costado derecho de mi pecho, sus resuellos en busca de aire, el sudo de su palma contra la mía, el vello erizado rozando mi piel. Estabamos atadas como si fuéramos una sola persona, y lo erramos. Mordí el pañuelo, pero mis mandíbulas no alcanzaron a cerrarse por completo. El permaneció en pie unos instantes. Con los cinco dedos de la mano derecho rodeo su sexo y se empezó a masturbar, mientras controlaba la resistencia de las ligaduras con la mano izquierda. Luego, sin dejar de magrearse, volvió a apoyar las rodillas sobre la cama, entre mis piernas abiertas, entre las piernas abiertas de Marina. Le separó las nalgas y se inclino sobre ella. Sin duda tenia ante su vista el estrecho orificio del ano; lo lamió, lo cubrió de saliva, pude sentirla, se derramaba sobre mi coño en gruesas gotas cálidas. Luego soltó la polla y poso ambas manos obre Marina, una sobre cada nalga. Las separo y entre ellas coloco su sexo. Pense que iba a penetrarla, aunque no fue así. Se limito a errar las nalgas de ella con su sexo y se contoneo, arriba y abajo. Pero eso no era bastante para el. Se aparte del culo de Marina y volvió a lamerlo. Luego se mojo los dedos en la boca y los paso sobre mi culo, humedeciéndome hacia arriba, hacia el coño; sentí el cosquilleo de los pelos que se me pegaban a la piel. Volvió a mojarse los dedos y ahora no me mojo externamente, sino que introdujo uno de ellos en la abertura de mi ano, sin detenerse ante mis muecas de dolor, hasta el fondo. Después lo extrajo y se dispuso a follarnos. Vi que los ojos de Marina se cerraban por un momento y luego volvían a mirarme. Era la primera vez que un hombre la iba a penetrar. Mucho habíamos hablado al respecto, muchos habíamos planificado también, y ahora estaba a punto de suceder. El calzo sus manos bajo mis muslos, muy arriba, casi sobre las nalgas, y me levanto unos veinte centímetros. En ese movimiento, mi clítoris choco contra el pubis de Marina y allí se quedo, en vilo, obteniendo un goce inesperado. Entonces la carne ardiente de su polla me penetro por el culo, abriéndose paso muy despacio, rompiendo las resistencias de mis musculos contraidos. Fue un dolor intolerable, tuve que doblar las rodillas cuanto pude, que no fue mucho, dejando caer las piernas de Marina entre las mías, de otro modo su polla terminaría por desbaratarme el recto. Fue un dolor intolerable, al principio; pero luego, cuando la tuve toda dentro, sentí un fuerte alivio. Rogué que no la sacara, que no la sacara nunca, porque sabia que el sufrimiento regresaría en cuanto su sexo saliese de mi, me voltearía como a un guante, arrastraría consigo mi piel seca e irritada. Y sin embargo lo hizo. Tras dos o tres embestidas que se me hundieron en las entrañas, el extrajo su polla de sopetón y fue en busca de coño de Marina. Empujo mis muslos hacia abajo, a fin de ponernos a la altura justa. Ella estrecho aun mas su mano contra la mía y por la presión de sus dedos pude advertir el exacto momento en que el la penetro. Había sucedido, finalmente. Sin soltar mis muslos, el nos sacudió a las dos, para que nos agitáramos sobre su polla. Estire otra vez las piernas. Las ligaduras empezaban a lastimarme la piel de los tobillos. Pero el no lo notó, o no le importo. Quería seguir con su juego, con las dos mujeres para el y los cuatro orificios esperándole. Salió del coño de Marino, se irguió sobre su cuerpo, cubriéndola como una sombra, y la follo por el culo, ella soltó un gemido ahogado por la mordaza y entonces la presión de su mando me dolió mas que las correas contra mis miembros, pero no proteste, me gustaba ser su consuelo, el ultimo recurso de su desesperación, el arbusto en la pared del precipicio para que se sujetara a mi antes de la caída definitiva. Y sus ojos, que no dejaban de mirarme, se llenaron de lagrimas. Dos cuerpos me aplastaban ahora y me faltaba el aire. Entonces el paso a mi coño, y luego otra vez al ano de Marina, y al coño de Marina, y a mi ano, sucesivamente, cada vez mas aprisa, sin orden ni ritmo ciertos. Me izaba y me descolgaba, colocándonos a su antojo, en tanto el mismo caía de rodillas o se enderezaba para buscar el mejor ángulo de penetración, saltaba de un orificio a otro como si pisase piedras dispersas para atravesar un arroyo, quería demorarse, retrasar el momento de alcanzar la otra orilla, así que volvía sobre las mismas piedras, avanzaba y regresaba, un ano, Marina, un coño, yo, hasta que ya no pudo contenerse mas, llego a la margen opuesta, empezó a temblar, en mi ano, sentí el remolino caliente en mi interior, sus espasmos, la embestida final hasta la base de su polla y el fondo de mi recto, y me soltó las nalgas, se derrumbo sobre mi y sobre Marina mientras se corría, sin extraer su sexo aun, gozando de las sacudidas ultimas de su orgasmo, extinguiéndose paulatinamente, y por entre la sonrisa húmeda de su boca satisfecho profirió un insulto y nos maldijo.
Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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