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Preparativos para la boda

~~Pasaron varios días en los que no sucedió nada especial. Yo me limitaba a echar miradas disimuladas a las chicas y a hacerme pajas a escondidas. Necesitaba tiempo para asimilarlo todo y pensar estrategias.
 De todas formas hice un par de intentos de acercamiento con Loli, pero ésta parecía rehuirme, supongo que siguiendo instrucciones del abuelo.
 Los días pasaban veloces y yo no hacía ningún progreso en lo que a sexo se refiere, por lo que andaba un poco desilusionado. Todo era bastante monótono, hasta que una mañana me encontré a mi hermana y mis primas charlando con Mrs. Dickinson:
 Por favor señorita, aún tenemos muchas cosas que hacer dijo Andrea, que parecía llevar la voz cantante.
 No sé, niñas, serían tres días.
 Sí, lo sé, pero le prometemos que después nos esforzaremos más. Compréndalo, tenemos que participar en los preparativos de la fiesta y además, me gustaría, digo nos gustaría poder ir a la ciudad a comprarnos un vestido y un regalo para mi madre.
 No sé, ¿qué dice tu abuelo?
 Al abuelo le parece bien ¿verdad chicas?
 Bueno. dijo mi hermana mientras Andrea la fulminaba con la mirada.
 ¿Sí?
 Dijo que la decisión era suya, que usted sabría si perder un par de días podría perjudicarnos o no.
 Por favor señorita Dickinson insistía Andrea.
 ¿Y que opináis vosotras dos?
 Bueno, es verdad que nos gustaría ir a la ciudad y un par de días sin clase nos irán bien ¿verdad Marta?
 Sí. Además Ramón dijo que nos llevaría a un restaurante nuevo.
 ¿Ramón? ¿Y quién es Ramón? preguntó Dicky.
 Es el novio de Andrea dijo Marta con una sonrisilla maliciosa.
 ¡Marta! ¡No digas más tonterías! exclamó Andrea, enrojeciendo violentamente.
 ¿Novio, eh? dijo Dicky riendo.
 No le haga caso señorita, se trata del hijo del señor Benítez, que es muy amable y que se ha ofrecido a hacer de guía por la ciudad.
 Comprendo. ¿Y es guapo?
 Vamos, señorita, no se burle.
 Bueno, está bien. Os concederé esos días de descanso. A mí también me vendrá bien.
 ¡Estupendo! gritó Andrea.
 Los Benítez eran los propietarios de una finca cercana. Los padres eran buena gente y muy amigos de mi familia. Tenían dos hijos, a los que yo conocía porque eran alumnos de la escuela de equitación de mi abuelo. Ramón, el mayor, siempre me había parecido un imbécil, pero Blanca era una chica de 16 años, muy dulce y simpática y con una educación exquisita. Con frecuencia mis padres decían que ojalá nosotros nos pareciéramos a ella, así de encantadora era .
 Aunque Ramón siempre me había caído gordo, gracias a él me iba a escapar de las clases.
 Bueno, parece que durante unos días sólo tendré que ocuparme de ti me dijo Dicky.
 El alma se me cayó a los pies. ¿Yo tenía que seguir dando clase mientras las chicas se iban de paseo? ¡De eso nada!
 ¡Pero señorita, yo también quiero ir a la ciudad! dije lo primero que se me ocurrió.
 ¿Tú? ¿Y para que vas a ir tú?
 ¡No he vuelto a ir desde que era pequeño, y. yo también quiero comprarle algo a tía Laura!
 Lo cierto es que yo en ese momento ni siquiera sabía por qué íbamos a comprarle regalos.
 Bueno, no sé. Lo cierto es que si me quedo sin alumnos podría ir a casa de mi tía. Hace tiempo que no la veo.
 No sé señorita, éste ya perdió clases el otro día con la fiebre dijo Andrea, la muy.
 Yo por lo menos voy aprobando los exámenes le respondí desafiante. Si las miradas mataran, en ese momento hubiera caído fulminado.
 Eso es cierto Andrea, ya no sé si es tan buena idea dejaros los días libres, vas un poco retrasada me parece que Dicky ya se había ilusionado con las vacaciones y no iba a permitir que se las estropearan.
 Sí señorita. Bueno, es verdad será mejor que nos lo tomemos todos como un pequeño respiro.
 De acuerdo, voy a hablar con vuestro abuelo y con vuestros padres dijo Dicky y se marchó.
 Las tres chicas se volvieron hacia mí al unísono.
 Maldito niño cabrón Andrea tenía un lenguaje exquisito cuando se lo proponía.
 ¿Se puede saber a qué viene esto? dijo Marta.
 Si os creéis que os vais a escapar de las clases vosotras solas, vais listas.
 Haz lo que te dé la gana, pero a la ciudad no vienes.
 La verdad es que yo tampoco quería ir, pero aquello me molestó bastante.
 ¿Y quién me lo va a impedir?
 Se lo diré a papá intervino mi hermana.
 ¿Y qué le vas a decir? ¿Qué os queréis ir solas a la ciudad con el novio de Andrea? Seguro que le encanta.
 ¡Maldito seas! gritó Andrea. ¡Ven aquí!
 Y se lanzó por el pasillo a perseguirme, aunque yo fui mucho más rápido y me perdí escaleras abajo. Andrea no me siguió yo empecé a pensar que podía ser divertido ir a la excursión por el simple hecho de fastidiarla un poco.
 Buenos días.
 Me volví y allí estaba mi abuelo.
 Ya me ha dicho Mrs. Dickinson que os habéis librado de las clases por unos días ¿eh?
 Abuelo, las chicas no quieren que vaya con ellas a la ciudad.
 ¿Y por qué no?
 Porque las lleva ese imbécil de Ramón y no quieren que vaya.
 ¿eh?. Vaya con Andrea, para pedirme prestado el coche no tiene problemas, pero para cuidar un rato de su primo. Hablando del rey de Roma.
 Miré hacia arriba y vi bajando las escaleras a las tres chicas encabezadas por Andrea, cuyos ojos echaban chispas. Enfadada estaba incluso más buena.
 Abuelo, no le hagas caso. Nosotras queremos ir de compras y no vamos a ir con el a todos lados.
 ¿Por qué no?
 Podría pasarle algo, no podemos hacernos responsables.
 Para eso está Ramón ¿no? Cuando me pedisteis el coche dijo que él cuidaría de vosotras, ¿qué más le da uno más?
 Yo. Andrea estaba vencida, sin argumentos.
 Venga chicas, a Oscar también le hace ilusión ir a la ciudad. Portaos bien con él dijo mi abuelo mientras me guiñaba un ojo con disimulo.
 El día pasó sin mayores incidentes. Todo el mudo en la casa andaba muy atareado, hasta las chicas y yo estuvimos ayudando. El motivo del follón era el cumpleaños de mi tía Laura, que cumplía 35 y mi abuelo había decidido darle una gran fiesta en el jardín. Por lo visto iban incluso a invitar a los vecinos para la celebración, con lo que iba a ser una gran fiesta.
 A media mañana llegaron un par de carros con gente del pueblo y cosas para la fiesta. Mi padre los había contratado del pueblo para que ayudaran, así que con toda la gente que había por allí, yo logré escaquearme y no trabajar demasiado. Tan sólo estuve un rato ayudando en la cocina, bromeando todo el rato con Mar y con Vito, procurando así mantenerme alejado de Andrea por si acaso.
 La que sí que se escapó fue Mrs. Dickinson. Como no tenía alumnos a su cargo anunció que se iba un par de días a visitar a su tía enferma, pero que volvería a tiempo para la fiesta. Nicolás la llevó a la estación con el coche.
 Por fin llegó la mañana siguiente, me levanté muy temprano (y muy trempado) y el día no pudo empezar mejor.
 Fui al baño de atrás, uno que había cerca de la cocina, para darme un buen baño. En esa habitación teníamos un par de tinajas grandes y una bañera, que se llenaban con agua caliente traída desde la cocina (por eso estaba cerca).
 Buenos días señora Luisa.
 Buenos días corazón me respondió ella.
 ¿Podría calentarme agua para bañarme?
 Claro, de hecho ya hay mucho agua caliente porque tus primas también se van a bañar. Andrea ya está dentro, así que espérate un rato y desayuna.
 ¿Andrea bañándose? Genial. Desayuné como una exhalación y me levanté de la mesa.
 Señora Luisa, voy a salir a estirar las piernas. Dé un grito cuando el baño esté listo.
 Vale, anda, busca a Juan para que te llene la bañera.
 Salí como un rayo en busca de Juan. Por suerte, lo encontré muy rápido y le dije que Luisa lo buscaba. El hombre se fue hacia la cocina y yo a la parte trasera de la casa. El baño tenía una pequeña ventana bastante alta y yo sabía que probablemente estaba abierta pues ninguno de nosotros alcanzaba a cerrarla y había que hacerlo con un gancho.
 Efectivamente estaba abierta. Con rapidez, amontoné bajo la ventana varias cajas de las de la fiesta y me subí encima, procurando no hacer ni un ruido.
 Allí estaba Andrea. Estaba de pié dentro de una de las tinajas, completamente de espaldas a mí, lo que me privaba de buena parte del espectáculo. Ya se había lavado y estaba enjuagando su cuerpo echándose jarrones de agua por encima. Estaba arrebatadora. Llevaba el pelo recogido, para no mojárselo, por lo que podía ver su delicioso cuello, su piel era muy blanca, sin mácula, su espalda era lisa, sedosa, con los omóplatos bien marcados y terminaba en unas caderas simplemente perfectas culminadas por un trasero con forma de corazón. Sus piernas debían ir a juego pero no las veía, ya que la tinaja le llegaba a más de medio muslo. El agua se escurría por su cuerpo, formando ríos que recorrían sus sinuosas curvas y que dejaban a su paso gotitas que aparentaban ser de cristal, dándole un aspecto casi mágico, parecía una ninfa del bosque.
 Yo estaba empalmadísimo, presionaba fuertemente mi paquete contra la pared, pero no podía hacer más porque mi posición era un tanto precaria y no quería caerme.
 Podía ver cómo deslizaba las manos por su cuerpo, eliminando los restos de jabón; veía que se pasaba las manos por las tetas, pero desde atrás no podía ver cómo. Yo maldecía mi mala suerte, me estaba perdiendo lo mejor, pero en ese momento ella se inclinó hacia delante para coger otra jarra de agua del suelo. Al agacharse su culo se me mostró en todo su esplendor, era simplemente perfecto. Además, al agacharse dejaba entrever su coño, incluso desde mi posición podía notar que era rubio, como su cabello, sus labios se abrían levemente. ¡Dios yo sólo pensaba en cómo sería hundir mi polla en ese maravilloso chocho!
 Estás hecho un guarro.
 La voz me sobresaltó tanto que me caí de las cajas formando un considerable alboroto.
 ¡Ey! Ten cuidado que te vas a matar.
 Dolorido alcé la vista y me encontré con Antonio, el sobrino de Juan, que trabajaba en la finca ayudando a su tío.
 ¡Eh! ¿Quién anda ahí? la voz de mi prima se oyó por la ventana.
 Desde luego no es tonto dijo Antonio.
 Yo le miré con cara de pena. Me habían pillado y me la iba a cargar por todo lo alto. La erección desapareció fulminantemente.
 Venga, no te quedes ahí, vamos a quitar las cajas antes de que alguien salga a ver qué pasa.
 Dios, cuánto quise a Antonio en ese instante. Me incorporé de un salto y rápidamente quitamos las cajas de allí y nos marchamos rodeando la casa.
 Vaya, chico. ..
 Yo.
 Tranquilo, hombre. Yo mismo he espiado alguna vez por ese ventanuco. Es que tu prima está muy buena ¿eh?
 Ya lo creo.
 Pues tranquilo, hombre, que yo no le diré nada a nadie. Además en esta casa con tantas mujeres, los hombres debemos ayudarnos.
 Gracias Antonio.
 En ese momento se oyó la voz de Luisa, que me llamaba para el baño.
 Me voy Antonio.
 Hasta luego, ¡ah! Que te lo pases bien en la ciudad.
 Le sonreí y me fui. Luisa me esperaba en la cocina.
 Venga, que tu prima ha salido ya. Oye, ¿no habrás estado trasteando por ahí detrás, verdad?
 No, Luisa, yo estaba con Antonio.
 Ya veo, venga entra al baño, que Marta y Marina van detrás.
 Voy.
 Oye Oscar, si no te importa usa la tinaja que está limpia y deja la bañera para las chicas.
 Pero.
 Venga, que tú eres un hombre, sé un caballero.
 Vale Luisa.
 Entré al baño y me desnudé. Entré a la tinaja, cogí el jabón y empecé a frotarme. El baño aún conservaba el aroma de Andrea por lo que empecé a recordar lo que había visto. Mi picha fue poco a poco recobrando la forma y yo empecé a masturbarla delicadamente. Entonces se me ocurrió una idea. Me froté la palma de la mano con jabón hasta hacer espuma y después me pajeé con ella. Era una sensación diferente, muy agradable, así que cerré los ojos y seguí con la paja mientras imaginaba que me tiraba a Andrea.
 Estaba tan concentrado que resbalé y me caí dándome un buen golpe en el fondo de la tinaja. Una buena cantidad de agua se desbordó y fue a parar al suelo del baño que quedó empapado.
 Oscar ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
 Luisa estaba al otro lado de la puerta.
 Nada, que me he resbalado.
 Espera que voy a entrar.
 Luisa entró en el baño con cara de preocupación.
 Luisa, estoy bien, en serio dije mientras me agachaba en el interior de la tinaja.
 Madre de Dios, la que has liado dijo mirando al suelo.
 Lo siento.
 Qué le vamos a hacer. Espera, te traigo más agua.
 Salió y regresó al poco con un par de cubos humeantes que añadió a la tinaja.
 ¡Ay! Quema.
 Pues te fastidias. Y date prisa que las niñas esperan.
 No sé por qué, pero le dije:
 Es que me he dado en el codo y me duele el brazo.
 ¿A ver? dijo Luisa mientras me examinaba el brazo parece que está bien.
 Pero me duele. dije yo con mi mejor voz de niño mimado.
 ¿Qué quieres? ¿Qué te bañe yo como cuando eras pequeño?
 Bueno.
 Entonces Luisa me miró de arriba abajo y sin duda notó que yo mantenía las piernas recogidas, escondiendo algo. Fue a la puerta y la cerró.
 Joder con el chico, tan grande para unas cosas y está hecho todo un bebé. A ver, arrodíllate.
 Cogió el jabón y comenzó a frotarme el cuerpo, la espalda, el pelo, haciendo mucha espuma. Me hizo poner de pié, de espaldas a ella y me limpió las piernas y el culo.
 Separa un poco las piernas me dijo.
 Su mano se introdujo entre mis muslos y comenzó a frotarlos por la cara interior, Se deslizaba muy placenteramente y yo notaba cómo la punta de sus dedos me rozaba los huevos. Era genial, estaba muy excitado. Mi polla pedía a gritos que la aliviaran, pero yo no me atrevía. Así seguimos un rato cuando me dijo:
 Date la vuelta.
 Yo obedecí muy despacio. Con las manos me tapé el pito lo mejor que pude. Sabía que no serviría de nada, pero pensé que era mejor dar una imagen de vergüenza
 Al volverme por completo pude ver que los ojos de Luisa estaban fijos en mi entrepierna, lo que me calentó aún más.
 Venga, quita las manos de ahí. A ver si te crees que es la primera picha que veo. Además la tuya ya la he visto un montón de veces.
 Como yo no obedecía, me tomó por las muñecas apartando mis manos ella misma, aunque yo no opuse demasiada resistencia.
 ¡Jesús, María y José!
 Lo siento dije yo fingiendo estar avergonzado, aunque en realidad llevaba un calentón de aquí te espero.
 Vaya, vaya, así que el señorito se ha convertido en todo un hombre.
 Vamos, Luisa, no te burles de mí.
 Si no me burlo, ya quisieran muchos tenerla como tú.
 Se puso de pié y siguió lavándome. Empezó a frotarme el pelo de forma que sus pechos quedaron a la altura de mi cara. Los botones superiores de su vestido se habían abierto, por lo que pude echar una buena ojeada a aquel par de increíbles tetas, embutidas de tal forma en el sujetador, que amenazaban con reventarlo, así de apretadas estaban.
 Luisa acabó con mi pelo y se retiró con lo que se dio cuenta de adonde apuntaban mis ojos.
 Oye, estás hecho un sinvergüenza.
 Lo siento, Luisa.
 ¿No te da nada de mirarle así las tetas a una vieja?
 Tú no estás vieja.
 Anda, que podría ser tu abuela.
 Imposible, ninguna vieja podría tener esas tetas.
 Ella se quedó sorprendida. Aquello no cuadraba con la imagen de niño bueno que tenía de mí.
 Vaya bandido estás hecho. ¿Qué sabes tú de tetas, bribón?
 Nada, sólo sé que las tuyas son geniales, parecen ir a escaparse del sostén.
 Ella miró hacia abajo, abriéndose un poco el vestido con las manos.
 Es verdad que este sostén me va un poco pequeño.
 Pues eso Luisa, son tan bonitas que no he podido evitar mirarlas. Además como me has estado lavando y eso.
 Me parece a mí que a ti no te dolía el codo.
 Perdóname, no sé en qué estaba pensando dije simulando azoramiento, parecía estar a punto de echarme a llorar.
 Venga, venga, no te pongas así, es sólo que me ha sorprendido un poco. A todos los chicos les pasan estas cosas.
 Se acercó a mí y me abrazó. Mi cara quedó apretada contra su pecho. Aquello era el paraíso.
 Lo que no comprendo es cómo puede gustarte una vieja como yo, con todas las chicas que hay por aquí.
 Si ella supiera que me gustaban todas.
 Luisa, que tú no estás vieja. Tienes las mejores tetas del mundo.
 ¿Estos dos trastos? dijo mientras volvía a abrirse el cuello del vestido, permitiéndome atisbar de nuevo su par de ubres.
 Son maravillosas.
 Mi amor. dijo abrazándome de nuevo.
 Luisa. dije todavía abrazado a ella.
 Dime corazón.
 ¿Me las enseñas?
 ¿Cómo?
 Es que nunca he visto unas mentí.
 Se apartó de mí y me asió por los brazos mirándome a los ojos.
 De acuerdo cariño.
 Llevó sus manos a la espalda y trasteó un poco con el cierre del sostén. Le costó un poco hacerlo por encima del vestido, pero para mi desencanto, no se lo quitó. Finalmente logró desabrochárselo y lo extrajo por el cuello de la ropa. Después desabrochó el resto de los botones del pecho del vestido, se lo abrió con las manos y me las mostró.
 ¡Qué par de tetas! Sin duda eran las más grandes que había visto hasta ahora, en la finca, quizás sólo Tomasa podía rivalizar en cuanto a volumen (o eso creía yo). La piel era un poco menos tersa que en las de Loli, pero no importaba. A pesar de lo grandes que eran, se mantenían firmes, con los pezones gordos y duros mirando al frente. Estaba embelesado y mi polla apuntaba al techo, desesperada.
 Luisa le dije mirándola a los ojos ¿Puedo?
 Claro, mi amor.
 Se acercó hasta mí. Yo estiré las manos y me apoderé de aquellas dos maravillas. Comencé a sobarlas con fruición, un tanto bruscamente.
 Tranquilo, mi amor, no se van a escapar.
 Me calmé un poco y comencé a acariciarlas con mayor delicadeza. Mis manos no alcanzaban ni de lejos a abarcarlas, por lo que las movía por todas partes, las agarraba, las estrujaba, las levantaba. Comencé también a toquetear sus pezones. Estaban duros como rocas, me miraban desafiantes. Por mi mente pasó la idea de lamerlos, pero quizás Luisa pensara que eso era demasiado, así que me contuve.
 Seguí acariciándolos con la izquierda y llevé la derecha hacia abajo, hasta empuñar mi verga. Comencé a pajearme lentamente y me separé unos centímetros de Luisa, para verla mejor. Tenía los ojos cerrados y se veía perfectamente que estaba disfrutando horrores. Eso me envalentonó así que fui deslizando mi mano izquierda por todo su cuerpo. Al llegar a la cintura, separé con los dedos el vestido y las bragas, e introduje la mano en su interior. Luisa abrió los ojos y me miró sorprendida, parecía querer decir algo, pero mi mano se metió entre sus piernas, entre sus labios vaginales, nadando en las humedades que allí había y mis dedos encontraron su clítoris, con lo que a Luisa se le pasaron las ganas de decir nada.
 Volvió a cerrar los ojos y me dejó hacer. Yo seguí masturbándonos a los dos, lentamente, disfrutando el momento. Ella llevó sus manos hasta sus globos y empezó a sobárselos, tironeándose de los pezones, mientras dejaba escapar pequeños gemidos que me excitaban todavía más. Poco a poco inició un leve movimiento arriba y abajo de sus caderas, aumentando el frotamiento.
 Progresivamente fue incrementando el ritmo de su cintura, hasta que se convirtió en un furioso vaivén. Los gemidos fueron ganando intensidad:
 Sí, así, así, mi amor, sigue asíiiiiiiii.
 Mientras se corría se derrumbó sobre mi hombro. Yo notaba los espasmos de su coño en la mano mientras no dejaba de pajearme.
 En ese momento una voz sonó al otro lado de la puerta:
 ¿Qué estás haciendo? ¿Te queda mucho?
 ¡Mierda! ¡Mi hermana!
 Un poco todavía Marina, espera en la cocina que ahora te aviso dije con voz entrecortada.
 Date prisa ¿quieres?
 Sí, hermanita.
 Oí pasos que se alejaban y respiré más tranquilo. Miré a Luisa, que parecía preocupada. Era hasta cómico, los dos, asustados, mirando a la puerta, mientras una de mis manos empuñaba mi polla y la otra se perdía en sus bragas.
 Hay que acabar rápido dijo Luisa.
 Se apartó de mí y yo pensé que se había acabado, pero no, Luisa no pensaba dejarme en ese estado. Se arrodilló frente a mí y agarró mi polla, comenzando a pajearla con rapidez.
 Acaba rápido o nos matan.
 Así que me dediqué a disfrutar. Desde luego no era tan bueno como antes, pues había que terminar rápido, pero no estaba nada mal. Como seguía teniendo las tetas fueras, estas se movían como campanas al ritmo del cascote, lo que era muy erótico.
 Siguió masturbándome diestramente, mientras con la derecha me la meneaba, con la izquierda me sobaba los huevos; desde luego no era la primera paja que hacía, sabía dónde y cuándo apretar y pronto comencé a notar que me corría.
 Ella me apuntó el pene hacia el agua y los disparos fueron todos a parar al interior de la tinaja, menos un poco que manchó la mano de Luisa.
 Bueno ya estás dijo mientras se llevaba la mano a los labios y se la limpiaba con la lengua ¡Qué morbo! Ummm, está dulce.
 ¡Joder! Aquello casi me empalma otra vez.
 De pronto, Luisa pareció volver a la realidad.
 Vamos espabila, que nos van a pillar.
 Cogió un par de jarras de agua y me los echó por la cabeza para enjuagarme.
 Venga, hay que darse prisa que las niñas tienen que entrar y antes tengo que recoger el estropicio que has hecho.
 Luisa cogió una toalla y me secó vigorosamente el cuerpo y desde luego aquello no tuvo nada de erótico, sin más bien de doloroso. De no ser porque aún llevaba las tetas por fuera del vestido, parecería que allí no había ocurrido nada. Rápidamente se arregló la ropa, aunque no se puso el sostén, sino que lo dobló hasta que no se notaba lo que era.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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