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PAQUITA (20)

NOCHE DEL SEGUNDO DIA
- 30 -

-Son cerca de las siete, ¿te parece vayamos a cenar al New York? -propongo a Paquita, en cuanto nos quedamos solos.
-Como quieras, pero no tengo hambre -manifiesta.
-A mí me ocurre lo mismo, pero si nos demoramos, a lo mejor más tarde esté todo cerrado, ya sabes que aquí se cena a esta hora. -Sin esperar respuesta, le expongo mi pensamiento: -Si te parece, podemos hacer lo siguiente: dejamos el coche en el hotel y a pie nos llegamos al Vieux Port, vemos por fuera el Hotel de Ville y si tienes ganas de caminar nos acercamos a las Catedrales, ¡qué no se diga que estamos en Marsella como maletas en tránsito!; servirá para hacer un poco de ejercicio, que a lo mejor estimula nuestro apetito, ¿te animas? -le interrogo, mientras conduzco en dirección al hotel. A pesar del alambicado trazado vial de Marsella con sus callejuelas, colinas, subidas y bajadas me desenvuelvo por ella como un nativo.
-Lo que tu decidas, pero antes tengo que subir a la habitación, -contesta con sumisa aquiescencia.
-Me parece muy bien -coincido con ella-, así me cambiaré con ropa más apropiada.
Hemos llegado, dejo el vehículo en manos del portero y en conserjería recojo las llaves de la habitación.
El espejo del ascensor refleja nuestras siluetas. En ambos se aprecia laxitud, secuela del cansancio. En Paquita destaca el moreno solar de la tarde, que irradia sobre el claro impoluto de su cutis tonalidades tornasoladas, y pronunciadas ojeras que imprimen a su rostro una sensación ambigua entre la fatiga y el vicio. Los dos hemos perdido prestancia, como si músculos debilitados dejasen a los miembros desmantelados.
Al llegar a la habitación recojo el pantalón largo y una camisa de manga corta y cuello vuelto y encamino al cuarto de baño dispuesto a acabar cuanto antes para dejar el campo libre a Paquita. En un periquete me desnudo y entro en la ducha, el agua fría además de disolver la sal del agua marina que impregna el cuerpo, me relaja y tonifica. Sólo son unos minutos y ya estoy vestido. Debo reconocer que la 'charme' de la persona que contemplo en el espejo, en nada se parece al decrépito personaje de momentos antes. ¡Francamente, estoy admirado!
En la habitación, le digo a Paquita:
-Espero abajo. Toma todo el tiempo que quieras, ¡no hay prisa!
-De acuerdo, estaré enseguida -contesta.
Entretengo la espera en el hall del hotel hojeando una revista ilustrada. Enfrascado en la lectura no percibo la presencia de Paquita hasta oír su voz, que alegre saluda:
-¡Hola!
Levanto la vista y quedo deslumbrado. Viste liviana blusa combinada con una falda muslera acampanada y calza zapato de tacón, que imprimen a su figura la esbeltez y el donaire de una bella quinceañera. Ojos y labios levemente sombreados con maquillaje apenas perceptible, realzan la pureza de líneas de su rostro que aparece risueño y lleno de vitalidad. La emoción que en mí despierta su dulce y encantadora belleza, me mueven a depositar en su frente un casto beso. Embebido en la esencia de su encanto, rodeo su cintura con mi brazo, y después de devolver la llave de la habitación al conserje, así cogidos nos encaminamos a la calle.
-Se ha hecho un poco tarde -reconozco, al percatarme que el reloj marca las siete treinta y cinco-, y mejor será que vayamos directamente al restaurante.
No precisa conteste: su risueña y encantadora mirada, que melosa entrelaza con la mía, es más elocuente que cualquier discurso que pretendiera decir de la enamorada entrega y dejación de su persona a mi omnímoda voluntad. Agradezco esta ofrenda tan dulcemente manifestada, que hace crecer en mi pecho una tierna emoción que desemboca en el largo y agradecido beso que imprimo en su mejilla. Chisporrotean unas llamitas en el iris de sus ojos, que bien a las claras expresan el sentimiento que las enciende. ¡Dudar de su amor en estos momentos, sería negar la evidencia! Contra todo propósito, ¡también yo me siento inmerso en el embrujo de esa pasión amorosa! Y me afierro a ella con todas las fibras de mi alma enamorada: ¡por qué me gusta! Y aun a trueque de pecar de cacofónico, confieso: ¡que disfruto, disfrutándolo! A sabiendas dé que conculco la intención inicial de limitar nuestra relación al estricto trato que puede caber entre amigos.
Llegamos al Quai des Belgues y giramos a la izquierda. El abigarrado tránsito de coches que a gran velocidad se cruzan y entrecruzan por el 'desbarajuste de vías circulatorias' -según he leído en alguna parte-, me recuerda la avenida Merdeka Timur de Yakarta, pero sin el peligro que allí conlleva el incalculable número de bicicletas que circulan.
Un bosque de palos y chimeneas de barcos alineados en los laterales del puerto, y el luminoso colorido del entorno, confirma la teoría expuesta por Manuel de Solá Morales, de que los puertos son grandes plazas mayores de las ciudades marítimas.
Recalamos en el restaurante New York en cuanto llegamos a la esquina con el Quai de la Rive-Neuve, y nos sentamos en la terraza. El publico de alrededor cabría confundirlo con el que frecuenta Sandor o la Puñalada, de Barcelona. No se equivocó mucho quién dijo, que en esta terraza se concentra la 'frime' de los marselleses más aparentemente á la 'page'
-¿Has recuperado el apetito, o sigues igual? -le pregunto.
-No te extrañe mi inapetencia, pues en casa acostumbro a cenar a las diez, y ahora sólo son las ocho -explica justificándose.
-Lo mismo me ocurre a mí, pero ya que estamos aquí, aprovechemos, y creo lo mejor será confeccionar un menú que cumpla con el paladar, mejor que con el apetito, ¿te apetecen los mariscos?
Palmotea alegre, y en vista de su aceptación, llamo al maitre para encargarle media docena de ostras y otra media de almejas, por cabeza, para comenzar, y luego sendas raciones de gambas a la plancha. Al estar en mes que no lleva "r" en su denominación, no dejo de interesarme por la salubridad del producto, y el maitre, un tanto picado, asegura enfáticamente la calidad sanitaria de cuanto se sirve en el restaurante. Para beber pido vino blanco seco bien frío, de la marca Chablis.
Al quedar solos informo a Paquita:
-Este restaurante, antes, servía una de las mejores bullabesas de Marsella. Hoy sigue siendo tan caro, pero ya no es tan bueno, yo prefiero en el que comimos a mediodía.
Con la volubilidad que me es propia, cambio de tema movido por la presencia del público instalado en la terraza y el que deambula por la calle, que me recuerda el tópico que distingue al marsellés.
-Marcel Pagnol escribió una trilogía de novelas cuyos personajes han quedado de prototipos de este pueblo -pienso en voz alta-. Cualquiera de quién está sentado en esta terraza, o pasa por la calle, puede ser 'Fanny', 'Marius' o 'Cesar', o, de ser una pescadera, cabe identificarla con 'Honorina', la madre de 'Fanny'; personajes que protagonizan las obras de Pagnol. Precisamente, este lugar donde estamos, es el terreno de las 'pagnoladas', como el sur de España lo es de la 'españolada'
Mientras tanto, el camarero ha montado la mesa y presenta sendas bandejas con ostras y almejas. También acude el 'ruisseler' con el Chablis en un cubo con hielo, y siguiendo el ritual acostumbrado, descorcha la botella, sirve una muestra que ofrece para probar y, con mi beneplácito, llena las respectivas copas.
Nos enfrascamos en la distraída labor de desbullar el molusco de su valva, que rociamos con jugo de limón, y a pesar de no ser época, los saboreamos con evidente placer.
Mirándome a los ojos, Paquita me descubre:
-¡Cualquier diría que conoces mis gustos, es de los manjares que más me apetecen!
Haber adivinado su gusto, me llena de dicha, es, de algún modo, satisfacer la ilusión que me anima de que ella disfrute y obtenga placer de esta aventura. Levanto la copa y ella me imita.
-¡Brindo por estos momentos, que no tengan fin...!
-¡Dios te oiga! - corresponde Paquita emocionada.
El carecer de apetito no es óbice para asumir la condición de buenos gourmets. Comemos con placer, sin duda influye en el deleite con que los degustamos el estímulo de saber de sus virtudes afrodisíacas.
Con su mirada puesta en mis ojos y en su boca un mohín de picardía, me insinúa.
-¡Prometiste acabar de contar tu aventura en Le Lavandou!
Esta referencia a un acontecimiento concreto, me lleva a pensar que ninguno de los dos mencionó a Cristal desde el momento en que la dejamos en el Petit Nice, ¡como si entre ambos mediase un pacto de silencio en lo concerniente a su persona! ¿Acaso hay temor en ambos, por haber claudicado tan fácilmente al encanto físico de Cristal? En cuanto a mí se refiere, ni escrúpulos ni arrepentimiento, y en el pensamiento subsiste la idea que nació al conocerla, ¡de poseer todos sus encantos en cuanto surja la ocasión! Lo que piensa Paquita escapa a mi conocimiento, pero constato mentalmente que me importa un comino; tal vez esta reacción obedezca al hecho de estar picado por la afección que elle ha demostrado al devolverle las caricias.
Consumidas las ostras, enzarzamos con las almejas, y usamos una de las propias valvas, de la bivalva concha, de vehículo para llevarlas a la boca. Sorbos del frío Chablis compaginan en el paladar con el sabor del excitante manjar, lo que despierta en los sentidos sensaciones que estimulan sensual apetito.
Nadie que nos observe en estos momentos, podrá dudar de nuestra condición de sibaritas que saben gozar con fruición de los estimulantes manjares y del entorno, y, quién sabe si con aviesa intención, fruto de la envidia de vernos tan felices, también se le ocurra motejarnos con el epíteto de 'Epicuri sunt, de gregue porcus', con el mismo maligno desprecio con que Erasmo se lo dedicó a su irreconciliable enemigo Lutero.
Sorprendida por mi silencio, Paquita me dirige una mirada interrogante. Hago gesto indicativo de la imposibilidad material de hablar, por tener la boca ocupada con el molusco. Cuando por fin engullo la almeja, comienzo.
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1413
  • Fecha: 16-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.51
  • Votos: 77
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3908
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