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Categoría: Confesiones

Mi suegra y la siesta

Me quedé pasmado, os aseguro que jamás de los jamases me hubiera imaginado, ni por asomo, que aquella tarde yo era espiado por mi suegra y que la muy pícara se las había ingeniado para observarme mientras yo dormía la siesta.



Fue un verano caluroso, estábamos de vacaciones en una casa que tienen mis suegros en un pueblo de Jaén, y aquél día, después de almorzar, mi mujer se fue con los niños a la piscina del pueblo a pasar la tarde. Quedamos en que yo los recogería cuatro horas después, cuando cerraran las instalaciones, pues preferí echar una buena siesta y descansar un poco, ya que aquel día no me apetecía para nada salir y menos con el tremendo calor que hacía.



Mi suegro también se marchó con un primo suyo al campo, a unos cuarenta kilómetros de allí, a visitar unas fincas de olivos, por lo que también tardaría lo suyo en volver a casa.



Nada me hacía sospechar lo que estaba maquinando la mujer, así que como cada día y como tenía por costumbre en vacaciones, me retiré a mi habitación, en el primer piso de la casa mientras mi suegra hacía lo propio en la planta baja, donde tenían ellos su alcoba.



Me desnudé totalmente, como hago siempre en verano para dormir, y me tumbé en la cama tapándome con una fina sábana hasta las caderas, no precisamente porque hiciera frío, lo hacía simplemente por el pudor de que a alguien se le ocurriera entrar y me pillara con “todo al aire”.



No tardé en dormirme; recién duchado, almorzado, y con la agradable corriente de aire que entraba por la puerta entreabierta de la habitación, quedé ko en unos segundos.



Dormía apaciblemente cuando entre sueños oí un ruido, suave. Todavía medio dormido entreabrí los ojos y descubrí a través de la tenue penumbra de la habitación una silueta en el umbral de la puerta. Me di cuenta de que era ella, mi suegra. La sorpresa y también la curiosidad por averiguar qué estaba haciendo aquella mujer allí me hicieron permanecer inmóvil y a la expectativa.



Pasaron unos instantes y no se movía de allí, entonces caí en la cuenta de que la buena mujer se estaba recreando en la contemplación de mi cuerpo desnudo, y no sólo eso, sino que a través de la fina bata que vestía, masajeaba uno de sus senos, suspirando suavemente para no ser oída.



Aquello me dejó estupefacto. Que pasara por la puerta y se parara un momento para curiosear, hubiera entrado dentro de lo normal, quien no ha sido alguna vez curioso con los demás, pero... lo otro... era muy fuerte, mi suegra se estaba empezando a masturbar literalmente mientras miraba mi cuerpo desnudo.



No reaccioné, simplemente no pude reaccionar, no lo acababa de asimilar, permanecí allí, tumbado boca arriba como un pasmarote y viendo como seguía sin irse de allí, pensando que yo estaba profundamente dormido y aprovechando el momento para dejarse llevar por quien sabe qué fantasías.



A continuación vino lo más tremendo. En los pocos minutos que transcurrieron desde que medio me desperté y me di cuenta de lo que estaba pasando realmente allí, cuando capté definitivamente lo que ella estaba haciendo, mi postura en aquélla historia pasó de la sorpresa a la acción.



De pronto sentí un morbo insoportable, alguien me observaba y admiraba mi cuerpo desnudo, y al margen de quien era la persona que lo estaba haciendo, el instinto animal que tantas veces nos traiciona surgió de repente y mi polla comenzó a endurecerse precipitadamente.



Tuve una erección bestial, como hacía tiempo no tenía, quizá por ese morbo que ocasionaba la situación y que tenía a flor de piel, así que aunque la sábana tapaba hasta mis caderas, el bulto que comenzó a surgir bajo ella se hizo cada vez más evidente, y eso, me percaté de que a ella la estaba poniendo totalmente fuera de sí.



La fase dos de aquella situación fue que inmediatamente perdí cualquier signo de pudor o vergüenza y haciéndome el dormido, por supuesto, me removí como entre sueños y estiré de la sábana suavemente con las piernas, dejando mi cuerpo totalmente visible sobre la cama.



Seguí boca arriba, dejé que mi suegra se recreara con la visión de mi cuerpo desnudo y pudiera ver mi polla que palpitaba, tiesa y dura, a punto de reventar. Su mano ahora acariciaba y frotaba sus senos (bonitos a pesar de su edad) con mayor intensidad, lo que indicaba que la calentura le subía por momentos; aquello empezaba a gustarme y mucho, así que para que tuviera acceso a visionar todo mi cuerpo, “dormido profundamente” me di lentamente la vuelta y, me puse boca abajo para que esta vez viera como era mi otro lado.



Pareció gustarle, pues siguió con la observación y con sus frotamientos durante un buen rato mientras yo oía sus suspiros profundos y contenidos para no “despertarme” y ser descubierta.



No sé durante cuánto tiempo transcurrió aquella situación, pero finalmente oí como mi querida suegra se retiraba de la puerta y bajaba las escaleras hacia el piso inferior.



Cuando me aseguré de que se había marchado de mi habitación, me levanté sigilosamente, me puse un bañador (no sé por qué, dadas las circunstancias) y bajé por las escaleras, siguiendo sus pasos. Sentía verdadera curiosidad por ver qué iba a hacer ahora ella.



Oí sus pasos dirigiéndose a su habitación y esperé en la escalera hasta que la puerta rechinó, indicándome que acababa de entrar en la estancia. Silenciosamente llegué hasta la puerta de la alcoba, que también permanecía entreabierta, y procurando no ser descubierto, me asomé por la ranura que quedaba para ver qué hacía aquella mujer, mayor, sí, pero encendida como una antorcha.



Si antes he dicho que venía lo más tremendo, lo que voy a contar ahora fue alucinante, por la extraña forma en que descubrí que mi cachonda suegra se “aliviaba” de sus quemazones.



El espectáculo era impresionante; ella estaba sobre su cama, con los ojos cerrados, de rodillas y con la cabeza posada sobre la almohada, (a cuatro patas, para que nos entendamos) y su enorme culo respingón desafiante, apuntando hacia la puerta de entrada de la habitación, no porque esperara mi llegada, de eso estoy seguro, sino porque seguidamente vi como una de sus manos se alzaba hacia arriba y también vi con estupor que esa mano asía ¡¡¡ UNA PALETA DE TENIS DE MESA!!! Y caía violentamente hacia abajo, golpeando las nalgas de la mujer que al recibir el impacto del paletazo gruñó de placer como un animal. Aquello me superaba, mi polla iba a salir del bañador de un momento a otro; palpitaba y yo sudaba, jadeando por escenario morboso que tenía ante mí.



Una vez más, mano arriba y paletazo seguido de un gruñido gutural, incontenible, la mujer estaba llegando a un estado de excitación difícil de controlar por lo que vi, así que después de ver caer tres paletazos más, me la jugué, podía salir mal, pues en estos casos no sabes la reacción del otro, aunque haya motivos suficientes para actuar, pero no pude más y de nuevo ganó la bestia interior que había en mí, así que entré en la habitación y antes de que mi suegra pudiera reaccionar, le arrebaté la paleta de la mano y la cogí con fuerza.



Nueva sorpresa, ni siquiera se movió ni abrió los ojos, simplemente permaneció allí, en la misma posición, con el culo en pompa enrojecido por los golpes que se había propinado y en actitud pasiva; a aquellas alturas supongo que ya le daba igual cualquier cosa, así que, animado por aquella peculiar conducta, jugué mi turno en aquélla partida sexual.



Me situé detrás de ella y alzando la mano, descargué un golpe tremendo en su nalga, creo que sonó por toda la casa, y ella volvió a lanzar un gruñido enloquecido, jadeando entrecortadamente, el final de aquello se aproximaba para ella y por supuesto para mí también, pues estaba seguro de que me iba a correr sin haber tenido ni un solo contacto físico con ella. La intensidad de sus suspiros y gemidos indicaban claramente que iba a tener un orgasmo brutal de un momento a otro.



Antes de darle el siguiente paletazo, me recreé un poco admirando aquél gran culo rojo y suave, lo acaricié como despedida a lo que iba a venir a continuación y seguidamente empecé a darle con la pala toda una serie de golpes seguidos, sin intervalos, sin descanso. Debieron ser diez o doce golpes rápidos pero potentes ¡¡plas!! ¡¡plas!! ¡¡plas!!... uno detrás de otro, con rugidos, gruñidos y gemidos “in crescendo” hasta que finalmente, con un intenso espasmo, cayó de bruces sobre la cama, deshecha, se había corrido intensamente, supuse que hacía tiempo que no tenía una experiencia sexual, al menos tan original como aquélla.



Cuando había concluido su orgasmo y quedó allí tendida, boca abajo sobre la cama, jadeante, me tocó a mí el turno; no me iba a quedar en cuadros, así que me quité el bañador y dejé salir una polla que ya había adquirido un color morado y que me pedía acabar con su sufrimiento.



Me coloqué de pie sobre ella, junto a la cama y comencé a meneármela violentamente, ¡¡Dios!! Qué gustazo, mientras me la meneaba, no dejaba de mirar sus nalgas, mi mano frotaba el miembro duro hasta que vino lo que tenía que venir, un bufido y un chorro de leche caliente emergió con fuerza de mi polla que por fin detonaba en una corrida incontenible, regando el trasero de mi suegra quien después de ello, como punto final al espectáculo alargó el brazo y esparció toda mi corrida por su rojizo culo.



Cuando acabé de correrme y tras unos instantes de observar aquél culazo irrigado con mi leche, me retiré, sin pronunciar palabra; en realidad no llegamos a dirigirnos ni una palabra, en ningún momento, simplemente actuamos, nos dejamos llevar y se acabó.



Siempre he pensado que aquél silencio por parte de ella era una manera de descargar su conciencia, quizá así no se sentía ni culpable ni comprometida, digo yo que sería eso.



Me fui a mi habitación y dormí placenteramente, agotado y satisfecho, al igual que hizo ella, supongo.



Nuestra vida familiar siguió siendo tan normal como lo había sido siempre, sólo que de vez en cuando, muy de vez en cuando, nos abandonábamos, curiosamente sin dirigirnos la palabra, a aquél juego de la paleta.



Su señal de inicio siempre era la misma, cuando nos encontrábamos a solas y sabía ella que nadie iba a interrumpirnos en un buen rato, sacaba del armario la paleta y en silencio la colocaba sobre la mesa para seguidamente dirigirse a su habitación sin mediar palabra, se desnudaba y se colocaba sobre la cama en pompa esperando a que yo llegara para empezar con el juego.



La pauta era siempre la misma, paletazos enérgicos y corridas bestiales, luego, llegaba mi turno, me colocaba sobre ella y me la meneaba hasta soltar un buen chorro de leche caliente regando su culo enrojecido por los golpes que le había propinado.



Su vida sexual aparte de aquellos episodios conmigo nunca supe cómo era, si solamente se excitaba así tan peculiarmente, “jugando al tenis de mesa”, pero tampoco le pregunté nunca, me limité a disfrutar de nuestros momentos y nada más, cada uno debía estar en su sitio, sin comprometernos a nada, pero aun así nunca dejó de resultarme curioso... en fin, eso es lo de menos, todos tenemos nuestras rarezas y secretos.


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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