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Mi primera vez con una mujer de verdad

Presentarme, antes de nada. Me llamo Richard, no es mi nombre real pero dejémoslos así. Tengo 45 añitos, 1'80, pelo castaño ojos verduscos, los años ya no perdonan, pero sigo dando la talla. Nunca fui el ligón de la cuadrilla ni el más espabilado, pero la verdad es que la vida me ha dado unas cuantas sorpresas y muchos buenos momentos. Nunca he tenido vergüenza y he dicho y hecho lo que consideraba en cada momento, algunas veces bien, otras no tanto.

Después de mucho tiempo leyendo relatos, me he decidido a formar parte de ello, la verdad es que es más fácil leerlo que ponerse a escribir.

Pero vamos a empezar por el principio, es un día que yo lo recuerdo como el auténtico despertar a la vida sexual, esa experiencia que te marca, que te hace sonreír cuando la recuerdas.

He vivido gran parte de mi vida en una ciudad de la zona norte de España, mucho frio en invierno, pero una ciudad con mucho ambiente y la fiesta metida “en vena”. Por aquel entonces yo tenía mis 19 añitos, juventud, mucho morro, mucha fiesta, tenía un amigo que trabajaba en una discoteca, el típico camarero. La verdad es que desde siempre hemos sido buenos amigos, y gracias a eso podía entrar gratis en el disco y tomarme alguna copita sin pagar.

Era un asiduo de la fiesta nocturna, mientras mi amigo trabajaba yo me dedicaba a pasármelo bien. La situación era curiosa, ya que era “el baby” de la disco, todo el mundo me conocía. Una disco en la que la edad media podía rondar los 35 tranquilamente, más bien alta para mi edad claro. Hay que ver que en aquella época (hace más de 20) no era muy normal que un chaval de 19 años estuviera de disco hasta las tantas

Había una pareja Álvaro 36, un tipo alto, musculoso de gimnasio, la verdad que el chico estaba de buen ver, trabajaba en una empresa de cosmética muy importante de la ciudad. Carla 34, su mujer, no llegaba a 1,70, pelo teñido, ojos verdes (luego me entere se ponía lentillas de colores), se movía como nadie bailando, y su amiga Ana 32, esta es la que más me ponía, 1,80 delgadita, pelo rizado morena, unos ojazos marrones pero claritos, siempre enseñando lo justo para dejar correr la imaginación y un desparpajo que no era normal.

Con Carla siempre me lleve genial, su marido era un tipo muy simpático y nos reíamos bastante, Ana era la bohemia siempre intentando salvar al mundo y esas cosas.Casi siempre que iba por la disco me los encontraba, saludos, besitos, caricias, que tal estas y todas esas cosas.

Nos solíamos sentar en unas mesitas que tenían unos sofás de dos plazas muy cómodos, yo siempre con un ojo en las piernas de Ana y otro en el escote de Carla, era inevitable que no me pillaran.

―Que nos vas a desgastar, con tanto mirarnos. Mira a las de tu edad no ves que somos mayores para ti.

Esos típicos comentarios para ruborizar a la gente. Pero que cuando llegaban los bailes agarraditos, bien que las dos querían bailar conmigo, Álvaro no bailaba nunca.

Con Carla era un placer bailar, se pegaba tanto que notabas cada curva de su cuerpo. Aquel día llevaba un vestido negro de tirantes que dejaba ver aquellos preciosos pechos, tenía una 110, para mi aquello era espectacular, y como era más baja que yo siempre disfrutando de las vistas.

―No pierdas detalle, me decía que esto no se ve todos los días.

Aquellos roces con su pecho me ponían a 100, Carla se daba cuenta, tonta no era, y esas vueltecitas bailando que pegaban su trasero contra mí, hacían que mi excitación fuera mayor.

―¿Ya has sacado a pasear a tu amiguito?, entre risas haciendo ademán de mirar hacia abajo. Y luego no digas que la culpa es mía, que te conozco.

―Carla cielo, reconocerás que algo de culpa sí que tienes, que yo no salgo a la calle así habitualmente.

―Hay si mi marido se pusiera así de contento.

―Álvaro se preocupa más de tener la copa llena que de ti.

―Cualquier día de estos vamos a tener que aprovechar uno de sus viajes tú y yo, me dijo mientras su pierna rozaba contra mi pene.

―No hagas eso Carla, que me pongo muy malito.

―Que pasa que no te gusta….

―Me encanta, pero luego tú te vas con tu marido y yo a dos velas.

―El que algo quiere algo le cuesta….

Se acabaron los bailes lentos y fuimos a por las copas, allí estaba Álvaro con su habitual borrachera.

―Cojamos las copas y salgamos al jardín?, te parece

Esta discoteca contaba con un jardín exterior que era utilizable en verano

―Me parece bien.

Salimos fuera, y buscamos un sitio tranquilo donde sentarnos. En un sitio un poco apartado, un banco de piedra, allí nos sentamos.

―El banco está muy frio, dijo mientras se sentaba encima de mí.

Así que Carla con su culito encima de mi pene, yo mirándola mientras le ponía una mano en la cadera, intentando mantener una conversación y sin apartar la vista de sus pechos.

―Me parece a mí o me estas tocando el culo

―Que va Carla, tocarte el culo es esto, y acto seguido le puse una mano en su culito, acariciándolo. Intente besarla, pero no me dejo.

―Estás loco que aquí nos conoce todo el mundo.

―Carla cariño tengo el pene como una roca, no me dejes así, anda.

Carla empezó a tocarme el pene por encima del pantalón

―Madre mía sí que esta empalmado.

Me desabrocho el pantalón y apareció mi pene duro con las venas marcadas.

―Joder sí que estás bien dotado, vaya pollón que tenemos aquí.

Empezó a masturbarme mientras metía mi mano debajo de su falda, tocado aquel culito durito y de piel muy suave. Estaba en estasis. Carla me la meneaba rápidamente mientras miraba a ver si alguien nos veía.

Me daba igual si alguien nos veía, estaba muy excitado, yo buscaba su rajita y me encontré un volcán húmedo de placer custodiado por unas braguitas, estaban mojadas.

Una de mis manos busco su pecho, cálido, blandito, no sin mucho trabajo, liberé uno de elos de la prisión de aquel sujetador, la visión de aquel pezón duro, tieso, hizo que me lanzara a por él y empezara a chuparlo.

―Estate quieto, decía con la voz entrecortada, mientras guardaba aquel pecho tan necesitado de cariño.

Yo acariciaba su coño mientras Carla me la meneaba. Estaba a punto de explotar, y chorros de leche salieron de mi polla. Un placer inmenso me recorrió el cuerpo. Siguió meneando un rato hasta que la erección se pasó. Me dio un pañuelo de papel para que me limpiase.

Yo quería follármela allí mismo, me daba igual que su marido estuviera cerca, o que todo el mundo nos conociera.

―Límpiate y nos vamos, ya terminaremos esto otro día.

Aquella noche, cuando llegue a casa, deje correr mi imaginación mientras pensaba en Carla.

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