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Mi mascota Pepe

Y Pepe fue creciendo de tamaño, semana tras semana. Al verano siguiente ya tenía más de veinte centímetros de largo y casi otro tanto de bigotes.



MI MASCOTA PEPE



En esta historia quiero contarles de mi mascota Pepe y de cómo nos hicimos amigos.



Una tarde había ido al río con mis primos. Ellos llevaban cañas y sedal, boyitas y anzuelos, pero yo no (mi mamá dijo que era muy chico para eso), así que me entretuve mirando qué había en la orilla mientras ellos se alejaban pescando.



Encontré unos caracoles negros y chicos, y entre unas plantas de agua que parecían pasto descubrí unos pecesitos plateados y chatos.



Quise atrapar uno, pero se me escapaban. Ahí nomás, se me ocurrió que tal vez podría pescarlos con una red.



Busqué un pedazo de alambre y un frasco, y saqué de mi bolsillo una media vieja de mi mamá en la que guardaba mis bolitas de vidrio (ella siempre renegaba conmigo cuando las perdía y me ordenó que las guardara allí).



Con el alambre hice un aro y lo envolví con la media. Y enjuagué y llené el frasco con agua del río.



Probé barriendo el agua, pero no atrapé nada.



Cuando ya me daba por vencido, descubrí que moviendo las plantas con una mano, los pecesitos huían corriente abajo.



Puse allí entonces mi red y así atrapé a varios, que saltaban al encontrarse fuera del agua. Los fui guardando en el frasco y al llegar a casa armé en una pecera vieja que no se usaba, un acuario.



Le puse una cama de piedritas y unos cuantos caparazones de caracoles de mar y ahí mis pecesitos plateados iban nadando de aquí para allá.



Después conseguí que me compraran un aireador eléctrico que fabricaba burbujas dentro del agua.



En la siguiente excursión con mis primos, volví a intentarlo, pero esta vez pesqué un pez diferente, el que luego sería Pepe.



Era un bagrecito chico, que me cabía en la palma de la mano, y cuando pude verlo bien en la pecera, descubrí que tenía cuatro pelos blancos debajo de la boca y dos bigotes tan largos como su cuerpo a cada lado del hocico. Una boca grande, varias aletas y una piel sedosa, color gris, con manchitas pardas.



Era bastante tranquilo. Se movía despacio agitando las aletas.



Después pasó que poco a poco los pecesitos plateados fueron desapareciendo: claro, al ser bastante más chicos y por las noches, mi Pepe iba dando cuenta de ellos.



A los pocos días se encontraba sin compañía, con todo el acuario para él solo.



Descubrí que le gustaban las lombrices y los caracoles de jardín.



Ahí fue cuando mi abuelo empezó a llamarme "Gaviotín" porque cada vez que se ponía a puntear la quinta con la pala aparecía yo para atrapar lombrices.



Y Pepe fue creciendo de tamaño, semana tras semana. Al verano siguiente ya tenía más de veinte centímetros de largo y casi otro tanto de bigotes.



Una vez, cuando lo alimentaba, al poner un dedo en el agua se acercó a tocarlo.



Pude sentir su piel aceitosa y fría. Pero él se dejó acariciar si asustarse. Desde ese día se fue acostumbrando a mis caricias y cada vez que yo ponía un dedo en el agua, se acercaba para que lo rozara.



Una de esas tardes muy calurosas de verano (en la que todos dormían la siesta menos yo) se me dio por refrescarme en la tina.



Había una vieja bañera en el fondo del patio, bajo un sauce con ramas largas y hojas que llegaban hasta el suelo. Una de esas con cuatro patas (mi papá la había sacado al arreglar el baño de nuestra vieja casa).



Me gustaba mantenerla limpia y llenarla con agua fría en verano.



Puse la manguera de jardín y mientras esperaba a que se llenara me acordé de Pepe.



Era tiempo de alimentarlo: le llevé una lombriz gorda de tierra. Tanto le gustaban que las devoraba como si fuera un tallarín. Y ahí se me ocurrió que le iba a gustar nadar en un lugar con más agua.



Sumergí un frasco en la pecera y lo hice entrar. Y me lo llevé para el patio.



La bañera estaba completa. Saqué la manguera, sumergí a Pepe y me saqué la ropa para meterme.



¡Ahhh! ¡El agua estaba fresquísima!



Estuve un rato jugando con Pepe, tratando de atraparlo y soltándolo. Y de a ratos me sumergía con cabeza y todo en el agua, aguantando la respiración. Y trataba de concentrarme y sentir en que parte del cuerpo me rozaba.



Una vez en el muslo derecho... luego cerca de una tetilla. Cuando giré lo sentí por la espalda y una vez me tocó cerca de las bolas, metiéndose entre mis piernas.



En otra de las sumergidas me pareció sentirlo besando mis labios.



Con este juego de rozamientos me entretuve por un rato, hasta notar que mi pito se había endurecido y alargado.



Ya me había pasado descubrirlo así al despertarme a la mañana (igual mi mamá decía que no debía tocármelo)



Pero esta vez estaba más grande y no pensé en otra cosa que en tocarlo, y después en tirar hacia atrás la piel que cubría la punta.



Me dolió un poco pero cuando la descubrí totalmente, la cabeza rosada pareció crecer aún más.



Mi mano derecha comenzó un movimiento lento cubriendo y descubriendo la punta. ¡Se sentía cada vez más cómo mi pito crecía!



Y mientras hacía esto observaba a Pepe nadando alrededor, tocándome aquí o allá.



Llevé la otra mano a mis bolas que también parecían haber crecido. Estuve un rato así ¡me dio tanto gusto!



Y de pronto sentí como un temblor y vi que una nube blanca salía por la punta de mi pito. ¡Esa era la leche de la que hablaban mis primos!



Siempre me cargaban con que si me la meneaba, que ya era tiempo de conocer a Manuela o algo así, pero yo no sabía muy bien de qué se trataba.



Pensaba en todo eso cuando vi que Pepe se acercaba a la nube y abría la boca, tragándose aquella nube blanca que flotaba en el agua.



Después me pareció que le gustó: se acercó a la punta de mi pito como para chupar un poco más.



Con el paso del tiempo fui mejorando mis maneras de tocarme, pero pasó bastante hasta que otro Pepe estuvo dispuesto a probar el sabor de mi nube blanca.



Una tierna historia ¿no creen? 


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