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Categoría: Incestos

Mi hijo me ayuda a curar las heridas

Quiero relatar una historia muy particular que modificaría la relación entre mi hijo y yo.



Me llamo Elena, tengo 39 años, estoy divorciada desde hace ya cinco años, vivo con mi hijo en un departamento amplio que nos da cierta comodidad e intimidad en nuestra relación, trabajo y mi hijo estudia por lo cual nos vemos prácticamente para la cena. Él se llama Fernando, lo llamo Fer y practica deportes desde joven, aunque todavía lo es, ya tiene 20 años, estuvo de novio hasta hace unos meses, pero rompió con su novia, aunque no me cuenta nada, es reservado o tímido y yo lo respeto.



Yo trabajo mucho en la semana, aunque me hago tiempo para entrenar mucho y poder mantener mi cuerpo, cosa que lo logro con facilidad, me gusta cuidarme, uso cremas y me depilo totalmente, costumbre que tenía de antes de casada y mantengo. En cuanto al deporte, cuando no es de gimnasio prefiero andar mucho en bicicleta, con la cual hago muchos kilómetros casi siempre con una amiga que también es vecina, nos conocemos muy bien y nos hacemos compañía.



Llegando al verano coincidimos las vacaciones del estudio de mi hijo y yo la de mi trabajo, ello nos ayudaría a pasar más tiempo junto. El primer día de vacaciones decidí pasarlo con mi amiga recorriendo varios kilómetros en bicicleta ya que ella se iría unas semanas lejos de la ciudad, tomamos un sendero de un bosque cercano que rodea la ciudad pero que no conocíamos mucho, todo iba bien hasta que al pasar por una loma cerca de un pequeño barranco caigo de repente y ruedo hacia abajo unos metros, con muy mala suerte sobre una montaña de escombros entre los cuales había hierros de una construcción. Por el accidente me lastimo varias partes del cuerpo, pero principalmente las dos manos con las que me apoyé en la caída y parte de los antebrazos. Mi amiga me trato de ayudar, pero tuvo que llamar a emergencia, la cual me rescató y llevó al hospital de la zona. Quedé internada y con las manos vendadas a causa de los cortes profundos. Mi amiga llamo a mi hijo quien vino desesperado por no saber la gravedad del accidente y se ofreció a acompañarme en la internación que duraría sólo unos días, pero se ofreció mi amiga por lo menos dos días a cuidarme ya que tenía planificado el viaje, cosa que la hacía sentirse con culpa. Yo le decía que no se preocupe que mi hijo se encargaría y que yo podría manejarme sola en mi cuidado.



Los dos primeros días pasaron rápido y mi amiga hizo todo lo posible por cuidarme, me ayudaba a higienizarme complementando el trabajo de las enfermeras. Luego mi amiga se fue y tendría que quedarme dos días más internada donde me ayudaría Fer, mi hijo. Estando acostada en la habitación él me ayudaba en alcanzarme la comida y me lo daba en la boca, luego las enfermeras se encargaban del resto, cuando mi hijo salía de la habitación por pudor.



Pasaron cuatro días más y me dieron el alta médica, tenía golpes en todo el cuerpo que, aunque me dolían me dejaban caminar, las enfermeras en el hospital se encargaban de pasarme cremas con antibióticos en las cortes que tenía en varias partes, cortes profundos y algunos puntos que me habían dado. Tenía una cicatriz con dos puntos en la espalda por la forma en que caí y otro corte más profundo, que después me enteré, tenía cuatro puntos entre las nalgas, muy cerca de mi ano, yo no lo veía por la posición, pero la enfermera que me atendía se preocupaba de pasarme una crema para que cicatrice sin infectarse.



En total estuve internada seis días, en los cuales hacia mis necesidades con la ayuda de mi amiga los dos primeros días y después con la de las enfermeras. Sólo me ayudaron a orinar porque no tenía necesidad de cagar, y eso me preocupaba, porque tarde o temprano lo tendría que hacer.



Llegó el día del alta y mi hijo me vino a buscar al hospital para llevarme a casa. Las enfermeras le explicaron los cuidados que tenía que continuar y yo pensé en pedir ayuda de alguna enfermera de la zona ya que me amiga no estaría por un tiempo.



Llegamos a casa yo muy incómoda en silla de rueda porque por los golpes y los cortes no me aconsejaban caminar, pero con la tranquilidad de estar más cómoda en casa.



Llegamos a casa entramos y mi hijo me llevó a la cama, primero me senté con la ropa que tenía y me recosté. Le pedí una agenda a Fer con la esperanza de conseguir enseguida a una enfermera y comencé a hacer unos llamados, pero se empezó a volver una tarea imposible, eran vacaciones y en la zona escaseaban. Tampoco tenía parientes cerca, ni madre, tías o primas, ya que después del divorcio nos mudamos lejos con mi hijo.



Comencé a pensar que Fernando sería mi única opción y tenía miedo de su reacción pensando que a él le daría asco cuidarme, pero tomé coraje y se lo propuse.



—Fer no me gusta decirte esto, pero te quiero preguntar si vos me podrías ayudar, en cuidarme, perdona no quiero comprometerte, pero no consigo ninguna enfermera por la zona, estoy desesperada. 



—No má, no hay problema yo te puedo ayudar, algo me explicaron las enfermeras.  



—Pero mira que me tenés que ayudar en todo, no puedo usar las manos por lo menos hasta que me saquen las vendas.



—No hay problema tendré que aprender, pero quiero que vos te sientas cómoda, porque no sé si quieres que te vea… con poca ropa o te da vergüenza.



— Como voy a tener vergüenza, si vos me vas a hacer el favor de cuidarme, pero no quiero que tengas asco.



—¿Por qué asco? ¿Estás loca?



— Pero me vas a tener que limpiar, dar comer, cambiar moverme y curarme las heridas.



En ese momento de la conversación ya estaba imaginando todo lo que tendría que hacer por mí y como lo tomaría, tendría que ver toda mi intimidad, me tocaría en todas partes y mi cabeza empezó a funcionar a toda velocidad, mi corazón empezó a acelerarse y empezó a cubrirme la sombra de la culpa. En Fernando no encontré desagrado, sólo demostraba servicio, aunque su voz estaba un poco entrecortada por los nervios.



—Dale má ¿cómo empiezo a ayudarte?



—Bueno primero tengo que cambiarme



En ese momento llevaba puesto un pantalón bastante suelto y una remera amplia, ropa suelta que no me molestará con la heridas y raspones y ropa interior que en la parte de abajo era un pantalón corto ya que por herida en la cola no podía rasparme entre las nalgas y un sujetador de los del tipo deportivo casi como un traje de baño.



—Bueno ¿qué querés ponerte?



—Sólo una remera larga con la que duermo.



—bueno la busco y te la pongo.



En ese momento fue a los cajones donde tengo la ropa y saco la remera del cajón, después vino y me preguntó:



—¿Te puedes levantar para que te saque el pantalón y la remera?



En ese momento me senté en un lado de la cama y él empezó a sacarme la remera, después me levanté, y me bajó el pantalón y me lo sacó. Miró mi ropa interior y se sorprendió del pantalón corto, sonrío y me dijo:



—¿estas por hacer gimnasia?



Él no sabía de la herida que tenía entre las nalgas.



—no, tonto, jajaja, es que también estoy lastimada por ahí abajo.



—sí, ¿qué tienes?



—me corté en la caída y me dieron cuatro puntos.



En ese momento Fernando se puso un poco colorado, pero siguió poniendo la remera que uso para dormir, después me preguntó:



—¿esos puntos son los que me dijeron las enfermeras de pasar una crema cicatrizante?



—puede ser, pero no hace falta, te va a dar asco de tocar por ahí a abajo.



—Pero má, ya te dije que no me das asco y puedo hacer cualquier cosa por cuidarte.



—Bueno después lo vemos vos no te hagas problema.



En ese momento me recosté en la cama, y con cara de dolorida le dije:



—Primero tengo que solucionar otra cosa.



—¿Qué cosa?



—No nada, me da vergüenza contarte.



—no tengas vergüenza, te tengo que cuidar.



—bueno, pero no te rías.



—No me voy a reír.



—bueno, en los seis días que estuve en el hospital no pude hacer caca, perdón, pero ya me duele la panza y no sé cómo solucionarlo.



—bueno te acompaño al baño y te sientas a ver qué pasa.



—bueno si puedes llevarme, gracias.



En ese momento me levanté y senté en la silla de rueda y Fer me empujó hasta el baño. Entramos y me levanté de la silla y lo miré como indicándole en silencio que tenía que bajarme el pantaloncito que hacía de ropa interior para sentarme en el retrete. Fer trataba de mirar para otro lado, pero era inevitable que me viera parte de la cola así que me senté y el con todas las mejillas coloradas se fue a esperar afuera. Estuve sentada casi 10 minutos haciendo fuerza, pero era una tortura, no salía nada, sólo puede orinar. Después me preguntó:



—¿pudiste hacer algo?



—No hijo, no puedo.



—¿puedo pasar?



—Si pasa, pero me vas a tener que secar porque hice pis, perdón si te da asco deja.



—No má ya te dije que no me da asco.



En eso entró al baño y tomó un pedazo grande de papel y sin mirar lo pasó por mi entrepierna, lo pasó para arriba y para abajo varias veces y me preguntó. Mi corazón parecía que quería salir por la boca, pero me contuve.



—¿está bien así?



—si gracias quedó sequita, gracias. Pero mi problema todavía sigue.



—¿Por qué no llamas al hospital y preguntas que puedes hacer?



—Bueno será mejor, a ver qué me dicen.



Me llevó a la cama y me trajo el teléfono para llamar al hospital.



Llamé y me pasaron con el médico que me atendió y me sugirió una solución sin que tenga que ir al hospital nuevamente. Me dijo que podría tomar un laxante, pero eso no lo solucionaría por lo menos rápido y por el tiempo que pasó y los días de internación él asegura que se produjo una obstrucción y que debería indicarle a la enfermera que me cuida que me aplique una enema, sugirió un preparado llamado Enemol que venden en la farmacia y es de fácil colocación. En ese momento no me atreví a contarle que el que me cuidaba era mi hijo. Me quedé pensando si haría bien en proponerle eso a mi hijo, si me atrevería, si era lo correcto. En ese momento me encontraba acostada en la cama pensando cuando entró mi hijo y preguntó:



—¿Qué te dijeron?



—me dieron una solución, pero no quiero comprometerte porque te vas a tener que pasar por algo que no quiero, es muy feo y sucio.



—pero ya te dije que no pienses en mi yo haría cualquier cosa con gusto, dime.



—pero es algo muy sucio.



—dale no tengas miedo ni vergüenza, piensa que soy una enfermera.



—Bueno me dijo que me aplique un enema y me explicó que era la única solución por el tiempo que pasó.



—Bueno, no hay problema, como hacemos.



Demostró seguridad en sus palabras, aunque se lo notaba tembloroso, al igual que yo, pero trate de no pensar y seguir adelante.



—Si no te va a dar asco, gracias hijo.



Pase a explicarle donde comprarlo y lo que me contó el médico para dejarlo tranquilo, entonces se fue a buscarlo a una farmacia cercana y unos calmantes, vaselina y pomadas que tenía que comprar.



Pasaron unas horas desde que se fue y mi cabeza no dejaba de pensar toda clase de cosas, me gustaba exhibirme de esa forma a mi hijo de estar en sus manos literalmente, de que conozco toda mi intimidad, era lo más excitante que me había ocurrido en la vida, ni cuando estaba casada me había expuesto de tal forma. Estaba empapada pero no podía secarme, era casi una tortura que no podía parar. En ese momento escucho ruidos en la puerta de calle, era Fer que había llegado.



—Hola, conseguiste todo.



—Si por suerte, sí, pero tuve que ir a otra farmacia un poco más lejos.



—Bueno cuando puedas o cuando quieras empezamos.



—Bueno, me voy a lavar bien las manos y empezamos.



—Bueno yo voy leyendo las indicaciones.



Nunca mi marido ni nadie me habían penetrado por el ano, era virgen, aunque alguna cosa me había metido, pero nada exagerado sólo exploré, por eso le hice comprar vaselina para facilitar las cosas.



—Bueno ya estoy listo, que hago.



—Primero vamos a poner algo en la cama para que no se ensucie, en la cocina tengo un nylon grande que puede servir.



Fue a buscarlo.



—Ahora me vas a tener que bajar el pantaloncito y acostar de costado en la cama.



En ese momento había un interminable silencio en la habitación, me levanto y bajo mi ropa interior, dejé expuesta toda mi cola a su mirada en primer plano, me puso sobre la cama de costado y vio mi herida, entonces comentó preocupado.



—tienes una herida grande.



—Jajaja que degenerado.



—por el corte lo digo, tienes varios puntos y un poco de sangre seca.



—sí, te estoy cargando, eso lo tengo que arreglar también.



—¿bueno que hago?



—primero me vas a tener que pasar vaselina por el ano para que no me lastimes cuando entra la punta del Enemol.



Entonces mi hijo me puso vaselina sobre el ano y empezó a hacer círculos con el dedo.



—está bien así.



—vas a tener que empujar el dedo un poco y ponerme un poco por adentro.



En ese momento empujó hacia adentro y empezó a mover el dedo, estamos los dos excitados, pero nos esforzamos en disimularlo.



—Ahora pon todo el contenido adentro, no dejes nada así dice en el prospecto.



Fernando apretó el envase y empujó todo el líquido adentro, lo exprimió de tal forma que lo dejó seco y sacó la punta.



—ahora tenemos que esperar un rato y vemos que pasa.



Pasaron unos minutos y yo no suponía que los efectos serían tan instantáneos, empecé a retorcerme y sentir que me iba a cagar encima, mientras Fernando me miraba desde un rincón todo colorado de la vergüenza y la excitación. Todavía me encontraba de lado sobre la cama y el mi ano empezaba a palpitar, se contraía y dilataba, entonces Fer preguntó:



—¿Má que hago? ¿Te llevo al baño?



—¡ya no hago tiempo! ¡Me voy a cagar encima! ¡Vení trata de que no ensucie todo por favor! ¡No sé qué hacer!



Me agarró de sorpresa, eran muchos días de no ir al baño, no lo podía parar.



En eso mi hijo intenta poner las manos cerca de culo y en ese momento no aguanto más y me empieza a salir un sorete extremadamente grueso y duro, no tenía fin, era como un parto, no se cortaba quedaba parado como un palo marrón y mi hijo lo sostenía con las dos manos, en eso se detuvo, pero no había terminado de salir. Yo no paraba de pedir perdón.



—¡Perdón, perdón hijo, perdón! ¡Qué vergüenza!



—No te hagas problema Má, un poco más que sale todo.



Trate de hacer un esfuerzo más mientras mi hijo sostenía mi mierda entre sus manos, el olor impregnaba la habitación y mi hijo me alentaba.



—¡Vamos! ¡Vamos! que falta poco.



En ese momento terminan de salir 5 centímetros más de casi un total de 25 cm y luego un estruendo acompañado por una ráfaga de líquido marrón que salpica todo a mi hijo, sus brazos, las manos, la cara y su ropa. Pero él sosteniendo entre sus manos el sorete lo muestra como un trofeo, me lo enseña riendo, contento de un trabajo bien hecho. Yo lo miro y empiezo a reír.



—Perdón, te ensucie todo.



—No hay problema ahora te limpio y quedas como nueva.



Me muestra el sorete y me dice:



—Que hago con esto lo guardo, jajaja



Entonces lo lleva al baño para despedirlo.



Mi excitación era extrema, me dolía el ano lo sentía dilatado. Estaba contenta.



Luego vuelve mi hijo del baño sin la remera y con la cara y los brazos lavados.



—Ahora a limpiar.



Primero me examina el culo, yo estaba consciente del olor que emanaba y de cómo estaba sucio de mierda y jugos vaginales choreando por las piernas. Entonces me pasa una toalla despacio por el ano y enseguida queda toda marrón. Entonces me sugiere:



—Má te tengo que llevar al baño y darte una ducha, estás muy sucia.



—Bueno hijo como quieras.



Fuimos al baño me llevo apoyada en su hombro porque estaba demasiado sucia para la silla de rueda, y me termino de desvestir. Me puso en la ducha y comenzó a bañarme. Recorrió todo el cuerpo se lo notaba tremendamente excitado. Me miró bien las heridas, después me secó y llevó a la cama donde comenzó a pasarme la pomada con antibióticos en las heridas principalmente la que estaba cerca del ano y en el ano mismo de donde salía algo de sangre por el desgarre del tremendo sorete.



 



Así seguimos por otras semanas. pero será para contar en otra historia.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 8.17
  • Votos: 6
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6136
  • Valoración:
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