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Los limoneros III

El lunes llamé a Mauricio como le había prometido a Marina, estuvimos muchos minutos analizando los problemas que le surgían volviéndolo loco. Mauricio era otro fichaje de Marina, como el mío. No me dejó que lo saludara, estaba sumamente cabreado.

-¿Por qué en Cuba no tienen nuestros problemas?, ¿qué hago mal?

-Para, para bicho, que soy yo, no la jefa. Primero, ¿cómo están tus chicos y Marisa?, háblame de ellos y cálmate, si te da un infarto será peor y me harás responsable de tu familia pelón, no quiero eso.

-Tu estas de vacaciones y yo aquí jodido, sin poderme coger unos días para estar con ellos.

-Te voy a decir lo que vas a hacer, cogerás la carpeta que te traje de Cuba, solo son fotos y alguna observación, te irás a tu casa a disfrutar de estos días que falta te hace, mira bien las fotos que ya veo no has hecho aún y piensa en coger un ayudante, y el gran patrón que se gaste algo de dinero si quiere que sigamos vivos, para seguir haciéndole rico hasta pudrirse.

-Eso voy a hacer y si Marina protesta te pondré de responsable.

Mi tío me acompañó en mis visitas a la notaría, para firmar los poderes que le permitirían gestionar mis asuntos como si fuera yo mismo, y en la Hacienda fue Alberto el experto que me hizo sonreír al decirme la suma que el fisco me cobraría.

Al parecer pocas cosas quedaban pendientes de hacer. Ese martes comimos de restaurante mis tíos y yo.

-Puedes hacer lo que quieras, lo que pienses que sea mejor pero la casa no la vendas, quiero conservarla, son muchos recuerdos que aunque duelan no quiero romper. Me preocupa Matilde.

-No pienses en ello, nos la traeremos con nosotros, sin explotarla, Luis va necesitando a alguien que le sirva el trago de la noche.  -se lo agradecí a Miranda, sabía que quedaría en buenas manos.

-La casa vacía se estropeará o te costará mucho dinero el mantenerla utilizable.

-De eso te ocuparás tu, Pedro y su familia lo harán muy bien, como siempre, no me niegues este capricho.

Quedamos en que la noche de fin de año la pasaría con ellos, en esta ocasión sería en un hotel donde la familia de Roberto y Alberto reuniría a familiares y amigos clientes, yo estaba invitado igual que ellos. Me entregó una tarjeta para que le diera a Raúl, tenía que encontrarse con un amigo de Luis, para mantener una entrevista de trabajo después de pasadas las fiestas.

Prácticamente, si lo hubiera necesitado, podría hacer el camino de vuelta a mi trabajo, y estuve tentado de llamar para reservar billete para el mismo viernes de Año Nuevo pero algo me contuvo.

El miércoles me levanté tarde y después de desayunar salí a dar un paseo, hasta el río, a enfrentar definitivamente a los fantasmas, al lugar donde aquellos muchachos más jóvenes que yo me violaron hasta cansarse, pero no era a ellos a quieres deseaba exorcizar, era la mirada asesina de Raúl, su pasividad mientras era violado y sus crueles palabras.

“-Límpiate tu, o mejor te quedas así ya que lo has disfrutado.”

Me gustó tanto la soledad y el silencio de aquel paseo en tranquilidad, donde podía pensar, que después de comer volví a hacer el mismo recorrido.

Me senté en el húmedo y frío suelo y me note sin rencor, aceptando la vida tal cual es, con una profunda calma que serenaba mi espíritu y liberaba mi alma.

Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga, y no le falta razón por triste que sea. Aquello motivó que creciera por dentro y conociera a Marina y Mauricio, excelentes amigos que me acogieron y guiaron. También otros personajes que influyeron en mi vida, más o menos edificantes. 

Volví a casa cuando las sombras cobraban vida, ahora a las cinco anochecía y parecía más tarde pero ya no sentía miedo. La tarjeta que Luis me entregó para Raúl me quemaba la mano en el bolsillo sintiéndola en mis dedos.

Le vi a la mañana como sacaba los coches a la calle para pulirlos la carrocería una vez más, subirse a la torre de la casa para quitar las hojas de los canalones que el viento había arrastrado sin consideración, con una cuerda atada a la cintura en un extremo y el otro a una de las chimeneas, para vencer la inclinación del tejado.

Se estaba preparando para marchar cuando regresé ya tarde.

-¿Te quedas a tomar una cerveza?  -dudó antes de comenzar a caminar hacia la entrada. Nos sentamos ante el hogar encendido y apareció Matilde.

-Preparo algo para que cenéis y no admito una negativa.  -miré a Raúl encogiendo los hombros.

-De acuerdo Matilde, y una botella de vino si aún queda.-cuando la mujer desapareció saqué la tarjeta y se la entregué.

-Dice mi tío que llames a ese señor después de las fiestas, esta interesado y es muy probable que os intereséis el uno al otro.  -la miró detenidamente y la guardó en el bolsillo de la camisa.

-¡Gracias Cristian! Sea sí o no gracias por el favor, se las daré también a tu tío.

Matilde nos avisó de que en la cocina nos esperaba la cena. Había extendido un mantel y nos esperaba una suculenta tortilla de espárragos y jamón.

El motivo de la conversación se centró en la familia de Raúl. Matilde estaba preocupada por su padre, tantos años viéndose en la misma casa había creado un fuerte vínculo de amistad entre ellos, y la cena, además de rica resultó entretenida y agradable, como si volviéramos a los tiempo donde, aquí mismo, merendábamos a veces bajo su supervisión.

Lo acompañé hasta la salida y cuando se alejaba le grité.

-¡No voy a  vender la casa!  -se volvió y pude ver la sonrisa entre su barba.

-Hasta mañana Cristian, vendré mañana antes de que marches.

El jueves, ultimo día del año, volvió, pero antes de lo que yo esperaba, justo cuando terminaba de comer, y a pesar de la hermeticidad de las ventanas le escuchaba silbar mientras trabajaba, pasando el rastrillo por la hierba para que se secara al aire y se saneara de la humedad que la nieve había dejado.

Matilde recogió la casa y la vinieron a buscar, la escuchaba hablar en la puerta con Raúl y su familiar después de despedirnos, me metí en el baño para comenzar a prepararme, no sabía que ponerme, no había traído tanta ropa y esa cena podía ser de etiqueta, seguí mi instinto y recordé como solía vestir Alberto, no iba a cambiar de ser él por una cena. Un pantalón vaquero ajustado gris perla, camisa con dibujos en la pechera y chaqueta hasta las nalgas. Seguro que Miranda se escandalizaría pero vendría a abrazarme y decirme lo guapo que estaba su sobrino.

Miré por la ventana, no escuchaba los silbidos de Raúl, pasaba el rastrillo recogiendo los limones caídos debajo de los limoneros, alguno dañado, todos para tirar a la basura. Dejo el rastrillo apoyado en un árbol y se agacho para recoger uno, amarillo y brillante y se lo llevó a la boca.  El gesto de desagrado que le vi me hizo reír, tan fuerte que me escuchó y miró hacia la ventana.

Se encaminó hacia la casa y baje las escaleras corriendo para abrirle la puerta.

-¿Ácido?

-¡Ahhh! Amargo, voy a beber agua a la cocina.  -le seguí sin contener la risa y así seguía mientras él bebía enterrando la cabeza debajo del grifo y abriendo la boca como cuando éramos críos, se secó la boca con la manga de la camisa y se detuvo a mirarme.

-Vas muy…, muy… -le animaba con mis ojos a que hablara.

-Venga Raúl, dime lo que nunca te he escuchado, dime que me ves guapo, deseable, bonito, por favor, dime que alguna vez te he gustado.

-Bien vestido para una fiesta.  -no sabía que pensar, siempre sería igual de bruto. Se comenzó a mirar las manos duras y ásperas y las mías blancas y finas.

-Me gustaría invitarte a salir el sábado, si lo tienes disponible.

-¿A cenar y bailar?

-Bueno…, lo que sea, comeremos algo, siempre hay bares.

-Te verán tus amigos y conocidos acompañándome. También podemos quedarnos aquí, Matilde nos prepara la cena y tan contentos, ¿no te parece?

-No me importa, ya no. El otro día ibas muy contento con tu acompañante, pero no te voy a forzar, si no quieres salir conmigo lo entiendo. 

-Bien, pues será como tu quieres, saldremos el sábado.  -no estaba convencido de que fuera real lo que pasaba, a Raúl no le importaba que sus amigos le vieran conmigo cuando antes me ocultaba y además tenía celos de Alberto.

—————————————

Pasé por la casa de mis tíos para ir juntos al hotel, y como imaginé a Miranda le encantó como me veía vestido.

-Estas precioso, brillante y juvenil.  -siempre me ponía contento.

-A su edad yo llevaba pajarita y me decías lo mismo.  -Luis se hacia el ofendido.

En la cena había de todo y no desentonaba con la juventud que, a decir verdad, escaseaba. Alberto estaba hablando con un hombre como de treinta y cinco, alto y moreno, se le observaba una incipiente calvicie y resultaba atractivo, interesante y con algo enigmático en su cara. Alberto me hizo un gesto de saludo y habló con el otro hombre que me miró y puede ver su blanca dentadura enmarcada en la oscuridad de su piel.

Me olvidé momentáneamente de ellos, atendiendo a las presentaciones que me hacían mis tíos hasta que tuve delante de mi a Roberto que me presentó a su mujer. En un momento que mis tíos se alejaron me vi solo.

-¿Cristian, no? -a mi derecha estaba el hombre que hablaba con Alberto cuando entré.

-No te conozco, ¿verdad? y tú a mi sí.

-Alberto me habló de ti, me dijo como te llamas, un nombre bonito pero no comparable con el dueño. Me llamo Miguel.  -su mano era grande y fuerte con las falanges pobladas de gruesos pelos negros que asomaban por el puño de la camisa blanca, manos de cirujano o pianista pensé.

En un momento me saco de dudas Miranda.

-¡Miguel! Mi sobrino no necesita un médico, está muy sano. -besó galantemente la mano de Miranda.

-No lo dudo querida, está a la vista que goza de una estupenda salud.  -hablaron cuatro palabras más antes de que nos dejara.

-Espero que luego nos veamos.  -estaba seguro de que esas palabras iban dirigidas a mi pero lo que dijo Miranda me desarmó el pensamiento.

-Es un terrible conquistador, hablan de sus numerosas conquistas y las mujeres mueren por él, embauca a cualquiera, casada o soltera.

Durante la cena, seguramente fue la casualidad o la suerte, tuve a mi lado a Alberto y al otro una señora a la que no conocía.

-No nos hemos saludado Cristian, ¿qué te ha parecido Miguel?

-Es normal, es vuestra fiesta de empresa y estáis muy ocupados, y sobre Miguel parece interesante, según Miranda le interesan las mujeres.

-Mira, nos vigila.  -en un extremo de la mesa Miguel elevaba la copa en una saludo dirigido a nosotros.  -Alberto metió la mano debajo del mantel para agarrarme la pierna.

-Me gusta tu pantalón, te resalta tu bonito culo y a Miguel no le ha pasado desapercibido, a veces le gusta probar otras cosas que no sean las mujeres y se interesa por ti.

-No se que decirte, no hemos cambiado más de diez palabras.

-Es activo y siempre escucho maravillas de él, de mujeres y de hombres.

-¿Me estas vendiendo el producto Alberto?

-No es necesario, solo te digo que es de total garantía, seguro que te gustaría follar con él.

-¿Estás de broma?, si me apeteciera follar te elegiría a ti. -subió la mano hasta tocarme la polla.

-No hablo de eso, sería los tres, piénsalo.  -me dio un pequeño apretón en la verga y me soltó.

Nunca había estado con dos hombres, aceptando que los dos fueran activos y recibirles por el culo a la vez, y aunque lo había escuchado y visto por internet sentía cierto reparo…, y miedo…, y mucha curiosidad. Me incliné y en susurros le dije.

-Nunca he estado con dos hombres y sus pollas dentro del culo, no se.

-Con Miguel no hay problemas, se lo visto hacer y participando, de verdad que es un ángel trabajando el cuelo, te llevará al cielo, ahora come, Miranda y Luis nos miran.

No volvimos a hablar sobre el tema, notaba la profunda y negra mirada de Miguel sobre mi y conseguía que a veces deseara que se cumpliera lo que Alberto prometía, adivinaba el cuerpo de aquel hombre bajo sus ropas y cada vez me apetecía más experimentar lo nuevo.

A las doce de la noche continuábamos sentados y sonaron las campanadas que anunciaban el nuevo año, y los comensales se levantaron para brindar y comer apresurados las uvas.

Al sentir vibrar el móvil me senté para atender lo que entraba. Marina, Mauricio, dos ex amantes con los que no me veía ni me interesaban ya, respondí a sus saludos e iba a desconectar el móvil y quedarme tranquilo cuando entró un mensaje.

“No bebas mucho y recuerda el compromiso para el sábado. Feliz año - Raúl”

“No voy a beber pero si a divertirme, besos para tu familia”

Dos segundos más tarde

“Gracias”  -y bloqueé el móvil.

Alberto se inclinó hacia mi para hablarme al oido.

-¿Lo has pensado?

-Sí…

-¿Y?

-Estoy dispuesto.  -entonces tomó asiento a mi lado volviendo a sujetarme la pierna.

-Miguel tiene una habitación aquí mismo en el hotel, le diré a Miranda dentro de un tiempo que nos aburrimos y que nosotros nos vamos a buscar diversión fuera, tu déjame hacer a mi.

Empezaron a levantarse, un grupo de camareros iba retirando las mesas hacia los costados dejando el centro libre, muchas personas estaban en los ventanales mirando los fuegos artificiales mientras comenzaba a sonar la música. Miguel bailaba con una señora entrada en carnes y en años y miraba frecuentemente su reloj de pulsera como si esperara una hora concreta.

Miranda y Alberto llegaron en el momento adecuado, a rescatarme de la conversación de dos chicos jóvenes que debían pensar que tenía dieciséis años como ellos.

-Ya me ha dicho Alberto que habéis decido dejarnos, podíamos ir con vosotros a otra parte más alegre, ya os entiendo porque yo también me aburro aquí.

-Miranda, tu estarás muy bien con Luis, y con este vestido no puedes ir por la calle.

-Pero no pareces encontrarte bien y no quiero que os pase algo, ni tener que arrepentirme por no cuidar de mi sobrino. -Miranda paso la mano por la frene de Alberto que aparecía sudorosa, no le había visto beber como para encontrarse en ese estado.

-Venga Miranda que no somos unos niños.

 -Está bien vosotros sois jóvenes y necesitáis otro ambiente.-mi tía cedió a las presiones de mi amigo.

-¿Y nosotros?  -dijeron a dúo los dos jóvenes chicos que nos habíamos olvidado. -comenzamos a reír divertidos por su salida mientras Miranda nos besaba para despedirse.

Seguí por detrás a Alberto hasta llegar a los ascensores, andaba a grandes pasos con algún trompicón y realmente como si estuviera bebido.

-Es en la sexta planta, habitación sesenta y cuatro, Miguel tiene preparada una gran fiesta particular para recibir el año, lo vamos a disfrutar a lo grande. -pasó su brazo por mi cintura y me apretó para besarme en la boca.

Tuve que sujetarle para poder llegar sin caer a la puerta que me indicó. Nos abrió Miguel, se había quitado la chaqueta y estaba despechugado, con los botones superiores de la camisa quitados, mostrando el abundante pelo que le poblaba el pecho.

-¿Qué le sucede al chiquillo?  -me ayudó a meterle dentro y vi que no estaba solo, le acompañaban dos chicos más en la habitación, jóvenes, hermosos y musculados, simplemente en sus slips y sentados ante una mesa redonda, aspirando unas rayitas de polvo blanco.

Depositamos a Alberto sobre un sofá y Miguel le forzó a abrir los ojos.

-Le avisé que no tomara todo el producto, se le pasará durmiendo un rato y luego con una ducha fría. Tómate una rayita con esos mientras lo voy desnudando. -aquello no era lo acordado y no estaba dispuesto a tomar drogas por muy light que fueran.

-Esta no es mi fiesta Miguel, me voy.

-No vas a parte alguna chulito, has venido a que te folle y aún no he comenzado. -los dos chicos se había puesto de pie y se miraban confusos.

-¿Qué vas a hacer?, ¿follarme a la fuerza?, ¿qué te parece si le dijera a Miranda, esa mujer que te admira y a la que adora toda la sociedad que os rodea: “Tía, tu maravillo y estimado cirujano es un violador de mierda que ha forzado a tu sobrino esta noche”  -me estaba tirando un farol que esperaba me saliera bien, y tuve suerte, los chicos, algo asustados, comenzaron a vestirse.

-Nosotros no queremos un escándalo en el hotel, tendríamos las puertas cerradas para hacer nuestro trabajo. -Miguel torció el gesto mirándome con enojo.

-Os quedaréis, para ganaros lo que os entregue, y tú puedes marcharte.

Bajaba en el ascensor, contento por mi decisión y haberme enfrentado a Miguel, los dos jóvenes chicos que nos hicieron reír hacía un rato caminaban hacia la salida. Aceleré el paso para alcanzarles antes de que salieran.

-¡Eh! ¿Adónde vais? -me miraron y reconocieron.

-Vamos a busca un lugar con más acción, ¿y tú, te has vuelto?

-Creo que vosotros y yo estaremos mejor aquí, ahí fuera se respira mucho frío. -sujeté a cada uno por un brazo para llevarlos conmigo.

-Venga vamos a divertirnos y mover el cuerpo, a hacernos los locos esta noche…

—————————————

A la mañana, mejor dicho a la hora de comer, me había despertado mi tía y la encontré mirándome atentamente sentada en el borde la cama.

-¿Qué te sucedió anoche con Alberto?, lo abandonaste y volviste a la fiesta, ha llamado varias veces durante la mañana. -la mentí como un bellaco, aunque fuera una mentira piadosa.

-Me di cuenta de que os veo poco y deseaba estar cerca. -no me creyó, por supuesto, pero giró la cabeza para que no le viera la humedad en los ojos.

En la comida estuvo la hermana de Miranda con sus hijos y su marido, como el día de Navidad. Al fin y al cabo esta era la familia que me quedaba y me sentía contento de estar a su lado.

No contesté las llamadas de Alberto, no estaba molesto con él, simplemente había pasado por mi vida como muchos otros y no había dejado huella.

La semana había sido un calco de la pasada, las mismas fiestas, iguales comidas y distintas salidas del sábado. El anterior con Alberto que no estuvo mal, y ahora esperaba a mi nuevo galán, deseando comprobar si Raúl tendría la valentía de reconocerme ante los demás, o volvía a negarme.

Me preparé para estar provocativo. Normalmente los demás no se dan cuenta de mi homosexualidad, no soy amanerado ni un mariquita loco, dicho con todos los respetos. Solo los que me conocen, o los que son como yo, observadores y que saben orientar sus antenas e interpretando los mensajes que reciben, y estos no me preocupan. En esta ocasión quería hacérselo difícil ya que de probarnos se trataba.

Pantalón negro, ceñido como si fuera una segunda piel, que exhibiera mis torneadas y perfectas piernas y marcara a la perfección mis nalgas, sin ropa interior debajo. Camisa blanca y brillante, por fuera del pantalón para que tapara insinuante mi culo. Botines con un poco de tacón de cuero beis y chaqueta ajustada hasta la cintura, abierta por atrás, dejando ver los faldones de la camisa arremangada sobre la chaqueta. ¿Mi look de peinado? Pues igual que siempre, tampoco quería que echara a correr escapando de mi al verme.

En pocas palabras. Si Alberto me hubiera visto así, se hubiera puesto de inmediato a besarme siendo difícil separarle. Si fuera Miranda, también me hubiera besado y alabado lo lindo que iba su sobrino, y otros piropos que no vale la pena reseñar. ¿Personalmente? Me gustaba lo que reflejaba el espejo.

Esperé, mirando por una de las ventanas del salón los guiños de las luces navideñas en los pinos. Ya era de noche y las luces del porche y la terraza iluminaban las últimas y lánguidas hojas de los limoneros, aclarando el amarillo de los pocos frutos que se escondían entre el ramaje.

No esperé a que Matilde acudiera a abrir la puerta, me precipité hacia ella, respiré para serenarme y la abrí. Como diría Alberto, mi vaquero o leñador, tosco pero hoy bien peinado, estaba sonriente ante mi. Había cambiado el chaleco acolchado por el anorak acolchado, lo demás igual, como si tuviera dos ropas iguales que cambiaba cuando necesitaba lavar.

-Feliz año Raúl.  -y el vaquero no dejaba de mirarme, pasaba la vista sobre mi sin hablar.

-Hoy estas…, si, feliz año.

-¿Guapo?, ¿atractivo? Quizá un poco marica…

-¡Por favor Cristian, no empieces!  -bajó la mirada y comenzó a pasar los dedos de la mano derecha por la barba.

-Sí, tienes razón me he vuelto malo y cruel, cuando quieras nos vamos.

-¿Vas a ir de esa manera?, ¿quiero decir, sin un abrigo?

-No vamos a esta mucho tiempo en la calle, puedo ir así sin problemas.

-Tu verás pero esta noche vamos a tener viento muy fuerte. -hablaba mirando al cielo, viendo pasar raudas las pocas y negras nubes existentes y que, como cortinillas, tapaban la luna llena.

Fuimos hacia el viejo y destartalado coche de su padre, no creí prudente decirle que llevara uno de los que se hacían viejos en el garaje, el era el caballero que sacaba a su pareja de fiesta. Muy en el fondo de mi corazón me sentía así, como la doncella que por primera vez la saca su enamorado, lo que tanto desee en mi juventud parecía posible y realizable.

Recordaba alguna de las calles por las que pasábamos, Pedro me había llevado en alguna ocasión a su casa, pero eran recuerdos de detalles en los que me fijaba por extraños, detuvo el coche en el solar de un edificio derribado y ya estábamos en la calle andando, mirando asombrado las casas baratas que yo había magnificado en mi cabeza.

El bar en el que entramos resultaba bastante grande, en la barra algunos clientes consumían sus bebidas y hablaban alto, nadie nos miró hasta que el señor detrás de la barra levantó la cabeza y le vio.

-Al fondo tienes la mesa reservada. -hizo un gesto de bienvenida y algunos volvieron la cabeza saludando con breves palabras y volviendo sin darnos importancia a lo que hacían, una fila de mesas enfrente de la barra esperaban con manteles y servilletas de papel que alguien las ocupara, un chico joven ayudaba a su pareja a quitarse la prenda de abrigo para dejarla colgada de la silla.

-Vamos al fondo donde tenemos la mesa. -y me sujetó del brazo para dirigirme, con fuerza pero delicado.

-Espera, quiero tomar algo antes. -como si fuera un autómata cambió el rumbo sin soltarme hasta que llegamos a la barra del bar.

El señor, como de unos cuarenta años y entrado en carnes, se aproximo secándose las manos con un trapo, se acodó en el mostrador y tendió la mano con el puño cerrado a Raúl y este le respondió golpeándole con la palma.

-Llegas pronto Raúl.

-Ya veo que estas vacío. -entonces el señor abrió la mano y me la alargó.

-Este patán no te presenta, soy Ángel, el dueño de este garito. -se la cogí apretándola brevemente.

-Cristian…  -y esperé a que Raúl dijera algo.

-Un viejo amigo…,  de la niñez que no veía desde hace tiempo. -Ángel pareció complacido.

-¿Qué vais a tomar?

-Yo un vino blanco frío.  -me adelanté y mi acompañante me miro sorprendido.

-Un zurito, no voy a empezar a beber desde ahora.

Ángel se alejó para cumplir el encargo.

-Es un hombre muy simpático. -Raúl asintió con la cabeza.

-Si queréis os lo llevo a la mesa, no tardaran en serviros, allí podéis hablar más tranquilos.

-Ya lo llevamos nosotros, no te molestes, cogimos nuestras bebidas y nos dirigimos al fondo del local, Raúl sabía cual iba a ser nuestra mesa entre la decena que había.

Como Ángel había dicho, no tardó en llegar una chica para tomarnos nota, saludó a Raúl y me inclinó la cabeza. Todo estaba saliendo redondo, resultábamos unos amigos como otros cualquiera y Raúl aparecía relajado y tranquilo.

-¡Oye!, esto esta muy rico… -al hablar, para reforzar mis palabras y sin darme cuenta, había colocado mi mano sobre la de él, dejó de comer y me di cuenta del error que terminaba de cometer, levanté la mano queriendo ser rápido y él me la sostuvo un breve instante, con una sutil caricia al resbalar la suya por mi piel.

-Rico y también muy picante para obligarte a beber. -no se había molestado, me había acariciado la mano y me advertía de que me dejaba llevar por mi entusiasmo.

Me sentía tan a gusto, tan bien a su lado, que no me daba cuenta de que me había bebido mi copa de blanco, y ya iba por la segunda copa de vino rosado. Sentía arder mis mejillas del sofoco que me había causado, su contacto y sus palabras, pero el frío hilo estaba roto y me sentía envuelto por la calidez del momento y del ambiente.

Empezábamos el segundo plato, alguna carne guisada y yo me sentía lleno, ahíto. Tampoco quería seguir bebiendo. Llegó una cuadrilla de chicos y chicas, a ocupar una mesa alargada que quedaba a la entrada, llegaban alegres y tarde, era la última mesa que quedaba por ocupar, y alguno comenzó a saludar a gritos a Raúl. Uno de ellos se acercó a la mesa.

-No os mováis, esto huele muy bien.  -había apoyado una mano sobre el hombro de Raúl y se inclinaba para sentir el olor de su plato.

-Luego tomamos algo, hoy no te escapas.  -me dirigió una mirada pero como Raúl no reaccionaba se dirigió a mi.

-Hace tiempo que nos tiene abandonados hoy no va a poderlo hacer, no, de esta no escapa.

-Tendré que consultarlo antes con Cristian.  -le decía que si con mi cabeza y se despidieron con un golpe en sus manos.

Sentí un escalofrío al salir a calle hacía frío aumentado por un fuerte viento del sur que movía las farolas, llevaba su anorak en la mano sin ponérselo y me lo colocó sobre los hombros.

-Vamos a andar rápido o te congelarás. -cogió mi brazo y me sentía arrastrado, corriendo los últimos metros que nos separaban de su coche, lo arrancó y puso a tope la calefacción, al principio salía aire frío y se frotaba las manos, intenté quitarme su anorak para que él se tapara.

-Ni hablar, no quiero ser responsable de que enfermes.  -lo cruzó delante de mi pecho y elevó el cuello para que me tapara mejor apretándolo unos segundos.

Me recosté en el asiento mientras avanzábamos, el interior del coche había cogido temperatura pero yo seguía enguantado en la calidez de su anorak. Recordaba las dos últimas horas pasadas, sin cerrar los ojos para no dejar de mirar su perfil, quizá fuera la última vez que lo tuviera tan cerca y no me quería perder el momento.

Después de cenar, sus amigos, estrechándose unos con otros, nos hicieron un lugar en su mesa, me presentó como hiciera con Ángel en la barra: “Un viejo amigo” y añadió unas palabras más: “que se volverá a marchar”, su tono de voz hizo que una de las chicas le mirara, parecían sonar melancólicas y bañadas de tristeza. Ese momento pasó, estaban para divertirse.

Sin preguntarme me pusieron un vaso ancho delante, con una bebida roja y muchos hielos, resultaba dulzona y algo amarga, sonreí al recordar su gesto cuando mordió el limón que recogía del suelo.

Resultaron dos horas deliciosas a su lado, no me prestaban mucha atención, hablaban entre ellos y reían, como si de los árboles colgaran caramelos y la vida fuera un mazapán. Raúl me preguntaba algunas veces, demasiadas quizá, si me encontraba bien, ¿y cómo iba a estar si me sentía pegado a él? El calor de su cuerpo pasaba la tela de la camisa y lo notaba.

Salimos del coche, a la fría y ventosa noche desgarrada de temblores. Las luces navideñas bailaban en los pinos, azotadas por el viento, las del porche se proyectaban hasta el tronco del viejo y enorme roble, sus ramas crujían resistiendo el empuje, incrustándose en la corteza afianzadas.

-Bueno ya terminó todo, gracias por la noche Cristian.  -se había quedado parado, y él, tan fuerte, viril y grande, parecía débil, frágil en el inhóspito paraje. Sujeté su mano y se dejó llevar hacia la casa.

-Tengo que devolverte el anorak. -a pesar de que la calefacción estaba apagada, se sentía el calor  del hogar, y en la chimenea aún quedaban rescoldos debajo de las cenizas blancas.

-Yo…, Cristian…, no quiero repetirme, pero me gustaría que no marcharas. Soy muy torpe para expresar mis sentimientos, tu lo sabes mejor que nadie.  -me fui acercado a él con el anorak en las manos y me lo arrebató, poniéndolo entre los dos haciendo de escudo, queriendo esconderse otra vez.

Alargué la mano y enterré los dedos en su barba, deslizándolos hasta apoyar las yemas sobre su abrasadores labios apretándolos, me besó los dedos y dejó caer el anorak para agarrarme por la cintura.

Sus labios me sabían divinos, dulces y cálidos, pasando con suavidad sobre los míos, acariciadores, tentadores. Los brazos me rodeaban el cuerpo apretándome contra él.

-Te quiero Cristian, te amo y no quiere que te vayas, deseo estar siempre contigo, a tu lado.  -jadeaba hablando y besándome, me elevaba en el aire para que nuestros rostros estuvieran al mismo nivel y yo me sujetaba a su cuello, buscando su boca cada vez que la apartaba para hablar.

-Diez años esperando para me dijeras que me quieres. ¡Ohh! Raúl, me hace tan feliz oírtelo decir.

-Pues me lo escucharás muchas veces, te amo, te amo, te amo. Siempre te he amado, pero no he sabido actuar ni decírtelo. Te tuve para mi y durante un año te violé, era peor que mis amigos, ellos lo hicieron una vez y yo todo un año, casi todos los días.

-Quédate Raúl, esta noche acompáñame, vamos a mi habitación.  -sin dejar de abrazarme se quitó los zapatos y yo los míos, me cogió en sus brazos y comenzó a caminar.

Su olor era el mismo que había quedado registrado en mis sensores y escondía la cara en la barba de su cuello mientras me subía por la escalera, seguimos besándonos en la habitación, sin parar, sin descanso hasta que comencé a desabotonarle la camisa, no llevaba camiseta y su velludo pecho quedó al descubierto, empecé a aflojarle el cinturón y quiso ayudarme, le aparte las manos en un ruego mudo de que me dejara a mi, bajé sus pantalones y el ajustado bóxer, él fue elevando los pies para que la ropa saliera.

Hice un rápido recorrido visual por su cuerpo. No, no era el Raúl de hacía diez años. Ahora era un hombre de veinticuatro años, lleno de vida y vigor, perfecto para mi gusto, hermoso hasta hacerme daño en el pecho, mordí mi labio deseando comérmelo en ese momento.

Ahora llegaba mi turno, y deseaba con toda mi alma que lo que le enseñara fuera de su gusto, también yo había cambiado aunque no tanto. Me deshice de la camisa y la chaqueta a la vez, para enseñarle la blancura de mi piel, alterada por las morenas aureolas de mis tetitas minúsculas, sin vellos por parte alguna, solamente en los sobacos, sin carne, flaco.

El pantalón me supuso más esfuerzo, tuve que inclinarme para bajarlo por lo apretado que lo llevaba, en una postura un poco incómoda que le mostraba la espalda y las nalgas según iba desprendiendo mi segunda piel.

Así, a bote pronto, y sin estar empalmados su verga seguía siendo el doble que la mía, pero él me la miraba y sonreía, un pequeño manojo de pelos en mi base, él lleno de vellos por todas partes. Me encogí un poco esperando alguna reacción de él.

-Eres precioso Cristian, me gustas, me encanta todo lo tuyo, todo lo que veo es increíble. -sí, sí, sí, era lo que deseaba que sintiera y abracé a ese enorme y peludo oso, bestial y sensiblemente amoroso. Era como verme envuelto en una suave y cálida manta donde me tocaba. Me elevó para besarme los labios y rodeé la cintura con mis piernas para hacérselo más cómodo, con mi pollita enredada en los pelos de su abdomen, me besaba y me besaba como si mis labios fuera una fuente de donde podía beber sin saciar la sed.

Me llevó a la ama y me soltó para descubrirla, y sobre las sábanas continuábamos nuestros besos, yo enroscándome en él, buscando sentirle en un masaje corporal que ya me tenía loco, con la verga dura frotándola contra la, para mi, enorme que el portaba.

-Espera, quiero hacer algo que nunca he hecho.  -se escurrió hasta tener la cara cerca de mi entrepierna, acerco la boca para besármela, ¡aww! pensé que me correría en su cara, llenándole la barba de leche, me  hacía caricias y cosquillas con la barba.

Con dos dedos bajó el prepucio dejando el rojo y baboso glande al aire, le pasó la lengua haciéndome gritar y se lo metió a la boca, toda la verga y los huevos, para mi no hubiera sido extraordinario, pero él tenía la boca llena y, realmente, no sabía mamar aunque a mi me volvía loco.

-¡Ahh! Raúl, déjame a mi, para un momento. -y se cambiaron los papeles, el olor olvidado de su verga me llenó volviendo a mi como una marea y su sabor excelso me embriagaba, más que el vino de la cena, chupaba goloso el glande caliente y gordo y luego la introducía hasta quedar con la barbilla y la nariz pegado a su pubis, haciéndole recordar a él cuando se lo hacia de jóvenes. Le escuchaba gemir, moviendo inquieto las caderas y sin obligarme para nada, dejándome la iniciativa a mi y no hubiera dejado de mamarla si él no me hubiera apartado.

-Cristian, vas a lograr que me corra.

-No importa.

-Quiero que tu goces, que no sea como antes. No he estado con un chico desde entonces y tengo miedo de dañarte.

Monté sobre él, sobre su abdomen marcado y lleno de pelos y despacio descendía metiendo su verga en mi cuerpo, mirándole fijo a los ojos y viendo como disfrutaba el momento, ya lo tenía todo dentro, ocupando todo mi cavidad anal, mi culo la reconocía, aún mantenía en él su recuerdo, como cuando lo marcó como suyo.

Lo cabalgué con suavidad haciéndole sentir la tibieza de mi recto la estrechez de mi ano forzándolo a apresar su polla entre las paredes, practicando un fuerte masaje a su pene.

-Me voy Cristian, no lo puedo soportar. -temblaba debajo de  mi cuerpo y alzaba las caderas para llegarme más hondo.

-Córrete ya mi vida, estoy esperando por ti.  -me incliné uniendo nuestros pechos, y buscando su boca para besarle, dejando que el terminara de llegar al orgasmo subiendo y bajando las caderas para follarme el culo con fuerza. Cuando sentí su primer espasmo, estreche mi culo y me corrí mordiéndole la lengua.

—————————————

-Raúl, te voy a proponer un acuerdo, olvídate de la entrevista que mi tío te ofreció y acompáñame, vente conmigo, no se trata de un compromiso para siempre, será hasta que tu quieres o te canses de mi… -iba a jugar mi último cartucho, ahora no estaba dispuesto a renunciar a él, pase la mano por su pecho abrazándolo y besé con ternura su tetilla.

-Pero aquí tengo la casa de mis padres, y posiblemente un trabajo para vivir si sale bien lo de tu tío. -entendía su postura, yo pondría las mismas objeciones, pero Mauricio necesitaba un ayudante para el departamento de mantenimiento y no sería complicado que le hiciera una prueba.

-Allí puedes encontrar un trabajo, a Mauricio le encantarás cuando te vea trabajar. -me miraba sin entenderme.

-¿Mauricio? ¿Un trabajo? ¿De qué hablas? -me puse a reír y agarré sus testículos .duros y potentes.

-Deja eso ahora, y vuelve a hacerme el amor.

Desperté cuando Matilde entró en la habitación, como era su costumbre, para llamarme si no me levantaba antes.

-Es la hora de comer, es domingo y he preparado una sabrosa paella.  -comenzó recogiendo la ropa, sin dar importancia a que estuviera acompañado, sabiendo ya quien era la persona que se tapaba la cabeza para que no lo viera.

-Deja eso Matilde nos preparamos y bajamos.

-Habrá viso que soy yo. -le abracé mirando su cara preocupada y besándolo con ganas.

-También tendrá que acostumbrarse para cuando volvamos, a ella no se supondrá un esfuerzo.

Salte de la cama y descorrí las cortinas de todas las ventanas, el viento había cesado y el jardín parecía un caos. Le sentí a mi espalda sujetándome por los hombros.

-Mira Raul, el viento ha tirado todas las hojas y frutos que quedaban en los limoneros.

-Ahora dormirán para florecer en primavera.

Fin

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