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Las desventuras de Elena (2)

Aun antes de ingresar, Elena vio que se trataba de un baño muy espacioso, de azulejos y sanitarios blancos. Una vez adentro Wanda soltó la cadena y le dijo:

-Quítate toda esa ropa de ramera que llevas puesta.

Elena se sonrojó. Nadie jamás la había tratado así. Estaba muy asustada pero a la vez caliente y esa mezcla de sensaciones le producía una especie de embriaguez emocional que la perturbaba. Mientras cumplía con la orden sus ojos repararon en un equipo para enemas ubicado en una especie de perchero.

Wanda la miraba fijamente, admirada y deseosa de ese cuerpo perfecto.

-Estás para comerte cruda. –le dijo con voz pastosa. –Y eso haré esta noche cuando los Amos se tomen un descanso después de haberte cogido hasta por las orejas. Ahora arrodillate y apoyá la cara en el piso. –le ordenó.

Elena, con las mejillas ardiendo por lo que había dicho la rubia, no se atrevió a protestar, pero una vez en posición tan humillante no pudo contener una súplica:

-Por favor... Por favor, Wanda, no me hagas...

La guardiana, que estaba preparando la enema, giró hacia ella y la interrumpió en tono duro:

-¿Cómo te dije que debías llamarme?

-Señorita Wanda... -recordó Elena sintiendo que su temor aumentaba.

-Y sin embargo te atreviste a tutearme, perra.

-Perdón, señorita Wanda...

-No sé lo que es perdonar. Cuando se me falta yo castigo, y eso es lo que voy a hacer antes de limpiarte bien para los Amos.

-No, señorita Wanda, por favor, no...

Pero Wanda, impasible, tomó el látigo y ubicándose detrás de Elena le cruzó el culo de un fuerte azote que la hizo gemir. Después siguió castigándola con latigazos lentos y firmes mientras se deleitaba viendo cómo esas nalgas iban adquiriendo una tonalidad rojiza que a sus ojos de sádica las embellecía más aún.

-¡Aaaayyyyyyy! ¡No! ¡AAAAYYYYY! –gritaba la pobre Elena moviendo su maltratado culo de un lado al otro procurando en vano esquivar los impiadosos golpes.

Tenía los ojos llenos de lágrimas y las nalgas ardiendo cuando Wanda, por fin, hizo una pausa, la tomó del pelo con firmeza y enderezándola la cabeza le dijo:

-¿Aprendiste cómo debés dirigirte a mí, puta?

-Sí... sí, señorita Wanda... no me pegue más... por favor...

-Esto no fue nada, querida. Puedo ser muchísimo más dura todavía, así que te va a convenir portarte bien conmigo y sobre todo con los Amos.

"Los Amos"... –pensó Elena. "Son varios y saben de mis fantasías... ¡Dios mío, son sólo fantasías!... pero ahora serán realidad" –se dijo estremecida por la desesperación y la calentura al unísono. "no dejaré que me hagan nada... me resistiré..." pensó para engañarse a si misma mientras Wanda se calzaba en la mano derecha un guante de látex. Corcoveó un poco al sentir la penetración de un dedo y Wanda le dijo:

-Mmmhhhh... lo tenés cerradito. ¿Qué pasa? ¿no te da por acá tu marido? ¿Es tan boludo como para perderse este manjar?

Elena se mantuvo en silencio, pero pensó que era cierta esa condición de su orificio anal que había notado la rubia. Claro que su marido la cogía por el culo, no se privaban de nada en materia de sexo y sin embargo la entradita se mantenía asombrosamente estrecha y eso significaba gozar intensamente cada vez que Federico la penetraba por allí.

Ahora la guardiana tenía el dedo hundido en el culo hasta el nudillo y lo movía un poco, en redondo y haciéndolo avanzar y retroceder mientras Elena balanceaba sus caderas ganada por una evidente sensación de placer. Wanda le metió otro dedo y Elena corcoveó provocando una risa sádica en la guardiana.

-Tengo que ensanchártelo para los Amos, puta. –le dijo la rubia y sin más le introdujo con cierto esfuerzo un tercer dedo que completó el ancho de una verga. Así penetrada, Elena sintió que se estaba excitando cada vez más y no podía disimularlo.

-Te gusta, ¿eh?, sí, claro que te gusta porque más que te la des de pobre víctima sos una puta hambrienta de vergas, y te aseguro que esta noche las vas a tener en cantidad. –se burló Wanda y retiró sus dedos con violencia para después quitarse quitarse el guante y dirigirse al perchero.

La bolsa estaba llena de agua mineral. La rubia tomó la canula y con expresión sádica la acercó con lentitud al orificio anal, la apoyó un momento y después comenzó a introducirla:

-Después de esto tu culo quedará inmaculado y listo para recibir las pijas que te vas tragar, putona. –y metió la cánula en toda su extensión. Abrió después la válvula y Elena sintió que el agua comenzaba a entrar. Se movió inquieta ante lo desconocido de la sensación y pronto le pareció que era un torrente lo que la iba llenando. De su boca se escaparon algunos quejidos.

Wanda, mientras tanto, no dejaba de solazarse mirado esa grupa agrandada por la posición, esa cintura tan fina, esas tetas portentosas que pendían balanceándose a cada movimiento que hacía Elena a medida que el agua entraba y le provocaba ya una muy incómoda presión en su interior.

-Por favor... –rogó en un momento.

Wanda emitió una risita burlona y le contestó:

-Oíme, puta, andá sabiendo que acá no hacemos favores. Ni a los Amos ni a mí nos conmueven las súplicas. Lo único que queremos es gozar a fondo de cada perra que traemos y eso es exactamente lo que vamos a hacer con vos.

-Pero... después, aaayyy, ¿me van a dejar ir?... –preguntó Elena sintiendo retorsijones en los intestinos.

El agua de la bolsa había entrado por completo en la prisionera cuando Wanda le respondió con una expresión de crueldad en su rostro:

-No te ilusiones, puta. Ya no vas a volver a ser libre nunca más.

-¡¿Qué quiere decir?! –se alarmó Elena.

-Ya lo vas a saber... –contestó Wanda sonriendo perversamente.

Wanda le quitó la cánula y la mandó a sentarse en el inodoro, donde Elena evacuó aliviada y con estridencia toda el agua que la había inundado.

La rubia le sacó el collar, la tomó de un brazo y la metió en la bañera, donde debió ducharse prolijamente, con lavado de cabeza incluido, mientras su guardiana la observaba con ojos cargados de lascivia.

Después de secarse intentó empezar a vestirse, pero Wanda la detuvo con un gesto y volvió a colocarle el collar:

-Nada de ropa, puta. Te presentaré ante los Amos desnuda como un animal y así vas a estar siempre.

"Como un animal", le había dicho su guardiana, y así se sentía Elena, no una mujer sino apenas un animal listo para ser entregado al apetito de los Amos, entre los cuales estarían, seguramente, esos dos hombres que la habían sacado de El Club.

El miedo y la excitación pujaban en su interior cuando Wanda, siempre llevándola de la cadena y portando su látigo, la condujo otra vez por el pasillo hasta que desembocaron en un patio circular bordeado de columnas y una galería en cuyo centro, del lado opuesto, se veía una puerta de madera labrada con dos ventanas a los costados.

La atravesaron y Elena se encontró entonces ante los Amos. Allí estaban, efectivamente, los dos hombres que la habían secuestrado en El Club y otros dos, todos bebiendo sentados en torno a una mesa redonda y enfrascados en una conversación que interrumpieron al verla.

Las paredes de la sala estaban cubiertas de terciopelo rojo, el techo mostraba un artesonado y el piso estaba cubierto en su totalidad por una mullida alfombra verde. La iluminación provenía de una gran araña de bronce labrado, con una gran cantidad de lamparitas. Además de la mesa había un banco alto, con el asiento de cuero y cuatro grilletes de metal en los extremos inferiores de las patas, al fondo una cruz de San Andrés y junto a ella un cepo, a la derecha de la mesa una columna de mármol entre el techo y el piso que a dos metros de altura y en la base tenía sendos aros metálicos con una cuerda cada uno. En la pared de la izquierda pendían un látigo de cuero trenzado, dos varas y una fusta con una lengüeta de unos treinta centímetros de largo por cinco de ancho.

Elena lo observó todo temblando y se estremeció cuando el hombre que en El Club se le había presentado como Edgardo dijo:

-Bueno, bueno, aquí tenemos a la perra hambrienta de pijas.

El otro, Antonio, se puso de pie y mientras iba hacia ella agregó:

-Y nosotros, que somos muy generosos, vamos a dárselas. ¿Cierto, amigos?

Las risas atemorizaron aún más a la prisionera y cuando Antonio le apoyó ambas manos en las tetas saltó hacia atrás como impulsada por un resorte. Wanda la retuvo tirando de la cadena y el hombre dijo:

-Bueno, creo que antes de darle pija vamos a tener que sacarle los corcovos. ¿No creen? –y adelantándose le pegó una cachetada. El golpe hizo trastabillar a Elena, que entre lágrimas comenzó a soltar una retahíla de súplicas:

-Por favor... por lo que más quieran se los ruego... no me hagan nada... déjenme ir... quiero volver a mi casa... por favor, por favor...

-¿Terminaste, perra? –le dijo Antonio apresándole la cara entre sus manos.

-Por favor, señor, por favor... –insistió ella mirándolo entre las lágrimas que cubrían sus ojos. Su fantasía de tantos años estaba convirtiéndose en una realidad y el miedo empezaba a prevalecer sobre su excitación inicial.

-No estás cooperando, perra... –le dijo el hombre sin soltarle la cara. –Te estás portando muy mal y eso no nos gusta... ¿verdad, señores?

-Claro que no. –contestó desde la mesa un hombre de unos sesenta años que de inmediato se incorporó. Era calvo, de estatura media, con una gran papada y voluminoso abdomen.

-¿Qué cree usted que deberíamos hacer con ella, doctor? –le preguntó Antonio sonriendo cruelmente.

Entonces intervino el cuarto individuo, de la misma edad que el anterior, alto, robusto, de cabello gris y un rostro ancho y rectangular:

-Si me permiten, amigos, opino que para que esta zorra empiece a entender de qué va la cosa deberíamos dejarla en principio en manos de nuestra querida Wanda, que más de una vez nos ha demostrado su habilidad en el manejo de aquel hermoso instrumento de castigo. –dijo y señaló el látigo de cuero trenzado.

-Nada me gustaría más que darle a esta zorra una buena lección, escribano. –dijo la rubia y Elena sintió un ramalazo de miedo que la impulsó a librarse bruscamente de las manos de Antonio que atenazaban su rostro y correr tontamente hacia la puerta, como si con eso pudiera escaparse de lo que le esperaba.

Wanda cortó su carrera con un violento tirón de la cadena haciendo que el collar la oprimiera, provocándolo un súbito ahogo. Con ambas manos en el collar y aspirando con fuerza volvió atrás, con los nervios deshechos y clamando, otra vez, por una piedad que por supuesto no le iba a ser concedida.

Por el contrario, el escribano curvó sus labios finos y crueles en una sonrisa sádica y le preguntó a Wanda:

-¿En qué posición preferirías azotarla, querida? ¿en el banco? ¿en la columna? ¿en cuatro patas?

La rubia optó por la columna y mientras se dirigía en busca del látigo Antonio y el escribano arrastraron hacia allí a Elena, que ofrecía una resistencia tan desesperada como inútil.

-¡Nooo! ¡Noooooooo! ¡Por favor, nooo! ¡Noooooooooooo!

-Te sugiero que guardes tus gritos para cuando Wanda comience a darte, perra. -dijo Antonio mientras entre él y el escribano la iban atando por las muñecas y los tobillos a los aros de la columna. Finalmente, con una tercera cuerda, la fijaron por la cintura dejándola indefensa por completo, lista para el castigo.

¡Cuánto se arrepintió entonces de haberle confiado a Julia sus fantasías! Pero es que era su amiga de años y había sido siempre tan poco sexual, al menos en apariencia. Tan poco interesada en todo lo que no fuera una función de teatro o de danza, visitas a galerías de pintura, conferencias. Recordó cómo se había asombrado cuando Julia le contó sobre El Club. Debió darse cuenta en ese momento que en esa mujer gorda y de aspecto descuidado a la que jamás había visto siquiera mínimamente maquillada había otra oculta, probablemente una lesbiana, como ella había sospechado siempre, que era la que la había entregado.

De pronto, una quemazón en sus nalgas la sacó brutalmente de sus reflexiones estremeciéndola de dolor en sus ligaduras.

Gritó y su grito fue respondido por una carcajada de Wanda, que había empezado a azotarla.

-Eso es, querida, muy bien. –escuchó decir al escribano. –Enseñale a esta zorra que aquí la resistencia se paga muy caro.

-Será un placer... –dijo la rubia, para quien en el mundo existían muy pocas cosas que le depararan tanto goce como disponer de una hembra para torturarla y después cogerla. Antes de lanzar el segundo azote se deleitó un momento con la marca rojiza que el látigo había dejado en esas nalgas fenomenales y luego sí volvió a pegar.

-¡¡¡Aaaaayyyyyyyyyy!!! –aulló Elena retorciéndose de dolor todo lo que sus ataduras le permitían.

Los cuatro hombres formaban un semicírculo detrás de ambas hembras, y fue Edgardo quien dijo:

-Un culo de mujer que sólo sirve para defecar es un culo totalmente desperdiciado, ¿verdad, amigos? Vean en cambio qué buen uso estamos dándole a éste.

-¡Y qué buen uso le daremos después, mi estimado Edgardo, cuando nuestras pijas lo llenen de leche! –acotó el doctor provocando la risa de los demás mientras Elena gritaba sin cesar y Wanda continuaba con la paliza que iba dejando surcos rojos en ambas redondeces.

En determinado momento la torturadora hizo una pausa para palpar el culo de su pobre víctima.

-Mmmhh... está bien calentito, jejeje... –dijo retirándose hacia atrás y descargando un nuevo latigazo.

-¡¡¡¡AAAAAAYYYY!!!...

Wanda miró a los Amos, como esperando instrucciones y el escribano le hizo una seña. Entonces volvió a interrumpir el castigo muy a su pesar, dado que estaba sintiendo un placer verdaderamente embriagador.

El hombre tomó del pelo a Elena, le dobló la cabeza hacia atrás y le dijo:

-¿Estás dispuesta a portarte bien, zorra?... ¿Vas a tragarte nuestras pijas por todos tus agujeros sin chistar?...

-No... no... no me hagan eso... no... –contestó Elena con voz quebrada por la angustia y sintiendo dramáticamente, una vez más, qué enorme diferencia había entre haber fantaseado con eso y estar a punto de vivirlo en manos de ese grupo de pervertidos. Era culpa, una profunda culpa lo que sentía pensando en su marido.

-Ay, ay, ay... debemos seguir maltratándote entonces... –dijo el escribano fingiendo sentirse compungido, e hizo señas a Wanda de continuar con la azotaína.

-Me gustaría cambiarla de posición. –dijo la rubia. –La quiero atada en el banco, si ustedes no se oponen.

La propuesta tuvo de los Amos una aceptación unánime y Elena fue sacada de la columna y amarrada de panza sobre el asiento del banco, sujeta por muñecas y tobillos.

Su culo mostraba las señales del castigo, rojos verdugones con algunas líneas blanquecinas e inflamadas.

-No queremos heridas, Wanda, eso afearía tan hermosas nalgas. Seguí en los muslos.

-Sí... tiene unos muslos hermosos... –dijo la rubia acariciándole ambas piernas.

-Y es más... –intervino Antonio. -¿Por qué no continuar con la vara?

La proposición fue aceptada y Wanda, ya vara en mano, le inspeccionó la concha:

-Está seca. –dijo.

-Eso está muy bien, querida. –le contestó el escribano después de comprobar por si mismo el estado de esa concha. –No la estamos castigando para que sienta placer, sino para que se doblegue. Por eso deberás darle fuerte. Queremos sus hermosos muslos bien marcados.

-Pierda cuidado, que así se los dejaré. –contestó la rubia e hizo silbar la vara en el aire varias veces antes de descargarla por primera vez sobre la parte trasera más gruesa del muslo derecho, apenas por debajo del pliegue de las nalgas.

Los cuatro Amos tenían ya sus vergas bien duras bajo la ropa, listas para entrar en acción en cuanto Elena aceptara entregar su cuerpo sin resistencia. Edgardo fue el primero en sacarla y sosteniéndola con una mano se acercó a la prisionera, que gritaba bajo el rigor de la vara.

Le alzó la cabeza tomándola del pelo y le dijo mientras Wanda seguía azotándola:

-En esa posición no podés verme la pija, zorra, pero te aseguro que la siento dura y palpitante, lista para entrar en tus orificios.

-No sé qué opinan ustedes, queridos amigos. –intervino el doctor. –Pero yo quiero que me la chupe antes de cogerla.

-Eso hará. –coincidió el escribano que también había sacado su pija. –Vamos a llenarle la boca de leche.

Antonio y el doctor estuvieron de acuerdo y ahora todo estaba en manos de Wanda, que debía lograr el sometimiento de la prisionera mediante la dura paliza que seguía propinándole.

Elena sentía que ya no aguantaba el dolor, que no tenía sentido seguir resistiéndose porque finalmente los Amos lograrían doblegarla. Cada nuevo varillazo era un suplicio indescriptible y entonces dijo con un hizo de voz:

-Basta... por favor... no sigan... hagan lo que... lo que quieran conmigo, pero... pero no me castiguen más... por favor...

Wanda detuvo su mano alzada y lista para un nuevo azote y preguntó:

-¿Entendí bien, Amos?

-Repetí lo que dijiste, perra. –dijo Edgardo.

-Que... que no me peguen más... por favor... háganme lo que quieran, pero... pero no me azoten más... –murmuró Elena al borde del desfallecimiento aunque sintiendo, en alguna parte de su conciencia, el alivio de darse cuenta de que no estaba traicionando a su marido, que era por la imposibilidad de seguir aguantando el suplicio que se entregaba a esos perversos.

Los cuatro hombres y Wanda intercambiaron miradas triunfales y fue el escribano quien dijo:

-Estuviste muy bien bien, Wanda, como siempre. Ahora desatala.

La rubia la liberó y Elena, exhausta y muy dolorida, cayó desmadejada sobre la alfombra. Wanda quiso contemplar las huellas de su tarea y la puso boca abajo. Vio entonces las nalgas coloreadas de un rojo subido y las marcas paralelas en los muslos, desde las caderas hasta poco antes de las rodillas. Sintió entonces un intenso deseo de cogerla, pero sabía que iba a tener que aguantar hasta que los Amos la gozaran y recién entonces podría disponer de ella para someterla sexualmente y además seguir torturándola, y no sólo con azotes.

-Parate, puta, que vas a empezar a trabajar. –dijo Edgardo inclinándose sobre Elena. Una vez en pie, la pobre debió encargarse de desvestir a los cuatro hombres, que en medio de esa tarea la manoseaban a gusto entre risas y comentarios soeces.

Cuando estuvieron en cueros, Elena vio que tenían las pijas bien duras y se estremeció agitada por sentimientos encontrados. Uno de ellos, el que llamaban el escribano, era poseedor de un aparato de dimensiones considerables que la asustó al imaginarlo en su interior.

El hombre advirtió que Elena le observaba la verga y sosteniéndola con una mano le dijo:

-Mirala, zorra... ¿te gusta?... es grande, ¿eh?, jejeje, y así de grande como es te la vas a tragar toda... y lo primero que harás es chupármela.

-Nos la va a chupar a todos, mi querido escribano. –dijo el doctor. –Y para eso nos pondremos en círculo y que la muy puta se vaya desplazando de rodillas de una pija a otra. ¿Les parece?

-Excelente idea. –opinó Antonio y agregó: -Y vos, Wanda, mantenete atenta y en cuanto flojee dale un buen varillazo.

-Estaré atenta, Amo Antonio, no se preocupe. –contestó la rubia deseando que la perra le diera oportunidad de volver a castigarla.

Y entonces empezó la ronda oprobiosa de Elena, que debió mamar primero la pija del doctor, por ser éste quien había dado la idea.

Desplazándose sobre una y otra de sus rodillas se fue acercó despacio, como tratando de demorar su humillación mientras mantenía los ojos clavados en esa verga lista para hundirse en su boca.

A Wanda no le gustó esa lentitud y le cruzó el culo de un varillazo.

-¡Movete, puta!

Elena, con el rostro crispado en una expresión de dolor, se llevó ambas manos a las nalgas diciéndose que era inútil demorar más. Tenía que hacerlo. Tenía que humillarse mamando esas pijas que le llenarían la boca de leche. Nada podía hacer para evitarlo.

Ya estaba ante la verga del doctor, que la miraba con ojos brillantes de calentura.

-Vamos, abrí bien esa boca... –le dijo y Elena la abrió mientras cerraba los ojos.

La verga le entró hasta la garganta, provocándole algunas arcadas entre risas burlonas de los Amos. El doctor la retiró un poco y Elena pudo empezar a chuparla. Era la primera vez que tenía en la boca una pija que no era la de su marido, y esta noción le dolió al punto de que impulsivamente echó la cabeza atrás desprendiéndose de esa verga.

El gesto le costó caro. Wanda la agarró del pelo y mientras la mantenía con la cara contra el piso empezó a insultarla y a azotarla con la vara.

-¡Perra insolente! ¡¿Cómo te atreviste?!

-No... ¡¡Aaaayyyy!! ¡No! ¡No!

-¡¡¡Callate, grandísima zorra!!! ¡¡¡Vas a abrir el hocico sólo para chupar!!! –y siguió pegándole unos cuantos varillazos más, hasta que Elena juró que ya no se resistiría.

-Si volvés a hacerlo te despellejo esas nalgas de puta que tenés. –la amenazó Wanda y de inmediato guió la cara de la pobre hasta la pija del doctor, que había observado la escena muy excitado y ansioso por derramarse en tan delicioso recipiente.

Elena era muy diestra en eso de mamar, y temerosa de nuevos castigos comenzó a esmerarse a pesar de si misma. A poco de lamer y chupar, su cerebro empezó a nublarse, quizá como un elemento inconsciente de autodefensa que le iba permitiendo disolver su sentido de culpa en esa niebla que iba cubriendo su mente.

De pronto el doctor empezó a bufar, luego a gruñir en el paroxismo de la excitación y Elena sintió los chorros de semen inundándole la boca y el grito del hombre:

-¡Tragá, puta! ¡Tragá toda mi leche! –y tragó tratando de pensar que sólo era saliva, aunque sintiendo sabor y la viscosidad del semen que, por primera vez, no era el de su marido. Debía desplazarse de rodillas hacia el próximo Amo, que era el escribano con su gran verga ya erecta , pero no pudo moverse y sólo lo hizo después de recibir en las nalgas otro fuerte varillazo de Wanda y la amenaza de la guardiana:

-Como vuelvas a mañerear voy a hacer que sigas mamando con el culo despellejado. ¿Me oíste, puta?

Elena sintió ganas de enjuagarse la boca, pero no se atrevió a pedirlo y en cambio se fue aproximándose mansamente a esa otra pija larga y ancha, la del escribano, que la esperaba palpitante.

Cuando estuvo ante ella cerró los ojos y abrió lentamente la boca para recibir ese miembro que se la llenó por completo al punto de producirle algún ahogo inicial. Chupó y lamió con la mente cada vez más en tinieblas, oyendo como de lejos las risas y comentarios de los Amos ante su tarea. Por fin los chorros brotaron y otra vez a tragar hasta la última gota y de rodillas ir hacia el próximo: la pija de Antonio, a la que también le extrajo toda la leche y se la tragó sintiendo la boca pastosa por el semen anterior que empezaba a secarse.

Finalmente le tocó el turno a Edgardo, que poco tardó en derramarse cuando Elena, por la enorme tensión que vivía y el cúmulo de sensaciones durante las mamadas, ya flaqueaba sobre sus rodillas mientras hacía esfuerzos por tragarse esa última lechada.

Los Amos e inclusive Wanda reían e intercambiaban comentarios obscenos mientras Elena sentía que sentido de culpa se iba diluyendo.

"Era mi fantasía –se dijo. "Y ahora se está haciendo una realidad... yo no quería... sólo fantaseaba con esto, pero ¿qué podía hacer?... de haberme resistido Wanda me habría despellejado de verdad..."

Los cuatro Amos se retiraron hacia la mesa entre comentarios elogiosos respecto de las condiciones que Elena había demostrado como mamadora mientras Wanda, inclinándose sobre la prisionera, que yacía boca abajo sobre la alfombra, le decía:

-No descansarás mucho, puta. Preparate porque dentro de un momento seguirán dándote. Han tomado viagra, jejeje, y están en forma para usarte por el culo.

Elena la escuchaba como lejana, entregada a ese destino que parecía haberse adueñado de ella sin dejarle posibilidad alguna de escapar. Pensó en Julia con la certeza de que era ella quien estaba detrás de todo esto, y la noción de Julia y su traición se mezcló con la voz de los Amos, que la reclamaban para continuar usándola.

Wanda la puso de pie tomándola del pelo y Elena se entregó resignada a su suerte. Entre Edgardo y Antonio la inclinaron sobre la mesa y mientras la sujetaban el escribano le apoyó la punta de su verga en el orificio anal y tras algunas tentativas de penetración se la metió sin miramientos hasta el fondo. La prisionera sentía los huevos del hombre golpeando rítmicamente contra sus nalgas y los dolorosos y a la vez placenteros embates de esa verga dura y agresiva que pronto le llenó el culo de leche. Antonio dejó su puesto y metiéndole una mano por debajo del torso capturó su clítoris y empezó a estimularlo notándolo bien duro. Elena gemía y murmuraba frases ininteligibles cuando fue Edgardo quien reemplazó al escribano para continuar horadando ese culo que minutos después recibía otra lechada al tiempo que la prisionera se disolvía en un violento y largo orgasmo. Después fueron Antonio y el doctor quienes la sometieron mientras otro se ocupaba de mantenerle estimulado el clítoris.

Hubo luego un intervalo de alrededor de media hora, para que los Amos recobraran fuerzas y al cabo de esa tregua Elena, inmovilizada en el cepo, fue usada por la concha, sin pausas entre una y otra verga. Ya sin ningún control sobre su conciencia y mucho menos sobre su voluntad, la pobre tuvo varios orgasmos, con el clítoris siempre estimulado por los dedos de uno u otro de sus violadores.

Finalmente Wanda, sin permitirle el más mínimo descanso, la sacó de la habitación llevándola de la cadena mientras Elena, presa de un total agotamiento, con los nervios destrozados y el culo ardiéndole, hacía esfuerzos por seguir sosteniéndose sobre sus piernas. Instantes después estaban en la habitación de Wanda, que de un empujón la arrojó al piso. Sólo su estado nervioso mantenía despierta a Elena a pesar del intenso trajín al que había sido sometida.

Wanda la miró lascivamente mientras se desnudaba y cuando estuvo en cueros le ordenó que fuera al baño a lavarse. La prisionera se incorporó dificultosamente y marchó a cumplir con la orden. Cuando regresó, ya con la boca, la concha y el culo en perfectas condiciones de higiene, la rubia estaba en el medio de la amplia cama, con la espalda apoyada en el respaldo.

-Vení acá. –le ordenó, y Elena tuvo que acomodarse de rodillas entre las piernas de Wanda que se deslizó hasta acostarse con las rodillas bien separadas.

-Quiero una buena lamida de tu lengua de perra puta, y pobre de vos si no te esmerás... ¡Vamos! ¡A lamer! –la apremió.

Elena fue acercando lentamente su cara a la concha de la guardiana y pudo ver el brillo del flujo sobre los labios externos.

"La habrá excitado mi martirio", pensó la prisionera y temerosa por la amenaza se aplicó a la tarea que le había sido ordenada. Cuando entreabrió los labios con sus dedos se encontró con el clítoris enrojecido y duro. Comenzó a pasarle la lengua y escuchó a Wanda gemir. "Tengo que hacerlo muy bien", se dijo. "Tengo que volverla loca de placer y darle un buen orgasmo para que no me castigue y me deje ir... ya no aguanto más"... Siguió entonces lamiendo e intercalando esas lamidas con encerramiento del clítoris entre sus labios que apretaba y luego distendía para volver enseguida a trabajar con la lengua, que luego comenzó a pasar una y otra vez por los costados internos, de arriba abajo hasta que por fin la metió lo más que pudo en el orificio vaginal, provocando un estremecimiento en su carcelera.

-¡¡¡Así, perra puta!!! ¡¡¡Sí, sí, así, así, asíaaaahhhhhhhh!!!

"Voy bien", se dijo Elena y redobló sus esfuerzos hasta que Wanda explotó en un prolongado orgasmo y se derrumbó de costado, con las piernas encogidas y respirando agitadamente. Elena, presa del agotamiento, se echó de espaldas y muy pronto el sueño la venció.

No supo cuánto tiempo había pasado hasta que Wanda la despertó a bofetadas y gritándole:

-¡Levantate, perra! ¡No estás acá para dormir! –y la incorporó tomándola del pelo. Aún entre las brumas del sueño, Elena vio que la guardiana tenía puesto un dildo sujeto a su cintura con un arnés.

-¡En cuatro patas! ¡Vamos! –le ordenó y cuando la tuvo en posición comenzó sin dilaciones a meterle el dildo en el culo y Elena a sufrir, puesto que las vergas de los Amos le habían dejado muy irritado ese orificio. Suplicó entre gemidos de dolor, pero Wanda, lejos de conmoverse, se iba sintiendo cada vez más excitada ante el suplicio de la prisionera y redoblaba los embates de sus caderas haciendo que el dildo entrara hasta el fondo una y otra vez. Mientras tanto, la presión de su vulva contra la base de cuero del dildo hacía que su clítoris se viera estimulado y la fuera acercando al orgasmo. Cuando lo tuvo se derrumbó sobre la espalda de su víctima y le dijo entre jadeos:

-Ahora sí... ahora sí terminé con vos...

Elena se dejó caer al piso sintiendo sobre su cuerpo sudoroso el peso de Wanda y su respiración agitada. Poco después la carcelera se incorporó, le ordenó hacer lo mismo y de un empujón la tumbó en el camastro para volver a sujetarla a la pared mediante la cadena del collar. Agotada física y emocionalmente, Elena sólo quería dormir y lo hizo sin saber nunca por cuánto tiempo y la hora que era cuando la despertó un zamarreo violento. Aún confundida entreabrió los ojos y vio la cara de Wanda pegada a la suya:

-¡Vamos, puta! ¡Arriba que vas a bañarte! –le gritó la rubia mientras desprendía la cadena y luego, sin esperar a que Elena se incorporara, la tomó del pelo y la puso de pie empujándola hacia la puerta.

La ducha le fue despejando las últimas brumas del sueño mientras Wanda, junto a la bañera, la abrumaba con obscenidades respecto de su cuerpo. Después, cuando se secaba envuelta en un toallón, se atrevió a preguntar:

-Señorita Wanda, ¿van a... van a dejarme ir ahora?

La rubia lanzó una carcajada estremecedora por lo siniestra:

-¡¿Dejarte ir, imbécil?! jejeje... vos ya no vas a ir a ningún lado, ¿oíste?

-Pero... –balbuceó Elena y cuando pretendía seguir hablando Wanda se lo impidió con una bofetada.

-Cerra el hocico y escuchame bien, perra puta. Olvidate de salir de acá. A partir de ahora sos nada más que carne de verga, ¿oíste? Olvidate de tu maridito, de tu trabajo, de todo lo que fue tu vida, porque ahora sos propiedad de tu amiguita Julia, que te ha entregado al Club para que te tengamos en depósito a su disposición.

-¡¡¡Nooooooooooooooo!!! ¡¡¡No, no, no, nooooooooooooooooooo!!! –gritó Elena cayendo de rodillas con su cara entre las manos y los ojos arrasados en lágrimas.

-La verás dentro de un rato. –fue la helada respuesta de Wanda, que la tomó del cabello, la puso de pie y empuñando el extremo de la cadena del collar se la llevó de regreso a la celda.

Echada en el camastro y otra vez sujeta por el cuello a la pared, Elena esperaba la llegada de Julia, su amiga hasta el día anterior y ahora su dueña, la propietaria de su vida de allí en más, la perversa que le había tendido una trampa demoníaca en la cual ella había caído llevada por sus fantasías.

(continuará)

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