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Las Confidencias de Jordi (4)

Hola, soy Caro, profesora de historia, tratando de continuar el relato interrumpido en "Las confidencias de Jordi (3)".



Lo que pasó entre Eugenia y Maxi postergó varios días las nuevas confidencias de mi amigo. Un viernes por la noche se apareció sorpresivamente con una docena y media de empanadas y dos botellas de vino.



"Vi luz en la ventana y entré" – comento jocosamente. "¿Qué hubiese pasado si estaba con alguien, digamos que lista para...? Vos me entendés" – pregunté con ironía. "Entonces me las iba a comer a la plaza de la otra cuadra" – replicó con firmeza.



Tengo que confesar que me ahorró el trabajo de tener que preparar algo para cenar. Pero sus ojos delataban otra intención que no era precisamente la de cenar. ¡El muy ladino algo se traía entre manos! Dio vueltas y más vueltas hasta que, finalmente, puso las cartas sobre la mesa.



"¿Te acordás de aquél fin de semana en el que tuve que ir a la Feria del Libro con Maxi?" – interrogó disimuladamente. "Claro que me acuerdo. ¿Por qué?" – respondí con cautela. "¿Eugenia y vos fueron a un taller?" "Si". "¿De qué se trataba?" "Mejoramiento de la autoestima".



Interrumpí el diálogo tomando una empanada mientras observaba su cara, que demostraba cierta incertidumbre. "Maxi me comentó que Euge no quiso darle muchas explicaciones. ¿Vos sabés por qué". ¡Ésa era la madre del borrego! Se morían por saber qué habíamos hecho. "Relajación, ejercicios respiratorios y cosas por el estilo" – respondí evasivamente. "Euge dijo que no podían contar nada. ¿Es verdad’" "Si, es verdad. No insistas porque no te voy a contar nada porque lo prometimos". "Te propongo un trato, yo cuento algunas de mis experiencias y vos me tirás algunas líneas sobre lo que paso" – dijo en tono de súplica.



Una nueva empanada y un sorbo de vino me permitieron analizar rápidamente la proposición. "Todo depende de la calidad de lo que cuentes" – fue lo único que se me ocurrió para salir del paso.



Apuró su segundo vaso de vino para comenzar a recordar con los ojos entre cerrados.



"No es la primera vez te confieso de qué manera influyeron las mujeres maduras en mi vida. Conste que nunca las busqué, se presentaron solas. No sé si te conté que trabajo en el diario desde que tenía 22 años. Mi tío Pancho era el dueño de la empresa que les hacía la limpieza y como los viejos le contaron que yo era un vago que prometía ser más vago todavía, movió cielo y tierra para conseguirme un puesto. Para mi, que me la pasaba disfrutando del vino, las mujeres y el canto, fue un golpe feroz. Le escapaba al laburo más que las moscas al insecticida. Pero me la tuve que comer doblada, no le podía fallar al tío. Te podrás imaginar que, de buenas a primeras, me convertí en el último orejón del tarro del diario".



"¿Pretendías que te nombran director? – comenté riéndome irónicamente. "Me acuerdo que me mandaron a la sección Mujer y Moda. ¡Una cagada! Sólo entre cinco mujeres. Te juro que me chuparon la sangre, y no fue por el pito. En un principio, ¡iluso de mí! pensé que me iban a encargar notas, entrevistas con famosas y cosas parecidas. Lo más importante que hice fue ir a la tienda para cambiarles medias y calzones. ¡Qué denigrante!"



"¡Che, por algo se empieza!" – reproché con energía. "Al cuarto día me mandaron a buscar unos papeles a la oficina del Director General. Me atendió la secretaria, una mujer bastante mayor que se llamaba Pocha. Ni bien entré a la oficina, no sé por qué razón, me miró sorprendida. Le expliqué que venía de Mujer y Moda y, sin más, me preguntó si era pariente o tenía alguna relación de familia con Nicanor Baratucci. Le comenté que era sobrino de Pancho Prats y que descendíamos de una familia catalana que había llegado a la Argentina hacia fines de 1900. Le cambió la cara, pero me siguió mirando fijamente".



"¿La jovata que tal estaba?" – indagué mientras encendía un cigarrillo. "¡Qué querés que te diga! Andaría por los sesenta años, pechugona, robusta, caderas algo expandidas hacia los costados, culo chato, abdomen un poco prominente, pelo canoso y recogido en un eterno rodete. Treinta años atrás tenía que haber sido una mina lo suficientemente linda como hacer estragos en los corazones masculinos. Te lo digo porque, a pesar de la edad, todavía conservaba una cara muy agradable. Al mes de estar sufriendo los caprichos de las minas de la sección Mujer, Pocha me llamó para que fuera a verla. Lo primero que pensé fue ¿Y ahora qué quiere esta mina? ¿Otra vez tratando de averiguar mi genealogía? Me recibió con una sonrisa. "¿Qué tal, como te tratan las chicas? Seguro que te tienen como bola sin manija. ¿Verdad? Asentí con la cabeza. Cuidate de Gisela, te va a hacer levantar presión y después te deja colgado. ¡Yo sé lo que te digo! Además, es más puta que las gallinas. Una trepadora. Voy a ver si consigo que te transfieran a otra sección donde puedas aprender algo para progresar". Lo que decía tenía bastante sentido porque en esa época los periodistas se hacían en las redacciones, todavía no había escuelas ni academias".



"Borges trabajó en La Nación" – acoté interrumpiendo el relato. "Pero yo no era ni la sombra de Borges. Pensé que habría charlado con mi tío y, como le debía algunos favores, decidió hacer algo por mi. Te adelanto que me equivoqué porque el motivo fue otro. Pero ahora eso no importa. La cuestión fue que a la semana me trasladaron al suplemento cultural, donde todavía laburo como jefe. Tuve muchísima suerte porque encontré un grupo de personas que me enseñaron casi todo lo que se. Pero eso no viene al caso. No sabía qué hacer para demostrarle mi agradecimiento. ¡Algo le tenía que regalar, pero qué!"



"No me vayas a decir que no sabías que regalarle. ¿Bombones, flores, un libro? – volví a interrumpirlo. "Hoy no sería una dificultad, pero a los 23 años estaba más confundido que Adán en el día de la madre. Ni bien cobré el sueldo compré una caja chica de bombones. Me costó un huevo y la mitad el otro averiguar la dirección pero lo logré. Un sábado por la mañana me mandé para la casa. Toqué el timbre, Pocha abrió la puerta para quedarse muda y confundida al verme. Mi idea era entregarle el regalo y tomármelas bien rapidito, pero insistió en que entrara. Me hizo pasar a una sala de estar bastante amplia y poblada por muebles de la época de María Castaña. ¿Tomás un cafecito? Sin dejarme contestar se fue hacia donde se suponía que estaba la cocina, pero antes noté que colocaba un pañuelo sobre un portarretrato que se encontraba sobre el aparador. Mientras la esperaba, no pude con mi curiosidad, me levante y descubrí el retrato. ¡Oh, sorpresa! ¡El tipo de la foto podía ser mi hermano gemelo!"



"Ahora me cierra por qué te preguntó si eras pariente de Nicanor no se cuanto" – aseveré sorprendida. "Ni te imaginás mi asombro. ¿Quién carajo era ese fulano? Pocha entró en la habitación trayendo la bandeja con el café justo en el momento en que yo volvía poner el pañuelo en su lugar. Inmediatamente intentó darme una explicación. "¿Ahora entendés por qué indagué sobre tus antecedentes familiares? El parecido es asombroso". ¿Quién este caballero que parece mi hermano gemelo? – pregunté intrigado. "Nicanor Baratucci hace unos treinta años. Estuve a un tris de casarme con él" – contestó compungida. ¿Puedo preguntarle por qué no se casó con él? "No tiene sentido que te oculte la verdad. ¡Pasó tanto tiempo! Exactamente quince días antes de ir al altar, rompimos. Mejor dicho, me dejó plantada para fugarse con...¡otro hombre!" – confesó mientras una lágrima le surcaba la mejilla derecha.



"¡Qué lo parió! Estuvo a esto de casarse con un trolo. ¿Qué más te contó?" – interrogué ansiosa. "Se sentó a mi lado, agarró mis manos con fuerza y se largó a llorar como una Magdalena. ¡Me partió el corazón! "¡Jurame que no vas a contarlo en el diario! Salvo el Director, nadie está enterado del asunto. Nicanor me dejó una notita en la que me decía que lo nuestro no iba a funcionar porque partía hacia Brasil con el amor de su vida: Roberto" - suplicó expectante. Respondí que sería una tumba. "No sé por qué, pero en ése momento no dije que me iba a casar. Aproveche que tenía dos semanas de vacaciones atrasadas y nadie sospechó nada. Volví hecha un estropajo, contando que había pasado unas hermosas vacaciones en el campo de mis tíos.". Se detuvo para tomar el pañuelo que le ofrecía para enjugarse las lágrimas y luego prosiguió. "Durante todos estos años salí con varios hombres, pero el recuerdo de Nicanor continuó martirizándome el corazón. Cuando te vi por primera vez no podía salir del asombro porque eras casi un calco. La vida suele burlarse con crueldad".



"¿Qué hiciste? Porque no podes negar que la situación era harto difícil y complicada" – inquirí ávida de respuestas. "Sumergida en el llanto me contó que todavía conservaba el vestido de novia, que lo sacaba del armario para mirarlo durante horas interminables. Sólo se me ocurrió decirle que tenía que expulsar esas ideas de su cabeza de una vez por todas. Que tenía que vivir la vida con plenitud. Contestó que no le daban las fuerzas. Ahí fue cuando se me ocurrió una idea lindante con lo demencial".



"¡Contá, contá que me muero de la curiosidad! – alenté efusivamente. "Propuse que se pusiera el vestido de novia y que me dejara hacer. Que al final, lo iba a terminar desterrando definitivamente de su vida. ¿Sabés qué hizo? Me pidió que la esperara media hora y se fue apresuradamente hacia el dormitorio. Ahí fue cuando me puse a pensar que no sabía qué hacer, que todo se podía ir a la mierda, que la solución podía ser peor que el problema".



"¡Qué momento! Seguí, seguí" – insistí enfervorizada. "¡Algo tenia que hacer pero no sabía qué! Tardó algo más de una hora, durante la cual me pasaron por la mente mil ideas desopilantes. Apareció en el living vistiendo un traje de novia amarillento por el paso del tiempo que le quedaba para el carajo. Grande por todos lados, sin abrochar porque su circunferencia abdominal era bastante mayor que el talle del vestido. ¡Ridiculísima! Como la situación que yo había propiciado. Me levanté del sillón para acercarme a ella, apoyé la mano derecha sobre el escote y se lo desgarré con violencia. Me miró sorprendida pero no opuso resistencia. Con furia le arranqué las mangas, destrocé la falda en mil pedazos y le levanté las enaguas hasta que le llegaron hasta la altura de los pechos. Le bajé la bombacha de encaje hasta las rodillas y le metí la palma de la mano entre las piernas donde me encontre con su frondoso y ensortijado vello púbico. Lo mejor del caso es que ella me dejaba hacer sin contrariarme".



"Eso quería decir que aceptaba lo que hacías" – Apunté socarronamente. "Lo siguiente fue arrancarle el enorme y espantoso corpiño amarillento. ¡La tetas se le cayeron ni bien lo tiré a la mierda! Grandes pero algo caídas, flojas, carnosas, blanquecinas y con un enorme círculo rodeándole los pezones. Se los lamí mientras ella gemía parada e inmóvil. Recién tuvo un leve atisbo de reacción cuando la terminé de desnudar dejándola solamente con medias y portaligas. Me agarró el bulto con la mano derecha, me lo masajeó de derecha a izquierda, desabrochó el cierre del pantalón para terminar buscándome el pito en un arranque de furia delirante. Bajé las manos y le agarré el culo. Chato y plano pero amplio. Bajé la cabeza para colocarla entre las piernas, besé y lamí toda la zona hasta llegar a la concha cubierta por una mata de vello ensortijado y rebelde. ¡Estaba mojada a más no poder!"



"¡Qué situación! ¿Supongo que no te habrás quedado ahí?" – pregunté inocentemente - "Creo que en menos de dos minutos yo también estaba en pelotas. La hice arrodillar y la obligué a recibirme el pito en la boca, cosa a la que no se negó. Mamó, lamió y chupó con frenesí mientras me miraba con ojos de satisfacción reprimida. ¡Se me puso más dura que un bate de béisbol! Se detuvo un instante, me miró fijo a los ojos y dijo decididamente: "¡Garchame, Nicanor, garchame!" Se reclinó boca arriba sobre el sillón, abrió las piernas y me ofreció la cachu. Hice de cuenta que era la tucumana, me agarré el pito con la derecha y, con mucha parcimonia, la penetré. ¡Se le iluminó la cara! Cerraba y abría los ojos, los ponía en blanco, se balanceaba para que entrase más adentro, gemía, sollozaba, suplicaba. Creo que fue una de las pocas veces en mi vida que terminé al mismo tiempo que la mina. Arqueó el cuerpo hacia arriba justo cuando se me estaba escapando el lechazo. Convulsionó el cuerpo tres o cuatro veces antes de quedarse quieta con el pito dentro de la vagina. Dejé que se relajara mientras expulsaba una caudalosa mezcla de semen y jugos vaginales. Lo retiré con suavidad y le busqué la boca para besarla con ardor. Me mordió los labios y la lengua con fervor inusitado".



"¡Qué polvazo, te felicito!" – aplaudí en un mar de carcajadas. "Cuando nos repusimos del esfuerzo recogí el destrozado vestido de novia, lo hice un bollo y lo introduje en el hogar. Todo esto bajo la mirada sorprendida de Pocha. ¡Quemalo, quemalo y sacátelo definitivamente de la vida! Tomó mi encendedor Zippo, lo encendió y lo acercó decididamente al vestido que reposaba sobre las cenizas del hogar. Me coloqué detrás de ella para abrazarla y acariciarles las tetas. Con ojos desorbitados observó como se consumía lentamente hasta convertirse en ceniza. "Me acabás de sacar un gran peso de encima. No me animaba a hacerlo yo misma" – confesó aliviada. A estas alturas, el pito comenzó a recomponerse del esfuerzo retomando su altiva y enérgica posición erecta. Pocha lo advirtió, levantó la caja de bombones y, sin decir palabra, tomándome del brazo me condujo hacia el dormitorio. "Solamente te pido que no me abandones después de este gran momento de mi vida" – suplicó mientras se recostaba boca arriba en la cama ofreciéndome un bombón. ¡Mirá si iba a abandonarla en una situación tan ventajosa para mi! Quizá mi actitud te parezca algo egoísta, pero esta era la mía. Acepté el bombón para inmediatamente volver a dedicarle atención a la zona vulvar. Le acaricié el vello púbico, lo desenredé, le separé los labios mayores, busqué la entrada y...¡le metí el bombón empujándolo con el dedo índice de la mano derecha! "¿Qué me hiciste?" – preguntó intrigada. Estoy sazonándote la cachu Pochita".



"¡Qué turro, a mi nunca me lo hiciste! – reproché compungida. "Comprá bombones y probamos. Sigo. Uní índice y medio para que sintiese cómo se le derretía el chocolate en el interior. Al ratito nomás comenzó a salir una espesa mixtura de chocolate y jugos vaginales que limpié con la lengua mientras ella gemía con intensidad. "¡Pajeame, pajeame más!" – imploró desinhibidamente. Le alcé un poco las caderas para poder alcanzarle el ojete y se lo lamí sin piedad. Mientras la dulce mezcolanza le bajaba fluidamente hasta alcanzarle el marroncito, abandoné la cachu para meterle los dedos en el ojete. ¡No te podés imaginar cómo suspiraba y jadeaba Pochita! "¡Por favor culeame, culeame!" – imploró vehementemente. Lubriqué el pito con saliva, lo enderecé con la derecha, apunté y metí hasta el fondo. ¡Gritó como una marrana en celo! El tercer embate profundo sirvió para provocarme otro lechazo increíble".



"Cortaste treinta años de angustiosa espera" – afirmé con decisión. "Supongo que sí. Tanta era el hambre de pija que embargaba a Pochita que tuve que quedarme con ella hasta el día siguiente a la nochecita. ¡Me demolió! Cerca de treinta y cinco horas de gimnasia sexual, con algunos intervalos para reponerse".



"¿Qué dijo cuando te tuviste que ir?" – sonsaqué haciendo gala de mi curiosidad femenina. "Nada, me despidió con un chupón que casi me deja sin aliento. Pero la calentura le duró bastante. Corrijo, nos duró varios años. En el diario nos manteníamos distantes y hasta se podría decir que indiferentes. ¡Mentira! Usábamos códigos secretos para comunicarnos. Me acuerdo que los jueves el que confeccionaba el horóscopo tenía franco así que me cargaron con el muerto a mi. No sé si sabrás que no es ninguna ciencia. Lo puede hacer cualquiera porque no se atienen a ninguna pauta científica. Ponés lo que mas te guste u ocurra en el momento. Pocha era de Acuario así que su signo era al que más favorecía. "Con la posición de Venus – Mercurio, lo más conveniente será la rutina. Eviten cambios. Amor: emociones a flor de piel. Mucha actividad física durante el fin de semana". Pocha ya sabia por anticipado que ése fin de semana habría guerra. Averigüé los signos de todos los que me fastidiaban y les fabricaba unas predicciones fatales. A Gisela la demolía. "Las cuestiones domésticas podrían ocasionarle dolores de cabeza. Amor: cuidado, riesgo de rupturas sentimentales. Salud: nervios, cansancio y deterioro físico".



"¿Tan perra era esa Gisela?" – pregunté admirada. "¡Flor de hija de puta trepadora! Una cucaracha con cuerpo de mujer. Menos mal que se fue del diario. Hace uno o dos años publicó un libro. ¡Cree que es Isabel Allende! Me llamó para pedirme que le hiciera una buena crítica y le contesté que me limitaría a decir la verdad, lo que sentía. Casi me manda al carajo pero me constreñí a decir la verdad, finamente di a entender que era una mierda. ¡Desde ése día me odia a muerte! Pero volvamos a Pocha. Los viernes leía el horóscopo y sabía anticipadamente qué iba a pasar ése fin de semana. ¡Unas festicholas memorables! Después que se jubiló se fueron espaciando hasta que casi no nos veíamos. Estaba mayorcita y el cuerpo ya no le respondía como antes. Poco después de cumplir 79 años los hermanos la internaron en un geriátrico. La visitaba una vez por semana, a espaldas de la familia. Casi no me conocía, como sufría de demencia senil me confundía con el legendario Nicanor. La médica me recomendó que no le llevase la contra. ¿Para qué? Obedecí la sugerencia y fui Nicanor. Un puto día el secretario de redacción anunció que había fallecido. Te juro que lloré como un chico porque la quería. Cuando fui al velorio el hermano menor me confundió con Nicanor y me quiso trompear. "Hijo de una re mil puta, ¿Justo ahora se te ocurre venir? ¿Por qué tardaste 40 años?" – me increpó con justicia. Lo que el tipo no sabía era que yo no era Nicanor. Después que se lo explicaron vino a disculparse. Una mancha más qué le hace al tigre. El Director, sospechando que Pocha me apreciaba como a ningún otro en la redacción, me encargo que escribiese el obituario de estilo, el que correspondía cada vez que fallecía alguien vinculado al diario. Te juro que puse todo mi corazón pero me salió un poco largo, al punto tal que el secretario de redacción se negó a publicarlo. Me puse furioso. "Te dio mil manos, estás adonde estás gracias a ella y te negás a publicar un obituario porque es largo. ¡Sos una basura! ¿Cuánto sale? Lo pago yo de mi bolsillo, descontámelo del sueldo a fin de mes" – lo increpé violentamente. Consultó con el Director y terminaron publicándolo a pesar de que su extensión superaba lo normal en estos casos. Se merecía este último homenaje de mi parte a pesar de que siempre supe que cuando se acostaba conmigo, aunque parezca una paradoja cruel, se estaba acostando con su Nicanor. ¡El turro hijo de puta que le había arruinado la vida!"



"Calmate Jordi, calmate. Hiciste lo que tenías que hacer. Murió con la ilusión de que Nicanor todavía la quería y la acompañaba hasta el último aliento" – lo reconforté al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas sinceras. "Creo que le debo parte de lo que soy en este momento. Me indignó la hijaputez y el olvido de los ingratos. Llegan y se vuelven instantáneamente amnésicos. ¿No te parece?" – acotó compungido.



"Como la historia fue muy romántica y dulce te voy a contar lo del taller de autoestima. Te lo merecés. Y te aviso en la heladera que tengo guardados unos bombones para que no se derritan. ¿Te animás a probarlos conmigo?" – insinué con picardía.



Asintió levemente con la cabeza y lo del taller quedó para otro momento. ¿Me perdonan? Se los cuento en la próxima.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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