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La viuda Bego (02)

Hasta el viernes no paré de meditar. Por un lado estaba entusiasmado conque Lew me hubiera desvelado posibilidades sexuales que obtener de mi gordi que no me había imaginado. Pero por otro me empezaban a reconcomer los celos. No tenían razón esos celos -me decía- lo mío con la viuda es puro sexo, yo quiero a mi novia. ... Pero estaba celoso. ... y demasiado.



 



En esa tesitura no quise quedar el viernes con el colega para visitar a la Bego los dos juntos, me adelanté a él para convencer a mi gordi de que ya habíamos hecho el trío prometido y que debíamos follar nosotros solitos como siempre, que meter a alguien más iba a producir problemas. Que ahora lo mejor era, en todo caso, probar otra clase de trío: con otra mujer.



 



La Bego no se mostró muy receptiva mi propuesta.



 



- Oye, le prometí que le dejaría darme por el culo y debo cumplir la promesa.



 



- Pero te va a destrozar Bego, tiene una tranca descomunal. Es peligroso. Seguramente el resto de tu vida tendrás que llevar un pañal porque te desgarrará el esfínter. Imagina qué vergüenza vas a pasar en el hospital cuando vayas a que te lo reparen.



 



- No creo. He estado ensayando con cosas más gordas que su verga y me caben bien. Hasta el jarrón de mi cómoda me entra, y debe medir de grueso el doble que su aparato.



 



- No me digas que te has metido eso. Qué barbaridad.



 



Y me fui a su habitación a comprobar el grueso del jarrón. Me quede asombrado. Vaya con la guarra de la vieja.



 



Me esforcé con más argumentos pero fue inútil. Cuando llegó mi colega le abrió la puerta saludándolo con gran cordialidad y metiéndole la lengua en la boca hasta la campanilla.



 



- Vale, vale, putoncilla. ¿Me tienes dispuesto el culito?. ¿Te has lavado bien la mierda de las tripas?. ¿Te has pintado las uñas?.



 



Bego le enseño sus manos mientras asentía.



 



- Me he puesto lavativas hasta que ya no salía ni pizca de color en el agua. Y encima no he comido nada desde cuatro horas antes. Tu lefa va a encontrar un recipiente limpísimo, cacho cabrón. ¿Te gustan mis manos?



 



- Preciosas nena. -Y comenzó a chuparle los regordetes y hermosos dedos -. Voy a buscar el aceite. Cuando vuelva quiero ver esos deditos abriendo el ojete de tu culazo para dar abrigo a mi verga.



 



La guarra ninfómana no tuvo ningún empacho en desnudarse, ponerse de rodillas, inclinarse con la cara sobre el suelo y separar con sus dedos sus extensas nalgas para mostrar con la mayor impudicia su agujero trasero. Encima me miró sonriendo, sin el menor gesto de reparo por encornarme tan descarada y cruelmente.



 



Lew regresó de la cocina ya en pelotas con la verga bien aceitada y los dedos de la mano derecha también. Si dilación alguna metió sus dedos y durante un par de minutos se dedicó a lubricar el agujero, dilatarlo, juguetear intentando asomar los dedos por el agujero vaginal y oliéndoselos para comprobar la limpieza del recto de la golfa. Metió otros dos dedos de la otra mano y estiró hacia ambos lados del esfínter como si quisiera partirlo. Con el agujero así, bestialmente abierto, metió adentro su descomunal tranca y, extrayendo los dedos se puso a bombearla sin la menos delicadez.



 



Mi amante –si es que lo era todavía- no se quejó lo más mínimo. Parecía como si estuviese acostumbrada a ser sodomizada todos los días. Creo que nos había mentido sobre su virginidad anal y que su marido, o sabe dios quien o quienes, habían disfrutado mucho de aquel glorioso trasero.



 



- David ponle la polla en la boca a la zorra. – dijo mientras amasaba los mantecosos cachetes y los palmeaba fuertemente mientras bombeaba enérgicamente y hasta los huevos sin queja de la muy puta.



 



Me senté ante la gorrina lasciva con las piernas abiertas e inmediatamente su golosa boca hacía gala de su maestría mamatoria absorbiendo mi herramienta hasta la garganta y llegando con sus labios hasta mis testículos.



 



Tras unos minutos Lew le dijo a la Bego que fuéramos a la cama, pero que no se destaponase el culo. Así que la puta fue a gatas hasta el lecho con la polla del colega enfundada. Lew manejó con habilidad el nada ligero cuerpo de la vieja y se colocó en la cama tumbado de espaldas con ella empalada por el ano y de espaldas a él.



 



- David, tapona el coño de la golfa.



 



Alucinado pero entusiasmado me apresuré a meter mi discreta herramienta en aquella gruta que totalmente desnuda de un solo pelo se ofrecía descaradamente impulsada hacia mi por el ingente relleno de su recto.



No me fue nada fácil la empresa por la abusiva ocupación del espacio útil por parte de la verga de mi compinche. Después de grandes esfuerzos lo logré, notando la presión en mi pene de la gran morcilla que estaba al otro lado de una delgada pared de tejido. Deliciosa la compresión sobre mi aparato. Cuando comenzamos a movernos mi polla se salió y hubo que repetir la maniobra ante la impaciencia de la viuda, que no paraba de gemir como una marrana en la matanza. Pero no eran gemidos de dolor, eran evidentemente de puro placer animal.



 



No sería capaz de repetir los epítetos que me lanzó por mi impericia para acomodar el bombeo al ritmo de Lew y las veces que se me salió la picha de su coño. Su lenguaje no lo había escuchado jamás de sus labios, parecía que se había contagiado de la chabacanería de Lew. Las expresiones de los dos parecían competir en a cual más soez y bestial. La puta se había vuelto como loca y pedía más y más penetración, mas fuerte, más enérgica. Los tres estábamos empapados en sudor y ella expelía flujo por el coño como un pantano desbordado.



 



La muy cerda se corrió dos veces con unos alaridos y desvergonzadas expresiones que estoy seguro escucharon todos los vecinos si no medio barrio. El segundo orgasmo suyo coincidió casi con el mío. Yo saqué mi instrumento tras eyacular dentro y la gorda se tendió de espaldas sobre Lew extenuada y relajada mientras el chico explotaba en su recto. De repente empezó a manar de su coño un chorro que al principio pensé era flujo vaginal producto de la corrida y que no me extrañó dado lo copioso que solía ser, pero era algo más que noté cuando me alcanzó en la cara y en la boca. Lew estaba recibiendo el chorro en la ingle al caer.



 



- ¡Joder, con la cerda!. Se ha meado encima de nosotros. La puta madre que la parió. Puerca sebosa. Lechona de pocilga. Te vas a enterar.



 



- No me he podido contener –murmuró con una beatífica expresión de placer- Al sacar su polla David se me ha relajado la vejiga. Lo siento.



 



- Y tanto que lo vas a sentir. – dijo al tiempo que sacaba su verga del culo de la marrana.



 



La tomó de la mano, la hizo levantar y haciéndome un gesto de acompañarle la arrastró al baño.



 



- Ponte de rodillas cerda. Ahora te vamos a mear a ti. Es lo justo.



 



La gorda se arrodilló sin protestar y se resignó sin protesta alguna a ser meada. A Lew le salió la orina antes que a mi, un poco cortado por el asunto, y dirigió el caudaloso chorro a todas las partes del rechoncho cuerpo. La meó la cara, las tetas y la espalda, escurriendo hasta el suelo y mezclándose con el esperma que comenzaba a manar de sus agujeros. Cuando Lew agotó su orina se colocó tras ella, la metió dos dedos de cada mano en la comisura de los labios para forzarla a mantener la boca abierta y dijo:



 



- A ti te llegado su chorro a la boca. Es justo que la mees en la boca.



 



Me costó un poco, pero pronto estaba meando en la boca de mi amante algo avergonzado de humillarla de aquella manera. Desde luego mis reparos no los compartía Lew, porque cuando terminé de mearla, la obligó a lamer del suelo una buena cantidad de la mezcla de esperma y orina y tragársela.



 



Nos duchamos los tres juntos y después Lew le dijo a la zorra que cambiase las sábanas porque aún había arrestos para rellenarla de lefa otra vez. El y yo nos fuimos al salón a tomar una cerveza.



 



La gorda se presentó para anunciar el cambio de sábanas, apremiante para que la volviésemos a follar e impúdicamente desnuda ante los dos. Estábamos en el sofá.



 



- Hemos cambiado de opinión. Te vamos a follar aquí mismo. Anda, anima estas trancas que tanto te gustan, golfa ninfómana. Que estás más salida que la esquina del Corte Inglés.



 



La vieja se arrodilló, se metió la verga de Lew en la boca y pajeó la mía con sus lindas, suaves, cálidas y regordetas manos cuya blancura se acentuaba con el oscuro rojo de sus uñas impecablemente lacadas.



 



Pronto estuvieron nuestras herramientas erguidas para el combate y Lew le dijo a la gorda que se ensartase ella misma por el coño en mi verga y de cara a mi. Como era de esperar, al poco sentí el enorme cipote de mi compadre abriéndose paso en el culo de la gorrina y avasallando y aplastando mi discreta herramienta.



 



Pero Lew no duró mucho dentro del recto. Noté como se la sacaba y, segundos más tarde, cómo se esforzaba para introducirse en el mismo orificio que albergaba la mía. Vi la sudada cara de la gorda que mostraba signos de dolor pero no se quejó. Tampoco se si le dolía la doble penetración de su coño o el brutal amasado, estrujado y mordido de tetas que yo la estaba propinando.



 



Tras bombear lo suficiente para que la vieja alcanzase el orgasmo sin que ni Lew ni yo eyaculásemos, mi colega se salió del ensanchado coño arrastrando mi polla con la suya y obligó a la Bego a darse la vuelta, sentarse sobre mi y enfundarse mi polla esta vez en el ano. Mientras procedía sumisamente al empalamiento, Lew la golpeaba en la cara con su largo y gordo falo que ella intentaba alcanzar con la boca.



 



Cuando mi verga estuvo a acomodada en el recto en toda su longitud, Lew ocupó el coño sometiéndolo a unas embestidas brutales aunque espaciadas. Sacaba casi entera la polla para volverla a meter hasta el escroto de un solo empujón que, sumado al peso de la cochina, casi me quitaba la respiración.



Dejó de martirizar el coño para metérsela otra vez junto a la mía dentro del ano. Yo no pude aguantar el ritmo frenético de Lew y me corrí. Él siguió un rato destrozando el ano como había hecho con el coño y después de proporcionarla otro orgasmo más, con iguales demostraciones sonoras que me hicieron temer la intervención de la policía, se salió del culo, la volcó sobre el sofá y, con la misma ferocidad se puso a follarla la boca. Sacaba la larga polla entera, se la metía violentamente tan a fondo que yo veía abultarse la garganta de mi amante, la mantenía dentro un rato y cuando la puta empezaba a asfixiarse la sacaba para repetir la maniobra,



 



La Bego no se asfixió como yo temía, pero sí le acometieron arcadas y arrojó la pota sobre la polla de Lew.



 



- Pero hija de puta, ¿es que no eres capaz de follar sin guarrearnos?. Te vas a enterar so gorrina salida. Espera que me vacíe y verás. Puerca viciosa.



 



Lew se corrió en el interior de la boca de Bego y ésta se tragó toda la lechada sin reparo. Su cara era un espectáculo: Todo el maquillaje corrido y embadurnado con el sudor, el pelo empapado y pegado a las sienes. La largas tetorras otro espectáculo. Enrojecidas por mi tratamiento contrastaban extremadamente con la nívea blancura del resto de su suave piel.



 



Y vino la última humillación del día para mi amante en castigo por vomitar en el falo de mi amigo. Sobre el sofá, Lew le abrió el coño con dos dedos de cada mano, acercó su rabo al gran agujero y vi como orinaba en el interior de la vagina de la cerda. Cuando terminó la obligó a girar y le abrió el culo de la misma forma indicándome que la mease en ese agujero, mientras esperaba la salida de mi dorado líquido, pude observar como resbalaba el de Lew de su coño y afloraba en el brutalmente abierto ano mi propio esperma.



 



Después de vaciar mi vejiga en los intestinos de mi gordi, Lew le metió cuatro dedos para taparle el culo e impedir su vaciado y me mandó a la cocina a por un cuenco. Cuando lo traje, retiró sus dedos del ano y obligó a la gorda a sentarse sobre el cuenco y vaciar allí la mezcla de mi orina y mi esperma. Una vez vaciados los intestinos obligó a la Bego a beberse el contenido del cuenco.



 



No creí jamás que mi vieja admitiese aquello, pero lo hizo. De protestar solamente protestó porque el sofá había quedado manchado de orina.



 



Tras aquel día yo di por sentado que no volveríamos, ni Lew ni yo, a verla jamás. Una semana después nos llamó al taller para tener otro encuentro a tres.



 



Se repitieron perversiones similares que cada vez iban a más. La gordi ya solo quería follar por los dos agujeros. Tan viciosa se hizo de ello que Lew tuvo que pedir a un amigo inglés que le enviase unos gruesos consoladores y tapones anales para colocárselos a la Bego donde fuera menester cuando solo era uno de nosotros el que podía pasar a follársela.



 



Por si fuera poco, el chabacano y soez lenguaje aprendido por la Bego de Lew se vio enriquecido por el de una puta callejera que mi colega incorporó unas cuantas veces a nuestros encuentros para convencer a mi amante de las delicias de la bisexualidad. Entonces podría yo haber iniciado a mi novia para enseñarla a follar debidamente, pero estaba absolutamente seguro de que si presenciaba un espectáculo como el que solíamos montar y escuchaba las expresiones de Bego cuando estaba a punto del orgasmo o cuando era sometida a las sevicias y perversiones que cada vez le gustaban más, la perdería para siempre.



 



Una tarde, al salir de casa de la viuda tras dejarla para el arrastre, Lew me insinuó algo:



 



- Podríamos hacer algún dinerete con esta puta caliente.



 



- ¿A qué te refieres?



 



- Podríamos traerle de cuando en cuando algún tipo y cobrarle dinero. Ella no tendría por qué enterarse.



 



- ¿La quieres emputecer?



 



- Bueno, algo parecido. No sería puta profesional porque no lo sabría.



 



- No quiero ni oir hablar de eso. Eres un cabronazo. Una cosa es que tenga ninfomanía, y otra aprovecharte para prostituirla.



 



Lew no volvió a plantear el tema, pero un día, en que iba yo solo a soltarle un polvo a mi gordi, le vi salir del portal de la casa acompañado de un tipo que yo no conocía. Cuando mi amante – y la de Lew, claro- me abrió la puerta mostraba signos inequívocos de haber sido follada concienzudamente. Entre los más claros la beatífica sonrisa que iluminaba su cara de luna llena después de un buen orgasmo.



 



Otro día me percaté de que en el portal de casa de la Bego había una pintada que decía "Esta casa es un burdel".



 



. . . . .



 



Mis estudios y mi novia acaparaban tiempo y mi relación con la Bego se hizo menos frecuente que la de Lew.



 



Un día, en el taller mecánico, el deslenguado de Lew de dijo a una clienta dueña de un porsche –auto singular en la España de entonces- que "la follase un pez", cuando la dama le recriminó haber dejado huellas de manos sucias de grasa en el capó del coche. La mujer se lo contó a Tomás, el dueño del taller, y éste ya no tuvo más contemplaciones con Lew y lo quiso echar al paro.



 



Discutieron y en un momento dado Lew le espetó:



 



- Usted lo que pasa es que siempre está de mala ostia porque no folla debidamente.



 



Eso me dio una idea para salvar el trabajo de Lew. Me llevé a Tomás al despacho y le dije que si no echaba a Lew le conseguiría unos cuantos polvos con una madurita de su edad. El jefe, que evidentemente no follaba bien, se lo pensó y al día siguiente readmitió a Lew con una sanción de una semana de empleo y sueldo. Después me recordó mi promesa.



 



Si Lew prostituía a mi gordi por dinero, no sería mayor pecado el mío, que pretendía una obra de caridad salvando el curro de su otro amante.



 



Le presenté a Bego a Tomás y, ante el desconcierto de la viuda les dejé solos no sin antes susurrarle que se portase bien y no hiciese guarradas con él. Que era un poco tímido y debía follárselo sin asustarlo. Bego me miró como a un bicho raro pero no dijo nada y se quedó hablando con Tomás.



 



Lo que son las cosas. La viuda dejó de llamarnos tanto a Lew como a mi y no quiso abrir la puerta cuando fuimos a interesarnos por la repentina curación de su ninfomanía.



 



Tras mucho insistir nos contó que la Seguridad Social había descubierto un error de cálculo en su pensión de viudedad y que, aparte de tener que devolver un montón de dinero, se le reducía demasiado como para vivir decorosamente. Tomás le había pedido en matrimonio y ella había accedido.



 



Ya solo la volvimos a ver el día de la boda, durante cuyo banquete, ya al final, con los invitados y el novio demasiado borrachos para ver los movimientos de nadie, le soltamos un polvo rápido de despedida entre los arbustos del jardín del restaurante.



 



. . . . . .



 



Lew y yo nos olvidamos de ella, que ni tan siquiera se pasaba jamás por el taller de su marido. Bueno, no la olvidamos, porque su retrato sobre la mesa del despacho de Tomás nos la recordaba.



 



Yo terminé la carrera y abandoné el taller para ejercer mi profesión. Lew lo abandonó más tarde para entrar a trabajar en una multinacional de automóviles cuando se instaló en España.



 



Por eso me extrañó recibir su llamada en mi despacho cuatro años más tarde. Quería verme y quedamos citados en una cafetería.



 



- Hola Bego, me acuerdo mucho de ti.



 



- Y yo de ti y de Lew. O Lucilo, o como se llamase de verdad. Qué tiempos.



 



- Luciano, se llama Luciano.



 



- No le encontré en la guía telefónica.



 



- Yo tengo su teléfono. No trabaja en cosa muy recomendable para figurar en la guía.



 



- ¿A qué se dedica?



 



- A proxeneta. Tiene un puticlub en la carretera de Reus a Salou.



 



- ¡No jodas!. Bueno, ya mostraba vocación. Sospecho que a alguno de los que me presentó para follar le cobró por ello.



 



Quien calla otorga, dicen. Y eso hice yo. Seguimos charlando de los viejos tiempos y ella acabó por decir lo que pretendía:



 



- David, voy a por los 49 años de edad, me queda poco para la menopausia y quiero darle un hijo a Tomás. Yo soy fértil, me lo dijo mi ginecólogo, pero Tomás no quiere ir al médico y buscar un método de fecundación, pero sin embargo querría un hijo.



 



- ¿Y?..... ¿Qué puedo hacer por ti?



 



- Preñarme.



 



- ¡Ostias!



 



Me rogó tanto, y pensando lo que debía a aquella mujer que acabó con mi carrera para ser campeón de pajas, accedí a intentarlo. Además se la veía muy apetecible. Me agradaría palpar otra vez carnes abundantes pues, según mi perversa tendencia, como comprobé con el tiempo, mi novia de entonces era otra percha.



 



- Una pregunta: ¿Por qué buscabas a Lew?. ¿Hubieras preferido que te preñase él?



 



- No, pensé en los dos al mismo tiempo. Para disfrutar como antaño y para asegurarme el doble de posibilidades de embarazo. No se si alguno o los dos sois estériles.



 



- Le llamaré.



 



- Gracias David. Cuando estéis o estés listo, éste es mi número. Llama entre las 9h y las 15h. Ni antes ni después. Si por cualquier imprevisto contestase Tomás dile que es una encuesta.



 



Hablé con Lew, que se mostró muy remiso al asunto. Tuve que recordarle que le debía a la Bego una reparación moral por prostituirla sin su conocimiento. Y tampoco le costaba mucho soltarle un polvo. Al final accedió. Sin duda en ambos pesó el recuerdo de aquellas apetitosas carnes abundantes y los grandes y pesados pechos.



 



No era eso lo que le decidió ya que, según me contó, entre la docena de putas que tenía en explotación en el puticlub, tres eran tan abundantes en carne como la Bego o más. Desde luego sí una negraza exuberante que me cedió gratis la tarde en que nos entrevistamos. Reconoció que le pesaba en la conciencia haberse aprovechado de ella sin su conocimiento. Ahora que conocía a fondo el mundo de la prostitución le remordía haber hecho aquello.



 



- Y ¡Qué demonios! Me apetece recordar viejos tiempos tan buenos -remató.



 



Follamos a la Bego hasta que quedó preñada. Por supuesto no pudimos corrernos nada más que en su coño. Y no nos dejó practicar excesos que la delatasen ante el ginecólogo.



 



Nos dio las gracias y no supimos de ella hasta el sexto mes de embarazo en que nos llamó porque había tenido una recaída en su ninfomanía. No le importó mucho el ginecólogo y regresamos a las antiguas prácticas guarras. Esta vez con monumental barriga por medio. Como una barriga tal no le facilitaban a Lew sus putas, se entregó con ganas a nuestra hembra.



 



Parió, pasó la cuarentena y también la ayudamos a vaciar las ubres que su criatura no podía apurar. Esta vez, al cóctel de orina y semen que bebía golosamente se añadió su propia leche. La que no bebíamos nosotros claro.



 



Poco a poco fuimos espaciando el contacto. Ella tenía miedo de excederse, confiarse y que Tomás supiese su relación. Lew perdió el contacto, pero yo lo mantengo. Ahora, a sus 67 años y mis 41, aún nos encontramos cada tres meses en la habitación de algún hotel.



 



Un día me dijo:



 



- ¿Te acuerdas de aquel día que trajisteis a otros dos chicos y una putita y montamos aquella orgía en que ella me metió la mano en el coño y me follasteis los cuatro por el culo mientras ella agarraba las pollas por dentro? Me gustaría volver a repetirlo.



 



Sospecho que Lew hizo con ella bastantes más cosas de las que yo tenía noticia.



 



 



FIN


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