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Categoría: Incestos

La tía Hilda

Esto me paso en unas vacaciones en casa de mis abuelos, mi padre tiene 6 hermanos, dos mayores y cuatro menores de los cuales Hilda fue, según mi abuelo “un tiro fuera de salva”, o sea en buen criollo, no esperada.

Hilda era la hermana menor de mi papa y el viejo le llevaba como diez años o sea que cuando yo nací, ella era una pendejita de ocho y hoy una mujer de 30, profesional reconocida, seria y discreta. De facciones regulares y un cuerpo normal, no era lo que se pudiera llamar una belleza, pero tenía ese “no sé qué” que hacía que te la quisiera voltear en cualquier rincón.

Siempre vestida con trajecito Chanel, muy poco maquillaje, que por otra parte no le hacía falta, no se le conocían novios ni historias raras y todos murmuraban que debían gustarle las mujeres.

Cuando yo era chico, más de una vez me bañó y para mí era la tía preferida y la más compinche dado que la diferencia de edad con respecto a mis otros tíos la hacía más cercana.

Un buen día, estando en casa de mis abuelos duchándome, entra la tía Hilda al baño sin percatarse que estaba ocupado y cuando entro y se dio cuenta que yo estaba en la ducha dijo:

-Oh! Discúlpame Damián, no me di cuenta…

Yo estaba como un tomate, tratando de taparme como pudiera. Me miró de arriba abajo, se dio media vuelta y salió.

Unos días después salimos todos para la playa (los abuelos son marplatenses) y ya en la playa la tía Hilda se destapó con un bikini espectacular, no solo por el tamaño minúsculo, sino porque insinuaba casi todo. Me puse al palo y me tuve que medio esconder para que no se notara. Cuando nos metimos al mar, había mucha rompiente, y como era de esperarse, una ola le corrió el corpiño, dejando a la vista una teta con un pezón parado, marrón y duro y una aureola enorme. Ahí no me pude esconder, y después de acomodarse el corpiño con todo desparpajo, la tía me suelta un:

—¡Cómo andamos, Damián!

Me di vuelta y me zambullí, nadando para alejarme. Cuando volví con todos, ya se me había pasado el palo y la tía, de reojo, me miraba a ver si seguía duro o no. Traté de no darle bola y me dediqué a hacer sociales sin pensar mayormente en ella.

A media semana, me invita al cine y como no había nada mejor para hacer, acepto la invitación.

Al salir, nos sentamos a tomar un café en el patio de comidas, cuando pasa una mina infartante, vestida para matar.

—Pedazo de yegua —me dice mi tía.

—Pero las uvas están verdes —le contesto.

—¿Por qué? ¿No te le atreves?

—No me daría bola, tía…

—Deja que se imagine lo que me imagine yo y después hablamos…

—Pero tía, como se te ocurre…

—¿Sabes que pasa Damián?

—No, ¿Qué pasa?

—Que creciste y yo recién me doy cuenta que no sos un nene…

—¿Y eso a que viene?

—A que una no es de madera…

—No te entiendo…

—Sí que me entendés, pero te haces el boludo…

—Pero tía….

—Damián, vamos a ser claros, ¿sí?

—Sigo sin entender…

—Esto es entre vos y yo, ¿estamos?

……

—Yo no tengo obligación alguna de tiempo, vos tampoco. Yo vislumbre algo que me gustó y vos también, así que…

—¿Así que, qué?

—Qué te parece si la tía te invita a que pasemos un rato divertido…

—Tiiiaaa…

—¡Tía, las pelucas!! Es preferible a hacerse una paja…

Y tomándome de la mano, me dice:

—¡Vamos!

Cuando llegamos al estacionamiento, me tira las llaves del auto diciéndome:

—Maneja vos.

Yo no terminaba de creer que mi tía quería acostarse conmigo, no me entraba en la cabeza. Así que me subí y empecé a manejar siguiendo sus indicaciones, porque yo no conocía algún lugar en Mar del Plata. Después de varias vueltas y revueltas, me indica una entrada de garaje, que no tenía ninguna aspecto de “telo” y me meto, nos bajamos del auto y nos metimos en un ascensor llegando a un departamento del que tenía la llave.
Cuando nos metemos, veo que tenía todas las características de un cuarto de hotel alojamiento, con hidro, espejos, luz difusa, video y demás.

La tía se da vuelta y mirándome a los ojos, sin decir nada, me empieza a desvestir, y así como empieza, a mí se me va poniendo dura. Cuando termina de bajarme el calzoncillo, la poronga saltó para arriba con violencia. Ella da un paso para atrás, me mira bien y suelta:

—¿Te acordás de cómo te lavaba el “pichulin”? —Y dándose vuelta, levanta los brazos y se queda quieta.

Así en bolas como estaba, me acerqué, le apoyé la pija en el culo y le agarré las tetas, masajeándolas y apretándolas. Empezó a suspirar suave. Como pude le desabroché la blusa, el corpiño, le bajé la pollera y la tanga, todo junto y la empujé para la cama.

Se echó de espaldas, recogió las piernas y abriéndolas mucho, me dijo:

—Dame, Damián, dame masa...

Y yo le di. Sin esperar ni medio segundo le apoyé la punta en la concha y se la mandé adentro.

—¡¡¡Aaaaayyyyy, hijo deputa, que me partís!!! ¡¡¡Aaaahhhh, que pedazo, puto!!! ¡¡¡Oughhh, aaaahhhh, uuuffff, mas, mas, mas, mas, dame, dame, dame!!!

Estaba en el borde de la cama y la tenía clavada con las patitas al hombro y le daba como un desaforado y a mi tía le gustaba.

En una de esas le digo:

—Me voy, tía, me voy… —y amago a sacarla.

—¡Dejala, dejala, llename, llename, dame, dame!…

Y se empezó a retorcer y a largar un flujo transparente que mojaba todo, mientras gemía y suspiraba. Yo le descargué tres o cuatro escupidas en el fondo de la concha, que, junto con su flujo, hicieron una mezcla patinosa que se le chorreaba por la raya del orto.

Y teniéndola como la tenía, se la saqué y se la apoyé en el culo.

—¡Noooooo, hijo de puta, por el culo noooooo! —me grita.

Viendo como venía la mano, la solté y le arrimé la pija a la boca. Se desesperó para chuparla, metiéndose la cabeza y parte del tronco adentro.

¡¡Casi me hace acabar por segunda vez!!

Cuando se apaciguó un poco, me dice:

—¡Que flor de pedazo que tenés, Damián!

Y me tira de la mano de modo que me acueste al lado de ella y me empieza a acariciar las tetillas, me soba la pija, me pasa la lengua por el vientre, me la chupa un poco.

En una de esas se acomoda y entramos en un 69 de órdago. El gusto que tenía esa concha era salado y sabroso y yo le metía la lengua, los dedos, adentro y afuera y mi tía se retorcía toda y me mordisqueaba los muslos, la pija, me chupaba los huevos, hasta que en un momento me pasó un dedo por el culo… ¡Para que! Así como me paso el dedo, yo le metí un dedo y la empecé a pajear por el orto.

¡Cómo se puso! ¡Como si hubiera metido los dedos en el enchufe! Me apretaba la cabeza, me mordía la pija, se revolcaba, gemía, puteaba hasta que me dice:

—¡Para guacho, para!

Y poniéndose en cuatro me dice:

—Se suave, Damián. Se suave y despacio…

Cuando vi que me ofrecía el culo, casi me voy en seco. Le arrimo la poronga al orto y se la paso arriba y abajo, desparramando todos los jugos que había por ahí, la ensalivo bien y se la apoyo, empujando suave. Noté como se le iba abriendo el anillo anal mientras ella decía:

—¡Ay, ay, ay, despacito, ay, ay…!

Y apoyo la cabeza en la cama, levantando bien el culo, cosa que hizo que se le abriese un poco el anillo y le entró la cabeza.

—¡AAAAyyyyyy! —grito— ¡para, para! —y yo me quede quieto.

Notaba como le latía el orto y como ella apretaba y aflojaba, haciendo que la pija se me pusiera más dura todavía. Poco a poco, se empezó a mover como para sacarla y cuando estuvo casi afuera la metió de nuevo adentro. Afuera y de nuevo adentro, pero un poquito más, afuera y otra vez adentro otro poquito más, hasta que la tuvo toda adentro y mis bolas chocaban contra la concha de ella. En esa posición, le metí la mano en la concha, pellizcándole el clítoris y provocando que ella me empezara a putear y decirme un montón de cosas mientras, solita, se sacaba y se metía la poronga del orto.

De repente empezó con:

—¡Dame, dame, dame, concha, concha, dame, aaahhh, mas, mas, maasssss, assssiiiiiiii, asssiiiiiiii!

Yo la saqué del culo y de un envión se la mandé adentro en el mismo instante que salía una cantidad de flujo viscoso y caliente, cosa que hizo que casi instantáneamente le acabara por segunda vez, adentro.

Los temblores y espasmos que tenía en la concha me masajeaban la pija, pero no lograron que siguiera parada mucho tiempo más. Cuando la saco, casi muerta, la tía me la agarra y me la pajea, así como estaba, pero no consiguió nada.

Al rato, unos 20 minutos, nos fuimos a duchar y debajo de la ducha empezó un manoseo bárbaro que terminó por resucitar al muerto y que mi tía se me prendiera del cuello con los brazos y de la cintura con las piernas y se la metiera bien adentro. La posición era incómoda para moverse, así que me salí de la ducha y apoyándole la espalda contra la pared, le empecé a sacudir pijazos desenfrenados, a los que la tía contestaba con gemidos a cada sacada y con quejidos a cada metida, pero pedía más y más. Habremos estado así unos 15 minutos, cuando yo, cansado, le dije de ir a la cama. Me tiró de espaldas y se montó en la pija, cabalgando desaforada, y diciéndome cosas como:

—Sos un potro hijo de puta, que pedazo me estoy comiendo, dame más, mas, maaaasssss —y cosas por el estilo, acabando ella varias veces.

Yo no podía más, no se me bajaba, pero no podía acabar. Cuando ya ninguno de los dos pudo más, se sale y dándome un beso de lengua, el primero desde que entramos, me dice:

—Me partiste el culo, me dejaste hecha pelota, pero la pasé como nunca.

—Bueno —le contesto— a ver cuándo se repite…

—Dame al menos una semana…

De esto, pasaron cuatro años, me casé, tengo un hijo, pero con la tía, de vez en cuando nos juntamos y nos damos como en la guerra.

Afortunadamente, mi esposa la quiere y parece no sospechar que cuando la tía me pide de acompañarla, nos vamos a coger….

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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