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Categoría: Confesiones

La posesión de mi esposa (2)

Como pude trate de mantenerme despierto. Contemple su cuerpo totalmente desnudo y expuesto, como si esperara el momento que el Incubo volviera por ella.



Perdí la noción del tiempo, hasta que en un momento el suelo tembló, sobresaltándome.



Allí estaba la figura espectral que venía a coger a mi esposa. Esta vez el terror no me invadió, lo que me permitió verlo en su totalidad. Ya no era un centauro, su figura había trastocado en un cuerpo de hombre voluptuoso, dotado de un pene inmenso y chorreante, pero con cabeza de demonio, con cuernos y dientes afilados.



No presto atención a mi presencia, ni siquiera cuando levantándome me aleje del lecho.



Mire a mi mujer y su estado era de una rara somnolencia pero con su ojos muy abiertos.



Ante la proximidad del ente, abrió completamente sus muslos, y estiro sus brazos invitando al ser a la copula.



El ente se acercó a ella y puso el inmenso órgano sexual al alcance de la boca de mi mujer, y ella como premiando tal entrega, fue introduciendo esa vara inmensa en su boca, todo lo que pudo, comenzando a chupar de y a succionar el líquido que ya chorreaba del monstruoso aparato.



Los quejidos del demonio eran estremecedores y me dio la impresión que yo era la única persona en el mundo que los escuchaba. Ella seguía su succión, ahora alternando con los testículos, que eran del tamaño de una pelota de tenis.



Llego un momento que el ser decidió que ya era tiempo, y abalanzándose sobre el cuerpo de mi mujer, comenzó a estimularle las inmensas mamas, mordiendo los pezones y logrando que mi esposa gozara como nunca.



Una vez más, como la noche anterior, la larga y ancha lengua, penetro a mi mujer no solo en el ano y vagina, sino que después vi como la pasaba por todo el cuerpo, dejando a su paso un líquido viscoso y espeso.



Ella no daba más, y tomando al ente lo acerco a ella, pidiendo que la penetrara de una buena vez. El demonio no la hizo esperar, introdujo de un solo golpe el inmenso pene, que al llegar al interior de mi mujer le produjo espasmos terribles y quejidos guturales.



Comencé a ser testigo de una relación sexual inhumana a la que era sometida mi esposa.



El inmenso pene, entraba y salía con una rapidez increíble produciendo un roce insoportable en el sexo femenino. El ruido a chapoteo se mezclaba con el rugido del ser y los quejidos de mi mujer, mitad por Placer y mitad por dolores insoportables en su cuerpo.



En determinado momento, el ente alzo a mi esposa por los brazos como quien levanta una sábana, y la subió encima de él. Ahora podía ser testigo en esa posición, como el largo miembro entraba completamente en el sudoroso cuerpo de mujer, mientras liquido espeso caía casi a chorros de la vagina de Silvana. Sus pezones eran mordidos por el ser, a tal punto que hilitos de sangre corrían por el torso y parecía dar más gusto al ser.



Hasta que llegó el momento del éxtasis. Primero ella, acabando de una manera violenta, agitando su cuerpo y pidiendo todavía más, y luego el ser, con el pene ensartado y soltando su semen dentro de la concha...



Cuando termino con la fecundación, el ser deposito el cuerpo inerte de mi mujer en la cama, casi a mi lado, sintiendo un hedor insoportable que provenía de su entrepierna.



Una vez incorporado, me miro con desprecio y por única vez se dirigió a mí con una voz que me aterrorizo diciéndome… ahora ella es completamente mía, nunca te atreverás a poner una mano encima de mi mujer, y pobre de ti, si interrumpes el proceso de concebir mi hijo que esta mujer acaba de empezar.



Quede congelado, no sé cuánto tiempo paso, hasta que sentí que ella se quejaba.



Quien sabe qué consecuencias habrá cuando ella despierte.



Su cuerpo desnudo recién cogido me impacto. La leche del ser saliendo de su vagina como un torrente sin fin me dejo sin habla. Solo sus quejidos eran su lenguaje.



Se levantó del lecho sin pronunciar una palabra, y chorreando esperma se dirigió al baño. El agua de la ducha me trajo a la realidad. Me desnude y me metí con ella. Parecía ausente, como si yo no existiera. La abrace y sentí su rechazo, y una mirada desconocida sobre mí, me hizo apartarme. Como si todo el desprecio del mundo estuviera concentrada allí mismo.



La espere en la habitación. Camino desnuda, seguí el vaivén de sus mamas que parecían más grandes que nunca. Mientras se untaba crema en los pezones, me dijo… quiero dormir sola.



Esa fue la última palabra que dirigió hacia mi persona. Nunca más permitió que entrara a la habitación. Por las noches, me despertaba el ruido que indicaba la llegada del demonio, y a partir de ahí, los sonidos sexuales invadían la casa. Pase días sin verla, recluida desnuda en la habitación, haciéndose ver solo cuando se alimentaba.



Con el correr de las semanas el abultamiento de su vientre se hizo indisimulable y al notar mi mirada, me dijo, abrazando su vientre preñado. Este es mi hijo, solo mío.



Mis únicas estimulaciones sexuales eran cuando sentía que se duchaba. Escondido por una pequeña ventana contemplaba su cambiado cuerpo. Los pechos pesados parecía que vencerían su columna. Los pezones con una punta increíblemente gorda coronaban unas areolas marrones oscuras. Su vientre a punto de reventar, marcado por venas rojas en todo sentido, y su sexo dilatada de tanto recibir a ese aparato demoniaco que la poseía todas las noches.



La ultima visión de ella, fue una calurosa noche, en la cual los quejidos sexuales de ella fueron más intensos. Me asome y vi que estaba a punto de parir. Y cuando estaba decidió a auxiliarla, una luz me segó por completo, y a duras penas pude ver como el ser con una naturalidad asombrosa, la tomo en sus brazos, y alzándola, ambos se volatilizaron, dejándome en un estado de delirio del cual aún no me recupero.



Nunca más supe de ella. Algunas noches presiento su presencia, imagino su rostro en la oscuridad y solo me reconforta el pensar que vivirá eternamente.


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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