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LA NARANJA MECÁNICA.

Cortaba unas lonchas de jamón que, sujeto al jamonero, aguantaba el pobre sin rechistar la carnicería que con él estaba haciendo y, quizá debido a que acababa de ver a Antonio Banderas en “El Signo del Zorro” haciendo diabluras con la espada, blandí el cuchillo, puntiagudo y largo como un florete sin botón, flexioné las piernas, levanté el brazo izquierdo como si tuviera que desenroscar la bombilla, y di un saltito hacia delante con el brazo extendido dibujando rápidamente una línea quebrada en el aire.

Nuca lo hubiera hecho; de inmediato vi la Zeta en la frente de mi enemigo, la sangre cegándole la visión y chorreándole hasta la barbilla; fue horrible. Me dio un vahído y me desplomé en una silla, pálido como un difunto. Incluso Isidra, la chacha de la limpieza, se asustó tanto al verme tan alicaído, tan postrado y a punto de desmayarme que exclamó preguntado espantada:

-- ¡Señorito, por Dios!, ¿Qué le pasa?

Ni siquiera logré contestar. Quise abrir la boca pero no pude; tan sólo mirarla con ojos de cordero degollado. Ella comentó muy convencida:

-- Lo que le pasa, señorito, es que usted no come sano.
-- ¡Ay! – logré gemir débilmente
-- Ya verá como Isidra lo cura enseguida, señorito.

Y sin más preámbulos se puso a mi lado, se sacó una teta grande como una sandía y poniéndome un pezón en la boca, me ordenó:

-- Chepe, señorito, verá como se le pasa el desmayo. Sólo es falta de alimento

Y chupé, claro que chupe. ¿Qué podía hacer si estaba tan desfallecido? Chupé con ansia, seguramente con más ansia que su bebé, y seguí mamando porque la leche era mucho mejor que la del súper… dulce y sin agua, una leche alimenticia, sustanciosa y nutritiva.

Bebí con la misma sed de una caravana extraviada en el desierto. A medida que bebía y chupaba de aquella teta del tamaño de una sandía de diez kilos y del sabroso y marroncito pezón, notaba como mis fuerzas vitales comenzaban a recuperarse poco a poco. Al mismo tiempo, la sandía empezó a decrecer, a disminuir y reducir su tamaño.

Seguramente llevaría bebido medio decalitro cuando pude comprobar que la teta, al alcanzar el tamaño de una naranja de California, dejaba de manar. Ella se dio cuenta de inmediato y sacó la otra sandía poniéndome de nuevo el pezón en la boca, comentando amorosa al preguntar:

-- Siga chupando señorito ¿Verdad que está mejorando?

Como es de mala educación hablar con la boca llena, asentí con la cabeza y seguí chupando y chupando del sabroso néctar de la blanca y satinada sandía casi sin respirar.
Me encontraba ya mejoradísimo, pero por no hacerle un feo a Isidra, seguí mamando hasta que dejó de fluir. Para entonces ya había completado el decalitro y la sandía se había convertido de nuevo en otra naranja de California haciendo pareja con su gemela.

Mientras ella me daba unos golpecitos en la espalda, eructé educadamente con la mano delante de la boca. Se guardó las naranjas californianas y comenté agradecido:

-- Gracias, Isidra, no sé como pagarte tu amabilidad.
-- ¿Pagarme? ¡¡Pues anda que no me ha ahorrado usted dinero en cirugía estética!!

Recogió el mocho y el cubo y su fue cantando alegremente:

¡¡Que viva España, España es la mejor…tarará tachin tachin tachin!!
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16699
  • Fecha: 26-05-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.49
  • Votos: 72
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3842
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
maap
invitado-maap 26-05-2006 00:00:00

ZZZZzzzzzZZZZZzzzZZZZZzzZZ que suenño con este cuento tan aburrido y tan ESPAÑOL. Guacala.

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