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La lenta piel del fuego

por: Rowena Citlali




Tengo en los labios el jugoso sabor
de tus caricias.

Camila, después del amor.

Para ella misma.




Pedro se incorporó despacio, salió de la cama y encendió un cigarrillo. A contraluz de la madrugada, su figura desnuda y sudorosa se envolvió con el humo azul del tabaco. Él contemplaba, acaso sin mirarlas, las titilantes luces de la ciudad lejana. Yo lo veía de reojo, tendida boca arriba mientras mi respiración iba retomando un ritmo más tranquilo y mi corazón acompasaba la cadencia de sus latidos.

Yo creo que esta fue la última vez, dijo con voz grave y decidida, sin volver la cabeza.

Le dio el cigarrillo a Carmen y comenzó a vestirse. Aún agitada por el último orgasmo, Carmen no respondió y tampoco yo hice ningún comentario. Las dos lo veíamos en silencio desde esquinas opuestas del lecho, con nuestros sexos aún unidos, dulcemente pegajosos rozándose en cada hinchado pliegue, y con los muslos enlazados por la plácida y untuosa calidez.

Una rodilla de Carmen descansaba sobre mi cadera y a lo lejos, entre la maraña de su cabello despeinado, alcanzaba a adivinar el brillo de sus ojos que no parpadeaban. Sus gruesos labios húmedos tampoco atinaban a moverse. Pedro comenzó a vestirse con lentitud, esperando alguna reacción de nuestra parte.

Cuando al fin anudó su corbata y se puso la chaqueta, tomó nuevamente su cigarrillo de entre los dedos de Carmen y le dio un beso en la mejilla. Se inclinó sobre mi rostro y me dio otro, en la boca.

Salió sin despedirse, sin volver a contemplar nuestros cuerpos desnudos que había dejado ahítos, olorosos a su piel, a su loción de lima, a su sexo suculento del que las dos habíamos bebido hasta embriagarnos de goce.

Minutos después de que se cerrara la puerta, Carmen despegó su sexo del mío y se recostó sobre mi cuello, abrazándome por la cintura.

¿A cuál de las dos se dirigía cuando dijo que era la última vez?, preguntó acariciándome el pezón izquierdo. Su voz era un ronroneo felino. No lo sé, le respondí, y la estreché aún más, aspirando el aroma delicado de su cabello revuelto y percibiendo la intensidad de los latidos de mis labios aún entreabiertos y empapados.

Descansa, le dije, ya volverá, como otras veces. Metí mis dedos entre sus nalgas resbalosas y húmedas hasta encontrar el abrazo palpitante de su sexo, y así nos dormimos hasta el mediodía.
Datos del Relato
  • Categoría: Juegos
  • Media: 6.14
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