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La bufona del salón (Cap. 2)

Una vez que la perra terminó de lamer y besar los pies de su Diosa, a cuatro patas entró al reino de su Diosa, donde desde ese momento empezaba su vida como toda una guarra experta. Lo primero que tuvo que hacer una vez terminado de adorar a su amada dueña fue desnudarse para ponerse el uniforme que desde ese momento sería su única opción de vestir en cualquier momento, y en cuanto a su nueva manera de alimentarse debería ganarse el privilegio de comer cada día.



Unos cuantos días después de empezar su nueva y guarra vida, se me ocurrió que la perra no solo me sería útil en la casa, sino que también ahora además de sus obligaciones domésticas a mis pies, ahora también debería asistirme de una manera especial en el instituto, de tal forma que se facilitara el domesticar a esas bestias de 18 años que tengo como alumnos.



Hice presentarse ante mí a la nueva perra para informarle que su hora para levantarse e iniciar sus obligaciones domésticas diarias sería a partir de las cinco de la mañana para que realizara algunas tareas a mis pies antes de llevarla al instituto para continuar sirviéndome como la perra que era. Al dar la noticia a la guarra, me besó los pies agradeciendo la oportunidad de serme útil también fuer de mi reino. Enseguida se retiró mostrándome el debido respeto sin darme la espalda, no sin antes besar los pies de su Ama.



A la mañana siguiente la guarra se puso en pie como le fue ordenado a las cinco de la mañana y empezara a hacer la limpieza, lavar mi auto, preparar mi desayuno y bañarme para después llevarme al instituto en calidad de mi chofer. Al dirigirme hacia el auto, la guarra se apresuró para abrirme tanto la puerta del reino y de inmediato salir disparada hasta el auto, abrirme la puerta y de inmediato echarse al piso para que fuera usada por mí a manera de estribo y subiera más cómodamente al auto. Al llegar al instituto tuvo que repetir la misma rutina que fue abrirme la puerta y echarse al piso para que yo la pisara y no ensuciara mis finos zapatos con el polvo del estacionamiento.



Ya dentro del instituto me encamine hasta mi salón y la guarra detrás de mi cincos pasos cargándome el portafolio y mirando únicamente a mis talones. Claramente se notaba quien era el Ama y quien la esclava ahí. Llegue a mi salón y le ordene a mi perra aguardar en el suelo estando en silencio pero atenta a mi llamado en cualquier momento, la perra movió la cola en muestra de haber entendido la orden.



Ingresé al recinto de la sabiduría, o sea el salón de clase y en automático todos los chicos problema se pusieron de pie hasta que llegué a mi escritorio, los alumnos permanecieron en la misma postura hasta que les hice una seña con la mano de poder tomar asiento. Una vez que todos mis alumnos se sentaron les comenté que había llevado algo para hacerles menos pesada las horas en que permaneciéramos en clase, pero que había una consigna para que ellos pudieran hacer uso de eso, y esa era que solo que pusieran total atención a mi clase, les iba a permitir hacer uso de lo que llevé 30 minutos antes de terminar la hora de clase.



Los alumnos aceptaron la condición y preguntaron de que se trataba y como es que les iba a ser permitido usarlo. Guarde silencio e hice escuchar dos palmadas, enseguida entró mi perra caminando tímidamente hasta mi lugar y enseguida asentó el portafolio en mi escritorio y enseguida se arrodilló a mis pies manteniendo silencio absoluto. Todos mis alumnos quedaron babeando al ver entrar a mi perra con ese uniforme de esclava y que al llegar ante mí se había postrado junto a mí.



Todos preguntaron ¿maestra y eso que es? Les contesté es el incentivo que traje para que se esfuercen durante casi toda la clase y puedan usarla a su antojo, pero siempre y cuando hayan mantenido orden y hayan participado. Todos y cada uno de mis alumnos estuvieron muy atentos y participativos con tal de poderse divertir con mi perra como les había prometido.



Ese día se hizo más que notorio el interés en la clase, aunque solo fuera por querer usar a mi perra como más quisieran ellos. Ya que ese día mis alumnos se comportaron como gente decente dejando atrás su rebeldía, les permití usar a mi perra por 30 minutos. Algunos de los alumnos la pusieron a ser piruetas como perro, otros hicieron que ladrara y uno que otro aprovechó merendándosela y no que otro le ordeno chuparles los pies. Antes de que sonara la campana para terminar el horario de clases les dije:



“muchachos, espero sus tareas mañana bien hechas, recuerden que al que cumpla en clase, al final podrá relajarse como más quiera”.



Al llegar a mi reino, la guarra se puso a mis pies para agradecer por el rato en el que le permitió darse cuenta lo guarra que era y lo mucho que lo disfrutaba, habiendo dicho esto se retiró a cumplir con sus deberes domésticos mientras que yo me dirigía a mi cuarto de descanso y disfrutar de un rato de relajación por el cansancio de ese día.



La perra al terminar sus tareas domésticas se presentó ante su dueña para solicitar la debida autorización de retirarse para cenar y de ahí a su jaula. Le permití retirarse pero no sin antes despedirse debidamente mostrando su absoluto respeto lamiendo los pies de su amada Diosa.



Al día siguiente la guarra repitió su rutina de levantarse a las cinco de la mañana y atenderme de la manera que tenía ordenado para después dirigirnos al instituto donde mis alumnos ansiosos la esperaban después de haber cumplido con sus respectivas tareas con tal de tener un rato libre con mi perra a sus pies.


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