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Categoría: Incestos

HICE QUE MI MADRE CUMPLIERA MIS FANTASIAS 3RA PARTE

En mi relato pasado les conté cómo mi madre y yo fuimos a cenar y a bailar, y ya un poco tomados —más ella que yo— la conversación tomó otros rumbos. Los que han leído mis dos relatos anteriores, recordarán que mi deseo por mi madre comenzó desde los dieciséis años, y que últimamente me había estado atreviendo a tocarla y masturbarme con su cuerpo mientras ella dormía en mi cama, a causa de su alejamiento con mi padre.

 

Les he contado como mi siguiente paso fue masturbarme y terminar sobre sus nalgas mientras ella dormía, después de la maravillosa velada que tuvimos en donde yo gocé disfrutando su sensual compañía, rozando sus tetas con las manos “accidentalmente”, rozando sus nalgas, tocando sus piernas, arrimando mi pene duro y vibrante a su culo hermoso. Pero eso lo pueden revivir leyendo mis dos relatos anteriores. Entenderán que no puedo narrarles tantas cosas en un solo relato por eso lo he dividido en partes.

 

Aunque la última noche que les conté —donde tras la noche mágica con mi madre decidí venirme sobre sus nalgas y ya no dentro de mi pantalón del piyama por miedo a que se despertase—, fue maravillosa, placentera e inolvidable, aún no había cumplido mi mayor fantasía —hasta el momento— con mi madre. Que era, para los que no saben, tener un encuentro fetichista con mi madre, en el que ella, en ropa interior me observaba masturbarme y me permitía verla y tocarla hasta que me viniera sobre ella y su ropa. Era una obsesión que yo tenía porque siempre la veía en ropa interior desde chico, mientras ella se vestía en su habitación. Ella lo permitía y lo tomaba muy natural, como dije en la parte anterior, como si esa fuera su forma de criarme para que fuera un macho, como entrenándome para desear a las mujeres, ofreciendo su propia fisionomía a mis ojos, su propio cuerpo, su sensualidad, a pesar de ser mi madre. Y yo al ser un adolescente en plena formación no fui indiferente, y mucho menos, insensible a esos conjuntos de brassieres, bikinis y ligueros de encaje o de satín, y sus sensuales medias de seda negras o blancas. ¿Quién podría? Pues no pude. Porque verla así en liguero, o agachada buscando algo con todas las nalgas paradas hacia mí, o inclinada ajustándose las medias, con sus hermosas y redondas tetas colgando como ubres llenas de amor y pasión, no era para menos, y me hacía desearla y tener fuertes erecciones que terminaban aliviándose en su propia ropa interior...

 

Por esta razón, aquella fantasía tenía tanta fuerza en mí. Como dije también, hasta ese día yo era virgen y mi mente era lo que más deseaba hasta el momento. Con eso me conformaba para decirlo en otras palabras. Era algo que yo deseaba con tanta fuerza que como les he contado ocasionaba que me acercara a mi madre cuando lavaba o cocinaba, para restregarle mi pene erecto, ella lo sentía estoy seguro, pero me dejaba sin decir nada para hacerme más hombre, como si me dijese con esa actitud, así hijo, así se desea a una hembra, así, arrímame toda tu vergota a mis nalgas para que se te pare, como un macho semental. Así, deséame porque así debe sentirse un hombre con una mujer sensual y buenota como yo. Así hijo... Eso me llevaba a robarle su ropa sucia y limpia para llenarla de semen, para saciar mis ansias, para liberarme de aquel dolor que anidaba en mi vientre y que no podía soportar hasta no verla de nuevo semidesnuda, o hasta arrimármele cuando andaba con sus vestidos, dejar que se me parara el palo e irlo a explotar en el baño sobre sus calzoncitos sexys.

 

En fin. Es un poco de los antecedentes a aquella noche que narre en la segunda parte, y que me llevaron a aprovecharme de que ella durmiera conmigo a causa de su divorcio con mi padre, cuando frotaba mi miembro contra su culo redondo y hermoso, hasta venirme hermosamente. Hasta ahí había llegado y con la última variante de que mi hermosa Moni, dormida profundamente, recibió todo mi semen en su ricas nalgas, consciente de que eso pasaría, porque la conversación que tuvimos esa última noche me lo decía. Y recuerden que la conversación fue abierta y propuesta por ella... Ella supo que la deseaba, que me encantaba su cuerpo y que fantaseaba con ella y que me masturbaba de lujo con su ropa. Así que hasta ahí íbamos, y todo estaba dicho.

 

Como dije en el relato anterior, desperté y solo recibí aquella nota:

 

“Gracias por la invitación de anoche. Me la pasé genial, y por lo que veo, tú también.

Guárdalos de recuerdo. Son para ti. (Se refería a sus calzones llenos de mi semen)

 

PD. Sigue soñando, los sueños se cumplen algún día.

 

Te quiere, mamá.”

 

 

Desde aquella mañana mi vida con ella cambió un poco. Comenzando con que pasó mucho tiempo para que ella volviera a dormir a mi lado. Sin embargo, todo el tiempo que estábamos juntos en la casa eran momentos de silencios prolongados y miradas confidentes. Cuando hablábamos de cosas de su trabajo o de mi escuela, ya daba un poco igual, sabíamos que lo hacíamos para olvidar un poco lo que pasaba entre los dos. Ese estira y afloja. Como si ella no quisiera pasar la línea. Porque sabía perfectamente mis deseos, pero no se atrevía a dar ni un paso. Lo único que nunca cambió fue su predisposición a vestirse o desvestirse sin cerrar su puerta. Repito para los que apenas leen esta historia, nunca la había visto completamente desnuda, solo trataba de que la encontrara en ropa interior. Solo había tocado sus pechos en las noches de placer mías, mientras ella dormía. Pero hasta ahí. Trataba de ir disfrutándola por partes, sin adelantarme.

 

Por ese tiempo, unos dos meses después de nuestra noche mágica, el juez falló y les otorgó el divorcio. Ambos tomaron su parte del patrimonio y mi padre debió abandonar la casa. Él se quedó otro departamento y su auto, a parte de la mitad de su cuenta de banco. Al final todo transcurrió tranquilo. Ya no había amor. Y sí amantes. Pero eso no importa. Solo lo refiero para que sepan que a partir de ahí mi madre ya menos tuvo la necesidad de ir a dormir a mi cuarto, cosa que yo lamenté. Así que mi último recurso para lograr obtener placer de mi madre, fue comenzar a cortejarla, o acercarme poco a poco. Total, haría lo que fuese, aunque no supiera qué. Mi madre me rehuía, yo sentía que lo hacía a propósito para hacerme desearla más, maldita zorra hermosa, sensual. Llegaba del despacho con sus faldas pegadas, con sus camisas blancas abiertas de la botonadura. Se inclinaba sobre la mesa cuando hablaba por su celular, parando su precioso culo, sabiendo que yo la veía porque cenaba algo frente a ella. Se paseaba sin blusa, antes de meterse a bañar, usando excusas raras, como que no encontraba algo, o que se tapaba la regadera, o que no podía abrir la llave, y me pedía que la abriera con mi fuerza, mientras ella esperaba en falda y brassier negro de encajes que dejaban entrever sus portentosas y blancas tetas... Dios, que castigo me dio todo ese tiempo. Como diciendo mira cabron, lo que te estás perdiendo. Perra, como te deseo... pensaba.

 

Varias veces le dije que si quería me podía ir a dormir a su cama para que no se sintiera sola y me dijo que no, que quería disfrutar de su cama ahora que se había deshecho del pendejo de mi padre. Y yo sufría más. La veía con sus batitas de dormir antes de ir a la cama. Y me moría cuando se despedía y me daba un beso en la mejilla dejándome un roce de su perfume dulce y sensual.

 

Yo seguía masturbándome y sabía que ella sabía que yo lo hacía. Muchas veces encontraba su ropa ahí encima de la cama, sabía que ella las dejaba para mí cuando se iba a trabajar. Era un juego silencioso entre ella y yo, en el que ella me dejaba migajas, miserias para que yo me aliviara pero para que al mismo tiempo la deseara más. Sentía que aquella espera era eterna. Los arrimones “inocentes” ya no podían pasar por inocentes, así que pensé que era hora de apostar el resto. O ganaba o lo perdía todo. Así que decidí lanzar mi ofensiva estratégica. Y yo comencé también a andar en calzones por la casa, para que los dos pareciéramos naturales.

 

Una tarde llegó sensual y hermosa con un vestido ligero. Mientras preparaba algo en la cocina yo me le acerqué y la abracé por detrás. Era hora, me dije.

 

—Hola Moni, ¿cómo estás? —dije y le besé la mejilla por detrás.

—Hola hijo. Bien y tú....

 

Toma mamita tu banana, pensé, y le arrime toda la reata. Ella lo sintió con seguridad.

 

— ¿Estás bien? —preguntó.

—Perfectamente —le dije—. ¿Por qué preguntas?

—No por nada, es que te siento algo alborotadito.

—Es tu culpa.

— ¿Ah sí?

—Sí... Tú lo ocasionas...

 

Me pareció escuchar un pequeñito suspiro de placer.

 

—Pues qué bien. Pero te he dejado regalitos para que te relajes.

—Sí los he visto y los he usado.

—Y ¿qué tal?

—No hay calzón o tanga que no haya pasado por las armas.

— ¿Ah sí? —cuando decía esa frase, hacía una inflexión en su voz muy sensual, perra sexy y calculadora, como si no supiera que era así.

—Sí. Pero no me basta.

—Pues lo siento... Es lo que hay.

—Hay más... pero falta que tú quieras.

—Vamos a ver la tele, ándale.

 

Fue lo último que me dijo, yo ya sabía que cuando cambiaba de tema es porque no obtendría más de ella. Acuérdense que era abogada. Y sabía que decir, como decirlo y cuando decirlo.

 

Vimos la tele esa tarde, no se quitó su vestidito ligero, tenía algo de vuelo. Tras un rato se quedó dormida y se acurrucó hacia el lado contrario, apuntando su rico culo hacia mí. Sabía lo que eso significaba, sabía que me lo ofrecía para calmarme un poco. Primero me hice wey, como si siguiera viendo la tele. Después comencé a ver sus nalgotas, y no aguanté. Levanté su vestidito y ahí estaban, unos ricos calzoncitos blancos apretando su culo respingón. Perra calientavergas, como te encanta, pensé. Mi pantalón me estorbaba, mi verga iba a estallar y necesitaba liberarla. La saque y comencé a jalármela viendo ese culito parado para mí. Le subí el vestido más y lo deje así. Que rico sentía, pero no era igual. Dios mío, ese culo es hermoso, me decía. Necesito sentirlo.

 

Me acomodé para estar a su lado, como de cucharita, arrime mi verga y mi cabecita rozó de pronto el satín de su ropa interior, y sintió la forma de su culo, su hendidura se sentía como el cielo en la tierra. Sus nalgas suaves estaban a mi merced. Comencé a frotar mi verga en su culo, al tiempo que me la jalaba con ganas y con calma. Ella hizo como que se acomodó en sus sueños y me restregó todo el culo. Yo dude que estuviera dormida, pero me valió madre, honestamente. Estaba disfrutando de sus nalgas, y no iba a quejarme de aquel manjar. Seguí así por un rato y cuando sentí que el orgasmo estaba cerca, ella se despertó. Hizo como que se le había hecho tarde para una llamada o algo así, y me quede con todas las ganas, porque me dio algo de pena, y se me fue la inspiración. Maldita... me dejaste con las ganas. Seguro lo había hecho a propósito. Más tarde encontré esos calzones en mi cama y tenían una etiqueta:

 

“Para que acabes lo que iniciaste”

 

Estaba jugando conmigo. Lo sabía. Me tenía literalmente de los huevos. Pero no decliné su oferta. Diez minutos después estallé y dejé medio litro de leche sobre sus calzones. Fui y le devolví el regalo, sin nota, ya llevaba la firma. Los deje sobre su cama. No sabía nunca lo que hacía con su ropa interior sucia de mi semen. Pero me excitaba pensar que lo tocaba o se los ponía así... No lo sé. Todo quedaba en el terreno de las fantasías. Y había una que aún no había cumplido y me quemaba las entrañas.

 

Ya no volvimos hablar abiertamente de que la deseaba. Ella ya lo sabía, seguirle diciendo sólo causaría que se sintiera acosada. Decidí seguir su juego y desearla en silencio. Un mes después de aquella tarde de tele, fuimos a un balneario y ella jugaba conmigo en las albercas, y me restregaba su linda cola en la verga. Y sus pechos en mi cara, se dejaba tocar sin ninguna queja, e incluso a veces fue de forma cínica, la agarraba de las dos nalgas para abrazarla como jugando. La jalaba y le daba unos llegues y ella hacia como que no sentía.

 

Luego, en casa siguió el silencio y los encuentros voyeristas en los que me dejaba verla en ropa interior, se limitaba a sonreír con esa sonrisa diabólicamente sensual que tenía.

 

— ¿Te gusta verme, Adrián?

—Sí mamá.

—Dime Moni. Dime que te gusta verme en ropa interior.

—Sí Moni, me gusta verte semidesnuda. Me gusta ver el encaje que cubre tus senos hermosos.

—Di tus tetas...

—Me gusta ver tus tetas bajo ese encaje sensual y tus nalgas redondas y duras bajo tus calzones sexys.

—Ahora vete...

 

Era algo que no sé explicarles, un juego mental en el que ella me dominaba porque yo no me quería rebelar, y ocasionar que terminara el juego, prefería seguir sus reglas. No sabía tampoco si a ella le excitaba oír esas cosas, como si la hiciera sentir deseada, o emputecida.

 

Me fui esa tarde a mi habitación y desquite aquella imagen maravillosa en aquella prenda que me había regalado hace tiempo. Era mi símbolo de su intimidad.

 

Después de esa tarde ya no pude fingir más mi ardiente deseo. Decidí ir con todas mis cartas.

 

Así comencé a hacer más frecuentes mis embestidas. Más sensuales, y sobre todo, lo que creo que ocasionó mi éxito, es que fueron descaradas, sin pedir su permiso.

 

Así fue como una de aquellas las tardes al verla llegar con su sensual traje ejecutivo, le di un agarrón de nalga sabroso.

 

—Hola ma... —vengase para acá mamacita, pensaba.

— ¿Y eso?

— ¿Te molesta?

—No... Pero...

— ¿Pero qué...?

—No es la forma más apropiada de saludar a tu madre.

—Lo siento, pero creo que hace tiempo que olvidé lo que era apropiado entre tu y yo.

—Tienes razón.

 

Por toda respuesta sonrió y me miró a los ojos con esa mirada hechicera que tenía. Luego fue hacia la sala, arrojó su bolso y siguió hacia la cocina a servirse un vaso de agua. Yo fui tras de ella. Me le acerqué por detrás, la abracé y la dejé terminar de beber. Luego la besé en la mejilla.

 

— ¿Te gusta calentar a los hombres Moni? —ella se apartó un poco y me miró algo extrañada.

— ¿Te parezco una calientavergas?

—A decir verdad, sí. Lo he notado muchas veces. Y el mejor ejemplo soy yo.

— ¿Te caliento mucho?

—La verdad sí —al responder la abracé ahora de frente y le agarré las dos nalgas. Ella suspiró y cerró los ojos.

 

Quiero pensar que aquel momento tan lleno de erotismo y a la vez de un ambiente de prohibición era lo que más la excitaba.

 

—Cada día te deseo más...

— ¿No te ha bastado con mi ropa interior para que te masturbes?

—Un tiempo... Pero mi deseo ha ido aumentando y no logro saciarlo.

— ¿No te ha sido suficiente dejar mi cuerpo a tu disposición mientras duermo para que lo uses?

—Confieso que ha sido muy placentero. Pero aún no me es suficiente.

 

Estábamos separados un poco, pero yo seguía con mis manos sobre sus hermosas nalgas, pero no las apretaba ni nada, solo las tenía encima, eso me excitaba mucho. Disfrutaba el momento sin apresurarme. Siempre fue así. Como cuando no quieres que una comida rica se acabe o una peli, o un juego.

 

Ella acercó su cuerpo al mío un poco más e hizo que sus tetas chocaran con mi pecho y su vagina se encontrara con mi bulto.

 

—¿Y qué sería suficiente para ti? —dijo mirándome a los ojos.

 

Señor, ten piedad... Que rico sentí su cuerpo lleno de curvas junto a mí, así, tan solos, tan cerca... Mis manos sudaban encima de su ropa sobre su culo precioso. Ella sabía qué hacer para calentarme más, su experiencia y su femineidad dominaban siempre a mi mente.

 

—Tú, en ropa interior, para mí.

—¿En serio? —en eso se desabrocha los últimos dos botones de su blusa, y se asoman las 38D pecositas e infladas.

—Por ahora...

Ella sonrió y se giró para restregarme sus nalgas sobre mi verga que ya tenía bien parada, así duró un par de minutos y luego se marchó.

—Voy a bañarme, sobre en mi cama encontrarás tu regalito de hoy...

Subí y encontré su calzoncito color crema con bordes negros todo mojadito para mí. Me masturbé acostado en su cama y me limpié con él. Y se los dejé nuevamente ahí para que los viera, y así duramos mucho tiempo.

Como dije, se trataba de una especie de guerra psicológica en la que su objetivo era desesperarme, desgastarme y el mío hacer que cayera algún día rendida a mis deseos.

 

Cada día era una batalla entre ambos. Ella me seducía y yo le dejaba saber que recibía el mensaje. O simplemente yo trataba de no bajar la guardia, y la traía a raya.

 

De esa forma era como al acercarme a donde ella estaba cocinando, lavando o haciendo alguna otra cosa de pie, la abrazaba por detrás y le hacía sentir mi miembro completamente erecto. Ella no se apartaba, aguantaba con estoicismo mis arremetidas y nos quedábamos así en silencio, un silencio anhelante, en el que nuestra respiración lo decía todo. O al ver películas, ella usaba faldas cortas o camisones y mientras observaba acostada en el sillón la función del día, ofrecía a mis ojos la dulce sensualidad de su intimidad vestida de todos colores o telas. Yo acariciaba mi verga enhiesta, dura, y altiva ante su mirada. Ella lo notaba, era muy obvio. Sabía que la veía con morbo, pero se hacía la disimulada, y solo abría sus piernitas calientes para dejarme ver lo que tanto me gustaba. Y por las mañanas antes de irse a su trabajo, me regalaba un show, sabía que yo pasaba por ahí, sabía que lo planeaba para ponerme jodido de caliente, y yo sabía que lo haría, por eso la buscaba a esa hora, antes de irme a la escuela. Ahí estaba mi dulce objeto de deseo, poniéndose las medias del ligero negro, brillantes y sensuales. Sus calzones de encaje y su brassier semitransparente abultando su delicioso par de tetas, jugosas y turgentes. Me miraba y sonreía, como diciendo, mira lo que te pierdes, mira lo que tengo aquí para ti, pero no puedes tomarlo… Terminaba caliente, haciéndome una deliciosa chaqueta antes de salir a mis clases. Para ella eso era un trofeo, ahora lo sé. La hacía sentirse sexy y puta a la vez. Deseada con pasión, con obsesión. Y la calentaba como a una perra en celo. Disfrutaba convirtiéndome en su voyeur. En su objeto de admiración sexual.

 

Así transcurrieron muchos días, miradas, arrimones en silencio y exhibicionismo de su parte y en respuesta, cinismo de la mía. Yo disfrutaba todo ese proceso, como les dije eso para mi es el erotismo. Ese proceso de cortejo, de insinuación, de imaginación y deseo profundo.

 

Una ocasión dos meses después de la tarde de pelis en que se quedó dormida para mí y me dejó con toda la calentura explotándome en los huevos, volvimos a estar juntos en la sala. Esa tarde había llegado cansada, por eso no quiso ni cambiarse de ropa. Traía una falta ejecutiva gris que le llegaba apenas arriba de las rodillas. Gris Oxford, recuerdo, un gris oscuro. Sin medias y con zapatillas negras. Blusa blanca con el escote de siempre. Ya saben, ese busto que hace que quiera reventar uno de los botones. Yo ya sabía que esa tarde iba a calentarme de nuevo, era su juego de las últimas semanas. Yo que me conformaba con esas visiones cachondas, no me quejé y dije, al menos puedo tenerla así. Pero mi madre, como ya les he contado era una mujer de sorpresas y las cosas se hacían solo cuando ella lo deseaba.

 

Como de costumbre, se acomodó acostada en el sillón, doblando las piernas y dejando toda su pepa mirando hacia mí. Yo, como de costumbre, me agarré la verga y me comencé a sobar. Ella las abría y las cerraba como si nada pasara. Pero esta vez pasó…

 

―¿Te gusta lo que ves?

―Sí.

―¿Cuánto?

―Mucho, ¿no se nota? ―pregunté señalándole mi bulto.

―Me los puse para ti.

―¿De verdad mamá?

―No soy tu madre por ahora ―sus calzones eran tipo bikini de satín negro.

 

Su pepa brillaba al moverse en un ángulo distinto en contraste con la luz. Su vulva se podría distinguir perfectamente en sus bordes y su tamaño. Era una panocha perfecta delineada por el negro satín que la cubría. Eso me ponía a mil por hora.

 

― ¿Te gusta como se ve mi vagina?

―Me encanta, Moni. Te ves muy sensual con esos calzoncitos negros, me fascinan.

―Dime que te encanta mi vagina, pero dilo más sucio.

―Tu pepa me vuelve loco ―mi madre cerró los ojos y suspiró. A mí eso me excitó mucho, me brincó la verga. Esa faceta de mi madre me encantaba. Me dejaba decirle las cosas como si fuera una perra caliente, lo que era en realidad.

― ¿Así te gusta decirle a mi vagina?¿Te pone caliente?

―Así es. Me hace sentir que te envilece, y te vulgariza.

―Dímelo otra vez.

―Tu pepota cachonda, tu panocha sensual me vuelve loco, Moni.

―Mastúrbate frente a mí, quiero verte.

― ¿Cómo dices?

―Que te la jales viéndome así. Quiero ver cuánto te excita mi cuerpo.

―Que no ves como tengo mi pene.

―Verga... Háblame sucio, me gusta que lo hagas… Se me hace perverso y erótico.

―Mira como tengo mi verga por ti, Moni ―le dije mientras liberaba mi miembro fuera de mi pants.

 

Ella lo vio en todo su esplendor. No hizo gesto alguno, como en sus juicios, como si de eso dependiera ganar o perder. Solo se remitió a abrir un poco mas las piernas y a subirse un poco la falda para que entrase mas la luz. Su hermosa concha se mostraba por completo a mi vista. Brillante, con signos de lubricante alrededor de la parte interna de su vulva.

 

Yo seguí jalándomela arriba abajo, primero lento, y luego suave, disfrutando el panorama. Mi madre observaba complacida, entreabría sus labios, como si mi pene se le antojara o como si deseara algo mas, pero no pidió nada mas. Se reducía a observarme masturbándome. Ese momento para mí era nuevo y muy placentero, como lo fue acostarme con ella, y venirme con su silueta dormida, salir a cenar y disfrutar de ella y de sus calientes cuestionamientos, etc. Cada cosa nueva que sucedía entre ambos era para mi placer y yo disfrutaba no adelantando nada. Trataba de sacarle el mayor jugo a cada escena y cada situación. Sabía que iba por buen camino.

 

Cuando por momentos se mordía el labio inferior de su boca, a mi me mataba. Era una tortura tenerla ahí y sin poder tocarla como tanto deseaba. No duré mas de diez minutos, era imposible, la escena era demasiado seductora y placentera. Mis manos se movían rápido, buscando el orgasmo, viendo sus hermosos labios vaginales hinchados bordeando su calzoncito negro, su planicie, su tamaño, cada cosa añadía un factor a la ecuación. Tres fuertes chorros de semen salieron brotando de la punta de mi verga bañándome a mi mismo. Ella cerró los ojos por un momento después de verlos salir, cerró las piernas y se marchó. Quiero pensar que iba a masturbarse, pero no lo sabía a ciencia cierta. Yo me quedé ahí con el camote al aire, vaciado hasta la última gota y me quede dormido.

 

Tiempo después saqué provecho de aquella iniciativa de la perra sexy de mi madre para dar un pasito más. Sintiendo obviamente que con lo sucedido había ganado más confianza con ella. Una tarde, dos semanas después de la chaqueta magistral frente a su pepa majestuosa, la encontré ordenando unos papeles en su pequeña oficina en la casa. Esa vez traía puesto un pantalón negro, ajustado a su divino cuerpo. Usaba una blusa blanca, que a mi tanto me gustaba y se veía que traía un brassier negro, seguro para que se le transparentara, era una provocadora caliente la muy perra. Sabía que la deseábamos muchos hombres.

 

Yo llegué de repente y sin preámbulos me puse frente a ella y saque mi verga erecta. Ella guardó silencio y la observó con la boca entreabierta. No hizo otro gesto, ni dijo nada. Solo dejó de hacer lo que hacía y se quedó quieta con los papeles en la mano izquierda. Yo me acerqué más y sin preámbulos simplemente, le desabroche los últimos dos botones de arriba que traía abrochados. No toqué sus pechos, fui muy cuidadoso. Abrí su blusa y sus tetotas quedaron al aire cubiertas apenas a la mitad por su brassier de encaje. Mi madre se sorprendió un poco al principio pero me dejó hacerlo. Entendió lo que quería. Yo sabía que la regla era no manosearla como a una puta sin su consentimiento. Así que la deje así con las tetas al aire, con su brassier negro maravilloso.

 

Comencé a masturbarme, embelesado por aquel portentoso par, y a la vez por aquella zorra calientavergas que comenzaba a acceder a mis deseos.

 

―Que ricos melones tienes Moni.

―¿Te excitan mis chichotas, pinche chamaco caliente?

―Me la ponen bien dura…

―¿Te gusta chaqueteártela mientras me las ves? ―Dios mío, que ricas preguntas. Me calentaba aún más.

―Sí, me encanta.

―Acaba que tengo mucho trabajo

―Sí ya casi.

―Pero no eyacules en el suelo… ―puta, eso me aceleró más. ¿Dónde quería que acabara?

―¿Dónde entonces?

―Aquí, en mis manos ―dijo, mientras hacia un recipiente con ambas manos.

 

No sabía por qué quería eso, pero fue la gota que derramó el vaso… de leche, porque le deje caer medio litro de leche que ella supo contener en sus hermosas manitas. Lo que pasó después hizo que se me volviera a parar casi de inmediato.

 

Agarró mi semen como si fuera crema y se la repartió en ambas manos. Sin bajarse su bra, únicamente abriendo una de sus copas introdujo su mano derecha y se untó su teta izquierda con mi leche, y luego hizo lo mismo con la otra mano y la otra teta. ¡Diossss! Eso fue lo más caliente y cachondo que le había visto hacer. Después me miró, sonrió y se abrochó un botón de su blusa para seguir trabajando.

 

—¿No te imaginabas que haría eso verdad?

—Jamás.

— ¿Te gustó?

—Dios mío... —dije únicamente, girando la cabeza con asombro.

―Descansa ―me dijo, y yo me fui a dormir pensando en aquella imagen.

 

Ya no podía más, mi cuerpo exigía estar cerca de ella cada vez más seguido, y me pedía algo más que yo no identificaba pero que apuntaba a que yo necesitaba otra vez obtener un orgasmo con el roce de su cuerpo. Ya no me conformaba con las chaquetas en su ropa, ni siquiera cuando ella me veía hacerlo. Necesitaba cumplir mi fantasía, la que tanto tiempo había aplazado y esperado con ansia. Esa perra deliciosa tenía que dejarme tocarla y usarla mientras me masturbaba, era mi sueño. Era mi mayor fantasía, la que le había confesado la noche del bar.

 

Entonces comenzaron a ser más frecuentes mis arrimones mientras veíamos la tele o cuando hacía algo, no quería separarme de ella, pero tampoco podía acosarla demasiado. Ella disfrutaba poniéndome a mil con sus nalgotas deliciosas y sus tetas rozando mi pecho cuando me abrazaba de frente. Yo sabía que en el fondo ella también lo deseaba aunque no me lo dijera, porque sus gestos, los suspiros que emitía y su lubricación hablaban por sí mismos.

 

Así fue como una tarde, en la que ya ambos no podíamos ocultar mas nuestro instinto, llegué a su habitación mientras se desvestía después de su trabajo de oficina. Estaba sacándose la falda por los pies cuando la sorprendí por detrás. Estaba solo en brassier de encaje, calzón de satín y medias, todo negro. Estaba como empinada ya saben. Y yo me le arrimé, como si deseara penetrarla con el pene erguido a mas no poder, latiéndome, pulsando por el deseo de aquella deliciosa hembra. Lo sintió, pero aguardó. Sintió mi gran bulto sobre sus nalgas maravillosas, redondas y suaves. Se sentía la gloria. Ella solo giró su rostro para verme desde abajo, contemplativa. Con los labios entreabiertos que tanto me encantaban. Las tetas colgándole como ubres de vaca, esperando ser ordeñadas bajo el encaje que bordeaba la redondez de su figura.

 

La tomé de las caderas y le hundí más mi verga entre sus nalgas tersas de satín negro. Ella gimió. Pero no se irguió aun. Entonces saqué mi verga de su prisión. Y así, en toda su amplitud, la deje caer sobre el nacimiento de su culo. Ella disfrutó el desenfunde. No se movió. Entonces tome mi palo y empuñándolo con precisión comencé a sobarlo contra sus nalgas, arriba abajo, mi cabeza recorría toda su hendidura anal ayudada por la suavidad del satín que le permitía deslizarse sin problemas, haciéndome sentir un enorme placer por la sensación que me causaba la tela. Ella cerró los ojos y disfrutó el momento. Quise verla de cerca y me acerqué más, agachándome. Y allí estaba, su tamalote, en todo su ancho y su largo, bajo el negro lustroso del satín de sus calzones deliciosos. Posé ahí mi camote, mi cabecita se acomodó justo en la entrada de su pepa. Y comencé a restregársela en esa zona exclusivamente, mi madre alucinaba del placer que sentía o eso quise pensar. Duramos así como cinco minutos. Después se enderezó y me tomó de la mano.

 

―Ven ―dijo con voz tierna―. Cumpliré tu fantasía.

―Por fin, madre.

―No me llames madre. Cuando hagamos cosas perversas como ésta, llámame por mi nombre, eso me excita ―yo lo hacía a propósito, quería que me pidiera que la llamara como una puta por su nombre.

—¿Eso te hace sentir puta?

—Sí.

—¿Te gusta sentirte puta?

— Sí, a todas nos gusta, pero lo ocultamos para no parecer zorras cualquiera ante la gente. Ya sabes, las apariencias.

—Pues a mí me gusta llamarte así, siento que eres una deliciosa y fina puta.

—¿De verdad?

—De verdad —le dije mirándola a los ojos.

—¿Que deseas?

―Quiero masturbarme contigo, que me dejes utilizarte.

―Este será uno de tus mejores orgasmos de tu vida, quiero que lo disfrutes.

―Eso…

―Shhh ―dijo tapándome la boca con su índice―.

 

Acto seguido mi madre se subió a un mueble que había en su cuarto y se sentó con las piernas muy abiertas, mostrándome todo su tremendo tamalote.

 

―¿Así lo querías tener, frente a ti?

―Sí.

―Agáchate y huele mi pepa.

 

Obedecí.

Me incliné y mi adrenalina corrió a doscientos por hora por mi cuerpo. Su vulva se abultaba bajo la tela, formando su delicioso tamal. Olfateé dos segundos y mis sentidos percibieron ese dulce olor a mujer, ese aroma fatal que nos hace amarlas y desearlas. También olia un poco a perfume, muy sensual.

 

―¿Te gusta?

―Sí Moni. Es hermosa.

―Rózala con tu nariz… ―lo hice, la punta de mi nariz la tocó a la altura de su clítoris, poco más abajo. Sentí la suavidad del satín. Con eso, la verga me creció dos centímetros más yo creo.

 

Mi madre sabía cómo llevarme, así que no me sambutió en su panocha de inmediato, simplemente me daba toques de su cuerpo, para ir disfrutando. Me erguí y la vi a los ojos. Ella me miró profundamente, escrutando mis perversos ojos y pensamientos, sabía qué era lo que deseaba y me lo daría, sabía que mi alma estaba ardiendo y que esa tarde era el momento de dejarme cumplir mi gran fantasía.

 

―Úsame.

 

Esas fueron las palabras mágicas que me inundaron de emoción y adrenalina. Los que han sentido aquella sensación me van a comprender. Es como un orgasmo mental. Y luego viene el animal. Así que pose mi miembro nuevamente sobre su hermosa pepa, que ya la tenía mojada, y comencé a frotarla sobre su calzón. Me la chaqueteaba y la tallaba, y así alternadamente. La sensación era suave y muy placentera, ella también lo sentía porque de pronto había comenzado a gemir. Sentí deseo de tomar sus tetas en mis manos y no dude. Deje mi pene sobre su panocha y use mis dos manos para amasar sus melonsotes que tantas noches había disfrutado. Eran duros y firmes, redondos y apenas me cabían en las manos. Ella lo disfrutaba.

 

―Sácamelas.

 

No objete. Liberé ese par de ubres de su sostén y cayeron por efecto de la gravedad sobre su propio brassier, vistiéndolas de encaje, muy sensual. Las vi blancas, bañadas de algunas pecas y unos rosados pezones las coronaban, perfectas. Eran mías por fin. Así las dejé. Las quería ahí, inamovibles, fijas para estamparlas en mi mente. Brincaban al ritmo de mi masturbación porque hacía que el cuerpo de mi madre brincase al encuentro con mi camote duro. Mi cabecita roja viajaba de un lado a otro sobre su majestuosa panocha mojada. De pronto mi madre metió su mano debajo de su calzón y comenzó a masturbarse, masajeando su clítoris. Yo seguí encima, nunca me pasó por la mente hacer algo más en ese momento. Yo estaba centrado en mi placer y en esa fantasía fetichista. Y la disfrutaba enormemente. Pero a la vista estaba que no era el único que deseaba un final feliz.

 

Seguimos así como por diez minutos, frotando, sobando y masturbándonos. Ella se tomó una teta con la mano izquierda, y la derecha la usó en su pepa. Yo seguía jalando y sobando, a punto de venirme. Mi verga estaba a reventar de calor y de placer. De pronto comencé a sentir el inicio de uno de los mejores orgasmos de mi vida.

 

―Acaba sobre mí… dentro mi calzón, encima de mi panocha.

―¿Estas segura?

―¿No siempre deseaste eso? Ahora si los traigo puestos, y los llevaré conmigo mañana, llenos de tu semen para que cumplas tu fantasía de siempre. ¿Lo deseas?

―Sí ―al decir eso vino el primer aviso, el primer espasmo, Dios, estaba por venirme todo, todito.

―¿Deseas que mi pepa vaya mojada de tu leche a donde yo vaya?

―Síiii ―oh por Dios, ya casi, estaba a punto… Ella también aceleró su masaje en su concha.

―¿Deseas marcar tu territorio de macho?

—Sí quiero, puta calientavergas.

—¿Pues qué esperas?

 

Cuando dijo eso metí mi verga dentro de su calzón, mi cabeza a la altura de su clítoris, su pequeña veta de vellos se asomó por primera vez a mi vista. Luego cubrí mi verga con su calzoncito hermoso y mi vista se hizo blanca. Puta madre ―literal― y puta zorra manipuladora calientavergas cachonda. Estallé, exploté, explotamos… Cuatro chorros de leche cayeron dentro de su calzón negro sobre su vulva hinchada, que también estaba experimentando un gran placer…

 

―¡SÍ, SÍ, SÍ PERRAAAAAAA… DIOS QUE DELICIA!

―¡OHH ME VENGOOOO! ¡AAAAHH QUE RICO! ―gritó mientras me abrazaba y me apretaba a su pecho.

 

Dios. Tuvo razón. Ese fue uno de los mejores orgasmos de mi vida. Gracias a su hermoso cuerpo, sus palabras sensuales y su lenguaje perverso, cumplí mi maravillosa fantasía finalmente.

 

Terminamos abrazados un rato, ella aun encima del mueble con mi verga dentro de su ropa interior, mojada. Me besó la frente y me observó con sus ojos hermosos.

 

—¿Te gustó?

—Eres la mejor madre del mundo.

—Te estas convirtiendo en un macho.

—Tú tienes la culpa.

—Lo sé —dijo, y mientras lo decía, me apartó y metió su mano derecha dentro de sus pantis todas mojadas. Vio mi semen sobre sus vello y su vulva. Posó su mano encima y lo froto sobre toda su pepa, embarrándose todos los labios vaginales y su clítoris.

 

Era una hermosa imagen que hizo tener una nueva erección. Mi semen literalmente cubría toda su pepa hermosa y rasurada. Yo me sentí orgulloso, me sentí muy masculino y como un semental.

 

—Es mi regalo. Mi macho ha marcado su territorio —dijo sacando la mano y dándome un beso tierno en la boca.

 

Yo lo respondí. Nunca la había besado en la boca, aquello fue maravilloso. Sus labios eran pequeños y suaves, jugosos. Fue un beso sexy. Cargado de erotismo. Y con eso selló la tarde.

 

Esa noche no se bañó, ni se quitó la ropa interior. Me dijo que así iría a la oficina al siguiente día, para sentirme sobre ella. Para sentirse más puta. Y efectivamente, a la mañana siguiente se vistió casi como una prostituta de la calle, un vestidito pegado y corto que apenas le tapaba los muslos. Apiádate de ellos, Dios mío, me dije al verla salir, después de que me mandara un beso con la punta de sus dedos. Yo me imaginé su vagina impregnada de mi sustancia. Es mía al fin... pensé.

 

Me pidió que la acompañara a dormir en su cama aquella noche. Era la primera de muchas por venir.

 

Porque la cosa no quedó allí, en mi primera fantasía cumplida, comenzando por esa noche que vino después, vendría un nuevo tiempo de sufrir sus palabras sensuales y sus provocaciones antes de nuevos descubrimientos sexuales a su lado. Recuerden que en ese tiempo que les relato, yo contaba aun con 18 años y no había penetrado a una mujer, así que mi mente y mi cuerpo fueron pidiéndome nuevas cosas para las que mi madre me haría sufrir antes de cumplírmelas.

 

Pero eso en otro relato más adelante. Espero que hasta aquí hayan disfrutado tanto como yo de la zorra calientapitos de mi madre. ¿Se los calentó también a ustedes o no?

 

 

 

Datos del Relato
  • Autor: voyeur34
  • Código: 46055
  • Fecha: 04-10-2017
  • Categoría: Incestos
  • Media: 9.7
  • Votos: 10
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6398
  • Valoración:
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