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Categoría: Incestos

Hice que mi madre cumpliera mi fantasía (segunda parte)

En el relato anterior les conté como había iniciado el deseo intenso de disfrutar del cuerpo de mi madre. Si no lo han leído les dejo aquí el link:



"Hice que mi madre cumpliera todas mis fantasías"



A modo de resumen les recordaré que mi primer acercamiento carnal con mi sabrosa madre, fue cuando comenzó a tener problemas con mi padre. Aunque yo desde antes disfrutaba de los momentos sensuales que me regalaba al estarse vistiendo y de los arrimones que le daba “inocentemente”, los últimos días se habían vuelto de deseo irrefrenable, hasta que mi madre comenzó a dormir a mi cama para evitar dormir con mi progenitor cuando discutían. Fue aprovechando esas ocasiones cuando me atreví a disfrutar de su cuerpo mientras dormía. Fue la primera vez que gracias a sus deliciosas nalgas obtuve un orgasmo de ella.



Pero como dije al final del relato anterior, esa noche no se había cumplido mi mayor fantasía, simplemente me había aprovechado de las circunstancias. Lo que yo deseaba en realidad era tener un orgasmo mientras ella estuviera consciente, y que fuera consensuado. Es decir que ella me dejara masturbarme viéndola en ropa interior, acariciándola, morboseandola, diciéndole cosas perversas y que ella las escuchara, que me dejara explotar —en pocas palabras—, por la verga y por la boca para ensuciarle sus oídos y su cuerpo, con mis lascivos pensamientos y mi semen caliente.



Esa idea de emputecerla a mi gusto, de hacerla que cooperara para saciar mis violentos deseos era lo que más me ardía en las entrañas, y hacía que mi verga se endureciera cada que la veía con el pantalón de oficina ajustado, con las faldas ejecutivas, sensuales que tan bien le quedaban entalladas a su cuerpo y realzaban sus redondas y perfectas nalgas. Cuando le veía el escote bajo sus blusas blancas, impecables, dejando asomar un poco su brassier entre la botonadura abierta, que permitía vislumbrar el volumen de sus pechos redondos, voluptuosos y jugosos como dos melones apretados. Esa era en realidad mi más anhelada fantasía.



Pasó el tiempo y mi madre siguió yendo a dormir a mi cuarto, y por miedo a que me cachara abusando de su cuerpo, jugando con sus tetas y su culo hermoso, algunas ocasiones me contuve y trataba de mejor hacerme una buena chaqueta con su ropa interior antes de ir a dormir, para que así pudiera aguantarme, pero en otras ocasiones ganó mi perversión y mi deseo. Así que esa primera escena de fajármela mientras dormía mientras me masturbaba encima de su ropa, se repitió tres o cuatro veces más, sin que hubiera ningún problema. De hecho, en cuanto mi madre caía dormida, yo me le acercaba, esperaba veinte minutos a que cayera rendida y con mi pene ya elevado como una pepino y a punto de reventar, comenzaba la sesión de placer filial con la perra sabrosa de mi madre. Siempre vestida sexy para mí sin saber para quien se ponía las batas de seda o satín o los pantalones de piyama ligeros. Siempre frotaba mi verga dura contra sus nalgas y su rajada deliciosa, mientras masajeaba sus tetas maravillosas con mi otra mano, sobando sus pezones duros. Supongo que soñaba algo porque pienso que sí se excitaba aunque estuviera dormida. Quizá soñaba que alguien le hacía el amor porque sus pezones se ponían duros bajo mis ardientes manos. Y de repente daba respingos y emitía algún pequeño quejido, cosa que me ponía al mil por ciento de calentura. Era lo que me hacía estallar bajo mi pantalón de la piyama. Le rozaba las tetas con mis dedos y luego le apretaba los pezones lento y suave para que gimiera, entonces ahí era cuando me venía con todo y eyaculaba una enorme cantidad de leche con la verga apretada a sus nalgotas preciosas.



Nunca, hasta ese momento me había atrevido a venirme sobre su ropa de dormir, aunque ganas no me faltaban, cuando frotaba mi miembro erecto contra su satinada y delgada prenda sentía que el cielo se caía y que las diosas del placer aparecían en mi cuarto desnudas, sonriéndome con una sonrisa perversa, casi diabólica, incitándome a seguir frotando mi roja cabecita sobre si hendidura anal... hasta que no podía más, venían sus tibios gemidos y entonces metía mi verga en mi pantalón y apretaba mi cuerpo con todas mis fuerzas contra sus monumentales nalgas, entonces estallaba el universo, y las estrellas explotaban en mi cabeza y una luz muy blanca segaba mis ojos mientras sentía un orgasmo apoteósico, descomunal, indescriptible...



Pero encima de su ropa no me había atrevido a descargar mi caliente semen. Sentía que con toda la leche que ella me ordeñaba dejaría una gran mancha en su ropa y entonces sería descubierto, y la verdad estaba encantado con aquellos encuentros sexuales que tenía con mi sensual madre. Así que no quería que terminara. Aunque después de un tiempo no soportaba más el deseo de su piel.



¿Tú que hubieras hecho? Ya imagino la respuesta... Pues yo también hice lo mismo. Terminé por rendirme a mis nuevos deseos, y entonces me atreví a ir un poco más allá.



Decidí que la siguiente ocasión ya no me frotaría sobre su ropa, sino que intentaría desnudarla a mi placer, para saciar mis perversos deseos. Y sí, eyacularía pero no encima de su ropa, sino sobre sus nalgas... bueno al menos ese era el plan. Pero para ser honesto estaba un poco cagado de miedo que me saliera mal la ejecución. Por eso esta vez fui un poco más allá y traté de planearlo bien. Que todo saliera bien, dependería de la ropa que usara mi madre esa noche, aunque en general era ropa algo holgada para dormir. También me apertreché de varios kleenex para limpiarla cuando todo terminase. Y por último, tenía que encargarme de que ella terminara rendida para que durmiera profundamente. Por algunos días contemplé la idea de darle algún somnífero, pero para ser honesto eso se me hacía menos excitante y algo cobarde. Así que deseché la idea. Y elegí otra opción.



Los días habían sido tensos los últimos meses en esa etapa de su separación de mi padre, de hecho ya estaban en el proceso de divorcio, el juez estaba cerca de fallar. Yo había cumplido los 18 y ya era mayor de edad. Así que le propuse que saliéramos a tomar algo juntos y que si le parecía bien la idea de ir a bailar un rato. Era un viernes y había salido temprano. Generalmente los viernes mi padre salía y llegaba borracho así que muy seguramente mi madre iría a dormir con su cariñoso hijo. Al principio no la vi muy convencida.



—No lo sé, Adrián, ¿en serio no preferirías ver una peli acostaditos en la sala? Palomitas, un cafecito o algo...



—Mamá, no seas aburrida. Anda, tiene mucho que no salimos y ahora que ya soy mayor de edad podemos tomar juntos una cerveza o algo. Es un viernes precioso y tú necesitas distraerte y relajarte.



—Mmm no sé... La verdad es que no me siento muy animada.



—Hazlo por mí, ¿sí?



Esas palabras la partían en dos... y literalmente algún día la partirán de verdad —pensé.



—Ok... —balbuceó—. Pero no más de las doce ¿ok? Y que sea un lugar tranquilo para beber y bailar. Por ningún motivo haré el ridículo de entrar a un antrito de esos para chamacos.



—Hecho. Excelente. Vístete, mientras, yo iré buscando algún lugar tranquilo como el que dices.



Mi madre subió con desgana hacia su habitación a vestirse para salir y yo investigué en internet y con algunos amigos mayores algún lugar adecuado a lo que ella quería.



Veinte minutos después, mientras yo apagaba la televisión para llamarle, apareció un ángel bajando por las escaleras, un ángel malvado porque me hizo sufrir desde aquel instante, y el dolor se centraba entre mis piernas... Era una diosa vestida de rojo, entallado, en perfecto contraste con su piel blanca tostada. Y en perfecta armonía con sus sensuales pecas de los hombros y cara. Sus pechos asomaban casi a la mitad por aquel escote que era una ventana al infierno. Dos tetas descomunales, turgentes, voluptuosas, firmes. Eran mi delirio. Me quedé sin saliva porque la que tenía me la había tragado desde el primer encuentro de mis ojos con su silueta.



—Ma... má... Estás increíble.



—¿Te gusta?



—¿Y cuál es tu plan? ¿Quieres que te secuestre una banda de tratadores de blancas? o ¿quieres que haya una oleada de infartos de viejitos en el bar? —mi madre sonrió con ese gesto malévolo que me mataba... ¡Dios, qué mujer!



—Basta... No es para tanto.



—En serio. Luces divina, nunca mejor dicho.



—Si no fueras mi hijo, ¿te causaría algún tipo de deseo?



No jodas —pensé— y siendo tu hijo también. Yo comenzaba a dudar que esas preguntas me las hiciera a propósito para hacerme sufrir. Pero no. Hubiera sido muy bello para ser real.



—Madre. Eres la mujer más sensual que conozco. Eres un bizcochote.



—Ay ya... naco. —volvió a reír. Pero sé que le gustó. Tomate esa, chiquita, pensé.



La idea de poderle decir guarradas y morbosidades me encantaba, y al fin le podía decir algo gracias a que ella me dio entrada.



—Moni, de verdad, yo no sé cómo mi padre no valora lo que tiene, no sabe qué tesoro está perdiendo. Yo disfruto viéndote así de hermosa todos los días —lo siento, ya sé que están pensando, pero era el momento de ser cursi...



—Gracias hijo. Me consuela que tu si me valores. Y que tú disfrutes de mi belleza.



Y de otras cosas... me dije. Tú también me consuelas mamita... Y vaya que lo hacía. Además, esa noche, sin saberlo, me iba a dar otro regalito. O ese era el plan. En fin.



Salimos en su auto, ella conducía. Pusimos el GPS y mientras nos dirigíamos al lugar, ella platicaba de su trabajo y yo de mi escuela, y la observaba de perfil, sus tetas hermosas casi me hablaban, sus piernas no tan torneadas pero si gruesas y bien formadas como de hembra maternal, me hablaban en un idioma que me incitaba a apretarlas, a tenerlas en mis manos como un trofeo, me ponían la verga al cien-to cincuenta, porque el cien ya lo llevaba. Y más cuando abría un poco las piernas para operar los pedales. Al conducir su auto, su vestido se había subido un poco, casi a la altura de su pelvis, por eso sus muslos desnudos se mostraban sin pudor, si me inclinaba hubiera podido ver sus ricas bragas de calienta vergas, pero no quise, decidí dejarlo a la imaginación, eso me daba más morbo y me alentaba más aquel sentimiento de cachondez y de excitación que sentía recorriéndome todo el cuerpo. Es decir la tenía ahí para mí, para retardar lo que quisiera ese proceso de descubrimiento y de disfrute de su cuerpo y su cachonda forma de ser.



Llegamos al bar y desde que descendió de su auto causó la admiración de muchos hombres, comenzando por el valet parking que lo primero que atinó a hacer fue observar sus lindas piernas...



—Buenas... noches, bienvenida —dijo el chofer, babeando. Buenísimas, a poco no, pensé yo.



—Gracias.



Luego en la recepción al invocar la reserva varios se la devoraban con la mirada. Quietos perros... pensé. Es mía. Sólo mía. Y en ese instante reflexioné que por naturaleza, todo hombre tiene dentro de sí ese sentimiento de pertenencia de su hembra, o sus hembras, como si ese sentimiento nos diera más placer, como para hacer lo que queramos con lo que es nuestro y disfrutar de ello solo nosotros. Y también pensé que toda mujer lleva dentro de sí a una puta caliente. Aunque lo nieguen por pudor o por orgullo. Y solo lo aceptan y lo dicen cuando las tienen bien ensartadas, con toda la verga hasta los huevos, pidiendo más, viniéndose como locas y lubricando como perras para que les sigan dando reata. Mi madre no era la excepción. Siento que disfrutaba que la morbosearan con los ojos, como si hubieran querido poner a cuatro patas, ahí mismo y dejársela caer hasta el tronco para que les ordeñara toda la leche. Yo también quería para ser honestos. A los hombres nos gusta emputecerlas, pensar en ellas, cuando estamos calientes, como si fueran nuestro objeto de satisfacción sexual, nuestras putas particulares...



—Mesa para dos ¿verdad?



—Preferimos barra, si se puede —me adelanté en pedir. El hostess aceptó de inmediato.



—Síganme.



Lo seguimos hasta la barra y nos dejó instalados. Era un bar de buen nivel, agradable y de ambiente sin llegar a ser vulgarson.



—Lindo lugar, hijo. ¿Te lo recomendaron?



—Sí ma, un amigo.



—Buen gusto.



El bartender hizo su aparición. Mi madre no necesitaba la carta ni las recomendaciones.



—Un Martini, con vodka, por favor. Y un vaso de leche para mi hijo...



Al instante volteé hacia ella para recriminarla con la mirada.



—Es solo una bromita —dijo, palmeándome la pierna—. No seas aguado, ¿no que venimos a divertirnos?



—Sí, claro —me hizo sonreír, la verdad fue buena broma. Yo era apenas un adolescente mayor de edad.



—Anda, pide lo que quieras, ya eres cancha reglamentaria.



Otro de sus malditos dobles sentidos cachondos que hacía sin saber que me prendían más. Sí Moni, pensé ya soy cancha reglamentaria y te voy a meter un gol que vas a ver...



El bartender llegó con el Martini de mi madre.



—¿Y para el joven?



—Una cerveza oscura solamente. Gracias.



Casi de inmediato destapó la cerveza frente a mí.



—Que disfruten...



—Gracias —dijimos al mismo tiempo.



Y vaya que voy a disfrutar, pensé mientras sorbía de mi botella después de chocarla con la copa de mi madre.



—Por el buen rato en compañía de mi hijo.



—Por mi hermosa madre —sus blancos dientes se asomaron por sus labios al sonreír.



Sé que te encanta Moni, que te digan esas cosas —me dije—, pues hoy te vas a hartar de oír piropos hasta que tengas inundada la pepa y me dejes esos calzoncitos mojados con tu olor.



Con fines narrativos y sin el afán de presumir, les diré que me sentía envidiado y al mismo tiempo me sentía honrado de estar con aquel monumento de hembra. Muchos me miraban raro. Como diciendo y ese pinche chamaco caguengue cuanto le pagó, o como le hizo para traer a ese bizcochote... Pero me valió madres. Yo seguía platicando con mamá y riendo, como devolviéndoselas, tomen perrooos. Viene conmigo. Y para que les ardiera más, de vez en cuando le daba palmaditas en su muslo apenas arriba de sus rodillas. De lo que mi madre no se quejaba para nada. Y se les iban los ojos a varios. Porque ahí sentada en el banco de la barra, el vestido de mi madre se alzaba a medio muslo, dejando ver sus preciosas y blancas piernas a la vista, colgando, rematadas en la punta con ese par de tacones negros que parecía la punta de la mecha que nos prendía a todos.



Decidí que debía comenzar mi tarea de la noche que era cansarla mucho, más que emborracharla. Así que Adrián, a bailar. Justo instantes después comenzó una salsa cachonda de esas que a mi madre le encantaban...



—Bueno... ¿a qué vinimos? —preguntó mi madre.



—A tomar y emborracharnos... —bromeé. Ella torció la boca—. Moni, es broma. Yo te traje a bailar y eso haremos así que vengase para acá chiquita.



Me paré y la tome de la cintura, justito arriba de sus hermosas nalgas. Para ir calando terreno. Ella sonrió y nos dirigimos a bailar. Yo ya estaba algo entrenado así que lo general lo dominaba. Así que mi hembra no tendría de que quejarse. No hace falta que les diga que más de 5 o 10 nos observaban relamiéndose los colmillos. Atrás lobos, atrás...



Bailábamos divertidos despreocupados del mundo, de la escuela, de la oficina, de mi padre, del puto qué dirán.



En algunas vueltas ella me rozaba la verga con su culo, y la neta era difícil disimular mi excitación pero traté de parecer natural. En algunas evoluciones yo aprovechaba para repegarme a su cuerpo. Mamita, me decía para mis adentros. Qué buena estas y te sientes.



Por momentos mi mano bajaba un poco más de lo normal de su cintura, para poder tocar la parte alta de sus nalgas. Y mamá consentía a su pequeño... Y así fue toda la noche: mano traviesa, arrimones, rozones de nalgas, arrumacos tontos en la barra disque para hablarnos al oído, etc. Todo estaba en mi contra, porque cada cosa que hacía ella conmigo inocentemente —o eso quiero pensar que así era—, más leña le echaba al fuego.



Ella bebía más y más sin llegar a estar borracha loca, estaba más bien como mareadona y contenta. Se había desinhibido conmigo, yo guardaba una distancia prudente con el alcohol, apenas llevaba 3 cervezas.



Para ese momento mi madre se dejaba “manosear” hasta cierto punto no cínico de mi parte. Le agarraba las piernas, le daba golpecitos en las tetas sin querer supuestamente al hacer movimientos torpes, le rozaba las nalgas con el dorso de mi mano al regresar de bailar, y durante los bailes le rozaba todo lo rozable... Estaba en la luna con aquella diosa que se dejaba hacer de todo...



Quiero pensar que de algún extraño modo, todas aquellas casualidades de mis manos y mi cuerpo la excitaban, la hacían sentirse deseada de un modo tierno, sin llegar a sentirse perversa ni enferma mental. Quiero decir que entraban dentro de lo aceptable, lo normal, quizá por eso no me había puesto freno.



Ella por su parte no se quedaba atrás. A parte de permitir u ocasionar —quien sabe—, todas esas muestras de cariño de su pequeño, también tenía actitudes cachondas como la de pasarme todas las nalgas por la verga en algunas vueltas, o pegarme sus tetas a la espalda o en los brazos al bailar. Incluso lo hizo un poco más evidente cuando bailamos algunas rolas de esas de merengue o tipo regueton. Cuando ya saben la mujer baila hacia atrás y se pega al hombre. Ahí mi chulada de madre me arrimó todo lo que se llama culo sin ningún tipo de pudor. Ni a que la vieran, incluso.



Pero lo que más me tenía a diez mil por hora era que cuando estábamos en la barra, cruzaba las piernas viendo hacia a mí, y me mostraba sus ricos calzoncitos blancos que llevaba. Eran tipo bikini, satinados. ¡Dios! Los que más me gustaban. No sé si notaba que yo clavaba por momentos mi mirada en su panochita deliciosa. O quizá lo disimulaba, en cualquier caso lo hacía de lujo porque en ningún momento me dijo nada, ni me increpó con la mirada o con algún gesto desaprobador. Al contrario, abría más las piernas para mostrarme todo el chocho sexy que tenía.



Ya entrada la noche el tema se puso algo candente y un poco incómodo para mí porque aunque la deseaba no me sentía con confianza aun para soltarle todo. Y sobre todo para expresar mis deseos ante sus preguntas abiertas que de algún modo extraño terminó haciéndome.



—Hijo, nunca hemos hablado de sexo tú y yo.



—¿Y crees que este sea el mejor lugar y momento ma?



—No lo sé. Si no quieres pues no pasa nada... Pero pensé que ahorita estamos en un lugar tranquilo para platicar y ya con unas copas encima quizá así aflojes más rápido jaja —su sonrisa pícara y sexy otra vez... Como eres malvada... pero como me encantas mamita.



—Ok pero ¿qué quieres que te diga?



—¿Aún eres virgen?



—Mamá... ¿En serio?



—Uy perdón, el señorito se nos pone pudoroso. Hijo, no tiene nada de malo. ¿Te da vergüenza decírmelo o te da vergüenza aceptar que aún lo eres...?



—Ninguna es solo que...



—Hijo, soy tu madre. A poco a mí me da vergüenza contigo. Cuantas veces me he vestido enfrente de ti.



—Muchas.



—¿Entonces? Son cosas de la vida. Cuéntame anda...



—Bueno... es que... Ok. Sí soy virgen Moni, ¿contenta? —ella se cagó de la risa.



—¿Ves? Sabía que te ibas a burlar.



—Es que con 18 y aun sin saber lo que es metérsela a una mujer... Bueno, bueno, no pasa nada. Ya llegará tu momento.



—Sí algún día —y tú serás la primera mamacita, pensé.



—No tienes ni novia hijo, así como quieres. Dime ¿te gusta alguna chica en especial?



—Sí. Una que me encanta.



—¿Y cómo es? ¿La conozco?



—Sí. Pero no te diré quién es. No insistas.



—¿Es joven?



—Mmm, no sé. Según se vea. Para mi es joven pero en realidad es madura joven.



—Ohhh —mi madre se sorprendió—. ¡Te gustan mayores! Oh Dios.



—Y ¿qué tiene de malo?



—Nada, nada. Es solo que quizá sea más difícil que te haga caso, una mujer mayor que un hombre tiene otras prioridades.



—No se sabe madre. A lo mejor sí le gusto y termina acostándose conmigo.



—Pues mira, yo en mi profesión he visto de todo, no te lo discutiré, todo es posible.



—Claro que sí.



—O sea que te gustan las mujeres maduras ¿eh? Travieso —en eso abre sus piernas y veo toda su pepa envuelta en blanco satín, Dios mío, pensé.



—Sí la verdad mamá, me atraen mucho.



—Tengo que llevarte al psicólogo —bromeó y se rio después. Luego tomó un trago de su bebida, era creo un mojito. Y de nuevo volvió a la carga—. Esa mujer que te gusta ¿cómo tiene el busto?



—Pues... grande, sus pechos son grandes...



—Pechos... jaja. Se llaman tetas, hijo, así hablan los machos. Además se oye más sexy. A ver, ¿las tiene grandes así como tu madre?



Ahí es donde comenzó la incomodidad verdadera. Quería poseerla pero no quería soltarle el rollo aun y menos bajo interrogatorio. Y es que a la vez que me ponía cachondo sus comentarios, tampoco quería evidenciarme cínicamente.



—Pues sí, igualitas —pues ahuevo, eran esas.



—Mmm vaya, ¿y las tiene más bonitas que yo?



—¿Cómo a qué te refieres?



—Sí, a la forma, al tamaño...



—Pues no, las tuyas son más bonitas y más grandes un poco —tomé de mi cerveza porque se me estaba quemando la lengua y los huevos.



—¿O sea que te gustan mis tetas? —ta madre... no sigas por ahí mamá.



—No, bueno sí. No sé... es que me da pena.



—Llevas toda la noche viéndome las tetas ¿y ahora te pones pudoroso?



—Moni es que eres mi madre, y son tus...



—Y qué tiene, ¿eres hombre no? Te gustan todas las tetas, ¿o no? —disfrutaba esa perra hermosa y caliente poniéndome nervioso con sus preguntas. Me tenía por los huevos...



—Bueno sí... La verdad me gustan.



—Cuando me has visto en brassier, ¿qué sientes?



—Mmmm, ¿vamos a bailar?



—Estoy rendida, me duelen los pies. Señoría, el testigo evade mis preguntas... —mierda. Estoy acorralado. Ahora seré el hijo caliente y pervertido. Se acabó el juego de semidesnudos y de acostones virtuales. Otro trago a la cerveza.



—Cuando te he visto... Me gusta ver tus pe...



—Tetas...



—Sí, eso, tus tetas. Se me hacen grandes y ese tamaño, esa voluptuosidad, ese portento que tienen, me hace sentirme diferente...



—Adrián... Hijo no tiene nada de malo, dilo como lo sientes... —ya no aguanté más... ahí te va todo zorra caliente y malvada calienta vergas.



—Esa imagen tuya cambiándote me excita, se me hace muy sensual y muy perturbadora —parecía que mi madre iba a venirse del placer que le causaba que yo le dijera eso. Realmente lo disfrutaba, se relamía los dientes y quizá se le mojaba toda la pepa, no sé pero de que estaba a gusto machacándome lo estaba.



—¿Se te para el pene al verme?



—Se dice verga mamá... —tómala Moni. Me excitaba la idea de que hablara sucio de mi propio miembro. Eso la emputecía más.



—Bueno, ¿se te para la verga al verme las tetas?



—¿De verdad quieres hablar de esto?



—¿No hay otra cosa mejor o sí? —sorbo al mojito y sonrisa sexy... maldita como te adoro.



—No, creo que no...



—¿Se te para o no?



—Sí y mucho.



Ya no me cuestionó más por el momento. Quiso irse. Pedimos la cuenta y la pagó. No recuerdo cuanto fue, pero era una cantidad considerable. Para mama era el pelo de un gato.



Cuando salimos pasaban de las dos de la madrugada. Me pidió que condujera porque de los dos era el más sobrio. Ella iba medio dormida en el asiento del copiloto. Me costaba trabajo concentrarme en el volante y el camino porque quizá por su estado —aunque no estaba perdida en el alcohol, ya iba algo cansada y mareada—, mi madre había perdido algo de compostura, y su vestido lo tenía muy alzado, mostrándome sus piernas por entero y el nacimiento de su vulva, lo cual me tenía al cien. Sus calzoncitos blancos parecían estar pegados a su piel rasurada... Yo imaginaba lo que había debajo. Por un momento me sorprendió observándola.



—¿Te gusta mi ropa interior hijo? —no quiero que la imaginen hablando borracha, mi madre no gustaba de embriagarse así como loca, era una mujer con clase, recuerden. Más bien hablaba como relax, y un tanto cansada.



—¿Otra vez las preguntitas?



—Sí. Otra vez. Quiero saber cosas de ti.



—Pues sí Moni, me encanta tu ropa interior, me encanta verte así.



—Y mi culo ¿te parece sensual? ¿mis nalgas te parecen sexys?



—Mamá...



—Responde.



—Sí, la verdad sí, es perfecto. Tus nalgas son redondas y sensuales. Me gustan.



—¿Puedo saber por qué tantas preguntas?



—Quiero saber si todavía soy sensual para los hombres. Quién mejor que tu para decirme la verdad.



—Mamá tu eres una preciosura, te lo dije antes de salir, eres una súper hembra —decir eso me la paró de nuevo—, eres un monumento, eres una mujer que cualquiera querría tener a su lado, y sobre todo en la cama...



—Tú me tienes en la cama... —Dios mío, por qué me castigas así... esos comentarios tan cachondos.



—Sí mamá, por eso me siento honrado cuando te acuestas a mi lado. Muchos matarían por una noche contigo. Por hacerte tantas cosas ahí...



—¿Ah sí?



—¿Qué cosas?



—Pues ya sabes...



—No no sé...



—Ya sabes, lo que todo hombre hace a una mujer que desea.



—Tú, ¿qué me harías? —tragué saliva... me agarró en curva una vez más... y yo sin frenos.



—Mamá...



—En este momento no soy mamá... Dime ¿qué me harías?



—Ok Moni. Para ser honestos nunca lo he hecho así que todo se remite a lo que creo que debo hacer, lo que he visto en las pelis... porno...



—Sé que no lo has hecho con nadie, pero esa no es la pregunta. ¿A ti, con lo que sepas o no, que te gustaría hacerme?



Seguramente se están imaginando a una madre zorra, que estaba abriendo las patas mientras cuestionaba a su hijo, frotándose la pepa, perversamente. Pero no, lamento decirles que no era así. Mi madre hablaba con una voz sensual y articulada, pero era una seductora, sabía qué hacer y cómo hacerlo para no parecer una vulgar perra caliente conmigo, sino una hembra calculadora que sabía mantener el control de la situación y el hilo de la historia, yo jamás pensé que las cosas fueran por ese rumbo, y estaba sorprendido, pero eso no significaba que ahí íbamos a montar una bacanal. Más bien podría decirles que se trataba de una situación muy muy erótica, en la que mi madre parecía disfrutar del interrogatorio y de mi actitud, y en la que yo era la víctima pero a la vez una excitación y una calentura que muy seguramente ocasionaba de modo consciente y a propósito. Como una dominación con un amo y un esclavo mental, en la que ella alimentaba mi verga con sus insinuaciones y preguntas cachondas, pero a la vez no me daba alivio. Les puedo decir que ese ha sido uno —quizá el mayor— de los momentos más eróticos de mi vida.



La gente confunde el erotismo con la pasión. En mi personal opinión el erotismo es un orgasmo muy largo e intermitente que viene y va y puede durar días y días, alimentándose, creciendo hasta que algún día explota mediante la pasión y el sexo. Para mí eso es algo distinto. Es algo que llevaba viviendo mucho tiempo ya con mi madre, desde que se mostraba semidesnuda ante mí, desde que me arrimaba a ella al cocinar, o lavar. Algo en mí, en el fondo me decía que ella sentía mi pene erecto sobre sus nalgas y sabía que me gustaba esa sensación y por eso se dejaba hacer... Porque de algún modo —me imagino— ella como madre me regalaba también placer para que yo creciera como hombre, para que me formase como un hombre integral. Que quede claro que no soy homofobo, para nada. Al contrario, creo en la igualdad, lo que digo es que quizá mi madre eso quería de mí. Por eso me dejaba tomar de ella esos momentos de erotismo mujer-hombre. En los que algunas tardes de verano, ella aparecía en calzones y brassier de encaje, subiéndose las medias arriba de la rodilla con la pierna sobre la cama, y volteaba a verme, sonriendo, diciendo hola hijo, como si nada, de forma natural. O la encontraba agachada buscando algo en alguno de sus cajones, y su trasero apuntaba hacia mí, mostrándome sus bragas blancas o negras satinadas, o de encaje, en todo su esplendor, y haciendo como si nada pasara, diciéndome que no encontraba algo y que le ayudara. Desde los 15 años había comenzado aquella situación, cuando comenzaba ya a fijarme en el pecho de las mujeres, y en sus curvas geniales. Pero esos encuentros casuales y eróticos con mi madre hacían que mi estómago diera un salto, y mi pene reaccionara a su imagen sensual y sus carnes espléndidas.



Eso tenía en la mente mientras conducía, antes de responder a su pregunta.



—Adrián...



—Tengo una fantasía contigo Moni...



—¿Ah sí? Eso es interesante. Cuéntame, a ver qué tan original es.



—No sé si es original, pero es un deseo que tengo y que me gustaría saciar algún día.



Por esa ocasión mi madre calló, ahora fui yo quien la dejó sin palabras. Lo más seguro es que no fue una victoria mía, sino que ella así lo deseaba porque le convenía.



—Extrañamente, no incluye el coito, aunque eso es algo que también me gustaría. Es más bien una fantasía erótica fetichista.



—¿Pero tú sabes lo que es el fetichismo? —era una pregunta retórica e irónica. Mi madre sonrió de nuevo sorprendida.



—Madre, se muchas cosas sobre la sexualidad aunque aún sea virgen.



—Te dije que en este momento no soy tu madre, dime Moni.



Creo que ahora que lo pienso, no quería que le dijera madre para no ensuciar esa parte de su ser, a la que quería conservar impoluta de alguna mancha incestuosa. Y que al mismo tiempo llamarla por su nombre, un nombre cachondo por cierto, la hacía sentirse perra y sucia, emputecida. Y eso la ponía caliente. No lo sabía aún.



—Sí sé lo que es el fetichismo, y comparto algunos gustos sobre eso.



—Lo sé... —caramba, cada segundo que pasaba mi madre me sorprendia mas.



—¿Cómo que lo sabes?



—Sé que eres fetichista... Muchas cosas te delatan, soy abogada hijo.



—No me llames hijo por ahora —ahora te toca zorra hermosa. Mi zorra...



—Ok. Adrián, me parece justo. Como si fuéramos dos extraños hombre y mujer.



—Sí.



—Te decía que sé que tienes algunos fetiches y eres voyeur también. Es más, acabas de aceptar que te encantaba verme mientras me vestía y que te excitaba verme mi ropa interior.



—Sí.



—Y también usarla...



—¿Qué dices? Yo nunca me he puesto tu ropa.



—No dije que te la pusieras, dije que la usabas...



El silencio embargó su auto. Quise reprimir el imperioso deseo de girar mi vista para ver su cara. Pero no pude. Así que giré y me encontré con esa sonrisa angelical y endemoniada al mismo tiempo que me hacía subir al cielo. Me daba morbo ver su rostro mientras ella me hablaba de mis perversidades. Su vestido rojo me mostraba aun su ropa interior, y su escote, que ya prácticamente no escondía nada, me dejaba vislumbrar sus dos melones 38D duros y maravillosos, descansando bajo su sostén blanco, que iba a juego con sus braguitas.



—¿A qué te refieres?



—¿Crees que no sé qué tomas mis panties para masturbarte?



Touché. Volvía a callar, Moni 5 - Adrian 2. Iba perdiendo por puntos, por goles de campo y perdería por nocaut seguramente. Sonrisa malévola y cachonda. Volví a mirar hacia el frente. Estábamos cerca de casa. Quedaban unos diez minutos de trayecto. Era una eternidad para cualquier cosa: seguir hablando o llegar a desquitar todo el dolor de las entrañas.



—¿Lo disfrutas mucho? —el tono de su voz no era de reprimenda, sino como la de toda la noche, de un sensual interrogatorio más por morbo que por cazarme.



—Moni...



—¿Disfrutas poniendo tu pene sobre la tela suave de mis calzones?¿Pensando que en esa parte estuvo la vagina húmeda de tu madre? —estaba entre excitado y algo avergonzado por saber que mi madre sabía lo que yo hacía.



—Yo...



—¿Disfrutas eyaculando sobre ellos? ¿Dejando que tu semen se mezcle con mis jugos vaginales y penetre en su tela? ¿Uniéndonos por ese instante a ti y a mí? —Maldita sea, por qué tenía que ser abogada. Cada pregunta aumentaba mis deseos y a la vez me hacía algo de vergüenza. Pero no podía negarlo todo... tenía que aceptar las acusaciones y los cargos.



—Sí Moni... disfruto mucho y desde hace ya un buen tiempo que te miro con deseo y que me masturbo con tus calzones sucios y limpios, y me encanta eyacular sobre ellos, me hace sentir que llevas algo de mi contigo, bueno no sé si te los ponías así sucios de mi semen, pero eso sentía cada vez que lo hacía. Y me hacía sentir que te poseía de algún modo.



—¿Ah sí?



—Sí...



—Vaya... Señoría, no más preguntas...



Llegamos a casa y aparqué la camioneta de mi madre, no la metí a la cochera sino que la dejamos enfrente de la acera. Sentía su mirada inquisidora sobre mí y quizá sobre mi verga. Quería verme así, quería verme caliente ahora lo sabía más que nunca. O eso me pasó por la mente. Era como si estuviera disfrutando esa noche ponerme así por un capricho suyo, y yo sufría porque en verdad la deseaba y no sabía en qué iba a parar todo aquello ya que sabía mis oscuras intenciones incestuosas.



—Sabes una cosa...



—Dime.



—Me encanta...



—¿Qué cosa?



—Que me desees así... —no me digas, pensé—. No me molesta ni me ha molestado nunca que te excites viéndome, y usando mi ropa para saciar tus deseos fetichistas.



—¿De verdad?



—Sí... Eres hombre y tienes tus necesidades. Y yo disfruto haciendo que los hombres se exciten conmigo.



—La verdad sí, en el bar todo mundo te comía con la mirada.



—Pero ya ves, iba contigo... Para ti solita... ¿No me disfrutaste?



—¿Qué quieres decir?



—No te hagas... —fingí demencia—. ¿A poco las tocaditas a mis tetas eran casualidad?



—Mmmm no... —acepto que estaba derrotado, mi madre me había cachado en todo, pero me encantaba la derrota. Porque eso quería decir que mi madre consentía todo eso.



—¿A poco esos rozones a mis nalgas eran de otros?



—Eran míos.



—¿No te gustaron los arrimones?



—Sí. Me gustaron mucho.



—¿Y no te agradó ver bajo mi vestido mientras platicábamos?



—Sí, eso me encantó.



Mi madre hizo un gesto de victoria. Me tenía de los huevos y le gustaba tenerme así, y a parte calentármelos. Lo que no sabía a ciencia cierta era cuando habría de aliviármelos ella misma.



—Gracias por la invitación —dijo, como cerrando la conversación—. Solo una cosa más.



—Dime...



—No terminaste de explicarme tu fantasía.



—Me interrumpiste. Ya que había agarrado valor.



—Pues ahora dímelo, quiero saberlo.



—Está bien, Moni, ya que insistes. La verdad, por ahora mi mayor fantasía es masturbarme sobre ti, sobre tu ropa interior, mientras me observas hacerlo. Consciente. Y que tú desees que lo haga...



—Wow... suena interesante.



—Quizá tú has hecho muchas cosas en tu sexualidad, pero por ahora para mi es lo que me pide el cuerpo y el alma.



—Nada mal para ser el comienzo.



—¿Tú crees?



—Seguro. La madre es un ícono sexual por excelencia. Y a mi me encanta ser el tuyo. Disfruto que me veas, y que te guste verme en ropa interior y que desees mi cuerpo. Eso es muy sensual.



—Sí que lo es.



Ya no dijo más... Descendió del auto aun medio mareada, se puso las zapatillas (en México significa zapatos de tacón alto), y nos dirigimos hacia la puerta. Mi pene era ya un mástil perenne, o sea, toda la noche parado y en ese momento aún más. El momento cumbre era ese. Tremenda calienta vergas era mi madre, una perra

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 4
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