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Haciendo una diosa

Al tomarla por la barbilla sujeté todos sus movimientos. Parecía que su cuerpo había quedado suspendido en el aire. Solo sus ojos seguían clavados en mi admiración a su belleza. La sonrisa no le salía, pues su rostro estaba amoldado a mi mano que arropaba su pequeña cara. Con la otra, tomé la funda de la almohada y empecé a hacerla girar. Se atornilló hasta convertirse en un grueso mecate de tela que llevé a sus ojos y amarré con fuerza dejando todo su cabello recogido.

Estaba tranquila, aunque se sabía indefensa. Hoy la dominaría a mi antojo. Hoy las palabras se hacían realidad. Cuando lamí su cuello y bajé entre sus pechos, pude sentir lo acelerado de su corazón. Miedo y excitación habían enrojecido su blanca piel. Sus mejillas, cuello y pecho estaban manchados por una sangre que fluía bajo la inerme y excitante desnudez. Baje su panty mientras ella se encontraba parada, ya desnuda y sin poder ver. Su piel y sus oídos eran su mejor manera de entender lo que sucedería en esa habitación. La olí. La llevé a mi cara y respiré lo más profundo que pude. Mis pulmones se impregnaron de todos sus jugos. La tela estaba totalmente mojada. Tanto como para humedecer mi mano cuando apreté contra mi nariz ese pequeño triángulo de tela púrpura con encajes.

Puse una pequeña cadena dorada en su cintura. Tenía unas delicadas piedras traslucidas que colgaban a los lados. Por detrás otra cadena transversal que llegaba hasta su cuello, rozando su columna, donde pondría una pequeña gargantilla dorada y una medalla que coincidía justo con la V de su tráquea. Me dijo estaba fría, yo sabía no sería por mucho tiempo. Tomé de la gaveta una bolsa que había guardado para este momento. Un hilo dental lleno de pequeñas rosas, de un material brillante como si fuera de un cuero lleno de microscópicas lentejuelas. Le pedí subiera un pie a la vez. Lo hacía deslizarse mientras rozaba sus piernas y antes de ponérselo por completo, me acerqué para olerla. El mismo aroma que aún tenía impregnado de las paredes de mi nariz. Ahora quería un poco en mi boca. Con mis dedos abrí paso y lamí delicadamente para descubrir que parecía una fuente que empezaba a bañar el interior de sus piernas. Pasé mis manos, la sequé y luego me las limpié en la camisa lo más cerca de la cara, para seguir respirando su olor. De la bolsa saqué una especie de corsé. Látex negro para que los pechos se levantaran y quedara solo el pezón por fuera. 20 ganchos por detrás eran el camino para una tira negra adornada de hilos plateados y dorados que se cruzaban como la de los zapatos y hacían que la pieza quedara totalmente pegada al cuerpo. Me alejé para verla, estaba creando una diosa.

La piel blanca, las cadenas doradas y armadura negra patente. Dos pulseras negras con aplicaciones metálicas adornaron sus antebrazos. Para sus manos, un par de guantes del mismo material del corsé, que llegaban hasta unos centímetros antes de sus codos. La calcé con sus zapatos negros, bien abrochados, para que quedaran ajustados. Rodé el espejo para un lado de la cama y el de la sala lo traje también para ponerlo a un lado del otro. Sobre los guantes le puse un par de esposas que las terminé agarrando del respaldar de la cama. Quedó sujeta al tope de madera, sin poder soltarse. Retiré su venda y por fin logró verse en el espejo. Detalló todo lo que había hecho. Sus labios se hincharon y su cara se enrojeció aún más. El olor en la habitación era más fuerte. Podía verse indefensa. Lista para ser disfrutada. Me quedé varios minutos viéndola. Mirando la excitación que le producía estar sujeta así sin nada que hacer para escapar. Viéndose al espejo y vulnerable a mí. Me quité la ropa. Me acerqué. La olí. Era una hembra lista. Con mi mano abierta le palmeé uno de sus glúteos con mucha fuerza. Disfruté mientras mi mano aparecía impresa en su piel y en ese momento abrí sus nalgas para disfrutar de los ardientes jugos que salían de entre sus piernas.

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