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Categoría: Confesiones

Hace muchos años que oigo hablar de él

Hace muchos años que oigo hablar de él... de Pedro... el mejor amigo de mi marido, un hombre al que nunca he visto, pues debido a sus negocios vive en la otra parte del mundo... es un hombre al que mi marido admira, se conocen desde niños, me atrevería a decir que son hermanos más que amigos, pues a pesar de la distancia hablan casi cada día por teléfono.



El teléfono fue el primer contacto que tuve con él, no necesito decir que me cautivo su voz, su forma de hablar, su entonación era una caricia para mi alma, y un regalo para mis oídos.



Yo llevaba demasiado tiempo sola, mi marido desde siempre se ha encerrado en su trabajo, negándose a compartir conmigo cualquier cosa, lo único que compartíamos eran tres o cuatro minutos de sexo cada dos o tres semanas.



Siempre me pregunté si el sexo sería igual para todas las personas, ¿si era algo que no iba más allá de tres minutos?... ¿porque gustaba tanto a todo el mundo?.



Nunca pensé ser infiel a mi marido, soy bastante conformista y en mi ignorancia era feliz, por supuesto mi marido también lo era, tenía sus "amiguitas" de turno que le satisfacían como su esposa frígida no sabía.



Sospeché muchas veces que había otras, pero nunca tuve la certeza, y nunca tuve el valor suficiente para preguntárselo.



Durante uno de sus muchos viajes me llamó, para pedirme que fuese al aeropuerto al día siguiente a recoger a su amigo Pedro, me pidió que le diese acogida en nuestra casa, me exigió que le tratase bien, me rogó que le atendiese lo mejor posible, y para terminar la conversación me dijo: "Yo llegaré en un par de días o tres y me reuniré en casa con vosotros"



Me sentó fatal... a pesar de conocer su amistad me molestó que mi propio marido me pusiera en la obligación de atender a un extraño, yo había hablado con Pedro muchas veces por teléfono... sí... pero de eso a tenerle en mi casa... estando sola... era una situación muy violenta para mí, aún así obedecí, como siempre.



Al día siguiente me personé en el aeropuerto para recogerle, le había visto en algunas fotos antiguas, pero para conocerle quedamos en que él llevaría un oso de peluche enorme bajo el brazo, se lo traía a su sobrina.



Cuando le vi, mi desilusión fue tremenda, era un hombre mayor, mas que mayor diría viejo, con cara de pocos amigos, aún así, me acerque a el para decirle... "Bienvenido Pedro"... y su respuesta me dejó más confundida aún porque me dijo... "Pardone moi je ne comprend pas"... era evidente que me había equivocado de persona, pero era el único que traía un oso, aunque eso si, no muy grande.



Intentaba comprender que era lo que sucedía cuando alguien tocó en mi hombro, al volverme sorprendida me encontré cara a cara con un enorme oso de casi un metro de alto, diciéndome... "Hola Maria... eres mucho mas bonita de lo que me había contado Luis" ... y dicho esto dejó caer al suelo el oso, y le vi a él, ¡¡Dios mío!!... por un momento me sentí aturdida, no podía ser humano, era un verdadero Adonis, en toda mi vida nunca había visto un hombre tan perfecto como aquel, ni en las revistas, ni en el cine.



Debí quedarme embobada mirándole, porque él dijo con simpatía... "Me alegra conocerte... ya puedes cerrar la boca o se te llenará de moscas"...



Me odié en aquel momento, pensé avergonzada que mi reacción al verle era la de una colegiala, y traté de arreglarlo con mi saludo... "Perdóname Pedro... me has pillado despistada... bienvenido"... le dije mientras tendía mi mano, el cogió mi mano entre las suyas, tirando suavemente de mi para aproximarse, y me susurró al oído... "No me gustan los saludos formales entre amigos... dame un beso"... yo le besé atontada en la mejilla, y al devolverme el beso nuestras comisuras se rozaron... (..¿lo habrá hecho aposta?... pensé... uffff que nervios... ¡¡y que bien huele!! ).



Salimos del aeropuerto nerviosos los dos, hablando del tiempo, tan socorrido, como no.



Nos metimos en el coche y volví a sentir tu aroma, tan masculino, fuimos a casa en mi coche, yo conducía nerviosa, más pendiente de ti y de tu olor que de la carretera, tu en cambio ibas relajado hablando sin parar de tu infancia al lado de Luis, contando bromas de chiquillos, recordando las trastadas que hacíais los dos.



Al final pude concentrarme en tu charla, y disfruté y reí contigo, a la hora de llegar a casa ya estaba contenta por la petición de Luis, no obstante me sentí turbada al entrar en mi casa con un desconocido.



Te enseñe la casa y llevaste la maleta a tu cuarto, cuando te dije que la comida estaría lista en media hora, me contestaste enfadado... "De eso nada... mientras yo este aquí esas hermosas manos no cocinarán... saldremos a comer fuera"... yo intente protestar y tú pusiste tu dedo índice sobre mis labios en señal de silencio, mientras con la otra mano sujetándome por el hombro me llevabas a la calle.



Comimos en un pequeño restaurante cercano a casa, tú pediste paella, el plato del día, y yo hice lo mismo, pasamos toda la comida hablando de comida, claro está, contándome lo que echabas de menos algunos platos, como la paella, el cocido, el gazpacho...etc.etc.



Al llegar a los postres ninguno de los dos teníamos demasiadas ganas, así que tuviste la genial idea de compartir uno, una copa de helado de yogur con salsa de caramelo, ummm, comencé a sentir calor, y una especie de mareo, habíamos tomado una botella de vino que empezaba a hacerme efecto, me diste helado con tu cucharita, me pareció un gesto erótico que comieses después y volviste a ofrecerme una segunda vez, me sentí ligera y desinhibida y chupe juguetona la cucharita para ponerte nervioso, que ilusa!!... tu con una calma increíble la llevaste de mi boca a la tuya sin pasar por el helado y sacando la lengua la chupaste sin apartar tus ojos de los míos... provocándome... encendiéndome.



El camarero amablemente nos ofreció una copita del licor de la casa, muy fresquito con hielo, tomamos el licor y salimos a la calle después de pagar.



Yo andaba como ida, más que caminar, se diría que flotaba, ya en la puerta de casa tropecé en el ultimo peldaño, y me frenaste para evitar que cayese, noté tu cercanía, nunca había estado tan cerca de un hombre que no fuese mi marido, tus brazos eran fuertes y envolventes, me sentí segura en ellos, y entramos en casa sin que me soltaras.



Me acompañaste a mi cuarto diciéndome... " Debes acostarte un rato...estás mareada"... me sujetaste por la cintura para sentarme en mi cama, y yo, no se como pasó, pero te rodee el cuello con mis manos haciéndote caer encima mío sobre la cama, te besé sin poder aguantar las ganas, durante unos segundos me respondiste con pasión, después dijiste con voz ronca "Luis es un autentico imbécil que no sabe la suerte que tiene"... acto seguido te separaste de mi para mi sorpresa y añadiste " No voy a aprovecharme de tu situación... ahora no estás en condiciones... duerme querida niña"... y sin saber como me quedé dormida.



Me despertó un aroma delicioso, olía a comida, ¿pero que comida?... ¿y quien cocinaba?... entonces lo recordé todo, me di cuenta que había dormido toda la tarde y me sentí completamente avergonzada, pensé que no tendría fuerzas para salir de mi cuarto, entre en el baño y me di una ducha rápida que me reanimó, me puse un viejo y cómodo vestido, y salí para enfrentarme contigo.



Sonreíste al verme aparecer en la puerta de la cocina... "¿Has descansado?.. ya está lista la cena... he pedido comida china ¿te gusta?" ... "Si claro" contesté...



Al contrario que en la comida cenamos en silencio, y sin vino, tomando lo único que había en casa, cerveza sin alcohol, al terminar de cenar me empujaste fuera de la cocina diciendo que tú recogerías, yo puse música y preparé un par de copas de licor de manzana con mucho hielo pero sin alcohol.



Nos sentamos en el salón y tú brindaste por los buenos amigos, verte sentado en mi sofá fue extraño, estabas tan a gusto que parecía hecho para ti.



Empezamos a charlar, y la conversación derivó hacia temas personales, me preguntaste si era feliz con Luis, y me extraño esa pregunta, la conversación se fue haciendo más intima, me preguntabas detalles de mi relación con Luis, y yo respondía tranquila, como lo haría con mi confesor, llegó un punto en que no pude sujetar mi curiosidad y te pregunte abiertamente si sabías algo sobre Luis que yo desconocía, tu respuesta fue bajar los ojos y decir que él era tu mejor amigo.



No me gustaba el cariz que estaba tomando la conversación y te dije que iba a llamar a Luis a su hotel, tu intentaste evitarlo, yo insistí obcecada, y llamé, al quinto tono de llamada contesto Luis, parecía enfadado, irritado, y pude entender el porque cuando oí risas femeninas a su lado, disimule y le dije que todo iba bien y que hablaríamos por la mañana.



Cuando colgué me sentía morir, tu te acercaste y me dijiste... " No estaba solo verdad?"... yo asentí... "Nunca lo está... tu marido es un completo idiota nunca le entenderé"... yo sin querer dejé escapar mis lagrimas, tu me rodeaste con tus brazos y besaste mis ojos llorosos... "No llores María... él no merece tus lagrimas... ni el ni nadie".



Me sentí inundada de ternura ante ese gesto, ante tus besos en mis párpados, en mi frente, en mi pelo, tu voz tranquila, dulce y cariñosa, y sobre todo el calor que me ofrecían tus brazos, todo eso me hizo sentir viva, querida y mimada y me gustó esa sensación, alcé mi rostro hacia ti deseando que me besaras, pero tu me sorprendiste diciendo... "Es casi media noche... será mejor que nos vayamos a dormir... hoy ha sido un día agotador para ambos".



Me separé de ti y asentí..."La verdad es que sí... estoy cansada... buenas noches Pedro... si necesitas algo llámame"... "Tranquila María... que duermas bien"



.. ya de madrugada sonó el teléfono, me levanté apresurada esperando que tu no te despertaras, "demasiado tarde" pensé cuando te vi asomado a la puerta de la cocina, medio desnudo, cubierto solo de cintura para abajo con una minúscula toalla.



Me dijiste "Era una equivocación, ¿quieres un vaso de leche fría? hace mucho calor"



Y yo acepte sin decir ni una palabra, como hipnotizada, sin poder alejarme de ti.



Era evidente que acababas de ducharte, imaginarte desnudo me excitó, entonces sentí tu mirada desnudándome y abrasándome la piel, disfrute de la caricia de tus ojos, mientras trataba de beber la leche fría.



"Me gusta tu camisón, te favorece ese color" dijiste, y yo como una imbécil añadí "es color berenjena" como si tu no lo supieras, estaba tan nerviosa, que me costaba trabajo respirar pausadamente, tú en cambio estabas tranquilo y relajado, o eso me pareció.



Te acercaste a mi y noté el calor de tu pecho a través del fino camisón, agachaste la cabeza y me susurraste al oído "cariño eres preciosa" yo di un paso atrás, necesitaba apoyar mi espalda, las piernas me temblaban, sabia lo que iba a pasar.



Me acorralaste contra la pared, te mire a los ojos y vi la pasión en ellos, tus manos volaron hasta mi cuello acariciándolo con calidez, posándose sobre mis hombros, quedándose un instante allí quietas, para deslizarse después suavemente hacia mis pechos, rozando con el dorso de los dedos mis pezones, ya erectos.



El calor y el deseo iban en aumento, olvidándose del pecho tus manos descendieron hasta mi cintura apretándome contra tu cuerpo, mi cabeza cayó hacia atrás en señal de entrega, mis manos deseosas de ti recorrieron tu torso desnudo, tus hombros, tu espalda y al fin se aferraron a tu cuello, mientras mis labios entreabiertos reclamaban un beso.



Tu boca se apodero de la mía con caricias en forma de besos suaves, delicados, tiernos y dulces, besos de acercamiento, de conocimiento, después de recorrer mis labios con los tuyos, tu lengua comenzó a acariciarlos de una manera salvaje, el beso se transformó en algo dominante, agónico, posesivo e interminable.



Mi entrega ya era total, no te costo ningún esfuerzo sentarme sobre la mesa de la cocina, separar mis piernas, y acariciar mi sexo húmedo con tus manos expertas y todo sin dejar de besarme.



Sentí el dolor del deseo entre mis piernas, y con mis manos acaricié tu tallo erecto, me moría de ganas de besarlo de sentirlo dentro de mi boca, pero tú ya no podías esperar más, notando tu ansiedad me pegue más a tu cuerpo para sentir a la entrada de mi sexo la suavidad de tu miembro, deseando tenerlo dentro, tu sexo se introdujo en mi cuerpo de una sola vez, llenándome por completo, una vez dentro se acabaron las prisas, comenzaste a moverte en mi interior con lentitud, sin dejar de besarme, nos movíamos con suavidad, susurrándonos hermosas palabras de amor, con mucha ternura al principio, estuvimos así mucho tiempo disfrutando del cariño, haciéndonos el amor, descubriéndonos, alimentándonos cada uno del placer del otro, después, poco a poco nuestro deseo se acrecentó, y nuestros jadeos se multiplicaron, fuimos aumentando el ritmo buscando un completo y perfecto acoplamiento, ser uno, movernos como uno, consiguiendo con cada embestida arrancarnos gemidos, alaridos de placer, tus caderas y las mías formaron una conjunción perfecta cuando sentí que me moría, todo mi cuerpo se estremeció de placer de arriba abajo, y un gran escalofrío intenso me recorrió la espalda, al alcanzar mi primer orgasmo no fingido, sentí tu semen caliente inundándome, te sentí latir en mi interior, mientras nos desplomábamos sobre la mesa, completamente exhaustos jadeando agotados, y sudorosos, pero tremendamente satisfechos y felices después de habernos entregado al amor.



Instantes después con la respiración aún entrecortada te dije... "¿Así que era esto?...no imaginé... nunca supe" ... "Shh calla mi amor... ¡te queda tanto por aprender!"... "¿Me enseñaras tú, cariño?"... "Te enseñaré amándote"...



Después de aquella noche me separé de mi marido, pero eso es otra historia.


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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