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Categoría: Confesiones

¡Feliz cumpleaños querido amigo!...

Me encanta salir a tomar unos drinks con mis amigos, me encanta la manera en que convivimos y podemos relajarnos con tantas y tantas carcajadas. El viernes de hace quince días no fue la excepción, pretextando el cumpleaños de uno de mis amigos y compañeros de oficina se organizó la salida a un pub bastante bueno. Debo de decirles que yo me enteré del cumple de Sergio hasta muy tarde ¡qué pena!, se suponía que esos datos no deberían de escapar tan fácil, más cuando de buenos amigos se trata, aunque aludí bien mi irresponsabilidad mental jejeje… 

Total que llegamos al lugar, pedimos de tomar, en el lapso de tiempo se fueron juntando más amigos y compañeros de oficina, hasta que de pronto las rondas parecían más una competencia por ver quién era capaz de elevar más su consumo de alcohol y llevarse el “Nirvana del Shot” ¡malditos borrachos! Sí, así son mis amigos pero ah como los adoro. De pronto, noté que Sergio (cumpleañero) estaba un poco estresado y no paraba de ver el celular una y otra y otra vez –“¿Está todo bien amigo?, ¿esperas a alguien más al festejo?”-. –“¡Todo bien!, quedó de venir mi novia pero es obvio que no llegará, mira la hora que es. Siempre me hace lo mismo”- yo le puse la mano en la pierna, acaricie con delicadeza su muslo sobre su pantalón     –“Ay, no te apures. ¡Ya no le ruegues! ella se lo pierde.”- se echó a reír y me abrazó, tomó aquellas palabras como un “alivio” o un “descargo emocional”.

Pasado el tiempo y algunos tragos más algunos amigos comenzaban a irse, pero nosotros sabíamos que la fiesta iba a ser larga, quedábamos algunos que bien éramos suficientes para no dejar morir el ambiente –“Sergio: hablando de todo un poco, la ronda que viene la invito yo ¿eh?. Me siento apenada de que nunca recordé tu cumpleaños y bueno, también me apena el hecho de que fui la única que no te dio regalo. Te juró que no se repetirá.”- él me abrazó y me dio un beso en el cachete –“¡No pasa nada!. Después me das mi regalo, aunque lo que quisiera seguro nunca pasara.”- me guiñó el ojo en una forma muy coqueta. –“Y ¿qué es eso que quieres qué según tú no podrá pasar”- vi de inmediato como se ponía rojo y su mano me apretaba el muslo, estaba concentrado en mi pregunta y que el resto del grupo no se diera cuenta de que estábamos “flirteando”, es más juraría que su mirada me advertía no seguir preguntando e indagando sobre su deseo de cumpleaños. Pero insistí más de dos veces y la última vez lo hice más sugestivo, me acerqué a su oído y se lo pregunte por última vez, quedito, pausado y con el jadeo de respiración que sé le empezaba a poder la piel chinita. –“No sé si decírtelo, porque finalmente somos amigos y no me gustaría que por un desatino de mis impulsos pudiéramos quedar mal. Pero, ok. La verdad es que nada me gustaría más que conocer el sabor de tus labios ¡besarte! ese, ese sería mi regalo ideal. Un beso que no se me olvide nunca.”-, no podría decirles que me sorprendió lo que Sergio me confesaba porque la verdad es que era algo más que obvio que yo le gustaba, siempre lo notaba, con cada gesto, movimiento, manera de mirar y hasta de tocar. Tampoco les diré que me sentí incomoda con él y con aquel grupo de amigos por lo que él me confesaba, sino, todo lo contrario. En ese momento, corrió una sensación de adrenalina y excitación por darle a Sergio su regalo de cumpleaños.

-“¡Ven!, acompáñame al auto!. Prometo que no nos tardaremos”- lo vi dudar por un segundo, pero apenado y todo se levantó. Avisamos al grupo que no tardaríamos que saldríamos a comprar cigarros, nadie dudó y ¿cómo hacerlo? si ante todo ambos nos habíamos comportado hasta ese día como unos fraternos amigos, que ni yo sabía esa condición de “amistad inocente y sin morbo” cambiaría aquella noche.

Llegamos al auto, nos metimos y fui clara al decir –“¡Te voy a dar el placer de probar mis labios y saber lo rico que son!”- lo tomé de la corbata y lo jalé hacía a mí, lo besé con ternura pero también con mucha pasión. El sabor de sus labios me encantaba, su saliva era rica, sí, la verdad es que más que un “favor” o “regalo” estaba siendo aquello un placer divino, no sé cuánto tiempo habría transcurrido desde que subimos al auto pero sabía que más de cinco minutos era casi seguro. Le mordí el labio dos veces, suficientes para que él empezara a pedir más. Me despegue de sus labios carnosos, lo mire fijamente mientras acariciaba su nuca –“¿Te gusto?, ahora prepárate para recibir el mejor sexo oral al menos hasta este momento de tu vida”- comencé a desabotonarle el pantalón y a bajarle el ziper, para poder ser tan grandiosa erección producida de unos ricos y cachondos besos, sabía que tal vez al hacer eso estaría ya rebasando lo “permitido” en una amistad normal, pero tampoco me iba a detener por prejuicios que tal vez ni existían; además, si la amistad se acababa bien habría valido la pena por aquel placer que mis labios estaban experimentando.

Cuando por fin su escultural falo estaba fuera, lo acaricié, me llene la pupila con él y Sergio estaba totalmente sorprendido, jamás opuso resistencia alguna en lo que iba haciendo, solo recuerdo a la perfección su mirada y sus gestos sumamente desconcertados. Le pedí que incline el asiento un poco, para que pudiera disfrutar más. Me acomodé y empecé a hacer eso que tanto me gusta y tanto disfruto, mi saliva era un mar de placer en su pene, subí y bajé las veces que quise, entraba y salía, mi lengua lo acariciaba como el pincel delinea el lienzo, mi mano junto con mi boca de movía al compás. ¿Su mirada? ¡Insuperable!, estaba extasiado de placer. Nunca hubo palabras, sólo gestos, sonrisas, murmullos y gemidos. Sergio estaba siendo plenamente atendido, estaba recibiendo el placer que mis labios provocaban sobre su falo, ese placer tan rico que a cualquier hombre le hace feliz. Después de degustar por un largo rato aquel manjar que mi “amigo” poseía, sentí como con un gemido y con un apretón a mi cuello me avisaba que la gloriosa eyaculación había llegado por fin y qué mejor lugar para recibirla que en sobre mis labios ¿no?

Después de algunos intercambios de miradas con gratitud en ellas, nos incorporamos, dejamos el auto y nos enfilamos hacia el bar para reunirnos con los demás amigos. Pero… antes de llegar con ellos, algo me detuvo    –“¡No mames!, estuvo riquísimo eso. Mejor regalo no podría haber tenido. Te juro que nunca se me olvidará esto”- le miré, le abrace y le asegure que el escucharlo complacido era suficiente y que sólo era eso un regalo y nada más; también, le deje claro que eso era un secreto y que ponía toda mi confianza en él. –“¿Seguimos siendo amigos?”- me reí por su temor en la pregunta –“¡Claro!, aquí no pasó nada”-. Llegamos, pedimos un trago, prendimos un cigarro y seguimos degustando con aquellos amigos que sin saberlo, habían sido testigos de una de las mejores mamadas que Sergio habría tenido en toda su vida.

¿Tendrá otro deseo?... ¡Tal vez el próximo año se le cumpla!

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