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Es una fiera de mujer

~~Lo que me está sucediendo
 es algo que pocas personas en su sano juicio se lo creerán. Quizás
 haya muchos lectores que sientan envidia de mí, pero la verdad
 es que estoy pasando un período tremendamente conflictivo.
 Me llamo Manolo y cumplo este año 50 tacos, creo que bastante
 bien llevados. Sé que no soy un bombón de 20 años,
 pero creo que todavía doy la talla. Pero la verdad es que mi
 vida es bastante rutinaria, o lo era al menos hasta hace cuatro meses.
 Tengo una mujer maravillosa con la que comparto por completo mi vida,
 incluida la sexual, y dos hijos preciosos. Una casa bonita a las afueras
 de Santander y un buen trabajo en una importante empresa de servicios.
 El caso es que a Julián, nuestro gerente durante los últimos
 15 años, le ha llegado la hora de la jubilación. Y para
 nuestra sorpresa, su recambio no es él, sino ella. Se llama María
 y es una agradable mujer de 42 añitos y de muy buen ver. No es
 que sea maravillosa de cara, pero, a decir verdad, tiene un cuerpazo
 espléndido: rubia, hermosas tetas, culo respingón y unas
 bonitas piernas. Vamos, que en la oficina la mirábamos con ganas.
 Pero una cosa es mirar y otra continuar. Y yo no tenía intención
 de ir por ese lado. Es cierto que alguna vez he llegado a masturbarme
 en la ducha pensando en mi jefa María, pero ni por asomo se pasaba
 por mi cabeza ponerle los cuernos a mi mujer. Fuera líos.
 Pero antes del mes de su llegada, habíamos logrado un cierto
 nivel de confidencialidad en nuestra relación, aunque la verdad
 es que no pasaba de ser un trato totalmente profesional. Sin embargo,
 comenzaron a ocurrir pequeñas cosas que alteraban el equilibrio.
 Cada vez acudía mas veces a mi despacho a consultarme asuntos
 de la oficina. Y yo notaba que cada vez acercaba más su silla
 a la mía. Y en consecuencia, nuestros brazos se rozaban también
 más cada día. Decía que no le quise dar mayor importancia,
 pensando que eran mis neuras, hasta que el roce del brazo se convirtió
 en roce de sus tetas debido a que intentaba llegar a los papeles que
 estaban justo al lado opuesto a donde ella se sentaba.
 Y eran unas tetas duras, hermosas. Las sentía calientes en los
 brazos. Primero eran simples apretones, que pronto se convirtieron en
 apoyo continuo. Una vez se ponía sobre mi brazo, ya no se retiraba,
 por lo que la presión de su teta, intencionada evidentemente,
 me iba volviendo loco. Después vino el apoyar su muslo contra
 el mío. Y yo comencé a ir al baño de la oficina
 a echarme unas pajas locas pensando en María. Por fin llegó
 el día que yo tanto temía pero que tanto deseaba a la
 vez. Casualidades (o no?) de la vida, nos quedamos solos en la oficina
 terminado un trabajo que en verdad era urgente e importante para la
 empresa. Nos costó solucionarlo. La satisfacción de un
 proyecto bien resuelto nos produjo una especie de euforia mutua. En
 ese momento, le di un beso en la mejilla. Ella me miró con cara
 de presunta sorprendida, y cuando pensaba que me la iba a armar, giró
 su cara sobre la mía y me dio un suave beso en la boca. Esa fue
 la señal de ataque. Nos besamos como locos. Suave, fuerte, lento,
 rápido. Me di cuenta de que enseguida se ponía a cien.
 Eso me animó a poner mi mano sobre una de sus tetas, lo que le
 produjo un escalofrío y una intensificación de su nivel
 de besos. Comencé a masajearle la teta, primero una, luego la
 otra. Se volvía loca. Pronto introduje mi mano por su escote,
 lo que hizo que comenzara a gemir de placer y que mi polla estuviera
 a punto de explotar. Se levantó y cogiéndome de la mano,
 me llevó hacia la puerta de entrada que cerró con llave.
 Ya no nos molestarían. Se apoyó en la pared y me abrazó
 con fuerza. Mientras nos besábamos, no paraba de restregar su
 pubis contra mi polla. Pronto desabroché los pocos botones de
 su blusa: un sujetador sexy de puntillas blancas intentaba contener
 dos hermosas tetazas. Ella misma se lo soltó, lo que hizo que
 saltaran esas dos peronas que me volvían loco. Las apreté,
 las chupé, a la vez que yo sobaba con fuerza sus hermosas y duras
 tetazas. Entonces me agarró de la polla. Antes de que me diera
 cuenta, ya me había soltado los pantalones y me había
 bajado el slip. No es que sea descomunal, pero dura y a punto de estallar
 como estaba, salió como un resorte. María se agachó
 y comenzó a besarme los huevos. Primero despacio. Luego se los
 tragaba. Y con la lengua me relamía toda la polla. Mientras,
 yo no paraba quieto. Llevaba un pantalón con cinturón
 de goma, muy adecuado para la ocasión, pues se bajaba casi sólo.
 Acaricié sus muslos, lo que hizo que abriera sus piernas. Puse
 mi mano sobre su culero, encima de su coño. Lo tenía totalmente
 mojado. Comencé a bajárselo, y ella mismo me facilitó
 la tarea. Pasé mi dedo por su raja, totalmente inundada. Tenía
 un clítoris espléndido, tieso y duro. Simplemente con
 tocarlo, empezó a gemir con fuerza. Ella era la que llevaba todo
 el ritmo. Bastante hacía yo con corresponder a su pasión.
 Se volvió loca. Cuando rocé su coño con la punta
 de mi polla, dio un salto a la vez que gritaba de placer. Métemela,
 métemela , me decía. Viólame, viólame.
 Soy tuya. Haz lo que quieras. Fóllame Se la metí,
 despacio primero, a fondo a continuación. Se arqueaba. Quería
 tomar toda mi polla. Y yo sentía las paredes de su coño
 en mi polla. Alucinante. Nos corrimos a la vez, mientras ella gritaba
 de placer. Incluso me dio miedo que alguien pudiera oírnos desde
 la escalera.
 Pronto me di cuenta que pedía más marcha. Metí
 mis dedos en su coño, mientras ella relamía los restos
 de semen de mi polla, que rápidamente volvió a posición
 de ataque. Qué locura de follaje! Después de lavarnos,
 nos vestimos y salimos y pedimos el ascensor para bajar hasta la salida.
 Incluso dentro del mismo, me restregó sus tetas y su coño
 con fruición. Y es que no se le había apagado su cara
 de lujuria. Seguía hambrienta de sexo. Seguro que se cepilló
 después a su marido. Ahora me encarga trabajos justo un rato
 antes de salir, por lo que no tengo más remedio que
 quedarme un ratillo después de que los demás hayan salido.
 Todos menos María, que en cuanto quedamos solos, cierra con llave
 la oficina y me viola. De verdad. Me viola. Yo me dejo, pero qué
 fiera de mujer. La lujuria personificada. Y qué voy a hacer yo?
 A veces me siento culpable, pero en cuanto esas dos tetazas se apoyan
 en mi cuerpo al trabajar, todo se me olvida. Qué haríais
 vosotros y vosotras? Espero vuestros comentarios.

Datos del Relato
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