Debo admitirlo: mi cuñada siempre me calentó. Desde el día que la conocí supe que era la típica calienta verga que disfrutaba provocar a todo hombre que se le cruzara.
Ella se ofrecía a cuidar nuestro apartamento cuando salíamos de vacaciones, pero en realidad lo usaba como motel privado. Siempre quedaban rastros: un preservativo en la basura, una bombacha olvidada, alguna prenda masculina que no era mía. Vestigios de los vicios de mi cuñadita.
Por mi mujer, Micaela, me enteraba de más. Ella, era infidente de su hermana Gabriela. Le contaba que iba a bailar y solía volver acompañada, que se besaba con alguna amiga para excitar a los tipos y sacarles tragos. Gabriela había sido protagonista de muchas de mis pajas. Últimamente hasta me la imaginaba mientras cogía con Micaela: pensaba en sus tetas grandes y firmes, en ese culo redondo como manzana que me tenía loco.
Un día fuimos a almorzar a la casa de mi suegra, que vivía con Gabriela. Todo transcurrió normal, hasta que mi suegra avisó que se iba el fin de semana con una amiga a otra ciudad. Nos invitó a quedarnos. Aceptamos, para aprovechar la piscina.
Quedamos los tres al sol, tomando cerveza al borde del agua. Micaela, con tono inocente, le preguntó:
—¿Gabi, no te arruinamos ningún plan con algún chico? Si querés nos vamos con Julián.
Gabriela le contestó con una sonrisa de vicio, como ignorándome:
—Na, no tengo a nadie este finde. Tendré que conformarme con una buena paja…
Agradecí estar boca abajo, porque mi verga ya palpitaba.
—¡Dale, zorrita, cállate! —saltó Micaela, avergonzada.
Micaela sabía que lo hacía para provocarme, nunca le importó que fuera su cuñado. Era otro hombre más a calentar..
Al rato Gabriela fue al baño. Entre el calor y la cerveza me vinieron ganas de mear. Cuando entré al baño de planta baja, encontré su celular desbloqueado al lado de la canilla. La tentación me ganó. Cerré la puerta, lo tomé y fui directo a la galería de fotos. Había un mar de imágenes y videos: mi cuñadita en tetas, mostrando el culo, metiéndose los dedos. Seguí buscando hasta que algo me dejó sin aire: un video grabado en mi cama.
Gabriela, con mis boxers azules puestos, se tocaba hasta dejarlos empapados. Gemía mi nombre mientras se metía la mano. Mi verga estaba a punto de explotar. Seleccioné varios videos y me los mandé a mi celular, borrando los rastros del de Gabriela. Tiré la cadena y abrí la puerta.
Casi me infarto: Gabriela estaba parada ahí, esperando. Me miró a los ojos, luego al celular, y por primera vez la vi sonrojarse. Sonreí con soberbia; había descubierto su secreto.
Me acerqué y, mirándola de arriba a abajo, le susurré al oído:
—Me encanta cómo te queda ese bikini, Gabi… pero más me gusta cómo te quedan mis boxers azules.
Se quedó muda. Yo avancé un paso más, agarrándome la pija por encima del short.
—¿Te gusta esta verga?
—¿Qué hacés, pajero? —me dijo, intentando recuperar la compostura.
—Callate. ¿O querés que le muestre a tu hermana el video? ¿Quién va a quedar peor, vos o yo? Sos una cerda, Gabriela.
La sujeté de los brazos, pegándola contra mi cuerpo. Vi en su cara una mezcla de miedo, vergüenza y calentura. Bajé el short y mi verga dura, gruesa y venosa, salió a la vista.
Ella miró hacia el pasillo, asegurándose de que Micaela no estuviera, y sin decir nada se arrodilló. Abrió la boca y empezó a chupar con una maestría tremenda. Me empapaba de saliva, subía y bajaba con ritmo perfecto, y de tanto en tanto me lamía los huevos mientras me miraba fijo a los ojos.
—Acabate para mí, cuñadito… —murmuró entre gemidos.
Ese susurro fue la estocada final. Corrí la pija en su boca hasta explotar. Le llené la cara y la lengua de leche caliente. Tragó parte y el resto se limpió rápido con papel, cerrando la puerta detrás para simular que estaba descompuesta.
Yo volví a la piscina con Micaela. Pero mi mente ya no pensaba en otra cosa: el morbo de haberme cogido a mi cuñada… y la fantasía de cogerme a las dos hermanas al mismo tiempo…Fantasía que empecé a planear ese día.