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Categoría: Maduras

El ritmo que infringía mi boca al cuerpo de Cris

Cuando abrí los ojos el domingo por la mañana, apenas entraba luminosidad por la ventana de la habitación del hotel. Era nuestra segunda madrugada en la habitación 207. Debía ser temprano, quizás las ocho de la mañana. Había logrado cabecear una hora y media, después de innumerables horas follando con ella, con Cris. Permanecía a mi lado dormida, demostrándome la belleza sin igual de su cuerpo recogido. La estampa era admirable, bella. Pero mis ganas de hacerlo colmaban mi mente y mi piel, y la codicia de sentirnos gozar de nuevo destellaba mi cara con una sonrisa cada vez más pícara. Había despertado con mi polla rígida en toda su plenitud, rozando con ella, sus nalgas. La humedad de mi punta, presagiaba mis ganas, pese a los incontables polvos que habíamos echado desde la mañana del viernes.



Empecé a besarle el hombro derecho, y a hablarle en un tono extremadamente sensual, allanado por una voluntad persuasiva, deseosa de su cuerpo escultural. Le daba pequeños besos, con la actitud de quien quiere convencer que follar es el mejor despertar posible, consciente de que desde ese momento las siguientes horas volverían a ser muy intensas. Solo añadiríamos más roce a nuestros cuerpos, ya abrasados. Solo de imaginarlo, mi miembro adquiría su máxima dureza. Y es que debo confesar que no hay nada como hacerlo con ella, tan sexual, tan sensual, tan diferente al resto. Con Cris, de 51 años.  Nunca,  desde aquella primera noche en septiembre ha dejado de sorprenderme. A veces un momento de imaginación, nos puede hacer vivir momentos verdaderamente intensos.. Debo revelaros que desde conocí su cuerpo y sus ansias de cama, sufro de innumerables erecciones en incalculables  ocasiones a lo largo del día. Estaría follando con esta mujer, las 24 horas, en cada número del calendario.  Dormía, aunque enseguida notó mi miembro adherido a su cuerpo, impaciente, insaciable. Estaba medio cubierta por el edredón, enseñando gran parte de su cuerpo. La temperatura de la habitación permanecía alta.  Su piel sencillamente era cautivadora. Arriba un trozo de edredón moldeaba entre sus brazos un busto bonito, y dejaba al descubierto, unos hombros trabajados y el comiendo de unos pechos embriagadores, con unos pezones apetecibles. Atrás una espalda suave, espectacular y debajo uno culo  y unos muslos que ensalzaban la hermosura de su cuerpo. ¡¡Dios como me pone!!.



El agotamiento se notaba, era indiscutible que tras dos días follando juntos estábamos al borde de la extenuación y que esa hora y pico de sueño apenas servía para aminorar los síntomas de fatiga. Aun así, estaba al tanto, estaba plenamente convencido, que en cuanto la despertara, volveríamos a hacerlo como locos, como dos seres que se entienden a la perfección de debajo de unas sábanas. Enseguida sintió mis manos codiciosas, primero por sus nalgas y a continuación entre sus piernas. Estaba húmeda, muy húmeda. Estoy totalmente convencido que esperaba “mi despertar” como otras tantas veces.. Con un hábil movimiento fue dejando un espacio para que mi mano derecha se alojara con comodidad. Podía palparla entera, sus labios, su gominola, sus ingles. Sus caderas y sus muslos comenzaban a moverse de manera acompasada, mientras yo seguía besando su cuello y su hombro…. En un instante abrió los ojos y giró cabeza. Me miró, eran dos mares profundos, negros, que me observaban  con complicidad.



Su piel es el más puro de los terciopelos, aun bronceada, pese a estar en pleno invierno. Su boca se colmaba de multitud de matices sonrojados mientras se mordía suavemente el labio inferior. Su coño era un océano profundo, de temperatura muy caliente,  donde era prácticamente impensable no querer ahogarse en sus profundidades. Se giró y se colocó boca arriba. Con un guiño de ojos entendí que era momento de concederle un rato de placer absoluto.  La belleza se localizaba en toda su imagen, en esa cara bella, en sus senos hechizantes, en los pezones que empezaban a endurecer, en los cinco lunares que tiene en el busco, que yo diría que han sido ubicados estratégicamente por el mismísimo diablo, en su pequeño mechón de pubis, que conseguía asentar mi mirada unos segundos…Era como si el  tiempo se estancara y se suspendiera en el vacío. No había mundo más allá de la puerta de nuestra  habitación, la 207. Ella y yo solos estábamos entre aquellas cuatro paredes que sin embargo eran todo un mundo.



Proseguía de nuevo el juego. Mi lengua iba aproximándose, con pequeños toques, desde su pecho hasta su pequeño mechón, atravesando excitadamente  su ombligo, dejando un rastro de deseo, que incitaba a querer más y más. Primero besé sus ingles, las dos, mansamente, y a continuación quise  cerciorarme de su temperatura. En honor a la verdad, disfruto mucho introduciendo mi lengua en su vagina. Esos segundos de calor y humedad extremos, tomados por mi boca son sinceramente sublimes. Su gominola, estaba a mi merced, dilatada, grande, desafiante, provocadora, pidiendo guerra. El ritmo que infringía mi boca era lento. El sexo es como la vida, hay que saborearlo con ritmo pausado para disfrutar todas las sensaciones al máximo. Los círculos que esbozaba, sitiaban su clítoris, mientras éste era enclavado entre mis labios. Cris empezaba a mostrar indicaciones de mucho placer.  Su sabor combinado con mi saliva es fascinante. Comerla, degustarla, se ha convertido en uno de mis principales pensamientos, en toda una locura, en mi locura. Me hipnotiza, me embruja hacerlo. Me miraba, cuando yo la miraba,  ponía sus ojos junto a los míos. Me sonreía, mientras agarraba mis manos, apoyadas en su abdomen, para  acariciarlas con ternura.



El entusiasmo por follarnos se multiplicaba. Me contemplaba a mi mismo, ahora y antes, como había sido y como podría haber sido mi vida sexual de haberla conocido mucho más tiempo atrás, antes de mis 35 años, en una travesura de imágenes superpuestas: mi primera corrida en su escote, nuestro primer polvazo en una silla, los dos primeros polvos sin sacar la polla entre ambos….. Nuevamente estábamos allí, frente a frente. Me coloqué con mis rodillas a ambos lados de sus caderas afirmando mis manos al lado de sus hombros. Con su mano quiso comprobar la dureza de mi polla, con leves movimientos de presión. Estaba dura, muy dura, con ganas de metérsela entera. Y follar hasta la extenuación.  No hicieron falta palabras: nos besamos. Con mi cuerpo soldado al suyo, cerré los ojos y la introduce de una vez. Se dejó extasiar por un lamento que tenía algo de pequeño grito, primitivo, de un suspiro profundo tras un instante de placer. Nos mirábamos, y es que, solo con mirarla un instante, se me pone muy dura….. Mis sacudidas empezaban a aumentar en fuerza, mi dureza iba a más, como si fuera a estallar en mil pedazos dentro de ella…. Mientras empujaba y empujaba, nos comíamos con la vista, como si nos invadiera la pasión más desbordante.  Su fluido empezaba a salirse, estimulado por mis impulsos, calando la sábana arrugada, después de dos días juntos, sin apenas descanso.   Al follarla,  intentaba al máximo rozar su gominola, para que su placer se ampliara aun más y más... Tal como os conté en el anterior relato, en estos meses juntos,  hemos conseguido una complicidad desvergonzada y atrevida, que nos hace más cómplices cada día, el uno del otro y que nos sirve para esperar con ansiedad la fecha de cada cita.



“¿Cariño como vas?”, le indiqué…. “Casi estoy. David me vuelves loca, no pares”. Me indicó ella.



Las ansias por corrernos, por mezclarnos,  se agrandaban por cada segundo de suspiro, por cada empuje, en una mixtura de ardor y apetito extremos.  Era como una bomba de relojería cuya excelente misión y destino era explotar. El universo éramos nosotros solos, David y Cris, mientras sentíamos el latido de nuestros propios corazones, las pulsaciones ardientes del deseo, el olor de las pieles que nos recordarán por siempre, las emanaciones de cada uno, el sudor de nuestros cuerpos pegados. Éramos absolutamente conscientes de que rozamos la excelencia juntos.La proximidad del orgasmo nos acercaba a la enajenación.  Habíamos perdido la noción del tiempo, otra vez, entre sacudida y sacudida. El deseo intenso actúa como un encantamiento que engaña al tiempo y lo paraliza.



 Aun así, era capaz de besarla por cada rincón de su cara, mientras ella, me acariciaba la espalda y mis nalgas como si sus dedos fueran los de un escultor que tocan fuertemente la arcilla. Habría querido dejarme las marcas de amor.  Y es que hay emociones que son tan reales que no hace falta explicarlas. Sus ojos lo rotulaban todo.  El instante era inenarrable. Me miraba muy golfa, femenina, ardiente, consciente de por doceava vez en el fin de semana, el momento llegaba. Nuestros cuerpos emprendían a descontrolarse. Nuevamente, sus, “ummmmm, diosssss, siiiiiiii”, se combinaron con mis “ahiiiiiiii, ahíiiiiiiiiiiiiiiiii, ahíiiiii”. Como siempre fue sencillamente sublime. ¡¡Una corrida inolvidable!!.



Una vez relajados, felices, y sonrientes,  y tras dibujar con mis dedos, las letras de frases cariñosas en su espalda, tuve algo claro: Me pasaría cada noche contando sus suspiros, sus respiros, y  sus gestos. Y sus lunares, diseminados a la perfección por su bonito cuerpo. Necesitaría días, meses, años,  lustros, para poder deleitarme al máximo con su placer, para poder manifestarle cuánto la deseo, ya que es tanto lo que piel y mi alma albergan de lo bueno que hay en ella, que necesitaría toda la eternidad….para revelarle lo más irrebatible: Que me muero por follar nuevamente con ella, mi “diosa del sexo”.


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