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Categoría: Confesiones

El Principio del fin 5 (no regresamos a casa, ninguno de los tres)

Cuando desperté, Lidia estaba ya arreglada para ir a trabajar. Le pregunté cuando nos íbamos y me contestó…



- El vuelo sale esta tarde. Tengo que hacer una última gestión y comemos juntos antes de marchar.



Yo le dije que eso sería fantástico, y que quedábamos en el restaurante del hotel a la una. Ella me contestó…



- No, ve a esta dirección a la misma hora, allí nos vemos.



Me besó y se marchó. Todavía recordaba lo que sucedió anoche y todavía no podía creérmelo. Creía que mi suerte había cambiado, que, por fin, algo interesante y genial, me estaba pasando en mí hasta ahora vulgar y aburrida vida.



Como todos los días, Lidia había dejado un fajo de billetes encima de la mesita. Esta vez había como dos mil quinientos euros. Como ya no me quedaba un duro, cogí parte de aquel dinero, quería comprarme algo de ropa elegante para salir a comer. Me dirigí al recepcionista del hotel, y le pedí ayuda para encontrar una buena tienda. Me fue bastante difícil, ya que mi nivel de inglés es nulo, tirando a patético. Al final me escribió en un papel la dirección y cogí un taxi. El viaje fue ridículo, creo que fueron tres calles, como mucho cuatro, antes de tener que bajarme y tener que pagarle quince euros. Entre en la tienda, y la verdad es que el del hotel acertó.  La ropa era muy guapa y elegante, aunque también algo cara. Cuando salí parecía otra persona, y con ese nuevo look que me hacía sentir bien conmigo mismo, cogí de nuevo un taxi y me dirigí a comer con Lidia.



Lidia me esperaba ya sentada en la terraza de aquel fantástico restaurante. Intenté entrar haciendo gala de lo bien que me sentía, quería impresionarla. Ella al verme se le iluminó la cara, sonrió efusivamente, y me dijo…



- ¡Vaya! ¿Y eso? Pero qué elegante estás.



Le di un beso y me senté. Fue una comida genial, hablamos mucho y de muchas cosas, y la sobremesa se alargó bastante. Llegó la hora de ir a recoger las maletas para irnos al aeropuerto, cuando Lidia me dijo…



- Sergio ¿qué te parece si nos quedamos aquí el fin de semana y lo pasamos juntos?



La idea me parecía genial. Hasta el lunes no tenía nada que hacer, así que le dije que por mi bien. Lidia llamó a Alba y le dijo que nos cambiara los billetes para el domingo por la tarde, que nos íbamos a quedar el fin de semana. Al colgar con sonrisa picarona me dijo…



- Tenemos que ir al aeropuerto a recoger a Alba, quiere quedarse con nosotros. Creo que le has gustado.



Aunque después cambio el tono de su voz y me dijo ya más seria…



- Sí te veo coquetear con ella, o si me entero de que te gusta más que yo, te lo voy a hacer pasar muy mal. Te ataré a la silla y te haré sufrir.



Yo le quité importancia al hecho que se quedará, pero solo el pensar que iba a pasar un fin de semana con aquellas dos hembras, me producía una excitación increíble. Dos días con sus dos noches, viviendo el sueño de cualquier hombre.



Después de recoger a Alba, en el trayecto de regreso al hotel en taxi, la situación era algo tensa, no sabía qué hacer ni que decir. Para romper el hielo las invité a cenar a las dos, pero esta vez quería pagar yo con mi propio dinero y como mi presupuesto era algo escaso, las invité a cenar pizza en la habitación del hotel.



La noche se presentaba bien, cena, risas y mucho sexo. Cuando acabamos de cenar yo ya estaba preparado para la noche de sexo, cuando Alba dijo…



- Me apetece salir, es viernes por la noche. ¿Vamos a dar una vuelta?



Lidia enseguida se apuntó, y las dos me miraron. ¡Joder! Yo no quería ir, pero seguro que me iba a quedar solo. La noche no era nada del otro mundo, pero todo cambio al pasar por delante de aquel sex shop. Alba que parecía la que más ganas de juerga tenía, entro sin preguntarnos, por lo que nosotros tuvimos que seguirla. Estuvimos mirando y mirando, yo me fijaba en como los demás hombres que había en el local miraban como las dos mujeres se reían, hablaban y comentaban sobre cada juguete que había en las vitrinas, al mismo tiempo que me abrazaban, me tocaban y a veces me besaban. Lidia compró un par de juguetes, y un par de braguitas con vibrador. Esta situación rompió el hielo por completo, y los roces cada vez eran más eróticos, los besos cada vez más húmedos, y las insinuaciones cada vez más provocativas. Antes de marchar entraron al servicio juntas, como hacen siempre las amigas. ¿Por qué lo harán? Eso es una cosa que siempre me ha intrigado. Al salir, y ya en la puerta del sex shop, Lidia me dio los dos mandos a distancia de las braguitas. Entonces me dijo…



- Esta noche mandas tú, llevamos las braguitas con vibrador puestas. Decide cuanto placer nos das.



Esa situación me puso muy cachondo, cogí a Lidia por la cintura y la besé. Al mismo tiempo que le daba al botón para que sus bragas vibraran. Noté como se derretía entre mis brazos, como su lengua aceleró sus movimientos y como sus manos me tiraban del pelo suavemente. Entonces se separó un instante y me dijo…



- La noche se presenta muy pero que muy bien. Este es un buen comienzo, ya me tienes excitada. Soy tuya, haz conmigo lo que quieras.



Luego me volvió a besar y yo aumente la potencia de las vibraciones. Lidia se apretó más contra mí, al mismo tiempo que el orgasmo le llegó. Separó sus labios de los míos, y exhaló un gemido de placer mientras todo su cuerpo se retorcía. Me sentía “el puto amo”, estaba en mitad de la calle con aquella mujer que se estaba corriendo en mis brazos. Cuando terminó su orgasmo, miré a Alba y encendí también su vibrador. Ella que estaba sentada en un banco, nos miró y nos dijo…



- ¿Pero qué haces? ¡Aquí! ¡En la calle! ¡Estás loco!



Al mismo tiempo que las vibraciones aumentaban, su cuerpo se retorcía con disimulo. Solo Lidia y yo, sabíamos lo que estaba pasando, y allí estábamos, mirando como aquella preciosa mujer iba a tener un orgasmo en plena calle. Ya con las vibraciones al máximo, el clímax no tardó en llegar, y Alba, se corrió sin apartar la vista de nosotros. Fue algo muy erótico, esa mirada mientras se corría es algo que recordaré toda mi vida.



Estuvimos recorriendo la ciudad durante varias horas, yo de vez en cuando encendía aleatoriamente los vibradores que llevaban aquellas dos mujeres, y observaba como la excitación se apoderaba de ellas. Tampoco era mi intención que se cansaran, quería llegar al hotel y follármelas hasta no poder más. Entramos en un bar y Alba se puso a hablar con un tipo, yo se lo comenté a Lidia y decidimos encender su vibrador. Al principio lo hicimos poco a poco, observando como una sonrisa apareció en su cara, pero rápidamente subimos un poco más la intensidad de las vibraciones. Alba casi no podía disimular el placer que estaba sintiendo, incluso a veces no podía articular palabra, simplemente se limitaba a sonreír y a asentir con la cabeza. Esa situación me puso muy cachondo, besé a Lidia acercándola todo lo que pude a mi verga erecta. Ella me devolvió el beso mientras yo encendía de nuevo su vibrador. Este juego erótico me estaba matando, quería ir a la habitación a follar como un animal. Lidia volvió a correrse entre mis brazos otra vez.



Ya en la habitación, por fin a solas con Lidia, ya que Alba al final se quedó en aquel bar, pudimos hacer el amor durante el tiempo que me lo permitió aquella sobreexcitación acumulada durante toda la noche. Disfruté de aquel cuerpo que me volvía loco hasta la extenuación. Aquella mujer sabía cómo dar placer, y cómo hacer que le dieran placer. Sus movimientos hicieron que mi orgasmo fuera brutal y al acabar el cansancio invadió mi cuerpo. No pude más que decirle buenas noches, y me quedé dormido.



Por la mañana me di cuenta que era sábado, y hacía tiempo que no tenía un fin de semana libre. Pasamos la mañana arreglándonos, disfrutando de la paz y de la tranquilidad, que te da el saber que no tienes nada que hacer, ni nada por lo que preocuparte. Al mediodía fuimos a buscar a Alba para ir a hacer el vermut, pero todavía no había vuelto de su aventura nocturna.



Ya por la tarde, Lidia preocupada la llamó por teléfono, y al contestar Lidia le dijo…



- ¿Dónde estás cariño? Estamos preocupados.



Cuando colgó, Lidia me dijo…



- ¡Esta bien! Luego he quedado con ella. Le he dicho que ayer la echamos de menos, y me ha contestado que tranquila, que esta noche la pasaría con nosotros.



Yo sonreí, mientras le decía un simple vale. Y ella me dijo…



- ¿Vale? Esta noche la voy a castigar por niña mala, y tú lo vas a ver todo. Vete preparando, que como te portes mal, te daré unos azotes a ti también.



Yo estaba alucinando, otra noche de sexo a tres bandas. Ya deseaba que llegara la hora de retozarme con aquellas mujeres en la cama de la habitación. Aunque con Lidia nunca se sabía de antemano lo que iba a pasar, y eso era lo que me gustaba más de ella, todos los días era una ventura.



Lidia preparó una velada genial, íbamos a cenar juntos los tres, después un poco de baile en una sala cercana, y por último mucho sexo. Yo estaba esperándolas en el bar del hotel, quería revivir la experiencia de hace algunas noches. Y así fue, de repente dos mujeres impresionantes aparecieron por la puerta del bar. Lidia llevaba el pelo suelto y un vestido de tirantes amarillo largo sin abertura, que moldeaba su cuerpo como un escultor moldea la arcilla. El escote era de infarto, su canalillo se extendía más allá de lo que la vista veía, así que la imaginación volvía a trabajar, generando un erotismo increíble en mi mente calenturienta. Por su parte Alba, llevaba un vestido rojo, con un escote en forma de uve que le llegaba al ombligo, y su falda tenía dos aberturas, que hacían un manjar para los ojos ver como se contoneaba a cada paso que daba. Las dos se acercaron a mí, Lidia fue la primera en besarme, cosa que me excito bastante y al separarme de ella, Alba me dio un suave y profundo beso húmedo que me excitó aún más. Me encantaba notar como todos en el bar me miraban, y pensar que a más de uno le gustaría cambiarse por mí.



Una cena tranquila, un paseo relajado y entramos a la sala de baile que Lidia había buscado para nosotros. La noche empezó relajadamente, pero un tema musical que empezó a sonar, lo cambio todo. Las dos mujeres se dirigieron apresuradamente a la pista y empezaron a bailar. Al cabo de dos o tres canciones, las dos bailaban muy sensualmente, dirigiendo de vez en cuando la mirada hacia donde yo estaba sentado. Esto como es normal me tenía muy excitado, más después de que un par de chicos se acercaran a bailar con ellas. Lidia y Alba ahora estaban bailando con dos desconocidos, sus movimientos sensuales hacían que los tipos se miraran y sonrieran como si ya las tuvieran en el bote, hasta que Lidia me hizo un gesto para acercarme a la pista. Yo me levanté y me acerqué, ella fue la primera en abrazarme y besarme. Alba por su parte me agarró por detrás y comenzó un baile sensual muy excitante. Aquellos tipos no se lo tomaron muy bien, y empezaron a increparme, las chicas asustadas querían poner paz, pero uno de ellos me dio un puñetazo directo a la cara que me dejó grogui por momentos.



Después de aquello, las dos se empeñaron en que fuéramos al hospital, y después de unas horas volvimos a descansar al hotel. Tenía el ojo bastante magullado y el médico me mando a descansar, por lo que mi noche de saxo, se había ido al garete. Las chicas me desnudaron, me tumbaron en la cama y me mandaron descansar. Ellas se cambiaron y se sentaron conmigo en la cama, Lidia solo llevaba un tanga negro y Alba llevaba un conjunto de color rosa con lacitos negros que le quedaba genial. Entonces Lidia me dijo…



- ¿Te duele mi amor? No creía que las cosas iban a acabar así. ¡Lo siento! Nosotras te cuidamos.



Y empezó a acariciarme el pecho. Entonces Alba comentó…



- Y si le damos un masaje para recuperarlo de los golpes.



Lidia asintió con la cabeza, se levantó y fue a buscar un bote de aceite corporal perfumado, mientras me dijo…



- Date la vuelta y relájate, te vamos a dar un masaje.



Yo obedecí sin rechistar y entonces las dos se llenaron las manos con aquel aceite que olía genial, y comenzaron a pasármelas por todo el cuerpo. No quedó rincón que no masajearan. Cuando acabaron por detrás me pidieron que me diera la vuelta, volvieron a llenarse las manos y volvieron a untarme toda la parte de delante de mi cuerpo. Lidia subía mis manos por las piernas y las metía por debajo de mi pantalón corto del pijama, esto hizo que tuviera una erección. Las dos sonrieron y mientras Lidia me quitaba toda la ropa, Alba cogió el aceite y se llenó las manos por tercera vez, pasándolas suavemente por todo mi pene erecto. Mientras Alba me masturbaba, Lidia se acercó a mi oído y me susurro…



- ¿Te gusta cariño? Lo hace bien, te va a hacer la mejor paja que te hayan hecho nunca. ¿Quieres que yo haga algo más por ti?



Entonces yo le pedí que se masturbara para mí. Lidia se pudo en pie en la cama y se quitó la ropa interior. Puso una pierna a cada lado de mi cuerpo y empezó a masturbarse. La imagen era espectacular, aquella mujer allí de pie masturbándose para mí, de vez en cuando se agachaba y acercaba todo su coño a mi boca, dejándome chupar su coño. De repente un placer bestial me llevo al orgasmo, mi semen salió disparado, mientras Alba seguía acariciándome la polla. Después de unas cuantas caricias y besos más me taparon con la sabana y me dejaron dormir.



No sé lo que pasaría después entre ellas, aunque si os digo la verdad, tampoco me importaba. Después del puñetazo, del hospital y de la paja que me hizo Alba, solo me apetecía dormir.


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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