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Categoría: Confesiones

El principio del fin 3 (adicto a esa mujer y a sus juegos eróticos)

Serían las ocho de la mañana cuando llamaron a la puerta de mi habitación. Todavía dormido la abrí y allí estaba Lidia, estaba imponente como siempre, la invité a pasar pero ella me contestó…



.- ¡No! Tengo trabajo, hoy estarás todo el día solo. Aquí tienes. Sigue las instrucciones y nos vemos a la noche.



Me entregó un sobre y se marchó, cuando había dado unos pasos, se giró de nuevo y vino hacia mí, me abrazó, me beso, y me dijo…



- ¿Te lo pasaste bien anoche? ¿Te folló bien? ¿A qué fue el mejor regalo de tu vida? Luego me lo cuentas que tengo que ir a trabajar. Nos vemos a la noche.



Se volvió a girar y se alejó. Era increíble lo que me estaba pasando, no salía de mi asombro. Aquella mujer me había regalado otra mujer, no conozco a nadie que le haya pasado algo así. La sonrisa que tenía en mi cara desapareció de inmediato al abrir el sobre que me había dado. En su interior tres mil quinientos euros y una nota que decía…



“Esta noche tenemos una cena importante y tenemos que ir de etiqueta. Cómprate un traje oscuro, bonito y elegante, unos buenos zapatos y una corbata de color. Te dejo el dinero para que lo pagues. No te importe gastarlo todo, lo pago yo. Te espero en el bar del hotel a las ocho. Que pases un buen día nos vemos a la noche”.



Las dudas invadieron de nuevo mi cabeza, mil preguntas pasaban como balas por mis pensamientos. Esto no era normal, si no fuera porque lo estaba viviendo en mis propias carnes, no me lo creería. Aunque una pregunta me surgió de repente por primera vez desde que conocí a Lidia.  ¿Dónde me conduciría esta relación? En ese momento me entraron ganas de volverme a casa y dejarlo todo, aunque otra parte de mi, quería seguir adelante. Me intenté relajar y decidí seguir las instrucciones de la nota, aunque me propuse hablar con ella sin falta.



Ahora puedo afirmar que este es el segundo gran error que cometí, tendría que haber seguido mi instinto y largarme con viento fresco.  Pero no lo hice, pero no lo hice, ¡pero no lo hice!



El día fue bien, seguí al pie de la letra lo que decía la nota. Por la mañana después de reponer fuerzas en el bufete del hotel, salí de compras, un traje, unos zapatos y un capricho, un buen reloj, que siempre me han gustado. Después de comer decidí disfrutar un poco más del hotel, fui al peluquero, me di un buen baño y me acosté un rato a descansar. Después de la siesta me preparé y bajé al bar como decía en la nota. Eran las ocho y veinte cuando apareció por la puerta del bar.



¡Dios mío! Fue lo primero que dije al verla. ¡Qué sexy! No os lo podéis ni imaginar. Lidia llevaba un vestido largo de fiesta de color negro ajustado a su cuerpo que marcaba toda su figura femenina y sensual. La parte superior lucia lentejuelas y paillettes, combinados con trozos de transparencia que dejaban ver su piel. Y la abertura de la falda que subía hasta arriba, hacía que a cada paso ella dejará ver sus bonitas piernas, subidas en aquellos magníficos zapatos gris perla con lentejuelas.



Al ir acercándose hacia mí, me fije como todos los hombres del bar la miraban lascivamente, esto provocó en mi interior un deseo y una satisfacción porque aquella hembra era toda para mí. Cuando llegó la estreché entre mis brazos, y susurrando al oído le dije que estaba fantástica, que la deseaba más que nunca. Ella se separó un poco y me dio las gracias con el beso más intenso y profundo que nunca nos habíamos dado. Nuestras lenguas se fundían en el interior de su boca, al mismo tiempo que la acercaba más hacia mí para que notara la erección que ella me había provocado.



La cena era con otros directivos de la empresa donde Lidia trabajaba y algunas otras personas que podían ser familiares, o tal vez como yo, simplemente amantes, ligues o incluso personas de compañía. Esa sensación de sentirme como persona de compañía (por no llamarlo de otro modo) hizo que no disfrutará en absoluto de la cena. Por primera vez no me sentía cómodo con Lidia, por primera vez ella había planteado una situación en la que no me gustaba estar.



Durante toda la velada no hablé mucho, y Lidia me pregunto varias veces si me encontraba bien, yo solo asentía con la cabeza, pero no era cierto, por primera vez desde que conocí a esta fantástica mujer, quería salir corriendo.



Ya de vuelta en el hall del hotel, Lidia me preguntó si me apetecía tomar algo y charlar, a lo que accedí. Sentados en el bar me preguntó de nuevo que me pasaba, y entonces le explique, lo mal que me estaba sintiendo por todo lo que estaba pasando en ciertas ocasiones. A lo que ella respondió seca y fríamente…



- Mira Sergio, esto es lo que hay. Si quieres follarme has de hacer todo lo que te diga y cuando te lo diga. Creo que esta conversación ya la tuvimos, así que tienes dos opciones, o aceptas o te marchas. Pero que sepas que jamás volveremos a mantener esta conversación.



Se levantó y se marchó, dejándome allí solo en el bar, sin haber contestado ni a una sola pregunta de las que yo le había hecho. Me fui a la habitación y me acosté. No podía dormir por el cacao que tenía en la cabeza cuando llamaron a la puerta. Al abrir, allí estaba ella, con una bata transparente que dejaba ver el conjunto negro de lencería que cubría sus partes más íntimas. Lidia con voz seductora me dijo…



- Pensaba que te habías ido, como no has venido a darme las buenas noches.



Y abriéndose la bata me pregunto…



- ¿Crees que puedo pasar?



Y ¿quién en su sano juicio no la iba a dejar pasar? Ese cuerpo era de infarto, como me gustaban sus piernas siempre subida en zapatos de tacón, y aquel conjunto de lencería que solo cubría lo imprescindible para que mi imaginación volviera a actuar, provocando una nueva erección que no pude disimular. Lidia enseguida se dio cuenta de mi excitación y dijo…



- Mejor se lo pregunto a tu polla.



Se arrodillo delante de mí, me bajó los calzoncillos, y empezó a besar mí erecta verga. Allí estábamos otra vez a punto de caramelo y eso me encantaba. Se separó me miró y me dijo…



- ¿Puedo pasar ahora?



¿Qué hubierais hecho vosotros? ¡Yo la dejé entrar! Me senté en la silla mientras ella se preparaba una copa en el mini bar, y me dijo…



-Cuéntame lo que hiciste anoche con tu regalo. Quiero saberlo todo y no te dejes un detalle.



Yo empecé a contarle lo que había pasado la noche anterior, le dije como bailaba sensualmente, como se acariciaba su bonito cuerpo… Ella dejó la copa, y empezó a hacer lo mismo que yo le estaba contando. Empezó a bailar, se apoyó en la pared y se tocaba las piernas exactamente lo mismo que pasó ayer. Esa situación era muy provocativa y seductora, estaba viviendo un déjà vú. Me encantaba, pensé en mentirle para hacer lo que me apeteciera con ella, pero la verdad, es que lo que más me apetecía era darle por el culo, me apetecía sodomizarla hasta correrme en su interior.  Le explique cómo me hizo comerle el coño, y ella hizo lo mismo, casi obligándome a lamer su vagina, hasta que su excitación la llevo al orgasmo. Después le explique cómo se sentó encima de mí, Lidia sin pensarlo dos veces se bajó el tanga negro sensualmente, se dio la vuelta y se sentó encima mío, introduciendo suave y tranquilamente mi pene en su ano. Un gemido salió de lo más profundo de su ser y empezó a moverse despacio, como si le doliera. Yo que aún seguía algo cabreado, la cogí de la cintura y la empuje hacia abajo lo más fuerte que pude, penetrándola profundamente. Lidia dio un pequeño grito, pero no dejo de moverse. Esto era increíble, dos noches consecutivas follando con dos mujeres distintas y a las dos dándoles por el culo. Mi excitación era increíble, tanto que mi corrida fue espectacular, notaba como mis espasmos de placer empujaban mi semen en el interior del su bonito culo.



Lidia se levantó y se fue al baño. Otra vez esa mujer me había dejado exhausto, pero yo aún quería algo más. Ella siempre había dejado claro que si obedecía podía fallármela cuando quisiera. Así que espere relajadamente hasta que salió del baño y se dirigía a la puerta, entonces me levante, la agarré con fuerza y la empuje contra la pared. Ella me dijo que parará, que tenía que ir a dormir, pero yo no le hice caso. Para entonces ya tenía una nueva erección, le rompí el tanga y le metí mi polla bruscamente en su coño. Las quejas del principio, pasaron a ser simples lamentos, y cuando mis envites fueron duros, esos lamentos pasaron a ser gemidos de placer. Noté como Lidia se corría al mismo tiempo que mi cuerpo volvía a eyacular con violencia en el interior de la vagina de esa increíble mujer.



Ya rendido, me tumbe en la cama al mismo tiempo que Lidia se daba la vuelta, cogía su ropa interior rota y cuando se dirigía a la puerta me dijo…



- Nunca más lo vuelvas a hacer, cuando quiera sentirme como una puta te pediré que me pagues, así que hasta entonces como lo vuelvas a hacer nuestra relación habrá acabado…



Ya solo en mi habitación, me encontraba satisfecho conmigo mismo. Ahora sí que me la había follado, ahora sí que el que había mandado había sido yo. Así conseguí por fin dormir una noche tranquila y placenteramente.



Por la mañana, bajé a desayunar después de dejar mis cosas listas para volver a casa. Ya sentado a la mesa, entró Lidia, se sentó a mi lado y le di un beso de buenos días. Ella todavía estaba enfadada, pero yo insistí en mis disculpas para que la situación se enfriara un poco. Después del desayuno, le pregunte a Lidia a ¿qué hora salía el avión de vuelta a casa? A lo que ella contestó…



- Tranquilo aún no nos vamos. Me han salido unos imprevistos y necesito estar aquí dos días más.



¿Cómo? Dos días más ¿Y mi trabajo? Intenté explicárselo, pero ella me contesto…



- Tienes que quedarte, me da lo mismo tu trabajo, tampoco tiene es  tan importante lo que haces, y yo no pienso quedarme sola aquí. Te quiero a mi lado.



Yo no sabía qué hacer, estaba dispuesto a volverme a casa, pero de repente dijo…



- ¿No te han gustado los días que llevas aquí? Pues si te quedas, ya me encargaré yo de que estos dos días más sean aún mejores.



Al oír esas palabras, simplemente decidí quedarme. Ya me inventaría alguna excusa para decirle a mi jefe. Total, solo eran dos días más. Ahora puedo decir que ese fue el tercer error fatal que cometí, como mínimo debería haber llamado a mi jefe para avisarle



Lidia se levantó, y se marchó, pero antes saco dinero de su bolso, y lo dejo encima de la mesa. Yo avergonzado lo cogí enseguida y lo guardé. Qué vergüenza me dio, otra vez pagándome como si yo fuera una… ¡Joder! No quiero ni volver a decirlo.



El día pasó sin mayores apuros. Disfrute al máximo los casi dos mil euros que me había dejado encima de la mesa. A veces no quería que llegara la noche para no tener que pasar más bochornos como los de la mañana, y a veces me moría por que llegara la noche para estar con ella. Creo que en esos momentos ya era un adicto a esa mujer y a practicar juegos sexuales con ella.


Datos del Relato
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