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Categoría: Confesiones

El principio del fin 2 (como empecé a cometer errores)

Después de la llamada de Lidia solo me quedaba esperar dos días más. El tiempo pasó y ya era sábado, me arreglé y me puse en camino. Al llegar al restaurante mi nivel de excitación era ya muy alto, y cuando la vi ya no podía pensar en otra cosa, quería volver a follar con ella.



De nuevo su imagen era espectacular, estaba maravillosa, el pelo recogido dejaba ver su inacabable cuello. En su rostro un suave maquillaje le hacía aún más bella. Lidia se dio cuenta de mi presencia, sonrió y se levantó. Llevaba un vestido de fiesta azul pegado al cuerpo que resaltaba sus curvas, y unos zapatos de tacón negros con brillantina. Aquella imagen me dejo perplejo, ya no había nada más a mi alrededor, ella tenía toda mi atención. Me dirigí hacia ella la cogí con fuerza y la besé. De nuevo mi lengua jugueteaba dentro de su boca, de nuevo volvía a tener a Lidia entre mis brazos.



Después de unos segundos, me retiré un poco hacia atrás. Lidia no dejaba de sonreír y dijo…  



 - Vaya, ¿a qué viene esa fogosidad?



Yo sin mediar palabra la volví a coger y la besé, aunque esta vez quería disfrutar. Puse mi mano derecha en su culo, y la empuje hacia mí, quería que notara mi falo erecto, quería rozárselo por todo su cuerpo, quería que ella también se excitara. Lidia me separó bruscamente, me miró a los ojos y me volvió a besar, aunque ahora era ella la que se rozaba contra mi pene erecto. Otra vez ella era la que dominaba la situación.



La velada fue interesante. Habló de su trabajo en el consejo de administración de una empresa internacional, de su quehacer diario, de sus gustos en el vestir, en la comida… Ya estábamos en el café cuando salió el tema del sexo, a ella le salió una sonrisa pícara, y empezó a hablar…



.- A mí me gusta como la otra tarde, aunque tengo que dejarte bien claro que si aceptas mis reglas debes cumplirlas siempre que yo te lo pida. A cambio yo te dejare comer de mi manjar y nunca te pondré límites.



Yo no sabía que contestar, solo quería acostarme con ella otra vez, así que decidí seguir adelante una vez más y después tomaría una decisión. Inmediatamente cambié de tema, y le comenté que en el baño se había dejado un sobre con dinero, lo saque de mi chaqueta y se lo entregue. Ella me cogió la mano y me dijo…



.- Eso es para ti, si estamos juntos, quiero que vivas al máximo, nunca te faltará de nada.



Lidia abrió su bolso y sacó un pequeño paquete, lo puso encima de la mesa y lo acercó hacia mí.



.- Esto también es para ti.



Abrí el pequeño paquete, y en su interior había dos gemelos de Platino con un pequeño diamante en el centro. Yo no salía de mi asombro, eran espectaculares, algo así le habría costado una pasta. Iba a devolvérselos cuando Lidia me cogió la mano, con un cuchillo rompió el botón de mi camisa, le hizo un agujero y me puso el gemelo. Luego hizo lo mismo en la otra manga. La verdad es que me quedaban impresionantes, y ya no pude decir que no.



Después de cenar fuimos a tomar unas copas al casino. Me encontraba eufórico, me sentía en la cima. Imaginad la escena, joven de 28 años, con más de mil euros en el bolsillo, y con una mujer de cuarenta años que quitaba el aliento. ¿Quién no hubiera seguido adelante en esa situación?



Cuando salimos del casino, Lidia me dio las llaves de su flamante coche y me pidió que condujera yo. Al sentarse el vestido dejaba ver casi todas sus piernas, lo que me producía una erección que no podía evitar. Ella puso la mano encima de mi pierna y al notar mi polla dura, empezó a acariciarla. Al rato me miró y dijo…



.- No creas que eres al único que le apetece, no creas que eres el único que está excitado.



Seguidamente Lidia hecho el respaldo del asiento un poco hacia atrás, puso los dos pies sobre el salpicadero y se quitó la ropa interior. Era una visión muy erótica, ver como aquella mujer se masturbaba mientras yo conducía. Lidia cogió mi mano. la acerco a su coño, y empezó a acariciarse con ella.  Yo no aguantaba más, pare el coche en la primera área de servicio que encontré en la autopista, y le dije que necesitaba follármela. Lidia echó mi asiento hacia atrás, me desabrochó los pantalones, sacó mi verga y se la introdujo en su boca. Sus movimientos hacían que sintiera mucho placer, pero yo quería follármela. La separé, y le dije que me apetecía hacerle el amor. Ella se subió el vestido y se sentó encima introduciendo en su vagina toda mi verga erecta. El ritmo de sus movimientos hizo que los dos llegáramos al orgasmo. Todo mi cuerpo se estremecía mientras mi semen volvía a inundar a esa preciosa mujer.



Cuando llegamos a su casa, dejé el coche en el parking, y al querer entrar en el ascensor, Lidia me dijo…



.- Hoy llegamos hasta aquí, ya te llamaré.



La puerta del ascensor se cerró y todo acabó. Otra vez me asaltaron muchas dudas. ¿Qué estaba pasando? ¿Porque mi opinión no contaba para nada? Cogí un taxi y en el camino de vuelta a casa no pude contestar ninguna de los miles de preguntas que había en mi cabeza. Entonces decidí disfrutar de lo que estaba viviendo durante el tiempo que estuviéramos juntos. Eso me tranquilizo, pero ahora puedo afirmar también que fue el primer gran error que cometí.



El domingo, me levanté y salí a dar un paseo por la playa, deseaba que me volviera a llamar, pero no fue así. Por la tarde después de una sesión doble de cine en casa iba a hacerme la cena cuando el teléfono sonó. Al contestar la voz sensual que estaba esperando dijo…



.- Hola Sergio, mañana lunes por la tarde tengo un viaje de negocios y quiero que me acompañes. Te espero a la tres y media en el aeropuerto.



Yo intenté decirle que tenía que trabajar, pero me corto y dijo…



.- No tengo mucho tiempo, ya sabes lo que hablamos, si estás conmigo tienes que hacer lo que te diga y cuando te lo diga.



¡Y colgó! Otra vez, me colgó el teléfono sin poder ni hablar. Por primera vez me sentí mal, tenía una sensación de inferioridad y tristeza que me invadía el alma. Pero a la vez también la idea de pasar unos días con Lidia era de mi agrado. En esos momentos pensé más con mi polla que con mi cabeza y decidí ir con ella, aunque una voz en mi interior me decía que esta situación ya no era muy normal.



El lunes por la mañana hablé con el jefe y le dije que tenía que marchar un par de días, le prometí que el jueves estaría de vuelta. No me los dio de buena gana, pero acepto. A las dos de la tarde salí hacia el aeropuerto, llevaba poco equipaje y muchas ganas de pasarlo bien.



Al llegar a la terminal, me encontré un poco perdido hasta que la vi. Al acercarme a ella me moría por besarla, y cuando estuve lo bastante cerca para besarla lo intenté, pero ella me quitó la cara, y con un tono enfadado dijo…



.- No lo vuelvas a hacer. Si quiero besarte, ya te besaré yo. ¡Sígueme!



Se giró y se marchó. Yo no pude decir nada, pero la seguí hasta la puerta de embarque. Subimos al avión y despegamos. Íbamos en primera clase, con todos los lujos posibles, además el vuelo duraría como 4 horas por lo que me propuse pedirle explicaciones de lo ocurrido en la terminal. Cuando me decidí a hablar con ella, me puso la mano detrás de mi cuello y me beso profunda pero suavemente. Me introdujo su lengua en mi boca y jugó con la mía al mismo tiempo que me acariciaba. Cuando se separó me dijo…



.- Si vienes conmigo haz lo que te diga y cuando te lo diga, sino te mando de vuelta a casa. ¿Entendido?



Mientras me hablaba me había bajado la bragueta y había metido la su mano dentro de mis pantalones. Yo solo pude asentir con la cabeza y disfrutar de cómo acariciaba mi miembro, que para entonces ya tenía una erección descomunal. Lidia volvió a hablar y dijo…



.- Habrá que aliviar esta erección.



Levanto la cabeza, miró delante y detrás, se dio cuenta que en ese vuelo no había mucha gente en primera clase, me miró y me besó. Al mismo tiempo sus manos sacaban mi pene de los pantalones, se inclinó hacia él, y suavemente fue besándolo, acariciándolo y metiéndoselo en la boca para hacerme la felación más atrevida y excitante que jamás me habían hecho. Yo solo podía mirar como todo su cuerpo se balanceaba para introducirse en la boca todo mi miembro. Eso hizo que llegara al clímax otra vez más rápido de lo que a mí me hubiera gustado, aunque si os digo la verdad, no me importo mucho, ya que fue uno de los mejores de mí vida.



Cuando acabó Lidia se levantó se retoco un poco el maquillaje y le pidió a la azafata un poco de champán.



Ya en el hotel y después de una ducha rápida, bajé al comedor para encontrarme con ella. Al sentarnos en la mesa, me di cuenta que me sobraban cinco tenedores, dos cuchillos, cuatro o cinco cucharas y unas pocas copas. Yo era un tipo más del montón, nunca había comido en un restaurante con tanto lujo, por lo que me daba miedo hacer el ridículo. Cuando llego Lidia, se lo comente y ella le quitó importancia, me dijo que no me preocupara que también a ella le sobraban la mitad de cubiertos. Eso me tranquilizó un poco y pude disfrutar de una gran velada.



Al subir a las habitaciones, Lidia se despidió de mí con un último beso y me dijo…



.- Yo mañana trabajo, pero tú tienes un regalo de mi parte en la habitación. Mañana quiero que me cuentes con todo detalle si te gusto mi regalito.



Yo intrigado fui a mi habitación. Al abrir la puerta me di cuenta que había una luz tenue y que sonaba una música relajante, esto hizo aumentar mi curiosidad y al ir a encender la luz, una voz de mujer dijo…



.- No, no enciendas la luz. Ven, pasa y siéntate en la silla.



Yo no podía salir de mi asombro. ¿Qué estaba pasando? me preguntaba. Y entonces la voz volvió a decirme…



.- Siéntate en la silla, o Lidia se enfadará.



Me senté en la silla y de repente una mujer bellísima salió del cuarto de baño. Era morena, de unos 25 años, con el pelito corto todo peinado hacia un lado, sus ojos eran grandes y verdes, su nariz parecía de juguete y sus labios eran enormes y pintados de rojo pasión. Su cuerpo era escultural, llevaba un conjunto de lencería de color rosa pastel con encaje negro. Sus pechos sobresalían del sujetador como si quisieran escapar, y sus braguitas solo tapaban lo justo para que yo pudiera utilizar algo mi imaginación.



Se detuvo a unos dos metros de mí y empezó a moverse, sus movimientos eran sensuales y provocadores. Se apoyó en la pared y empezó a acariciarse las piernas de arriba abajo, se acariciaba el culo, las tetas, se mordía los dedos de la mano de forma provocativa, y todo al ritmo de un baile erótico que hacía mi excitación aún mayor. Con voz suave me dijo…



.- Quiero que te desnudes. Lidia me ha dicho que te obligue a hacer lo que yo quiera.



Yo obedecí, me desnudé completamente y me volví a sentar en la silla. Ella siguió moviéndose sensualmente y comenzó a tocarse su vagina por dentro de las braguitas que la cubrían. Mientras lo hacía me dijo…



.- Mastúrbate para mí…



Yo no lo dude ni un instante y comencé a masturbarme, ella para entonces ya solo estaba a medio metro de distancia, se quitó sensualmente las braguitas, puso un pie en encima de mi pierna y cogiéndome del pelo acercó mi boca a su coño para que lo lamiera. No podía creer que me estaba pasando, otra vez estaba lamiendo una vagina de alguien que no conocía, otra vez me estaba haciendo sentir placer una mujer de ensueño.



Cuando los temblores provocados por su clímax cesaron, se separó de mí, se dio media vuelta, se sentó suavemente encima de mí mientras se introducía toda la polla en su estrecho culo. Se movía arriba y abajo, gimiendo suavemente, mientras mi falo entraba y salía por su ano. El placer que sentía era increíble, y esta vez sí que pude aguantar más ya que por la tarde Lidia había hecho que me corriera en el avión. Cuando estuve preparado, la agarre bien las tetas y me preparé para disfrutar. La corrida llegó, y mi semen lleno el ano de aquella morenaza que me estaba tirando.



Agotado, suspire y le pedí que me dijera su nombre, a lo que ella contestó…



.- Eso no importa. Lo importante es que tú hayas disfrutado del regalo de Lidia.



Se vistió y se marchó. Aunque mi cabeza daba muchas vueltas, no podía ni pensar por lo que me di una buena ducha, me metí en la cama y me dormí.



Mi mayor preocupación era ¿cómo explicarle a Lidia lo vivido aquella noche sin que se enfadara?


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