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El obseso superdotado 6

AÑO 1.928
6


Al cumplir los diez años ya era tan alto como ellas cuando llevaban tacones. Medía un metro sesenta y ocho, y llevaba camino de seguir creciendo como un ciprés. Comía con un apetito insaciable y las mujeres no hacían más que decir que con tanto alimento tendría que estar gordo como un becerro y no delgado como un pino. Se ve que todo lo metía en altura.

También ayudaba el hecho de que, desde hacía un año, todas las tardes, después de las clases y de merendar, cogía el hacha y me pasaba más de una hora cortando troncos para la chimenea. Claro que cuando empecé los primeros días no aguantaba ni quince minutos, pero progresivamente fui resistiendo más y más sin darme cuenta.

Al principio Nere protestó por temor a que me hiciera daño, pero ante mi testarudez, terminó por callarse y dejarme en paz. Lo hacía por no tener que pedírselo a Teo ni soportar su presencia. Pero el caso es que, después de un año de ejercicio, tenía unos músculos duros como el pedernal, se habían ensanchado mis hombros y mi tórax y adquirí, sin proponérmelo, una desproporcionada fuerza para mi edad. No era consciente de ello, pero igual Nere que Megan se quejaban últimamente de que no les apretara tanto las nalgas cuando las follaba porque les hacía daño.

El hacha, que al principio casi no podía levantarla con las dos manos, la levantaba ahora con una sola, partiendo el tronco puesto en vertical de un solo golpe. Últimamente las veía muchas veces a las dos juntas en la ventana mirándome como partía leña. Me paraba, les echaba dos besos con los dedos, ellas me los devolvían, se miraban sonriendo y desaparecían haciendo melindres como dos niñas cursis.

Muchas veces me sorprendía pensando de nuevo en juntarlas a las dos en la misma cama, pero no encontraba la manera de enfocar la cuestión. Sería estupendo comerle el coño a una mientras me follaba a la otra. Aquellos pensamientos me ponían la verga más dura que los troncos que cortaba.

Yo ardía en deseos de encontrar la manera de ponerlo en práctica y de abordar el asunto sin que hubiera complicaciones. Estaba harto de oír a Megan quejarse de que no podíamos seguir perdiendo todas las horas de clase, yo tenía que seguir estudiando si quería aprobar los cursos y llegar a la Universidad algún día.

De repente se me ocurrió un plan y se lo expliqué a Megan con detalle. Al principio no quería aceptarlo por temor a la reacción de Nere pero, finalmente, logré convencerla asegurándole que Nere no se atrevería a hacer nada por temor a las consecuencias.

Comprendió que tenía razón y que era la única forma de arreglar el problema y volvió a repetirme que era un genio. Decidimos ponerlo en práctica aquella misma noche.

Megan, después de cenar, se retiró pronto porque, según dijo, no se encontraba bien. Nere y yo tardamos poco en seguirla. Después de bañarnos como todos los días nos metimos en la cama y comencé a lamerle el coño hasta que se corrió bramando de placer.

Casi sin darle tiempo de reponerse se la metí hasta las bolas y comencé a bombearla con fuertes golpes de caderas. Me estaba conteniendo para no correrme, pero cuando sentí las contracciones de la caliente vagina sobre mi mango no pude evitarlo y me corrí con fuertes sacudidas, pero seguí bombeándola despacio para volver a llevarla a un nuevo orgasmo.

Me di la vuelta arrastrándola encima, era la posición que más le gustaba y en la que más deprisa se corría. Le hundía la polla hasta el fondo, presionándola por las nalgas. Comenzó a gemir:
-- Así... Así... Así...
Oí los golpecitos en la puerta, pero Nere estaba tan encendida que no los oyó. La puerta se abrió y entró Megan.
-- Ah, perdón, no quería molestaros, me voy.
Nere se giró sorprendida, o eso me pareció. De momento no supo que hacer, pero preguntó enojada:
--¿No sabes llamar a la puerta?
-- Lo hice, Nere, y entendí que Si y por eso entré.
-- No me vengas con disculpas...
-- Si que llamó - dije, porque era la verdad.
Nere me descabalgó, tapándose con la sábana. No parecía muy enfadada. Allí me quedé yo con la verga que me llegaba al ombligo mirando a Megan y a Nere. Pensé << Ahora o nunca >>
-- Ven, Megan, hay sitio para ti.
-- Perdona, no quería molestaros, quería pedirle a Nere una compresa porque está a punto de llegarme eso

Salté de la cama como un rayo, la levanté en vilo y la tumbé en la cama al lado de Nere y cuando ésta quiso levantarse, me monté encima de ella, sujetando a Megan por el pelo.
-- Suéltame el pelo, Toni, me haces daño. Aunque quisiera no puedo quedarme. ¿ Puedes dejarme eso, Nere? - y se levantó.
-- Cógelo tu misma, está en el cajón de la cómoda - respondió mirando a Megan mientras ésta abría los cajones.
-- En el de arriba de la izquierda, Megan - por la voz supe que estaba más avergonzada que furiosa.
Megan encontró el encargo, se colocó bien la bata que se le había abierto dejando ver sus blancas bragas impolutas y la visión de sus preciosos muslos hizo palpitar mi verga sobre el vientre. Comentó:
-- Lo siento, Nere, no era mi intención...
-- Tú haces lo mismo en la biblioteca - respondió sin pensarlo mucho - Por la mañana y por la tarde.

Megan sonrió con desgana. Fue lo suficientemente elegante para no recordarle que ella no era mi hermana, y la quise más por eso. Así que me levanté de nuevo y le quité la bata que cayó al suelo. Quedó en bragas y sostén y bajé la mano para acariciarle el coño por encima de la fina tela mientras miraba a Nere guiñándole un ojo. Megan dijo:
-- No creo que a Nere le...
Nere la cortó rápida.
-- Mientras no se entere la servidumbre, por mi no te preocupes. Si quieres quedarte, quédate, ya no importa. Quizá nos divirtamos ¿ Por qué no?
--¿Qué te parece? - pregunté a Nere haciéndole dar una vuelta completa a la rubia preciosidad de cinturita de niña, casi tan estrechita como la de ella - ¿ Le quito las bragas, Nere?
-- Y el sostén - respondió
-- No antes de que te quites de encima la sábana - comentó Megan, sujetándome las manos.
-- Sí, ¿ por qué no? Mira - pateó la sábana hacia abajo - ¿ Qué te parece?
-- Que tienes un cuerpo precioso, Nere.

Si yo hubiera sabido entonces que todo aquello era una farsa entre las dos dirigida al gran carajo la vela (nunca mejor dicho) que era yo en sicología femenina, supongo que habría reaccionado de otra manera. Digo que lo supongo porque en realidad no estoy muy seguro de cuál hubiera sido mi reacción. Pero sigamos con los sucesos tal y como los entendí en aquella época.
Le quité las bragas y el sostén a Megan. Le chupé un pezón mirando a Nere mientras le metía los dedos en el coño.

La tumbé en la cama colocándome entre las dos, con los brazos bajo sus cabecitas rubias. Las atraje hacia mí. Me besaron en las mejillas mirándose una a la otra. Nere estaba más ansiosa que Megan y me pareció natural. Pensé que cualquiera de las dos hubiera hecho las delicias del más exigente de los hombres.
Nere alargó la mano y me acarició la verga suavemente. Megan puso la mano bajo mis bolas, acariciando el escroto.

-- No sé como vas a hacerlo - comentó Nere - solo tienes un miembro.
-- No te preocupes - le dije - ya verás como nos corremos todos juntos. Anda, vuelve a metértela.


Sin dejar de mirar a Megan se montó a horcajadas sobre la inflamada verga, entrecerrando los ojos mientras se dejaba caer poco a poco hasta tragarla toda. Entonces obligué a Megan a ponerse en la misma posición sobre mi cara. Su coño quedó a la altura de mi boca y comencé a lamerle el clítoris con fuerza. Quedaron de frente, mirándose.

Nere comenzó a moverse arriba y abajo. Megan movía las nalgas adelante y atrás sobre mi boca y toda su húmeda vulva abierta se ofreció a mis caricias. Cuando el placer las inundó, las vi abrazarse y poco después sentí los chupetones que se daban en las tetas y en los labios. Tal como había pronosticado nos corrimos los tres al mismo tiempo con una intensidad como no habíamos experimentado nunca hasta entonces. Sus orgasmos se prolongaron más de lo imaginado y la abundante leche que me tragué de Megan me dijo, mejor que cualquier otra explicación, lo mucho que lo había disfrutado. Lo mismo pasó con Nere y conmigo.

Al cabo de un rato cambiaron de posición y empalmé a Megan hasta el útero. Me tragué toda la leche de Nere que aún le quedaba en la vagina del primer orgasmo. Ellas siguieron con sus caricias enardeciéndose cada vez más. Por lo visto se gustaban más de lo que habían imaginado. Una vez arrumbaron sus prejuicios fueron ellas las que tomaron la iniciativa y pasé la noche saltando de una a la otra en un delicioso carrusel de orgasmos, hasta que nos derrumbamos exhaustos quedándonos dormidos.

A partir de entonces todas las noches las pasábamos hasta altas horas de la madrugada en una menage à trois perversamente deliciosa.
Pero algo salí perdiendo con el tiempo. Llegó un momento en que ninguna de las dos me dejaba follarla de día. Megan decía que yo no podía perder más tiempo y tenía que estudiar, lo que era cierto; Nere consideraba que ya era suficiente con lo mucho que disfrutábamos por la noche los tres juntos y también era cierto. Supuse que se habían puesto de acuerdo, pero algo me decía que había algo más. No podía definir lo que era, pero rondaba por mi cerebro machaconamente sin que lograra desprenderme de aquella extraña sensación.

Fueron tan sutiles y sagaces, sucedió tan gradualmente, que no me di cuenta de que habían ido apartándome poco a poco. Ellas dos disfrutaban más veces juntas que conmigo. Juntaban sus coñitos y se lamían con tales muestras de satisfacción que, el principio, hasta me gustaba verlas como se acariciaban y como se hacían el amor.

Es bien cierto que ningún hombre, por experto que sea, sabe mejor que una mujer las mejores zonas erógenas de su cuerpo. Yo supongo que debió de ser esto lo que acabó por unirlas tanto como si estuvieran locamente enamoradas una de la otra. Lo comprendí cuando, después de varios meses, me di cuenta de pronto de que casi no intervenía en sus juegos amorosos.

Me sentí herido en mi orgullo de macho. Estaba convencido de que tenía un miembro irremplazable y fabulosamente grande, idea que perduró en mi durante mucho tiempo; una capacidad de resistencia fuera de lo común y podían follarme sin temor a quedar embarazadas. Creía que, según explicaban los libros, eran motivos más que suficientes para tenerlas subyugadas.

Era, además, un chico tan alto y fornido como un hombre normal; mucho más inteligente, mucho más guapo y simpático y no podía comprender que no se sintieran atraídas por mí. Todo eso era cierto, pero hoy comprendo que tan sólo era un niño de diez años falto de experiencia.

Nunca pasó por mi cabeza que pudieran llegar a enamorarse una de la otra, pero así fue. Y cuando comprendí que ya no me tenían en cuenta y que casi las molestaba mi presencia, me marché. La primera vez que lo hice, vinieron a buscarme a mi habitación al cabo de un rato, pero la segunda vez ya no volvieron.

Soy demasiado orgulloso para suplicar y, durante unas semanas, oía a Megan pasar por las noches hacia la habitación de Nere. Ofendido y humillado, aparte de que necesitaba follar más que el aire para respirar, me dediqué a perseguir a las criadas, incluida Manuela. Fracasé porque sin convicción y sin perseverancia, no hay manera de llegar a buen puerto. Lo hacía más por despecho que otra cosa. Con tales armas es difícil conquistar a una mujer, por muy hambrienta que esté.

Quizá ellas dos lo estaban haciendo sin que yo me diera cuenta desde hacía mucho tiempo. Era difícil, porque de día estaba tres horas por la mañana y otras tantas por la tarde con Megan y las noches las pasaba con Nere ¿cuándo se hacían el amor?

Sí, era difícil, pero no imposible. Las mujeres son muy astutas y por más que las vigiles, si quieren pegártela, te la pegan sin que te enteres, aunque lleven cinturón de castidad como en la Edad Media.

Acabé el año con hambre de mujer y tan dolorido de alma que hasta escribí un poema de amor infortunado:

Tengo yo un dolor, Señoras,
Aquí, en medio del pecho.
¿Tendrá el corazón deshecho
este hombre que os adora?

Y si mi amor ya no os place
Porque me habéis olvidado,
Yo sigo aún aquejado
De ese dolor que en mí nace.

Y un día y otro renace
Con el dolor más profundo
De saber que en este mundo
Ya no tendré quien me abrace.

Por supuesto, ninguna de las dos lo leyó porque no quise que supieran de mi amargura; era yo demasiado orgulloso para demostrar debilidad alguna. Me dediqué al estudio con mayor ahínco que nunca.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16106
  • Fecha: 04-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 4.85
  • Votos: 34
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1845
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