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El cilindro

por: Rowena Citlali



La espuma que la trajinera iba dejando a su paso esclareció mi certeza que las tres,
hijas de las aguas de Amsterdam, Xochimilco y Venecia,
sabíamos que existe un canal que debe cruzarse en gozosos días de fiesta.

Antonella di Agrento Las herederas de Afrodita







Al volver al hotel después de todo un día de tiendas y museos, nos apresuramos a tomar una ducha para luego abrir bolsas y envoltorios. En realidad teníamos menos interés en los vestidos de gasa estampada o en el par de botines o en el body recién adquiridos, que en el carísimo y enorme vibrador transparente de diseño y tecnología más avanzados. Hasta su nombre propio era largo: Super Point G. The Bigest Master. Lo último en estimulación del placer femenino, prometía en suave holandés la tapa de la caja. En cuanto lo descubrimos en un sex-shop dos cuadras arriba me sugirió que lo comprase, sin importar el precio, que ya luego haríamos cuentas para compartir el gasto.

Se lo alcancé para que lo sacara de su empaque y lo lavásemos antes de ponerle las baterías. Zumbaba en 5 distintas velocidades, cada una más intensa que la otra, y no hacía casi ningún ruido. En la palma producía un alegre hormigueo. Le pedí que lo probáramos, que estaba excitada y para demostrárselo deslicé su mano por mis labios inferiores, y la sacó empapada en jugo. Se chupó los dedos.

Con mi tono más sensual susurré que le daría el honor de inaugurarlo y que por esta vez lo estrenaríamos en su culo. Contestó que estaba completamente loca, que jamás lo había hecho por detrás, que ni en estado etílico o soñando accedería. Persistí vehemente, acariciándole las mejillas y desesperándole con cientos de besos en los lóbulos y en el cuello. Que no, que no había forma de convencerle. Ni aunque me pagaras.

Que me dejara de juegos. Que no, rezongaba, que sería doloroso, insistía, y que además le estaba ganando el cansancio. Dije que no me alzara la voz, que de ninguna manera íbamos a dormir con esa calentura, que entonces para que lo habíamos comprado y machaqué obcecada y me empeciné hasta doblegar en media hora su débil resistencia.

Feliz le anuncié que sería una experiencia sensacional, que recordara aquella película triple equis que tanto nos excitó, en la que dos chicas lo hacían así, que le iba a dar un placer inmenso porque, como sabíamos, el ano era el sitio sensible por excelencia, que me emocionaba hacérselo de ese modo para variar, al tiempo que se iba colocando en cuatro, hundiendo la despeinada cabeza entre las almohadas. Te advierto que si me lastima no vuelvo a dirigirte la palabra en todo el viaje, reclamó con temor, pero también con deseos que se hacían notar en la humedad de la sábana.

Con ambas manos separé el sabroso meridiano de sus nalgas y lamí como una gata aquel hoyito maravillosamente aterciopelado y virgen hasta que su deleite llenó el cuarto de suspiros. No vayas a venirte, le ordené, apenas estamos empezando. Introduje un dedo embarrado en vaselina y después otro. A merced de mi esmero fue distendiéndose el esfínter, anticipando la intromisión del cilindro translúcido de tersa punta roma.

Di un largo masaje a su culito y le arranqué más de un gemido. Estábamos muy calientes y nuestra lubricación se extendía ya por la blancura de algodón. Encendí el vibrador en la primera velocidad y la lujosa cabecita entró suavemente y con relativa dificultad. Me duele, gruñó, mejor hagámoslo en tu culo. Contesté que no, que ya iba por la mitad, que aspirara profundo, que se relajara, que aflojara más las nalgas, y seguí empujando.

A esas alturas del partido no se me iba a echar para atrás. Me incomoda, sácalo un poco. Lo hice, pero sólo para ponerle más vaselina y casi se escapa de mis manos. Su culo abierto era la negra letra O de un sueño erótico. Un orificio tan apetitoso y suculento como muchas veces había comentado que es el mío. Volví a invadirle con cuidado entre aquellas elevadas protuberancias que clamaban al cielo raso, y para apaciguar mi ardor trepé a su espalda y unté mi clítoris sobre su piel sedosa y transpirada. Eso le encendió más. Desde arriba la vista era soberbia.

Aumenté al 3 la velocidad y lo clavé casi entero. Ahí sí gritó, no sé si de dolor o de lujuria o de ambas cosas, pero no cambió su felina posición en lo absoluto. La incomodidad es lo de menos, lo importante es que lo disfrutes, gózalo, yo alcanzo a recibir su cosquilleo. Ya entró todo, mentí, ya ves cómo la sensación es deliciosa, repetí varias veces resbalando por la pendiente mojada de su espalda.

Durante un rato se lo dejé dentro, zumbando como una abeja inmóvil, para que se acostumbrara a su diámetro y largura mientras con mi propia lubricación mezclada con pericia en vaselina le acariciaba sus pezones. Le llevé hacia atrás un brazo hasta que su palma y sus dedos alcanzaron mi clítoris. También yo resollaba. El ronroneo era rico y seguramente también lo sería la vibración ahí empalada. Presioné más sobre los pocos centímetros que faltaban y cambié al número 5 la potencia de nuestro Super Point G. The Bigest Master.

De acuerdo con el instructivo, esa era la velocidad en la que el extremo del aparato iba a rotar en sentido contrario al de la base, que apenas asomaba entre sus nalgas, produciendo una sensación extraordinaria. Empecé a sacarlo y a meterlo y seguí deslizándome en su espalda que escurría. El objeto iba cambiando a un viscoso color amarronado conforme bombeaba. Dime que te enloquece tanto como a mi, pídeme que no pare esta delectante sodomía. La voz ya era un quejido, pero no me iba a detener hasta que simultáneamente llegáramos al clímax.

En contra de la costumbre, me vine primero y aunque me temblaban las piernas seguí meciéndome en búsqueda del siguiente orgasmo. Me rogó que lo sacara, y que por favor le acariciara. Exhausta, me apiadé. Bajé de su espalda y sin extraer de su albergue la deliciosa fuente del zumbido, me acomodé bajo sus piernas y metí toda su verga en mi boca. Casi de inmediato y escatimándome el placer de succionarlo arrojó chorros cálidos y espesos que absorbí, relamiendo lo que había alcanzado a salírseme a las comisuras.

Ahora si, por favor sácalo. Lo jalé hacia fuera e hizo un grato sonido de succión. ¿Ves que rico se siente? ¿Has visto cómo te pusiste de cachondo?, así siento yo también cuando me enculas. Te toca lavarlo a ti, añadí más sosegada. Me duele y me arde, seguía repitiendo monotemático después de que fue al baño, emperrado porque ya apagué la luz y estoy tapada simulando dormir y él quiere festejar cogiéndome por delante y por atrás con el cilindro. La tiene otra vez dura. No sé que se piensa, ni que estuviera loca. Además con lo tarde que es y el cansancio y el sueño que me ha entrado.



Rowena Citlali
Datos del Relato
  • Categoría: Juegos
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Chica sexy
invitado-Chica sexy 04-12-2004 00:00:00

Al principio crei que eran dos mujeres jugando con ese aparato. Luego hacia al final descubro que se trata de una pareja heterosexual y ademas lo cierras un colofon ironico e inesperado. Me excito muchisimo y me mantuvo sonriente por partes iguales. Manejas el factor sorpresa y el erotismo con elegancia para que los lectores no perdamos los instantes mas jugosos (yo soy ahora uno de esos instantes despues de leer tres cuentos tuyos)Una quisiera creer que aun hay hombres como el que describes, ludicos y entregados a las fantasias de su pareja que disfruten sin pudores ni miedos. Tu cuento lo hace posible y me arroba y hace desear leerte mas durrante todo el tiempo. Se lo regalare a mi pareja pues se me han despertado algunas ideas suculentas al leerte

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