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Después de muchos años, pude tener sexo con otro hombre, lo disfruté t

Después de muchos años, pude tener sexo con otro hombre, lo disfruté tanto y es que había olvidado lo que era sentir el gran placer del sexo

 

 

Hola, soy Irene. Una mujer viuda desde hace ya unos años, la cual, no había vuelto a tener contacto sexual con ningún otro hombre, hasta el día de la historia que a continuación os voy a contar.

Todo transcurrió a partir de una excursión en autocar que hice hace un tiempo.

Al llegar al lugar de salida, comprobé que aún no había casi nadie, salvo el chófer, la guía y un señor muy bien vestido, el cual empezó enseguida a entablar una conversación conmigo. Me dijo que se llamaba Vicente y que también estaba viudo y sin compromiso como yo, por lo que seguimos hablando de nuestras cosas, hasta que fueron llegando todos los demás.

Después, cuando nos dijeron que ya podíamos subir al autocar, él muy educadamente me dejó pasar a mí primero, al igual que hizo con otras mujeres. Una vez arriba elegí un asiento con ventanilla y al momento llegó él, el cual me preguntó si me importaba que se sentase a mi lado.

Yo naturalmente le dije que no, y así emprendimos el viaje. Durante el trayecto me fijé que, aunque disimuladamente, no paraba de mirarme la raja del escote, por la que me imaginé que me debería de estar viendo las tetas, al igual que hacía yo de vez en cuando, mirándole aquel abultado paquete que tenía él entre sus piernas, con el cual me estaba poniendo ya muy cachonda, puesto que como bien os dije antes, hacía años que no estaba con un hombre y mi calentura la llevaba a flor de piel.

Al llegar a la primera parada, decidí bajar para estirar las piernas e ir al lavabo. Entonces él, se levantó de su asiento para que yo pudiese pasar mejor puesto que estaba todo muy justo, y al hacerlo, mis redondeadas nalgas, pasaron rozándose mucho por todo aquel bulto que tenía y que ya anteriormente le había estado mirando furtivamente, y la verdad es que aquella situación, hizo que todo mi cuerpo se volviese de nuevo a estremecer después de tantos años, cosa que él debió de notar, puesto que enseguida se disculpó muy educadamente por aquella situación.

Luego durante la excursión los dos tratamos de seguir siempre juntos, y al terminar, nos intercambiamos nuestros números de teléfono, para volver a quedar algún que otro día.

El tiempo fue pasando y la llamada no llegaba, por eso pensé que ya se debía de haber olvidado de mí. Pero he aquí que, durante un fin de semana, me llamó y quedamos para ir al cine.

Llegado ese día, me puse lo más sexi que pude, con una blusa ajustada, una falda no muy larga y unos pantys negros, los cuales combinaban con unos zapatos de tacón. Al llegar vi que él ya estaba allí, y que también se había puesto muy elegante. A continuación, cogimos las entradas y luego pasamos a la sala. El muy pícaro había elegido la última fila, alegando que desde allí lo veríamos todo mucho mejor.

Después, de apagarse la luz, me pasó un brazo por encima de los hombros y se pegó todo lo que pudo a mí, tanto que nuestras caras se quedaron casi juntas. En ese momento yo me encontraba muy nerviosa, pero a la vez muy caliente, puesto que hacía mucho tiempo que no tenía sexo. Así que, en una de nuestras miradas y al ver su boca tan cerca de la mía, fui yo quien fue acercando poco a poco mis labios a los suyos y él entonces empezó a besarme suavemente, hasta acabar entrelazando nuestras lenguas mientras que con su otra mano me iba tocando las tetas.

Luego la llevó hasta mis rodillas y a partir de ahí, empezó a subir, masajeándome los muslos hasta llegar a mi entrepierna.

Yo en ese momento estaba ya muy cachonda, así que fui separando poco a poco los muslos y le dejé el camino libre para que llegase bien hasta mi coño, aunque con los pantys puestos, por mucho que lo intentaba le era casi imposible profundizar más, por eso, me susurró al oído, que por qué no me iba al lavabo y me los quitaba, cosa que con lo caliente que estaba, no tardé en hacer, volviendo de allí con ellos metidos dentro del bolso, como una gata en celo.

Entonces siguió besándome y metiéndome mano, ya que a nuestro alrededor no había nadie cerca, y enseguida sentí como un dedo suyo, frotaba mi hambriento clítoris, el cual iba creciendo, mientras lo movía con gran maestría, al igual que cuando lo fue metiendo y sacando de mi coño una y otra vez, cosa que me estaba volviendo loca de placer y me hacía aferrarme fuertemente a él.

Por eso se debió de dar cuenta de que necesitaba algo más y cogió una de mis manos bajo la suya, y la llevó hasta su entrepierna. En ese momento no supe cómo reaccionar, y tan solo me limité a dejarla allí, pero él siguió insistiendo en la presión, y fue deslizando mi mano sobre aquel gran bulto, el cual notaba como iba creciendo por momentos entre mis dedos.

Luego ya me dejó seguir sola y empecé poco a poco a hacerle una ligera paja, aunque por encima del pantalón. De esa forma seguimos besándonos hasta que él no aguantando más, decidió desabrocharse la bragueta y sacarse al exterior aquella gran polla que tenía a punto de estallar, la cual empecé a palpar, para ir imaginándome como sería, tanto en longitud como en grosor, ya que estaba todo muy oscuro y no podía vérsela, pero realmente lo que estaba tocando era una buena y caliente polla, mucho más grande que la de mi difunto marido. Así que seguí haciéndole la paja que ya había empezado, mientras que él seguía besándome y metiéndome el dedo hasta lo más profundo de mi coño.

Al poco rato de estar así, empezamos a sentir las típicas convulsiones y los dos tuvimos al unísono, el mayor orgasmo que yo recordaba. En un momento, mi mano quedó toda llena de un líquido viscoso y caliente, y la de él, impregnada por completo de mis abundantes jugos vaginales.

Luego, tras volver a retomar de nuevo la compostura, nos fuimos los dos al lavabo a asearnos, y yo además a ponerme los pantys. Una vez que acabó la película salimos a la calle sin mediar casi palabra y tras darnos un clamoroso beso, quedamos en llamarnos en otra ocasión.

Yo lo estaba deseando, así que en cuanto lo hizo, lo invité a mi casa puesto que vivo sola y sin compromiso, para así poder estar los dos mucho más tranquilos.

Una vez llegó ese día, se presentó puntual. Yo lo recibí con un beso en la boca y lo hice pasar. A continuación, le ofrecí una copa en el salón, y tras poner una música lenta, nos pusimos a bailar. Él, metió una de sus piernas entre las mías para que, de esa forma me diese cuenta de que estaba ya muy empalmado con tanto frotamiento. Seguidamente, empezó a besarme en el cuello hasta llegar a mis labios. Mientras, con una mano me iba tocando las tetas y con la otra, iba apretándome las nalgas atrayéndome hacia él, para que fuese notando aún mejor la gran erección que tenía.

Luego nos sentamos en el sofá y seguimos besándonos como locos. En ese momento me puso una mano en las rodillas y empezó a acariciármelas para después ir metiéndomela por entre los muslos, los cuales yo fui abriéndole sin ninguna resistencia debido a la calentura que llevaba encima.

Cuando llegó a mi coño empezó a masajeármelo por encima de las braguitas, hasta que ya las notó muy húmedas y las separó para empezar a jugar con mi clítoris y meterme otra vez su maravilloso dedo para seguir con aquel mete y saca que tanto placer me producía.

Después me dio un poco de tregua y brindamos por nosotros, pero enseguida me tumbó sobre el sofá y me abrió de piernas, para entre ellas, empezar a chuparme y a lamerme mi ya palpitante y húmedo coño, el cual hacía años que no había sido visitado de ese modo por nadie. Así se pasó un buen rato saboreando mis jugos y me hizo correr una y otra vez. Luego se incorporó y me pidió que me arrodillase. A continuación, empezó a desabrocharse la bragueta ante mí y en un instante, pude verle por fin en toda su magnitud, aquella larga y gruesa polla que tenía, a muy pocos centímetros de mi cara.

Hacía años que no veía nada igual, por eso empecé a mirársela por todos los lados posibles como si la estuviese estudiando, al igual que hice con sus huevos. Entonces él se la cogió con una mano y empezó a moverla dirigiéndola hacia mi boca, empezando a frotármela suavemente por los labios, hasta conseguir que poco a poco fuese abriéndolos, para poder introducírmela dentro de la boca.

Una vez lo logró, me dejó a mí que siguiese y poniendo una mano sobre ella y la otra en mi coño, empecé a chupársela con mucho gusto sin haberme olvidado para nada de cómo se hacía. De esa forma volví a correrme de nuevo y él también me dejó la boca y la cara toda llena de leche caliente, tras la corrida que tuvo.

Así, pasamos otro día de experiencias sublimes para mí y seguramente que también para él, puesto que se le veía muy buena persona y para nada un mujeriego. Después al despedirnos me comentó que había estado todo muy bien, pero que en la próxima cita que tuviésemos me iba a traer un regalito que me lo iba a hacer pasar aún muchísimo mejor.

Durante esos días estuve muy nerviosa esperando su llamada y además con la incertidumbre de no saber cuál iba a ser ese regalo misterioso, puesto que después de todo lo que habíamos hecho ya en tan solo dos citas, poco había más que hacer. Pero me supe controlar, aunque tan solo de pensarlo me ponía a cien por hora y siempre acababa masturbándome a solas como una colegiala.

Una vez me llamó, volvimos a quedar en mi casa para el próximo fin de semana, y al llegar el día, me puse lo más sexi que pude y preparé todo el escenario con mucho detenimiento, puesto que imaginaba que ese día iba a ser muy diferente al resto, además, estaba deseando ya, poder sentir de nuevo una buena polla como la suya dentro de mi coño. Así que ya tan solo faltaba esperar.

Llegado el momento y al abrir la puerta, vi que se había puesto de punto en blanco, y que llevaba en una mano un ramo de flores y en la otra, un paquetito alargado con un bonito lazo, los cuales, después de saludarnos y besarnos, me entregó. Luego pasamos dentro y bebimos unas copas. Mientras lo hacíamos escuchando una romántica música, íbamos hablando de nuestras cosas, y una vez puse en un jarrón el ramo de flores, cogí el paquetito que había dejado sobre la mesa y sentándome en el sofá, empecé a abrirlo.

En ese momento los nervios empezaron a aflorar en el ambiente, aunque tal vez más en él, puesto que enseguida empezó a decirme con una sonrisa nerviosa, que no me fuese a enfadar con él, y una vez lo abrí y vi que era un vibrador, enseguida me argumentó que eso ahora era de lo más normal que había en los cajones de las mesitas de noche de las mujeres, para mitigar esos momentos de soledad o simplemente para jugar con su pareja.

Yo, aunque al principio me quedé algo sorprendida, enseguida le seguí el juego y le comenté que la medida que había elegido para mí era más que considerable, y que no sabía bien si aquel gran camión podría llegar a entrar en mi garaje. Dicho esto, lo puse en marcha, y al comprobar que vibraba mucho, empecé a tocarlo y a apretarlo entre risas para comprobar bien su tacto, y la verdad sea dicha es que era bastante real.

Luego me lo fui pasando por las tetas y enseguida se me pusieron los pezones más tiesos que nunca bajo la blusa y así continué jugando con él por varias partes de mi cuerpo, hasta llegar incluso a ponérselo en la entrepierna de Vicente, el cual me dijo enseguida que tanta vibración le estaba poniendo la polla más tiesa que un poste de teléfono.

Y así, entre juegos y risas, continuamos dándonos el lote allí en el sofá hasta que decidimos pasar a la habitación. Una vez en ella y mientras nos íbamos besando sin parar, los dos empezamos a desnudarnos el uno al otro. Luego me llevó de espaldas hasta la cama y una vez allí me tumbó en ella y empezó a lamerme todo el cuerpo, hasta llegar a mi palpitante y abierta raja, la cual empezó a chupar, al igual que hizo con el interior de mis muslos y mi culo, cosa que nunca nadie me había hecho hasta entonces.

Para mí aquello era como estar en la gloria, así que, para disfrutarlo más, le pedí que me dejara chuparle la polla y así de esa forma realizamos el mejor sesenta y nueve que yo recordaba.

Cuando él notó que ya estaba bien lubricada y su polla bien dura, me hizo poner tumbada de espaldas en el borde de la cama con las piernas bien abiertas y me puso la punta de su polla en la entrada de mi rasurado coño. Luego poco a poco me la fue metiendo, así como el resto de toda ella hasta que llegué a sentir como sus huevos pegaban ya en mis nalgas. Así se pasó un buen rato bombeando sin parar, y al ver que, aunque me lo estaba pasando muy bien parecía que me faltaba algo, me pidió que a la vez me fuese tocando el botoncito del clítoris. Yo le obedecí enseguida y a partir de ahí pude comprobar lo que era estar en el séptimo cielo, aunque según él, eso no había hecho más que empezar.

Dicho esto, y tras hacerme correr como una loca me la sacó del coño e hizo que se la chupase de nuevo. Después me puso a cuatro patas al borde de la cama y desde atrás, empezó a besarme y a chuparme las nalgas y el culo, a la vez que me iba tocando también las tetas. Yo entonces me quedé muy sorprendida por su gran entrega, puesto que a mi marido jamás se le había ocurrido chuparme o lamerme el culo en tantos años con él, pero aun así y como el placer que estaba recibiendo era estupendo, lo dejé hacer.

Por eso siguió con su tarea y mi sorpresa siguió en aumento cuando noté como la punta de su lengua intentaba introducirse en mi culo, al igual que lo intentaba hacer uno de sus dedos una y otra vez hasta conseguirlo e invitando a otro de ellos a hacer lo mismo, para una vez dentro, empezar a juguetear con un mete y saca continuo para ir dilatando mi esfínter, el cual nadie había penetrado hasta entonces con su polla.

Yo, con lo caliente y decidida que estaba no protesté en ningún momento. Tampoco cuando me dijo que quería que supiese lo que se sentía cuando te daban por el culo y en ese mismo momento noté ya la punta de su polla empujando en la entrada de mi culo, intentando penetrar en él. Lo único que hice tan solo fue relajarme y ayudarle a conseguirlo, separando mis nalgas con las manos lo máximo que pude. Así poco a poco logró metérmela toda centímetro a centímetro, hasta notar como sus huevos chocaban en mis nalgas.

Entonces en cuanto empezó a bombear sobre él, me estremecí un montón de tanto placer que me producía y otra vez me corrí como una loca al ir frotándome también, mi abultado clítoris.

Por un momento creí que aquello, una vez que él se corriese se iba a acabar, pero no era así, ya que según me explicó, había una cosa por hacer aún mucho mejor para mí, y era la doble penetración. En ese instante sí que me sorprendí, puesto que allí solo estábamos los dos y yo no estaba dispuesta para nada en hacer un trío con nadie. Entonces fue cuando me explicó que para hacer eso no hacía falta mas gente, puesto que por eso me había regalado aquel juguetito vibratorio tan chulo, el cual todavía no había llegado a estrenar.

Así que una vez fue a por él, me hizo otra vez que se la chupase para ponérsela a punto y en la misma posición del perrito de antes, empezó de nuevo con todo el proceso. Cuando me puso otra vez a punto, me la volvió a meter otra vez en el culo y empezó a bombear como a mí me gustaba dentro de él. Seguidamente me dijo que me pusiera el vibrador sobre el clítoris y que después, me lo fuese metiendo en el coño una y otra vez mientras él me seguía dando por el culo, el cual notaba que lo iba teniendo ya más grande y abierto que mi propio coño, quizás por eso no me dolía nada en absoluto.

De esa forma estuvimos los dos bastante rato disfrutando de lo lindo, pero claro, todo tiene un final, y ese final llegó cuando yo me corrí como nunca y tuve un orgasmo de película, y él al no poderse aguantarse más, intentó sacármela del culo para correrse fuera, aunque yo entonces le dije que no lo hiciera, puesto que quería llegar a sentir toda su caliente leche dentro de él. Así que cuando llegó su momento, me inundó con todo su líquido que aún tenía almacenado y después sí que me la sacó, sintiendo como poco a poco iba saliéndome aquel mismo líquido por el culo e iba resbalándose por mis suavecitos muslos.

Al finalizar todo, nos pegamos los dos una buena ducha, y después al despedirnos, él muy pícaramente me dijo que haber que hacía con mi juguetito cuando me quedase a solas, puesto que ese aparato era incansable y siempre iba a estar dispuesto para mí, a lo que yo le contesté tan solo con un… ya veremos… ¡a ti te lo voy a contar!

FIN

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