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Crónicas desde Lesbos (III)

Pamela ni se imagina que estoy acá tan cerca suyo, frente a nuestro cuadro, el que le ayudé a pintar. Le agradezco que lo haya incluido en su exposición, la primera de lo que va a ser su inminente carrera de artista plástica, como le gusta decir medio en broma medio en serio. No contaba con ello, sobre todo luego de nuestra discusión de ayer. Me gritó que era una pendeja, que no sabía lo que quería, que estaba harta de mis ironías, que a mis veintiún años debería tener todo un poco más claro...sobre nosotras. Le respondí que no sabía a que se refería, que si estábamos juntas era por algo, que mi intención no era pasarme de oráculo en oráculo para dejarla dormir tranquila, que tomara un curso de bordado, ahí todo era más seguro. Me pidió que me fuera, que no quería estar conmigo. Le sugerí que se buscara un mino, me di media vuelta y pegué un portazo. En el cuadro aparecemos las dos, tomadas de la mano, frente a frente. No es tan obvio porque nuestras siluetas se vuelven imprecisas a través de la neblina. Es un cuadro triste. Tonos gris-oscuros. Yo insistía en que si quería que la continuara ayudando incluyéramos tonos más exóticos. Creo que ahí comenzó todo. Debí decirle que de lo único que estaba segura, en toda mi vida, era que quería estar con ella, que era lo mejor que me había pasado, pero no me di el tiempo...



-Parece que hubiera querido retratar un encuentro muy fugaz ¿Te parece?



Es el tipo que está a mi lado. No me había dado cuenta.



-¿Cómo?-pregunto turbada.



-Por los contornos de las siluetas. Parecen a punto de esfumarse junto con la neblina –me aclara mirando el cuadro.



-O sufre de astigmatismo...crónico –le respondo un tanto molesta por la intrusión.



-Entonces deberías denunciarla –agrega sonriéndome- ¿Cómo te llamas? Hace más de diez minutos que estas parada frente a este cuadro.



-¿Sueles venir a las galerías a espiar a la gente? No parece muy normal.



-Solo a las que ofrecen champagne y chicas misteriosas.



-Perdona, pero mi novio de casi dos metros de altura me espera un poco más allá.



-No, espera, no te vayas. Estamos en un sitio público, rodeados de mucha gente. No corres peligro. Te lo prometo. Me llamo Octavio y soy psicólogo.



-¡Ah! Gracias. Ahora me siento mucho mejor. Permiso.



-Déjame intentarlo de nuevo. Dame cinco minutos, luego podrás golpearme, escupirme, humillarme...



-Patearte en las bolas...



-No exageres, además una chica tan linda como tú no debería decir ese tipo de cosas.



-Tu nuevo intento va peor. Déjame pasar por favor o grito.



-Todo tuyo. No quiero que pierdas el final de tu teleserie o el Christian Dior show o algo así. Corre.



-No me hagas sentir mal.



-Imposible. Eres 0% grasa y pasión...



No se si fue el tono o su expresión cuando me lo dijo, pero de pronto lo encontraba sumamente atractivo. En la barra, me senté con él y bebimos un trago. Me contó de lo impresionado que quedó al verme parada ahí enfrente del cuadro. No habría podido expresarlo, pero mi figura lo había conquistado y mi rostro absorto más allá de la tela, como suspendido dentro del entramado de colores y otras cosas. Me reí mucho. Todo iba de maravillas. Hasta ese momento el alcohol había empezado a hacer algún tipo de efecto. Me sentía muy liviana y muy risueña. Entonces la vi. Pamela se había acercado hasta la barra, a unos metros de donde yo estaba. Conversaba animadamente con una chica, una que me pareció muy linda. Quise acercarme, interponerme entre ellas dos, pero no pude, no tuve el valor de iniciar un escándalo. Habría sido de muy mal gusto. Octavio me hablaba y yo no podía escucharlo, no podía dejar de mirarla. Luego de terminar su trago, ambas se pararon y se perdieron entre la masa de invitados tomadas tiernamente de la mano. La escena me afectó profundamente. Maricona, por que tenía que hacer eso. La odié amargamente.



-¿Te pasa algo? Parece que hubieras visto un video de Cristian Castro –me hace notar preocupadamente Octavio- Estas pálida.



-Necesito ir al baño –le respondo apenas conteniendo un par de lágrimas.



-Pero...



Me fui casi corriendo. Entré al baño y me quedé ahí frente al espejo mirando como se corría el rimel de mis ojos, pensando en ella, sintiéndome enferma. De pronto Octavio estaba adentro conmigo. Había puesto el cerrojo a la puerta acomodándose detrás de mí. Sin preguntarme nada me abrazó por la espalda y me dio un cariñoso beso en la nuca. Le tomé las manos y las lleve hasta mis pechos. Los empezó a masajear lentamente al principio hasta que mis pezones estuvieron duros. Me besaba el cuello y comenzó a bajar por mi espalda. Me encorvaba hacia atrás mientras bajaba mis jeans stretch hasta dejarlos a la altura de mis rodillas sin dejar de besarme. Me abrió las piernas dejando a la vista mi coño húmedo, mojado por lo excitada que me ponía sentir su lengua jugueteando dentro de él. Estuve a punto de correrme. Estaba a mil. Entonces su lengua se deslizó hasta mi ano, se quedó ahí, moviéndose tibiamente en circulos, Hasta que presionando logró entrar en el agujero de mi culo. Casi me muero. Apoyé mi frente en el espejo y empuje mi cola hacia atrás. Se sentía muy rico. Su lengua entraba y salía suavemente de mi agujero. Entonces se detuvo. Oí que bajaba el cierre de su pantalón y sin previo aviso me introducía, de una sola vez, toda su gruesa verga. Tan adentro que pude sentir sus testículos a punto de entrar, golpeando, dilatando mi esfínter. Casi me desmayo. Tuve que empujarlo. Decirle que por ahí no. Que había tenido un par de malas experiencias y que todavía no me recuperaba del todo. Que no fuera bruto. Entonces me dio la vuelta, me abrazó y me pidió disculpas, que estaba como loco, que nunca una chica le había impresionado de esa manera. Bajé hasta su polla. Estaba dura como una roca, caliente y latía. Empecé a besarla lentamente hasta que la tenía casi atorada en la garganta, húmeda entera mientras con mis manos jugaba con sus pelotas y le metía uno de mis dedos, a modo de venganza, dentro de su propio culo. Me hizo parar. Estuvo a punto de correrse, pero se detuvo. Me puso de pie y me sentó en el lavamanos. La loza estaba fría lo que me provocó un extraño espasmo que me estremeció entera. Luego se puso a jugar con su lengua en mi vagina, con mis labios, moviéndose hacia adentro y hacia fuera...hacia adentro y hacia...En un segundo tenía su verga dentro de mí, tibia y suave, llevando el mismo ritmo...su exquisita verga...moviéndose...ahh...hasta que aún no terminando de sentir mi orgasmo pude sentir como bombeaba su semen dentro de mi, tibio, incómodamente tibio. Después recuerdo que le dije que tenía que irse. Me escribió su número, el de su consulta privada, me dijo que lo llamara por cualquier cosa, me dio un apretado beso, uno muy largo y rico. Y se fue.



Después de eso me vestí como pude, toda pegoteada, cansada, había sido un poco incómodo, pero me gustó. Me arreglé un poco el maquillaje y salí sin mirar a nadie. Me fui hacia la puerta de salida. Quería escapar. Pero justo en el momento en que salía un par de brazos me detuvieron. Era Pamela, quedé inmóvil, me saludó comentando lo feliz que la hacía que yo estuviera ahí, que por que no le había avisado antes, que yo era una tonta, que tenía mal genio, pero que no podía estar sin mi. Me hablaba emocionada. Al lado suyo estaba la chica de la barra. Notó que yo la miraba fijamente sin poder disimular mis celos, de manera incómodamente fija, entonces me dijo que era su prima, que había venido especialmente a ver su exposición. Luego la miré a ella. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Entonces me abrazó. Le di un beso, uno muy fuerte y le pedí que no me dejara nunca más, que me tuviera un poco de paciencia. Le pregunté si me encontraba 0% grasa y pasión. Me miró extrañada y comenzó a reirse. Su prima nos miraba sin entender como si estuviera en medio de una sesión espiritista y no supiera quién era el médium. Nos fuimos las tres. La exposición había terminado.



Ahora, que estoy al lado de ella, pienso que tiene algo de razón, que no estoy muy segura de lo que quiero. No le voy a contar nunca lo que pasó en la galería. No sé si soy lo peor, pero si sé que ella está dentro de lo que no me podría faltar. Aunque, por alguna razón todavía no olvido a Octavio.



Hasta la próxima.



Melanie M.


Datos del Relato
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