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Categoría: Incestos

Cómo me enamoré de mi esposo

Hola, me llamo Diana y tengo 27 años. Quiero contarles la historia de cómo conocí y me enamoré de mi actual esposo. Soy de México. Mis medidas: 1.63 de altura, bra 34e, 93 de caderas y 61 de cintura. Soy una mujer guapa, lo he sido desde la secundaria, blanca, de cabello castaño oscuro y con pechos un poco grandes.



Todo esto empieza al final de la prepa, después de la graduación casi todos fuimos a la escuela a emborracharnos esa noche. La cosa se extendió más o menos hasta las cuatro de la mañana, yo bebía bastante y esa noche no tarde en ponerme borracha. Se suponía que cuidaría a una amiga, Wendy, pero a las dos horas me di por vencida al perderla de vista. El tema queda en que más o menos a las 3 de la mañana me quedé dormida en el gimnasio. Después de terminar en la escuela todos se fueron a la casa de un compañero de diferente salón y yo fui la única que se quedó ahí como idiota.



Lo peor fue que cuando me desperté me había orinado encima, pensé que estaba en el gimnasio y que podía aprovechar las duchas. Así que intenté entrar a las de mujeres, era un almacén, todo estaba lleno de cajas y montones de documentos. Ninguna de las duchas estaban desocupadas, así que me asomé al baño de hombres. Misma situación pero sólo a la entrada, todas las duchas estaban libres y cuando abrí la llave me di cuenta de que servían.



Me desnudé y dejé mi ropa en un locker cerca de la entrada. Cerré la llave cuando vi un pequeño bote de shampoo y me vacíe lo que quedaba en el cabello.



En ese momento escuché la voz de un hombre y abrí la llave rápidamente para enjuagarme el jabón.



Voltee hacia la entrada y estaba el raro de la escuela, Caleb. Nunca habíamos hablado, era moreno, más alto que yo y un poco musculoso pero con carne de más. Parecía no importarle mucho el que lo viera desnudo y estaba igual de borracho que yo.



Aquí viene el problema, tenía un pene enorme. Literalmente era como el de mi novio erecto pero estando en su estado natural, muy grueso y perfectamente rasurado. Por aquel entonces estaba acostumbrada al pene de David, mi novio, era un tamaño promedio y completamente blanco con una mata de pelo muy grande. Ver un pene tan grande, grueso y oscuro me sacó de onda, pero llevaba dos meses pidiéndole a David una cogida, y como siempre me ponía peros y estaba peda no me importó querer follarme a Caleb.



Estaba por irse, pero regresó a bañarse por que le habían echado cerveza en todo el pecho y espalda, pero al verme ahí pensaba que era mejor irse, sólo había vuelto por una toalla que estaba en el otro extremo del baño.



-— No te preocupes, sólo vine por la toalla esa.



Y como si nada pasó por mi lado, agarró la toalla y me descubrí los pechos cuando iba de vuelta a la entrada. Metió la toalla en un locker y estaba por irse.



— ¡Oye!



Él se dio la vuelta, su pene estaba palpitando un poco y comenzaba a moverse.



— No... ¿No te quieres quedar un rato conmigo?



— ¿Así?



— Así mero— Le respondí.



— ¿Qué estás planeando?



— Nada, es que te vi que venias a lo mismo que yo y... no sé, me gustó lo que vi.



Desde siempre he sido muy aventada con los hombres, si uno me gusta se lo digo y si no me gusta también.



— ¿Qué es lo que más te gusta?



Me preguntó.



Estaba un poco nerviosa, pero ya había seducido a un hombre antes, había que hacerse un poco la difícil y más con alguien como él.



— Acércate y te lo digo.



Camino hasta estar a mi lado y ahora los dos estábamos cubiertos por el agua que caía de la regadera. Vi más de cerca y me quede más impresionada, su pene era oscuro, grueso y largo, su prepucio comenzaba a echarse hacia atrás y su glande se asomaba un poco, tenía un par de huevos todavía más negros que su pene y eran como dos naranjas de grandes.



— Tu cosota, eso es lo que más me gustó.



Dije al mismo tiempo que lo agarraba con mis dos manos, una masturbándolo y otra estrujando sus testículos.



Él me agarró de las nalgas y sentí sus dedos rozando mi vagina y mi ano, él me obligo a acércame hasta el punto en el que mis tetas estaban pegadas a su pecho y me besó. Metió su lengua en mi boca, los dos apestábamos a alcohol y aunque tardé un poco yo también le metí mi lengua en la suya. Sentí como su pene estaba más y más duro, pero no llegaba a ponerse como piedra, como el de David. Yo separé mis labios de los suyos para tomar aire y entonces él me puso de rodillas, su pene semi-erecto rozó mi cara y lo agarré con una mano, lo apreté para ver si podía juntar mis dedos, no fue así. Y sin pensarlo mucho lo metí en mi boca, su glande era rojo y comenzó a ponerse duro en mi boca, no era buena dando mamadas, pero me encargué de pasear mi lengua todo lo profundo que pude, lamía el glande bastante y quise lamer más allá, pero me costaba, era muy grueso y me lastimaba un poco la boca.



— Eres buena chupándola, Diana.



Dijo eso y me tomó por la sienes de la cabeza y empujó con mucha fuerza su pene, sentí como si mis labios se fueran a partir y como mi garganta se abría, no podía respirar pero me mantuve así unos diez segundos, viéndolo fijamente a los ojos mientras él me mantenía así agarrada del cabello. Finalmente empujé fuera su pene y comencé a tomar aire. Él no me dejó terminar cuando sentí un fuerte jalón en mi cabello que me obligaba a verlo a la cara. Él tomó su pene mientras me jalaba el cabello con una mano. Apunto su uretra hacia mi cara y eyaculó en ella, nunca había visto a un hombre eyacular tanto. Habrán sido unos 15 segundos de corrida, un chorro con mucha fuerza, después otro y después otro más. Se me escurría de la cara, bajaba gracias al agua por mis senos, mi abdomen y llegaba hasta mi pubis antes de caer al suelo.



Tomé el semen que me quedaba en la cara con las manos y lo junté todo, comencé a lamerlo de mis manos, era algo amargo, tenía un olor fuerte, pero mis pensamientos tenían ese sabor idealizado, nunca había probado nada así, pero pensé que era el sabor de un hombre.



Él se arrodillo frente a mí y me beso, todavía tenía un poco de semen en mi boca, pero no le importó, sentí como sus manos recorrían mis pechos y estiraban suavemente mis pezones, era algo delicioso de hacer.



— ¿Quieres hacerlo, Diana?



Dijo separándose un poco de mí, un hilo de saliva o semen conectaba nuestros labios a pesar de la distancia. Me estaba ofreciendo su pene para montar. Por suerte tengo una vagina grande, mis labios se extienden bastante. No lo pensé mucho pero entre la borrachera y la excitación no dije anda y me quedé viéndolo como una idiota, con una sonrisa en la cara.



— Si no quieres podemos dejarlo así.



Me puse de pie y empujé hacia atrás su pecho con mi pie, lo hice acostarse y entonces hice cuclillas encima de su pene. Cuando me di cuenta lo tenía en el pubis, bastante antes de lo que esperaba. Pase mi brazo por detrás y lo recorrí desde donde empiezan los testículos hasta donde terminaba el glande. Lo medí en otro de nuestros encuentros, 23 cm de pene.



Puse su glande en mis labios y comencé a bajar poco a poco.



— Caleb, no te pases de pendejo conmigo.



— A tu ritmo, hermosa, no te lo voy a meter de golpe.



Comencé a meterlo en mi interior poco a poco el glande fue lo peor, hacía un esfuerzo por metérmelo pero no parecía tener fin. Mi vagina se estaba estirando mucho y comencé a gritar del dolor y a insultarlo. Él no decía nada, sólo tenía sus manos en mis caderas y me observaba sufriendo. Cuando pase el glande sentí como si algo hiciera un chasquido dentro de mi. Comencé a bajar con más facilidad, cuando llegué a la mitad me resbalé totalmente y sentí como su pene llegaba hasta mi límite. Hice un poco hacia arriba mi parte trasera de lo mucho que me dolió. Me sentí avergonzada cuando mi ano comenzó a expulsar gases, no lo pude controlar, fueron tres y su sonido fue muy fuerte, lo peor es que su olor también lo fue.



Yo estaba roja y con los ojos llorosos. Nunca había pasado tanta vergüenza en mi vida. Comencé a llorar pidiéndole perdón y cubriendo mi cara.



— Está bien, Diana, no me importa.



Seguí disculpándome hasta que él me agarró los brazos y los alejó de mi cara, hice la cabeza hacia abajo para ocultar mi cara y él me hizo verlo tomándome de la barbilla.



— En serio, lo estoy disfrutando, Diana. No llores, en serio.



— ¿No te da asco?



— Nada que ver, sólo se te escapó un poco, a todos les pasa.



Me sonrió de una manera muy bonita mientras tenía la mano en mi mejilla. Lo besé y él siguió el beso. Nada de lengua, fue roce de labios puro, me encantó, ahí fue cuando comencémosla a enamorarme de él.



Comenzó a moverse, levantó sus caderas y sentí su pene más hondo todavía, volvió a levantarlas y me tomó por las caderas, yo dejé de besarlo y puse mis manos en el suelo para no caerme hacia atrás.



— Mantente así.



Me dijo cuando tenía un poco levantadas mis caderas.



Puso sus manos debajo de mis muslos. Y entonces comenzó a meterlo más profundo y echarse hacia atrás, al principio fue lento, estaba cerca del orgasmo y no creí poder aguantar mucho más. Iba lento y se moderaba, pero duró poco, comenzó a ser más agresivo, cada embestida tenía cada vez más fuerza y rapidez. Llego el punto en el que lo hacía tan rápido que mis tetas comenzaron a rebotar y todo mi cuerpo se movía mucho y de manera muy violenta. Me agarró de la espalda y puso su cabeza entre mis senos mientras me acostaba gentilmente en el suelo y se ponía encima mío, todo sin dejar de moverse dentro de mi. Levantó mis piernas y las abrió totalmente. Comenzó a mover las caderas con una velocidad que sólo había visto en el porno, su pene comenzó a palpitar mucho, sentía como se deslizaba dentro y nuevamente se echaba atrás y como sus enormes huevos golpeaban mi culo con cada movimiento.



— Ya no aguanto.



Le dije.



— Espera un poco más.



— No puedo, amor, no puedo.



— ¿Ya te vas a venir?



— Ya casi, apúrate y lo hacemos juntos.



Comenzó a besarme y lo abracé con mucha fuerza, mi espalda estaba levantada del suelo y eso hizo que su movimiento me produjese cosquilleos en todo el cuerpo.



Sin decir nada me corrí, sólo grité de placer mientras que él intentaba besarme, pero mi boca abierta era muy grande y dejo de intentarlo, chillé un poco y volví a gritar con un segundo orgasmo más fuerte aún que el primero.



— Estoy por correrme, Diana, eres una diosa.



Siempre que va a venirse dice cosas del estilo.



— Eres la mujer más hermosa de este mundo.



Le enrollé la espalda con las piernas.



— Déjame salir, estoy apunto.



— Hazlo dentro, déjamelo dentro.



Comenzó a eyacular en mi interior, gruñó mientras lo hacía y cerró los ojos mientras.



Cuando acabó sentí como su esperma fluía hacia fuera de mi vagina, había eyaculado mucho y ahora se salía un poco.



Sacó su pene y se acostó a mi lado.



— ¿Quieres ser mi novio?



— Ya tienes novio, ¿qué no?



— Sí... pero nunca hacemos esto.



— ¿Por?



— No sé, siempre pone excusas. De hecho casi no hacemos anda como pareja.



— ¿Vas a cortarlo?



— Si me dices que sí.



— Entonces sí, seamos novios un rato.



— ¿Traes carro?



Le pregunté.



— Nop. ¿A qué viene la pregunta?



— ¿Quieres ir a mi casa?



— ¿Y tus papás?



— No me llevo con mi madrastra, mi pa me renta aparte, tengo un depa en el centro. Yo te llevo.



— Vámonos de una vez, me da miedo que alguien nos encuentre.



Se puso de pie y vi sus nalgas pro primera vez, grandes y hermosas, aunque peludas le di una nalgada.



Cuando estuvimos en mi casa no tuvimos anda de sexo. Nos dimos un baño de verdad, le lavé el cabello, la espalda y le enseñé a lavar el cabello de una mujer. Nos acostamos juntos como si de verdad fuéramos pareja. Obvio no sabíamos nada, apenas éramos mayores de edad. Pero tres años después de ello nos casamos y así seguimos hasta la fecha.



Lo mejor es que el sexo sigue siendo tan placentero como esa vez, hace casi diez años, o incluso mejor.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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