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Biblioteca sexual

~~Había ido a la biblioteca a obtener imágenes para el trabajo de un investigador. Pagaba bien, así que no importaba el tiempo que estuviera ante los gruesos tomos, antes los periódicos y las revistas, ante esas grandes mesas de madera en las que uno se sienta horas y horas a averiguar cómo vivían las personas en otras épocas.
 Había ido ya durante semana y media. El trabajo era interesante, pero la rutina comenzaba a dominarme. Ya no tenía tanto entusiasmo como al principio, y comenzaba a encontrar un tanto tedioso el trabajo.
 Sin embargo, algo llamó mi atención. A veces en la mesa de al lado, a veces algo más alejada, una mujer investigaba día tras día. No parecía aburrirse, al contrario, cada vez se le veía más absorta en su trabajo, día tras día. Estaba tan ensimismada, que parecía no poner atención en otra cosa que no fuera los libros y los periódicos que llevaba hasta su mesa. Pasaba hasta cinco o seis horas leyendo y tecleando en una pequeña computadora portátil. A mí me admiraba su pasión por la lectura. Era una mujer madura, de unos cuarenta años. Su cuerpo era algo regordete, usaba lentes, apenas si ponía cuidado en su atuendo y en cómo llevaba peinado el pelo; pero despedía un aroma entre amargo y salado que me daba mucha curiosidad.
 Una tarde, cuando me hallaba más aburrido, giré mi cabeza para verla discretamente, sentada en la mesa de al lado. Ella no pareció darse cuenta de la forma en que yo la veía. Estaba sentada de manera descuidada, la falda se le había alzado, y dejaba ver un par de piernas maravillosas, envueltas en unas medias oscuras que realzaban el torneado de sus muslos.
 Además, tras la blusa blanca, desabotonada descuidadamente, se alcanzaba a ver un brassiere negro primoroso, que guardaba unos senos de un tamaño generoso.
 La noche de un viernes, me dije: Hombre, por qué no la abordas, no tienes nada qué perder, no te va a cortar la cabeza si no le interesas, no pasa de que diga no , y ya . Así que estaba decidido a hablar con ella. Poco antes de las seis, ella emitió un grito discreto. Al parecer, había encontrado un dato sorprendente, algo que le permitía avanzar en la investigación que estaba realizando, y que era larga, al parecer. Tecleaba nerviosamente, llena de frenesí, y sus piernas asomaban bajo la falda, hermosas y llenas de carne, sin que ella reparara en ello. Poco antes de las ocho, se incorporó, cerró el libro, dio un suspiro de satisfacción y se dispuso a retirarse.
 Yo me apresuré, entregué rápidamente el material que había pedido y caminé lentamente hacia la salida, haciendo tiempo para encontrarla en el elevador. Efectivamente, ella entregó su libro, recogió su computadora y se dirigió al vestíbulo.
 El elevador tardaba en llegar. La miré discretamente, y al fin dije alguna frase como nada como un buen descanso tras la larga jornada, ¿eh? .
 Ella me miró, como si notara por vez primera mi presencia.
 Pues yo no voy a descansar, sino a celebrar.
 ¡Vaya! Felicidades por lo que sea.
 Es que hoy terminé mi investigación.
 ¡Excelente!
 ¿Quieres tomar algo conmigo? La invitación me sorprendió. La miré de hito en hito, y ella dijo.
 Bueno, si tienes tiempo.
 Claro que lo tengo, vamos.
 Fuimos en su auto. Durante el viaje, ella me contaba del libro que estaba escribiendo, acerca de la intervención francesa, del gobierno de Juárez, del México del siglo XIX. Yo escuchaba y la miraba con dulzura, con admiración, con deseo.
 Fuimos a un restaurante de mediana calidad. Ella me explicaba que su esposo se había ido a una estancia académica a Francia por tres meses, y que entonces no tenía con quién compartir su emoción. Así, de manera tan amable, nos hicimos amigos.
 No sé cuánto bebimos. El hecho es que me ofrecí a acompañarla a su casa, que quedaba algo lejos de allí, ella entró por una colonia extrañamente sola y silenciosa, sobre todo tratándose de un viernes, cuando todo mundo sale como loco a celebrar y a bailar y a olvidarse de la rutina.
 Ella detuvo súbitamente el auto. Yo estaba algo ebrio, pero creo que ella había bebido todavía más.
 ¿Qué crees que no me he fijado en cómo me miras?
 Oye, espera.
 Sentía tu mirada clavada en mi escote. Ten valor de reconocerlo.
 Lo reconozco.
 Ah, eres un cínico. Si tanto te importan mis pechos ¿por qué no los muerdes? Anda, atrévete, aquí mismo.
 Tal vez pensaba que yo era apocado y temeroso. Pero de un golpe le entreabrí la blusa, hice a un lado el hermoso brassiere blanco que llevaba, y comencé a chupar sus pezones uno tras otro, a morderlos, a lengüetearlos.
 ¿Estás loco? Yo sólo te estaba retando.
 No contesté. Seguí en mi placentera labor hasta que ella comenzó a quejarse con dulzura. Así estuve, chupando, paladeando la esencia algo amarga de sus pechos. Así hubiera podido estar toda la noche, pero ella me contuvo. Nos pasamos a la parte trasera del auto, y ella me depositó en lo mullido del asiento.
 Ante todo, no quiero que pienses que yo soy así de fácil. No me gusta engañar a mi marido. Es la segunda vez que lo he hecho, y no creas que no siento culpa. Pero es que ¡estoy tan contenta por haber terminado este trabajo!
 Entonces, brindemos. Por la terminación de tu trabajo.
 Pero no tenemos alcohol, no hay nada qué beber.
 En eso te equivocas, mujer.
 Atraje sus nalgas con los brazos, y con ella sobre mi rostro, le aparté las pantaletas y comencé a lamer su clítoris. Ella dio un respingo, y luego muchos. Mi lengua entraba y salía una y mil veces de su olorosa vulva, y yo paladeaba su sabor salado, fuerte como de bebida añeja. Ella no dejaba de moverse, aunque guardaba algo de rigidez cuando llegaba a pasar un auto por allí. Lamí y lamí hasta lograr mi propósito: ella expulsó una gran cantidad de líquido, que yo tragué con los labios posados en sus pelos rizados y largos. Sus gemidos se fueron haciendo inaudibles poco a poco. Entonces le dije:
 Yo ya brindé y bebí. Ahora te corresponde a ti.
 Mira la verdad nunca me he tragado el semen de un hombre. Mi marido es algo convencional en esto pero siempre he querido probar.
 Es verdad que no era muy buena con mi pene apresado por sus labios regordetes; pero también es verdad que hacía su mayor esfuerzo, y lo hacía con todo el placer reflejado en mi rostro. La constancia de sus labios y su larga lengua se vio al fin recompensada: el semen brotó de mi pene una y otra vez, mientras yo me arqueaba sobre mí mismo. Ella bebió hasta la última gota, y todavía lamió mis testículos y acarició mi ano.
 ¿Cómo estuvo? Preguntó.
 Delicioso, verdaderamente delicioso.
 Pues salud. Por mi libro.
 Luego me derribó nuevamente sobre el asiento y me montó con maestría. En eso sí se veía que tenía una práctica excelente. Cabalgó sobre mí de atrás hacia delante, de arriba hacia abajo, de un lado a otro, con rapidez, luego con lentitud, al final con una tal furia, que creía que me iba a amputar el miembro, que me iba a guillotinar con la violencia de sus movimientos.
 Me vine en ella. Yo quería salirme, eyacular sobre su vientre, sobre su ombligo, pero ella estaba sentada sobre mí y no se retiró sino hasta que el semen comenzó a escurrir por mi cadera. Entonces todavía empuñó mi pene y lo chupó deliciosamente, mientras me asestaba su enorme coño en la boca. Yo comencé a lamer mi propio semen, a morder sus labios oscuros y enrojecidos que escurrían su propia eyaculación, la mía, su sudor y su ardiente calentura.
 Al fina, mientras nos terminábamos de vestir, con la ropa medio arrugada, nos besamos largamente.
 Querido desconocido, muchas gracias. Me caes bien.
 Tú también, y haces el amor como una loca deliciosa. ¿Podemos vernos otra vez?
 No, lo siento, creo que no lo podría hacer otra vez. Y menos como lo hicimos hoy. Recuerda que siento culpa por mi marido.
 Tal vez si nos volvemos a ver en la biblioteca
 Yo creo que entonces nos saludaremos, platicaremos. Pero lo de hoy es lo de hoy fue maravilloso, pero se acabó. Y lo recodaré siempre con una sonrisa, te aseguro, cuando vea mi libro.
 No nos hemos vuelto a ver. Pero a veces, cuando cierro los ojos, miro ese cuerpo lleno de vitalidad, ese coño ardiente y magnífico, que se abate sobre mi verga en el asiento posterior de un auto. Y cuando he tenido que ir a la biblioteca, extraño a esa mujer armónica y madura. Cuando eso pasa, me pregunto qué es más terrible, no hacer el amor con una mujer que te fascina, o hacerlo una vez, sólo una, y nunca más.

Datos del Relato
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