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Bebiendo nuestros sexos

~~El ruido de los cristales rotos me llegó lejano, como si hubiera ocurrido en otra habitación, en otro tiempo.
 Sin embargo la sangre estaba en mis manos y los cristales rotos en el suelo, así que debía suceder en el presente.
 No sentía dolor, no sentía nada, de hecho. ni siquiera sorpresa.
 Me lamí la mano izquierda. Salada, claro. La sangre siempre sabe salada. Ni que fuera la primera vez que la probaba. Rica, como siempre. Tenía sed. Lamí más. Pero no había la suficiente, no tanta.
 El sabor de la sangre y el ruido de los cristales que continuaba martilleando en mi cerebro, como unas campanillas llamando a maitines, me llevó a otro lugar, hacía tiempo.
 Una habitación de hotel. madrugada, o por lo menos hacía bastantes horas que había anochecido.
 Podía ser invierno, sí. entraba frío por la puerta de la terraza abierta, la cortina entrecerrada se rizaba entre el alfeízar de la ventana. ¿por qué estaba abierta entonces? Tal vez para adivinar a los lejos las luces de unas cuantas embarcaciones, visitantes no invitadas a nuestra fiesta.
 Recordaba la sensación de frío en el ambiente, pero no en mí.
 Imposible sentirla.
 Desde antes de la comida era toda calor.
 Había empezado a sentirme caliente ya desde que la humedad cálida nació entre mis piernas, allá por el aperitivo.
 La primera copa de vino blanco debería haber estado helada para apagar mis ganas.
 Y no lo estaba.
 Durante la comida, larga, se me antojó larga. primer plato, segundo plato. ¿postre también?. yo sólo quería vino , vino en copa para bebérmelo primero con la mirada y después bebérmelo a él, tan lento como al vino, con el que jugueteé durante todo el rato, mientras él hablaba y hablaba. La bolsa estaba en racha, creo, o eso parecía, porque hablaba de ella con una sonrisa brillando entre sus rasgos morenos, y yo sólo veía sus dientes. Los contaba uno a uno mientras respondía monosílabos, mordisqueaba con delicadeza el borde de mi copa, la acariciaba,arriba y abajo, abajo y arriba, deseando que el mantel fueran sábanas y anhelando el momento de hacerlo con él. Frío del cristal entre mis labios, mi lengua lamía los restos de vino alrededor de la curva bien delineada del borde, y yo reseguía sus labios delgados sobre esos dientes que ya me sabía de memoria mientras el me cantaba los índices del DowJones.
 Un silencio.
 Debía haberme preguntado algo.
 Me miraba expectante.
 Yo no tenía ni idea de por qué.
 Con un gran esfuerzo aparté la vista de aquella boca que me moría por morder, de aquella boca a la que esperaba dibujar de nuevo bajo mi boca hambrienta , y la levanté hasta sus ojos . profundos, oscuros como el puerto al fondo del restaurante. y quise desnudarme y bañarme en ellos, de a poquito.
 pero aún estábamos comiendo.
 Hummm! Hambrienta sí. pero de él. Intuía el sabor a mar en su piel, en cada una de sus ganadas arrugas que perfilaban su rostro tan viril, tan atractivo. Seguro que sabría tan a oceáno como el marisco que había pedido.

 Esa parte nunca la he entendido. inventé, esperando que fuese una respuesta lo bastante neutra y abierta como para encajar en cualquier suposición. Los hombres, los de su edad en concreto, gustaban de creer que tenían tanto para enseñar.
 Funcionó.
 Continuó hablando, ahora en tono más íntimo, inclinándose más sobre la mesa, como para explicarse mejor.
 Yo pude oler su colonia. No la reconocí. tal vez una base de helechos y maderas orientales. sería por el aspecto de jeque que llevaba en su cabeza morena y regia. Un poco demasiada cantidad para mi gusto. Me gusta oler al hombre debajo. Aspiré un par de veces, como los caballos dilantan sus fosas para olfatear el aire antes de lanzarse a galope, y sí. ahí estaba.
 Su olor. Me excitó mucho más que cualquier colonia. Intenté concentrarme en su voz, en su cadencia melodiosa, porque en lo que decía ya sabía que era imposible, la combinación del alcohol y mi deseo hacía imposible que enfocara nada más que una cosa. la imagen inventada de su cuerpo sobre la cama. Quería contrastar esa imagen con la real, quería su desnudo sobre mi dibujo, unir ambas como barro y agua. su carne y mi saliva bañándole por todas partes.
 Cuando trajeron el segundo plato los minutos se me hacían chicle. No sabía cuánto más podría aguantar. Se me hacía imposible que él no notara nada. que mi carita de niña buena con ojos grandes e interrogadores sirviera como interlocutora en un monólogo que se hacía a sí mismo, mientras yo me fijaba en detalles estúpidos para controlarme.
 un colmillo que sobresalía de forma un tanto irregular,. un par de pelos rebeldes y rizados en una ceja, juguetones ellos, burlándose de mi deseo, tal vez. un principio de mancha, con los años sería una mancha, seguro, en la regularidad de la piel morena de su mejilla.
 Pensé en ir al servicio.
 Me notaba tan húmeda que el salvaslip no debía haber aguantado.Siempre llevaba uno de repuesto, pero prefería esperar. aún no eran las tres de la tarde. ¿y si era de los que quería esperar a la noche? Sabía que había hecho reserva en el hotel al principio del puerto pero. ¿y si yo no le apetecía tanto como él a mí?. Cielos. ¡era imposible que yo le apeteciera tanto ! si me estaba derritiendo bajo sus palabras y él no parecía hacerme caso.
 La posibilidad de que mi deseo se quedase en eso, en deseo, en humedad solitaria e insatisfecha, me ayudó a concentrarme en la carne.
 Costilla.
 ¿Yo había pedido aquello? Una de las reglas básicas cuando se come con alguien en estas circunstancias es nada de comidas complicadas.
 Pero, claro, estaría distraída con el ángulo que su barbilla había con su cuello. la tensión justa, la tirantez crucial en un punto en que tantos hombres fracasan. El tenía la barbilla más deliciosa que recordaba, apetecía tanto chupársela.
 Bien, a lo hecho. bemoles.
 Ni intenté utilizar los cubiertos.
 La posibilidad de no resultarle deseable me desinhibió por completo. bueno, eso y la media botella de Martín Códax.
 Sujeté una pieza de carne entre ambas manos y empecé a comerla a mordiquitos pequeños, como desganados.
 Arrancaba pequeños trocitos, los sujetaba unos instantes entre los dientes, y con la lengua, en un rápido movimiento, lo introducía en la boca donde lo masticaba con fruición, recreándome en cada movimiento de mandíbula.
 Cuando me percaté de que él se había callado, que estaba absorto en mis ataques a la carne que engullía con manifiesto placer, mientras cortaba y masticaba mecánicamente su solomillo, empecé a sentirme más confiada en el final que tendría la tarde. el que yo quería.
 En una de las ocasiones una gota del jugo del chumichurri picante con el que había bañado generosamente las costillas, se deslizó desde la comisura de mi boca.
 No tuve tiempo de alcanzar la servilleta y limpiármela, él me la había quitado con su dedo pulgar. Y se había chupado el dedo mientras me miraba directamenta a los ojos.
 En ese momento las sonrisas cómplices de ambos se encontraron, me ruboricé hasta la punta de los pezones y supe que podía relajarme, la tarde terminaría entre las sábanas, tal como yo había soñado.
 Incluso disfruté tomándome un postre.
 Helado con chocolante caliente, muy apropiado.
 Frío para mi volcán, dulce para la dulzura que destilaban mis labios, promesas de placeres húmedos sobre su piel de macho.
 La comida ya no tuvo tema de conversación.
 Nuestras risas eran el tema.
 Nuestros cuerpos hambrientos eran el tema.
 Reirse era el tema, la excusa para que nuestros ojos se hicieran el amor por anticipado a como se los harían nuestros sexos.
 No recuerdo quién propuso al final subir a la habitación.
 En el ascensor , que compartimos con una pareja de la tercera edad, nos era difícil esconder entre las risas nuestra pasión. Manteníamos distancia para no tocarnos, porque nuestras manos se habían encontrado desde que los cafés, en algún momento perdidas sobre la mesa, y ya no conseguían separarse. Tenían ganas de aprenderse, de aprehenderse. todo era nuevo y viejo a la vez, y era estupendo. El ambiente olía tanto a sexo que pasé verguenza con el camarero, estaba segura de que llevaba escrito en la cara con ganas de follar y que cualquiera podía leerlo.
 Tampoco es que me importara demasiado.
 Mi pasión superaba a mi verguenza por varios años luz.
 Le hubiera abierto mis piernas como le había abierto mis ojos horas antes en plena calle mayor si no hubiera tenido otra opción.
 La plaza del ayuntamiento hubiera sido aceptable como lugar si me lo hubiera propuesto. Sólo quería comérmerlo, bébérmelo y sentirlo dentro, en mí y satisfecho. quería cosntruir autopistas de placer en sus miembros, chuparle y lamerle hasta que suplicara que lo dejara. y el dónde no importaba demasiado.
 En el hotel las primeras horas transcurrieron en una nebulosa en que el alcohol, las risas y nuestros cuerpos se fundieron.
 Pero al caer la noche, mientras reíamos en una de las pausas escasas en que conseguimos separarnos lo suficiente para recordar que nuestros cuerpos eran dos y no uno sólo. se me ocurrió volver a vestirme.
 En el precipitarse en que nos arrancamos la ropa a la entrada de la habitación, no nos habíamos ni mirado, sólo deseando devorarnos, lamentando no tener más bocas para no poder comernos a la vez los labios, los pezones, los ombligos, para no poder tener su miembro dentro mientras su cabeza buceaba entre mis piernas temblorosas de deseo, placer, anticipación y sensación, y todo a la vez, y todo en un torbellino de ida y vuelta que no tenía final, sino vuelta a empezar, una y otra vez.
 Así que en uno de mis viajes al servicio para deshacerme del preservativo de turno, me encontré con mi ropa interior por el suelo, y la fui recogiendo. me lavé , más intentando apagar con agua fría un fuego que su boca sólo encendía en mi sexo, y pensando en cómo volvería a comerme otra vez, en la sensación de sentirle pez nadando en la piscina en que mi coño se convertía con sólo olerle cerca de mi centro .
 y volví a vestirme, con las medias negras, el liguero con tanga incorporado y de abertura inferior ,y la combinación negra cortita y de raso que había llevado bajo el vestido que estaría enredado con su camisa en alguna parte de la entrada de la habitación.
 Volví hasta la cama, para encontrarme con sus ojos amantes y devoradores que se hicieron aún más grandes al contemplarme. No recuerdo haberme sentido jamás tan bonita, tan deseable, tan deseada.
 El fingió derrumbarse hacia atrás sobre las almohadas, como derribado por un obús imaginario que le hubiese disparado mi femineidad que se volcaba desde la ropa que no tapaba, que mostraba, que invitaba.
 Y yo me lancé a horcajadas sobre él, le sujeté en ese momento y le invité a contemplarme en primer plano sobre su pecho, mientras me quitaba el liguero, entre risas por lo complicado que resultaba, y entre esquivos contenidos. sólo le dejaba mirarme, no tocarme. quería que me deseara, más y más, todo lo que pudiera, y más. hasta el infinito.
 Cuando me había desprendido ya del todo del liguero, el lo mordisqueaba jugando, y yo aproveché para atárselo a una mano. él sonrió y me ofreció la otra.
 La cama tenía un dibujo en el artesonado que dejaba un hueco libre por donde pasé el liguero como cuerda improvisada, y le sujeté ambas manos.
 Imposibilitado de moverse, a mi merced aunque fuese por convenio, me excito mucho más comprobar su erección, mía y a mi disposición y a la que no le hice caso durante un buen rato.
 Le besé los dedos de los pies despacito, para quitarle después los besos con mi lengua.
 tracé caminos de saliva y miel por donde había imagianado durante las horas en que la comida había sido una tortura.
 Descubrí un lunar en la cara interior de su muslo y me recreé con él, mientras él ya pedía que parase, que no siguiese así.
 Pero seguí, claro que seguí.
 Durante rato recorría su cuerpo de norte a sur y terminaba con su polla en mi boca, animándole, complaciéndole, dejándole crecerse y recrearse. y entonces me iba a chuparle los dedos de las manos atadas , uno a uno y con fruición, con mis pezones justo casi al alcance de su boca, pero esquivándole. en alguna ocasión consiguió agarrar uno y morder con fuerza, intentando cambiar el juego. pero el dolor también estaba invitado a nuestra fiesta. y yo sólo reía mientras mis manos en sus testículos conseguían convencerle de liberar su presa.
 Enloquecerle, quería enloquecerle de ganas, de deseo.
 y en algunos momentos casi creí que lo había conseguido.
 No debí calcular bien el momento. éramos muy nuevos en nosotros, recién se presentaban nuestros sexos, así que supongo que debió decidir cambiar las reglas en algún instante.
 En un momento en que yo me había movido hacía una de las mesillas en busca de otro preservativo, él giró con sus piernas y consiguio de alguna forma volcar la botella de cava que habíamos pedido con su cubo de hielo. y entre el destrozo de los cristales rotos, y su sangre confundiéndose con el hielo, utilizó uno de los trozos grandes para cortar uno de los tirantes del liguero..
 Con los restos aún atados en su muñeca izquierda me sujetó bajo él, entre sorprendida y preocupada por la sangre que no terminaba de ver de dónde brotaba, y él no necesitó atarme para inmovilizarme con una de sus manos.
 Cuando sentí que lo que le animaba era sobre todo urgencia dejé de preocuparme por la gravedad de las heridas y simplemente disfruté. Me sujetó con una mano, me introdujo su mano dentro, con fuerza y ritmo, embadurnada de mis jugos y de su sangre hasta que me oyó gritar bajito que ya, que entrase, que le quería en mí. y entonces se metió él de golpe, mientras nuestras bocas se fundían tanto como nuestros sexos, a momentos me colocaba su mano, la que sangraba y con la que me había follado primero, que sabía a mí y a él, a sangre y a flujo, entre los labios, para que le chupara, y nos mirábamos mientras tanto y sentíamos.
 Tardó en correrse y se lo agradecí, porque hubiera querido inmovilizar el instante.
 Hubiera deseado que me follara así eternamente, hasta que nos hubiésemos secado del todo los dos.
 Aunque siempre estará presente ese polvo, sobre todo cuando escuche el ruido de los cristales rotos.

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