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Bazar femenino (Cap. 2)

Después de besarles los pies las mascotas a sus nuevos Amos, ellos chasquearon los dedos y enseguida se postraron la dos perritas a sus pies. Ellos empezaron a caminar, y las perritas los seguían en silencio y con ritmo constante. Por fin llegaron donde estaba estacionado el carro, o mejor dicho carruaje, de esos carruajes que son jalados por la fuerza de caballos, sin embargo en este caso eran cuatro yeguas.



A las cuatro perritas se les puso el collar correspondiente de propiedad del Amo, inmediatamente se les ubicó delante del carruaje para ponerles el ya tan conocido freno de caballos, y así solo bastaría un tirón a la rienda para que la yegua supiera que hacer, ya fuera inclinarse, seguir derecho o dar vuelta, ya fuera a la izquierda o derecha. Un solo golpe con la rienda era significaba a caminar, y dos golpes era a trotar al tener prisa.



Por lógica las hembras más jóvenes tienen más fuerza de arrastre, así que las adolescentes fueron puestas como yeguas de empuje y las maduras como yeguas secundarias. La distancia que había que recorrer entre el bazar y la casa donde habían sido compradas era bastante, sin embargo al ser adolescentes eran jóvenes y con más empuje que sus otras compañeras.



El par de yeguas secundarias, al ya ser algo mayores que las adolescentes no tenían tanta fuerza, sin embargo recobraban el vigor necesario de arrastre al recibir el azote correspondiente con la rienda, misma que como dije, les hacía marcar el ritmo al cual debían trotar, galopar o en caso de tener prisa sus Amos, debían jalar el carruaje con la velocidad necesaria.



De camino a su casa, tanto el padre como hijo iban estudiando la posibilidad de que en vez de solo deshacerse de su esposa e hija, las llevaran al bazar y subastarlas, y quien sabe, hasta podrían recuperar lo invertido en este grupo de esclavas, la idea era tentadora, ya que su esposa tenía buen cuerpo.



Después de una hora de camino, por fin llegaban a su hacienda; así que tiraron de la rienda para aplicar el freno y que las yeguas entendieran que habían llegado. Los Amos descendieron del carruaje y en segundos aparecieron las esclavas actuales para recibirlos besándolos en los pies con todos los honores que una esclava debe dar a su Amo.



Después del ritual para recibir a los Amos, se les ordenó a las esclavas llevar a las yeguas al establo, para que del abrevadero asignado a las esclavas beban un poco de agua, así como también se les diera algo de pastura. Las esclavas agacharon la cabeza y de inmediato acataron la orden recibida, pero antes lamieron los pies de sus amos demostrando respeto. Las nuevas esclavas que ahora tenían la función de servir como yeguas para el arrastre del carruaje, se arrodillaron para agradecer la generosidad de sus nuevos Amos por proveerles de agua y alimento.



Al joven Amo le vino la idea que de comprar otras dos esclavas, su padre le preguntó por qué le vino esa idea, el joven amo le dijo “papa tenemos cuatro nuevas yeguas que jalan del carruaje, mi hermana y madre pueden seguir de esclavas domésticas con el horario abierto tal y como se han venido desempeñando estos años, pero si compramos otras dos, podremos usarlas de mulas y en vez de arar la tierra con tractores, podemos ahorrarnos el mantenimiento y que las nuevas esclavas trabajen la tierra”. Al padre le agradó la idea por lo que al día siguiente se dirigieron al pueblo, dejando así que las yeguas se repusieran mientras que su madre y hermana los atendían como reyes.



A la mañana siguiente el joven Amo hizo escuchar las acostumbradas palmadas y enseguida aparecieron las perras para besarle los pies, para después adoptar la pose de adoración y esperar las órdenes a cumplir. El joven Amo dio la orden de que alistaran el carruaje junto con las yeguas, ya que en breve visitarían el pueblo. Las domesticas lamieron sus pies y se dirigieron a cumplir la orden



A los pocos minutos ya estaba listo el carruaje con las yeguas en espera de sus Amos. Apenas sus dueños subieron al carruaje las esclavas empezaron su trote y darle velocidad para demostrar a sus dueños que se desempeñaban tal y como ellos esperaban, tanto así que decidieron no trotar, sino que ese día galoparon sin que sus Amos se los hicieran saber mediante la rienda de dirección.



Ya que ese día por su cuenta las yeguas tomaron la iniciativa de galopar en vez de trotar, el tiempo se redujo a la mitad, mismo tiempo que el par de Amos aprovecharon para buscar detenidamente a ese par de mulas que se encargarían de los campos de arado de la hacienda.



Después de pasearse por el bazar un buen rato, encontraron a dos muchachas que bien cumplían los requisitos de sus futuros Amos, cada una de ellas trabajaría un turno de 12 horas continuas, una trabajaría de día y otra por la noche, así la producción sería doble y la ganancia también. Les hicieron el examen acostumbrado, sus agujeros y dentadura, pero esta vez pidieron una prueba de resistencia para verificar si les convenían o en dado caso seguir su búsqueda.



Las esclavas superaron la prueba, pero al ser una prueba rápida, la resistencia no fue probada adecuadamente, así que de regreso fueron seis en vez de solo cuatro yeguas. Al retornar a la hacienda las perras caseras como siempre salieron a lamer los pies de ambos Amos; inmediatamente después del ritual, se les ordenó llevar a las mulas a los campos de arado y las pusieran a preparar la tierra para después empezar a trabajarla. Todo marchaba sobre ruedas, ahora tenían esclavas que cubrían todas y cada una de las tareas diarias de la hacienda.



La idea que tuvo el joven Amo pronto empezaría a generar ganancias continuas al haber duplicado de un turno de 12 horas, a cumplir ahora las 24 horas del día y así acelerar la producción.


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