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Categoría: Incestos

Anita de tus deseos (capitulo 8)

Papá me hizo bajar del coche tirando de la correa del collar de cuero que previamente me había puesto en el cuello. Me grababa con una cámara de video. El collar era ancho e incómodo y me obligaba a tener el cuello muy estirado, y solo podía girarlo con dificultad.



Hacia fresco a pesar de ser agosto, seguramente consecuencia de los montes cercanos. Cuándo descendí del coche, papá me hizo quitar el vestidito que llevaba y los pezones se me pusieron duros cómo piedras. Me quede completamente desnuda, solo con las sandalias de doce centímetros de tacón: ya había salido sin ropa interior del camping.



Eran las dos de la madrugada y estábamos en un polígono industrial del extrarradio, dónde, en algunas zonas, trabajaban a destajo una nube de putas de todas las razas. Papá, había estado hablando con uno de los chulos y desde el coche vi cómo le daba algo de dinero. Después, nos situamos en el extremo de la calle dónde no había nadie trabajando.



Me puso unas muñequeras de cuero y las unió por la espalda. Tirando de la correa me hizo pasear por la calle. Estaba aterrorizada y excitada a la vez: posiblemente más lo último. Cuándo paró el primer coche se me aflojaron las piernas y sentí una punzada en el clítoris.



—¿Y esa? —preguntó el desconocido a través de la ventanilla.



—¿Qué la pasa? —respondió papá apoyando la mano en el techo del coche mientras con la otra mantenía sujeta la correa de mi collar.



—¡Joder! Que la llevas atada.



—Es que hay que domarla antes de ponerla a trabajar. Es un poco desobediente, ya me entiendes.



—Entonces, ¿no está trabajando?



—Todavía no ¿te gusta?



—Ya lo creo, esta buena de cojones y se la ve muy jovencita.



—Tiene diecinueve añitos, —y sobeteándome las tetas añadió—: y sí, está muy buena.



Yo ya estaba muy excitada, pero con la conversación me puse al borde del orgasmo. Noté cómo mis fluidos empezaban a resbalar por el interior de mis muslos y papá también se percató.



—Es una puta muy salida, mira cómo está ya, —dijo papá obligándome a separar las piernas ante el desconocido que flipaba en colores.



—¿Cuánto quieres por ella? —al oír la pregunta no lo pude evitar, se me contrajo el abdomen se me agito la respiración y me corrí cómo una perra, ante la satisfacción de papá y el asombro del desconocido.



—Ya te he dicho que no está trabajando.



—Doscientos euros por chupármela.



—No, no insistas. Sigue la calle, más adelante veras a sus compañeras. Seguro que encuentras alguna que te guste.



—Ya, pero es que yo quiero a esta zorra y suelo conseguir lo que… —hizo ademán de abrir la puerta, pero desistió. Papá se levantó un poco la camisa y enseño al desconocido la cacha de la pistola que llevaba metida en la cintura del pantalón.



—Te repito que sigas más adelante: es lo mejor para todos, —dijo papá con una sonrisa y mirada penetrante.



—Vale, vale, tranquilo: ya me voy. Pero es una pena, podría llegar a los trescientos, —papá no dijo nada mientras mantenía la mirada al desconocido. Finalmente, arrancó y siguió calle arriba.



Me hizo arrodillar, se sacó la polla, me la metió en la boca y comencé a chupar. Mientras lo hacía, veía la cacha de la pistola y me excitó otra vez tanto que me volví a correr. No se corrió en mi boca, me agarró por el pelo y lo hizo en mi cara. Después, con la polla estuvo rebañando el semen y llevándolo a mi boca.



Papá miró hacia el final de la calle y vio cómo el desconocido hablaba con el chulo y señalaban hacia nosotros. Desnuda y sin desatarme, me hizo subir al asiento de atrás del coche, arrancamos y nos fuimos rápidamente del polígono.



Estuvo mucho tiempo conduciendo. Tumbada en el asiento trasero veía el formidable espectáculo de una noche sin luna, rasgado ocasionalmente por las luces de los vehículos que nos cruzábamos. Paramos, pero no apagó el motor. Al salir, vi que estábamos en un gran aparcamiento de camiones que se encontraba semi vacío: no había nadie en las proximidades. Abrió la puerta, metió el cuerpo dentro y me soltó las manos. Después, paso el brazo por debajo y me sacó del coche. Hacía frío y los pezones se me dispararon otra vez. Me abracé e inmediatamente noté el bulto de la pistola en mi vientre. Papá me besó y me dio el vestido para que me lo pusiera. Subimos al coche y seguimos de regreso al camping.



Llegamos a las cuatro y media de la madrugada. Aparcamos fuera y andando nos dirigimos a la auto caravana. Inmediatamente me metí en el baño a evacuar y a ducharme.



—¿Quieres que prepare algo de comer? — me preguntó papá mientras me duchaba.



—No, no me apetece, pero me tomaría un poco de vino.



—¿Blanco o tinto?



—Tinto



Salí de la ducha y mientras me secaba vi que papá ya había preparado las dos copas de vino.



—¿Mañana tienes algo previsto papa?



—Sí. Cuándo te despiertes te vas a la playa, que yo tengo que ir a la agencia a devolver el coche.



—¿Y cómo vas a volver desde Cartagena?



—En el autobús.



—Prefiero irme contigo, —dije mientras dejaba la toalla, me sentaba sobre él y cogía mi copa—. Si no te importa.



—¿Cómo me va a importar? Si quieres venirte vente, pero me voy muy temprano.



—No sabía que tenías una pistola, —dije cambiando de tema después de asentir con la cabeza.



—Me la gestionó el banco. Ya sabes por cuestiones de seguridad.



—Y ¿La has usado alguna vez?



—Solo en el pabellón de tiro: de vez en cuando hago prácticas.



—¡Ah! ¿Sí?



—¿Te interesa? —afirmé con la cabeza—. Cuando regresemos a casa te arreglo los papeles.



Apuramos el vino y nos fuimos a la cama. Papá me puso de lado y se pegó a mi espalda mientras su mano terminaba en mi vagina. Empezó a estimularme y automáticamente reaccioné apretándola contra su mano. Mientras lo hacía, me penetró y empezó a follarme. No se corrió, pero yo si lo hice varias veces cómo siempre. Finalmente, me quedé dormida en sus brazos.



Un intenso olor a café me despertó, y me sorprendió la cantidad de luz que entraba por la ventana de la auto caravana. Siempre que me pasa eso es porque es muy tarde.



—¿Qué hora es? —dije medio amodorrada.



—Casi la hora de comer.



—Pero tenemos que ir a… —dije incorporándome mientras mis tetas vibraban con el movimiento.



—Cómo me gusta cuándo haces eso, —dijo papá poniéndome una taza de café en la mano—. Ya he llevado el coche y he vuelto.



—¡Joder!



—Te he llamado, pero estabas grogui, —dijo papá riendo mientras se levantaba—. Voy a preparar la comida.



Después de comer y lavar los platos, cogimos las esterillas y cogidos de la mano nos encaminamos a la playa. Ya me he acostumbrado a que le miren a papá la polla más que a mí, y lo que más me divierte es que son los tíos los que más le miran: son unos envidiosos.



Llegamos a la playa y nos sentamos en las esterillas. Nos embadurnamos con el protector solar y me tumbé a tomar el sol mientras papá abría su libro.



Llevábamos un par de horas cuándo de improviso sentí la mano de papá en mi chocho. Me sobresalte un poco porque no me lo esperaba, pero rápidamente separé un poco más las piernas para facilitarle las cosas. Noté cómo el deseo me embriagaba y se apoderaba de mí. Permanecí con los ojos cerrados: me daba igual que me vieran. Oía conversaciones cercanas y eso me excitaba más. Me sentía extremadamente caliente por la acción de papá y por el sol que pegaba de lo lindo. Cuándo me fui a correr, papá pegó sus labios a los míos para impedir que me pusiera a gemir y montara un escándalo.



Espaciadas por el tiempo en que leía un capítulo del libro, repitió la misma operación un par de veces más con idéntico resultado.



A eso de la siete de la tarde regresamos a la auto caravana. Por el camino fuimos cogidos de la mano, pero se me pasó por la imaginación el ir cogida de la polla de papá. Eso sí que hubiera levantado muchas habladurías.



Nos duchamos, y cuándo esperaba que papá me follase, resultó que no y eso me sorprendió porque no era normal: no recuerdo un solo día dónde no me folle, al menos, un par de veces al día. Sirvió un par de copas de vino blanco muy frío, nos sentamos en las tumbonas y nos pusimos a charlar.



—Vamos a cenar, —dijo a eso de la ocho y media—. Te he preparado una sorpresa.



—¿Una sorpresa?



—Sí. Esta mañana he traído de Cartagena marisco y otras cosillas que sé que te gustan. Y de beber: champán.



—¿Champán?



—Y francés: Veuve Clicquot. A tu madre le gustaba mucho esta bodega. Mientras caliento la cena prepara la mesa y cómo no tenemos copas de champán, pon de vino.



Papá había traído caldereta de langosta. Ya estaba preparada, solo había que calentarla. También salpicón de marisco y muchos langostinos, que sabe que me pirran. Menudo atracón que me pegué: no sobró nada. Y además con el champán que estaba buenísimo.



Recogimos la mesa y nos sentamos en las tumbonas con lo que quedaba del champán. Estaba muy hablador, y yo estaba encantada. A veces pienso que papá habla poco porque yo no le dejó meter baza. Él lo niega y asegura que le gusta mucho escucharme.



—Que lastima que se haya acabado el cava.



—No es cava, es champán, y hay otra botella.



—Pues eso: me gusta mucho.



—Te vas a emborrachar que ya has bebido mucho.



—Así te aprovechas de mí y me haces lo que quieras.



—Ya lo hago mi amor, —dijo papá levantándose a por la botella.



—Bueno da igual: pues más, —oí a papá reír en el interior de la auto caravana, y cuándo salió seguía riendo—. ¡Jo! ¿Qué?



—¿sabes? Te voy a contar un secreto de tu madre, —dijo papá descorchando la botella y sirviendo en las copas—. Algo que nadie sabe, salvo yo, por supuesto.



—¿Secretos de mama?



—Sí, secretos de mama, —dijo papá arrastrando la tumbona y sentándose a mi lado. Después continuó bajando la voz—. Tu madre tenía… mejor dicho: disfrutaba de una parafilia un tanto especial. ¿Has oído alguna vez hablar del síndrome de la “bella durmiente”? —negué con la cabeza—. Hay personas que se excitan mucho teniendo sexo con personas dormidas profundamente, lo que pasa es que, en el caso de tu madre, la que dormía era ella.



—¿Y entonces? ¿Si estaba dormida cómo se…?



—A eso voy, —me interrumpió—. Todo se grababa en video: desde el principio al final. Luego ella lo veía sola, se masturbaba con su vibrador y tenía unos orgasmos tremendos.



—Y ¿Cómo se dormía? —pregunté. Notaba la lengua un poco pastosa, probablemente a causa del vino y un punto de placer empezaba a recorrerme el cuerpo—. ¿Tomaba algo?



—Sí: tomaba una cosa que se llama Propofol. Nos lo proporcionaba un amigo médico de mucha confianza: ya me entiendes. La hizo unas pruebas y recomendó ese compuesto.



—¿Y eso era legal?



—Pues… digamos que no, es solo de uso hospitalario: es una especie de anestésico.



—Y ese médico amigo tuyo… ¿por qué lo hace? Se puede meter en un lío.



—Digamos que es un aficionado muy interesado en ese aspecto de tu madre.



—No entiendo.



—¡Coño Anita! Que se la follaba.



—¿Sí?



—Claro mujer. Es un aficionado a las cosas raras, y te aseguro que tu madre no era la única: tenía varias bellas durmientes.



—¿Y tú también participabas?



—Sí, pero no juntos: nos turnábamos. Lo hacíamos una vez al mes, una vez él y a la siguiente yo. A mí no era una cosa que me llamara especialmente la atención, pero a tu madre sí y por eso lo hacía.



—¿Por qué no te gustaba?



—No es que no me gustara, no es eso, tiene su morbo, pero yo prefería oírla chillar y gritar, que es lo mismo que me pasa contigo.



—¿Y solo una vez al mes?



—Eso fue una imposición mía: no me hacía gracia estar inyectándola un anestésico a cada momento.



—¿Sigues teniendo esas grabaciones? No las he visto entre las grabaciones de mama.



—Claro que las tengo, pero en un sitio aparte. Ten en cuenta que ese médico puede terminar en la cárcel por esto.



—¿Cuándo regresemos a casa puedo verlo? —me empezaba a sentir mareada por el champán.



—Y ahora si quieres, —dijo papá levantándose y cogiéndome de la mano. Me levanté y me sentí mareada: me costó trabajo encontrar el peldaño para subir a la auto caravana. Me llevó a la cama, que ya estaba abierta y apoyé la espalda en su pecho mientras tecleaba en la Tablet. Entonces dio a reproducir un video y vi el cuerpo desnudo e inerte de mama, y a un tipo grande, gordo, peludo y de aspecto repulsivo, al menos eso me pareció a mí, que la manejaba cómo si estuviera muerta. El tipo la tenía en brazos y paseaba por la habitación: a mama se la veía muy pequeña a su lado. Cada cierto tiempo, el tipo elevaba los brazos y le besaba las tetas y el cuello. Después, la deposito en el suelo, acercó una silla y se estuvo masturbando con los pies de mama.



Empecé a ponerme cachonda y papá alojó su mano en mi vagina empezando a estimularme. No vi más, cerré los ojos y notaba cómo si la habitación se moviera. Tuve un orgasmo extraño, raro, ni siquiera sé si lo fue, aunque creo que me corrí.



Aparecí por la puerta de la auto caravana dando tumbos, y deslumbrada por la luz del sol. Fallé al poner el pie y me fui para abajo dándome un golpe impresionante: me caí de cabeza.



Papá, que estaba en la tumbona leyendo su libro, se asustó mucho. Se levantó de un salto y me ayudo a incorporarme. Tenía un rasponazo en el lado derecho de la cara, a la altura de la sien y me dolía un poco el hombro. Me ayudo a sentarme en una silla y me estuvo limpiando la herida.



—Se te va a poner el ojo que se van a creer que te he dado una hostia.



—Me da igual.



—Ya, pero a mí no.



—¡Joder! Y con lo que me duele la cabeza, —me quejé.



—Es que te has dado una buena leche, además de lo que bebiste anoche, —dijo papá entregándome un par de comprimidos de ibuprofeno y un vaso de agua—. Tomate esto: te ira bien para la hostia y para la resaca.



—¿Qué hora es? —pregunté después de tomarme los comprimidos.



—Las cuatro.



—¡Las cuatro! ¿pero por qué no me has despertado antes?



—¿Despertarte? Pero si has roncado y todo.



—¡Yo no ronco!



—¡Joder que no! pero si han venido de la recepción a preguntar que se estaba rompiendo, —me dejó con la boca abierta.



—Eso no es cierto: no ha venido nadie, —papá soltó una carcajada y levantándome me abrazó mientras me besaba. Me cogió de la mano y tirando de mí entramos en la auto caravana. Nos tumbamos en la cama y entonces me percaté de la enorme erección de mi papá.



—¡Hala! ¿Y eso?



—¿Cómo qué y eso? Que desde que regresamos del polígono no te he vuelto a oler. Y anoche te hice un dedo y te quedaste trincada.



—¡Jo! Papa. Lo siento.



—Pues te vas a cagar: pienso estar follándote toda la tarde, —y sin más palabras se puso sobre mí y me penetró. Me folló con furia, con saña, mientras me mordía el cuello y me morreaba. Se corrió rápido, y por poco no lo hace antes que yo.



Efectivamente, estuvo toda la tarde follándome, o estimulándome, con manos o aparatos electrónicos, por la boca, por el culo o por la vagina.



A eso de las diez de la noche estaba agotada y papá me dejó tranquila por ese día.



El resto de las vacaciones fueron muy tranquilas. Mucho sexo sin cosas raras, y mucho sol y playa. A finales de agosto regresamos a casa para reemprender nuestra vida cotidiana.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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