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ACHO EN LA PAMPA

ACHO EN LA PAMPA

 

 

Acho se había quedado solo. La abuela de noventa y cinco años murió hacía unos días y el definitivamente quedó solo en el caserón aquel donde se había criado desde siempre.

No conoció  la madre y tampoco al padre. Siempre estuvo con aquella mujer que le enseño todo en la vida y ahora se había quedado solo en el mundo.

Una tristeza grande lo embargó los primeros meses, pero luego se fue acomodando.

En medio de la Pampa aquella casa se había salvado de los malones muchas veces, gracias a la gran estratega que fue su abuela y hasta el mismo que la ayudó en todos esos casos para hablar y dialogar con los aborígenes. Alcanzaron tratados muy satisfactorios para todos por eso mismo, nunca fueron mal tratados y quedaron muy amigos con muchos de ellos.

Acho era un joven muy bello y atractivo. Se lo solía ver con sus anchos pantalones casi como un beduino. Los vecinos pampeanos se acostumbraron a verlo desde pequeño, por eso no llamaba para nada la atención sus raras vestimentas, su larga cabellera, ondulando al viento y que muchas veces el ataba con una cinta dejando solo una trenza.

Se decía que aquel joven tenía por padre a un valiente cacique que había enamorado a la madre, aunque nunca se supo definitivamente, su abuela nunca lo confirmo.

Los días por allí eran solitarios. Los vecinos mas cercanos vivían a unos cuantos kilómetros de allí. La Pampa aún era un desierto mucha mas grande que actualmente.

Solían pasar en los atardeceres por sobre el horizonte y  veces muy cerca del caserón tropillas de baguales salvajes, eran potros hermosos, salvajes y libres.

Acho no tenía problemas de desabastecimiento. Tenía granos, un par de vacas lecheras, algunas gallinas y una huerta de donde sacaba todas las hortalizas para alimentarse de forma generosa y sin problemas.

Tenía por costumbre ir los domingos a la misa del padre Solano. Un gallego que había llegado hacía muchos años a aquellos lugares. Allí se encontraba con muchas familias que vivían tanto en el pueblo como fuera de el, como era el caso de Acho.

Montaba su caballo tordillo y cabalgaba la legua que lo separaba del pueblo. Y allí lo saludaban las gentes del lugar con simpatía y halago.

Era experto montaraz. Un domador de caballos de templanza ancestral. Muchos dueños de caballos lo llamaban a sus campos para domar los briosos corceles. Y allí iba el chico montado en su tordillo y cuando regresaba a su caserón el caballo quedaba domado y los dueños quedaban extasiados.

Ese oficio lo había aprendido de un aborigen que la abuela había cobijado cuando el tenía apenas quince años. Le había enseñado muchas cosas entre otras el oficio de domador. Entre los originarios era un oficio muy respetado, casi como ser chamán, porque se le atribuía el poder de hablar con los animales.

Eso fue algo que lo ayudo para ganarse el respeto de muchos y la adoración de muchos más.

Ya era un atardecer típico en la pampa grande, cuando el Tinto empezó a ladrar con su gruesa voz. Miró por el amplio ventanal que daba al camino y lo vio. Era un soldado, andaba solo, y cuando eso pasaba solo podía significar una cosa: andaba huyendo.

Lo encandilo el rojo manchón a lo lejos por eso no pudo ver el rostro del jinete. Abrió la pesada puerta y se paro un paso por delante.

__¡Buenas mozo!__ saludo el extraño

__¡Como anda don!__ dijo Acho con las manos en jarra

__¿Hay problema en que baje?__ preguntó con cierto cansancio

__¡No hay!__ dijo firme el jovencito que sonrió por tanto respeto. El hombre descendió del cansado animal.

__¡Esta cansado ese animal!__ sugirió Acho, conocedor

__¡Y si, es que mi compañero y yo venimos cabalgando de lejos!

__¿Del fortín?

__¡Si mozo!__ contestó el alto soldado que se paro firme delante del joven extendiendo la mano en señal de saludo. Acho lo saludó con cortesía y pudo ver los ojos claros y brillantes de aquel hombre que parecía ser fuerte.

__¡A tu hermoso caballo lo llevaré al establo que está atrás de la casa!!__ dijo con ternura inmensa. Tomó las riendas del corcel y se encaminó al establo el soldado lo miro de lejos. Luego regresó. El hombre maduro ya, lo esperó pitando un chala en el mismo pórtico donde había quedado.

__¡Es un bello animal!__ dijo acercándose al hombre que lo miraba con cierto brillo en los ojos claros.

__¡Lo tengo conmigo hace tiempo!

__¡Imagino que necesitas comer y descansar!

__¡No sabe cuanto mozo!

__¡Descuide aquí no le ha de faltar nada de nada!¡Tendrá lo que quiera!__ dijo con tono grácil aquel muchachito de fuertes músculos, larga cabellera atada en una cola. Un pantalón liviano y casi transparente que denotaba sus carnes desnudas. Eso lo conmovió al soldado.

Entraron al caserón. El hombre notó que aquel chico se movía como una gacela tranquila y a la vez lanzando un calor especial en los movimientos.

__¡Quita esa chaqueta, te traeré comida!__ dijo Acho y salió despedido. El hombre se quitó la chaqueta y paso su pañuelo por la frente.

Acho lo llamó  y lo llevó a la cocina. Allí en la mesa había tanta comida que el soldado abrió los ojos de admiración.

__¡Siéntate, siéntate!__ el chico le sirvió una platada de comida guisante. El hombre empezó a comer algo desesperado. Acho lo acompañaba. Las primeras estrellas asomaban ya en el firmamento azul oscuro de la noche pampeana.

Comió hasta saciarse y llegó un punto en que aflojó su cinturón.

__¡Mañana podrás comer otra vez!__ aconsejo el muchacho con sabiduría

__¡Tienes razón!__ dijo el macho y eructo con vergüenza, luego pidió perdón Acho se sonrió.

__¡Me llamo Acho!__ dijo en modo de presentación

__¡Oh soy Nicasio Ramos!¡Gracias por ayudarme!

__¡Para eso estamos!

__¿Y vive solo mozo?

__¡Sí, vivía con mi abuela y ya murió, Dios la guarde!

__¡Así  sea!...¿Le molesta?__ indicó el soldado para pitar un chala

__¡Haga hombre, yo voy a pitar uno mío!__ encendieron los chalas y echaron humo. Luego de un rato Acho se levantó y fue a buscar aguardiente.

__¡Esta la hacía mi abuela!__ sirvió dos copitas.

__¡Salud!__ dijo uno

__¡Salud!!__ dijo el otro

__¿Mejor?__ preguntó el chico

__¡Mucho mejor!__ dijo Nicasio. El hombre maduro y de barba de varios días se abrió la camisa hasta el final dejando ver un pecho con renegridos vellos, no abundantes y unas preciosas tetillas que el chico observó al detalle.

El astuto soldado vio el brillo en los ojos del efebo. Su pinga se movió inquieta en el pantalón. En sus años de servicio había jugueteado muchas veces con varones y sabía cuando a uno le gustaban los juegos.

__¡Saldré a estirar las piernas!!__ dijo Nicasio, el soldado

__¡Yo levantaré los trastos!!__ dijo el y movió su cintura de manera grácil e inocente.

La  luna brillaba muy alto. Un leve viento fresco soplaba. En eso estaba el soldado cuando la necesidad de su vientre se apoderó de el. Detrás de unos árboles se vació completamente. Se limpió como lo había hecho en años en el fortín lejano.

Al rato entró el soldado luego del paseo. Acho andaba descalzo por el caserón con el pelo suelto. Lo quedó mirando Nicasio, porque parecía que era una silueta femenina, moviéndose de un lado  otro. Su excitación crecía.

__¿Y que tal el paseo?

__¡Bien, muy bien!...¿Podría darme un baño?__ preguntó de forma inocente

__¡Claro que puedes, te preparé el agua!¡Es por aquí!__ le indicó el camino y se movía delante del hombre con  cadencia y ritmo.

Entraron a una enorme habitación con un bañadera de metal grande en medio, rodeada de espejos y con un toque femenino muy de la época.

__¡Ve quitándote la ropa, voy a traerte agua, quieres!

__¡Gracias, eres un cariño, mocito!!__ le dijo Nicasio dándole una gran sonrisa.

Al rato apreció Acho con dos baldes enormes de agua tibia,  fue volcando el agua, abrió la boca cuando vio colgando una víbora, sus mejillas se colorearon de rojo.

Nicasio entró en la bañera y dio un largo suspiro. El jabón recorría su piel dura y velluda.

Acho estaba de pie a un costado y echaba pequeños chorritos sobre el desnudo cuerpo de Nicasio que suspiraba de placer.

__¡Podrías pasarlo por la espalda!__ pidió sonriendo, observando el bulto creciente en el fino pantalón del muchacho. Su propia herramienta se elevaba endureciéndose bajo el agua.

Las manos del chico acariciaron la espalda ancha del soldado desertor. Pasaron por le cuello, sobando suave y haciendo que el soldado se relajara, pero a la vez, se le fueran exacerbando los sentidos, su poronga se levantaba por sobre el agua y Acho la vio, sus narices se ensancharon, el olor a macho era muy fuerte para el, era su néctar.

Paso el jabón por el pecho ancho del hombre, que suspiraba en una nube de calentura y placer. Las manos de Acho giraban y giraban, llegando al vientre. Subiendo, bajando. Las prendas de Acho se salpicaban, casi hasta dejar sus ropas pesadas.

__¡Puedes tocarlo!__ dijo entre gemidos el macho, y el chico no se hizo rogar, llegó a la barra, la pulso, el hombre se tensó y agradeció las caricias. La mano aferró con gracia y seguridad. El pedazo de carne latía de furia. La paja era suave, deliraba aquel macho, por privarse hacía tiempo de semejantes caricias.

Era un caño grueso y venosos. Estaba tan dura. En un momento Acho se puso de pie y se quitó la ropa con movimientos sensuales que terminaros de enloquecer a aquel macho solitario.

Desde donde estaba en la bañera el soldado Nicasio acarició las nalgas del muchacho. Acho gimiendo lo tomo de la mano a aquel soldado. Lo guió para que saliera del la bañera.

Con una toalla gruesa envolvió el cuerpo del hombre, lo secó. Cuando llegó a la vara gruesa, la frotó con suavidad, haciendo que el soldado caliente se pusiera a gemir y a gruñir de forma alzada.

Se tendieron en la cama y Nicasio el soldado busco el culito joven para meter su boca y chupar descaradamente y a lo salvaje. El agujerito del chico pronto se abrió y estuvo babeando, mientras gimoteaba el chico queriendo que su cola fuera llenada de una vez por el sable del soldado que lo coloco de costado y lo fue atravesando, abriendo, dilatando. El grosor de la verga entró sin dificultad, el soldado se movió, yendo y viniendo, Acho mordía la almohada y las velas movían las llamas formando extrañas figuras en la habitación con el gran ventanal abierto y mostrando a lo lejos una luna blanca y perfecta y millones de estrellas como testigos privilegiados de aquella cogida que le daban a aquel gentil mozo.

__¡Ahhh muchacho eres un demonio, me gusta tu culo, ahhh, eres encantador, está apretadito!!!__ la cama se movía, el ruidito chirriante aturdía y compasaba los movimientos de los dos cuerpos.

__¡Ay papi, sigue, sigue papi, dame todo tu vergón!!!__ lloriqueaba Acho el mocito que se entregaba a los placeres de aquel soldado perdido en la Pampa. El soldado empujaba su caño, abría y babeaba la colita desaforada del muchacho. Lo clavaba, empujaba, enterraba el pedazo de carne. Bombeaba. Golpeando las bolas en  las nalgas firmes del joven.

Mordía el cuello. Lo chupaba con frugal hambre, deseoso de sexo y carne, rememorando años de soledad en esos fortines alejados del mundo.

Ese chico era un amor. Un salvaje que le daba el mejor sexo en muchos años. Pellizcaba los pechitos de Acho que estaban duritos y parados, largando su lechita sobre las sábanas.

Bufando el soldado como si fuera un caballo, un semental, fue largando sus jugos, su semen, su leche, desbordando de forma infinita, explotándole y derramando líquidos por todas partes. Chorreando y cayendo las gotas pesadas y pegajosas. La pija latía en el culo del jovencito, lo mordía, lo chupaba agradecido el soldado Nicasio.

Los amantes siguieron teniendo sexo hasta altas horas de la madrugada.-

continuará…

 

 

Datos del Relato
  • Autor: MARIO
  • Código: 60031
  • Fecha: 31-10-2020
  • Categoría: Gays
  • Media: 0
  • Votos: 0
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  • Lecturas: 1538
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