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Categoría: Primera Vez

y me regaló su virginidad

Vivimos la emoción de aventurarnos más allá de lo prudente en busca siempre de algún lugar solitário en donde consumar nuestros ardientes deseos de besos, tocaditas, palabras tiernas y románticos suspiros. Escuchábamos música: Talhía, Caíto, Eduardo Auté, Luis Miguel, José José y otros que potenciaban nuestros deseos.

Una tarde; tirados en el prado verde, ella recostada en mi regazo con su vestido blanco tendido cubriendo apenas sus deliciosas pantorrillas. Su cabellera suelta; negra; arrojada con descuido entre telas y verdes del prado me atreví a decirle al oído, mi poema clímax. Escuchó fascinada mi voz grave de hombre maduro enamorado de la doncella, en pos de ella: La mujer, la hembra; mentalmente expuesta; vulnerable, en toda su lascivia natural:

"Busco ansioso tus labios. Apuro pronto el trago ardoroso de un beso apasionado. Me embriaga el calor irradiado por tu cuerpo de mujer y el suave aroma de tu piel perfumada con fragancia de flor. Siento palpitar tu corazón cerca del mío al ritmo violento de mis manos acariciando tu cuerpo. Tu respiración jadeante excita mi sensualidad. Veo en tu semblante como en rictus de dolor, expresado el placer que te regala mi amor. Un volcán en erupción no se manifiesta con tanta violencia como tu pasión desbordada. El flujo incandescente del mineral que baja de la montaña, no es tan abrupto, como el flujo escarlata de tu sangre agolpada en tus venas, frenéticamente acelerada por tu corazón excitado. La explosión de la naturaleza liberada en el cráter, apenas se compara con la explosión de tu ser; finalmente desbordada en el clímax del placer.
Una y otra vez llegaste a la locura de viajar al cosmos; Perdiste la noción del tiempo y el espacio; Espalda eriza, piel chinita humedecida en perlas. En el centro de tu encanto; entre rizos en desorden, pliegues mariposas y flujos de sabores, el regalo de tus mieles ahogando al mundo.
Cuando sentiste llegando el horizonte. Lejano pero aquí al momento. Tras la cima del monte el mar de sensaciones. ¡No puedo más! amor me estoy viniendo. Recíbeme en tus brazos tiernamente, como en mis sueños. Hermosos sueños de duración perenne. Alarido fuerte, estallido en gritos. ¡No salgas!, ¡No salgas de mi!, amor mío! te necesito."

--¿Te gustó?
-Ah, me fascinó
-¿Te puedo preguntar algo?
-Sí
.¿Sabes lo que es un orgasmo?
-Acabo de tener uno
-¿Vamos a un hotel?
-¡No!
-¿No?

Calculé mal; los hombres maduros, inteligentes y sensibles sabemos cuando la mujer está lista para entregar su virtud sin conflicto. Yo pensé que era el momento pero me equivoqué.

-¡Tómame aquí mismo! Me dijo. No quiero un hotel. ¡aquí!,!, aquí!, ¡ahora!, quiero ser tuya, ¡¡darte todo, todo, todo!.

La Marquesa ha sido nuestro refugio desde que inició nuestra relación. En varias ocasiones visitamos las extraordinarias planicies: valle de las monjas, el conejo y valle del silencio. A caballo hacíamos recorridos de exploración buscando lugares apartados y solos como hacen los enamorados. A pie andamos el bosque. A veces nos sentábamos en el prado verde cerca de un árbol a orillas de un estanque. Nos besábamos con delicia. Yo podía tocar sus manos, boca, cuello, pelo y cara; pero nunca me permitió tocar sus pies. Llevaba zapatillas de piso; se las quitaba jugando a engarruñar los dedos y luego los estiraba y separaba.

Sin medias era un juego divertido y provocador. Unas veces llevaba pantalón: podíamos montar; otras vestido: caminábamos. De vez en cuando nos besábamos con pasión; pero ella se cuidaba de no excitarse demasiado. Cuando le subía decía: “Ya” y me separaba. Regresábamos a nuestras charlas casuales escuchábamos música o leíamos poemas de amor.

Ese día se puso un hermoso vestido ampon blanco abotonado en el pecho; sin mangas; largo a media pantorrilla. En el cuello una perla solitaria: ostensible signo de feminidad. Besé su boca. Acaricié a dos manos el cuello justo abajito de las orejas y seguí besando ahí. En ese punto ella me detenía cuando no deseaba avanzar; pero esta vez consintió. Ella sabía, yo también que pasando de ahí no había retorno. Chupaba la perlita de adorno y merodeaba hombros y brazos. Me atreví un poco más: abrí un botón del pecho. Un leve rechazo; tan leve que más bien pareció una invitación a seguir: otro botón; un gemido humm. Saltaron alegres dos bellas mamas todavía oprimidas por el brasier blanco. Aves de plumaje hermoso; su pecho airoso las deja ser. Negreaba el pezón a través de la tela medio transparente. Me dejaba ver con mirada intensa las pequeñas prominencias erectas invitándome a tocarlas, besarlas, olerlas, acariciarlas. Las saqué de la copa; rebosantes se me ofrecían como flores perfumadas para agasajar las humedades de mi boca. Lamí, chupé, comí aquella delicia de tetas vírgenes.

Sentada sobre una manta que siempre llevaba para tenderla en el pasto, se reclinó en mi pecho entregada por completo.
-Abrázame; necesito sentir tu protección, sentir tu calor. Dame seguridad, dame confianza. Soy tuya Fernando.

Con infinita ternura la abracé fuerte. Apreté su cuerpo al mío para darle lo que me pedía y algo más: fuego de hombre. Pude acariciar sus tobillos; subí a la pantorrilla desnuda; levemente toqué la pierna arriba de la rodilla. Estaba completamente abandonada.

Justamente el día anterior habíamos hablado de sus temores. Le horroriza enfrentar una relación íntima. No puede ni siquiera imaginarla. Lo paradójico es que su cuerpo se la pide; es más: se la exige. Es tremendo el impulso erótico quemando sus adentros. Le expliqué que el sexo es algo natural, placentero y necesario. Me dijo que teme un embarazo, pero la tranquilicé diciendo que estoy operado. Me hicieron vasectomía cuando nacieron mis gemelas. No puedo embarazarte aunque quisiera y desde luego soy un hombre sano.

Las reflexiones antes de tomar una decisión grave, ayudan a inducirla; bajan el estrés de las responsabilidades, de los temores, destacando la gratificación de los satisfactores y la emoción de hacerlo con un residual de placer y gusto por pasar la prueba. Así fue como Aurora maduró durante días y días la decisión de entregarme todo, todo, todo.

-No temas cariño; todo está bien. Vas a saber lo que es un hombre. Cuando hay amor, esa entrega es lo más grato que dios nos ha regalado.
Exploré más arriba y palpé intimidades. Estaba muy mojada. Retiré tela y encontré a la hembra: toda ella hecha para entregar su virtud al hombre que la supo cautivar; llevar su razón desde el temor extremo a la audacia; la resolución, el abandono. Ya no hay retorno; avizoré el paisaje para asegurarme de que nadie nos ve. Tirada boca arriba, abandonada, con los brazos sueltos tocando su pelo. Axilas peladas, ojos cerrados, boca entreabierta. Fue fácil retirar la pantaleta blanca con su ayuda. Jadeaba con furor.

Me pedía besos; pero yo atendía la abundante mata divina que capturó mi azoro, mi emoción, mi admiración. El monte de venus me subyuga. La tersura del vello negro me llama a besarlo, tersarlo, acariciarlo. Cuando toqué ahí sentí un respingo: ¡no! y cerró las piernas. No lo dije pero pensé: ¡cómo que no! y avancé hasta la vulva mojada, otro no pero en tono suplicante; palpé con mano diestra buscando nobleces y sentí un orgasmo; muy intenso, muy mojado; con espasmos que descomponían todo: las piernas, el cuello, los brazos. Una venida larga y placentera como el cielo. Con ayes de lujuria, con gemidos congelados por el temor de llamar la atención de alguien en un lugar público. Ya me decía. No era claro si quería ya ser penetrada o ya déjame o ya qué.

Alisté el arma, apunté a la vulva buscando la vagina. Ella misma la guió y de inmediato se acopló para tenerlo adentro en un vaivén rítmico, cadencioso, musical como en el baile. Otra venida acompañando la mía. Fue intensa como las otras. Sentí abajo los apretones convulsos y rítmicos. Cuando acabó lloraba. Vulnerada en extremo no sabía si agradecer o reclamar. Gemía como un niño que ha perdido su juguete favorito. Intenté tranquilizarla:

-Todo está bien cariño. Vístete, ya es tarde.
Teníamos prisa por volver a la normalidad pues todo el tiempo estuvimos expuestos a ser observados o algo peor: sorprendidos por la autoridad.

Fue así como inicié en las artes del amor a mi adorada Aurora. Qué hembra, qué mujer, qué dama, qué Aurora.
Datos del Relato
  • Autor: Raymundo
  • Código: 25525
  • Fecha: 27-04-2012
  • Categoría: Primera Vez
  • Media: 5.67
  • Votos: 21
  • Envios: 1
  • Lecturas: 4629
  • Valoración:
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