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En el pub, casi delante de tus narices y las de tus amigos
Hola, Ricardo, otra vez yo. Esta es la primera aventura sexual donde apareces, aunque sea en segundo plano. No sé si te acordarás de cuándo fue, pues como salimos casi todos los sábados al mismo pub, hacemos las mismas cosas, estamos con los mismos amigos y pasas de mí de un modo similar, pues tendré que aclararte que no hace ni cuatro meses de esto.
En los últimos fines de semana mi ropa había dado un giro radical, aunque no hiciste ninguna observación especial ni me follabas de una manera distinta cuando volvíamos. De nada servían mis medias de rejilla, mis botas de tacones alargados, mis faldas estrechas, ceñidas, apretadas, cortas, con aberturas laterales, mis escotes pronunciados, una mayor selección de ropa interior...
Salvo los piropos de las amigas de tus amigos, que ni éstos se fijaban (no son como Juan, no deben de tener ojos, por lo que se ve, pues ni me echaban miradas furtivas a los pechos), en nuestro entorno seguía siendo la mujer invisible. Menos mal que otras personas sí que me hacían alegrarme: algún camarero que me miraba con descaro el cruce de piernas, los dos tíos de detrás de la barra que me invitaban a copas, algún cliente borracho o sobrio que me dedicaban piropos más o menos sucios...
Aquel día pasaste de mí como de la mierda. Me fui a la barra para conversar con los de la barra y ni te fijaste que llevaba allí más de media hora. Un tipo que estaba a mi lado se unió a la conversación. Era un poco bruto, pero muy educado. Se llamaba Eduardo y era albañil. Era alto y fuerte, pelo oscuro, cara poco agraciada que le daba un aspecto de cavernícola. No vestía mal, sobre todo gracias a sus pantalones de mezclilla. Tras un par de copas, se animó a decirme que era una mujer preciosa y me invitó a bailar.
Acepté y salimos. Aquel día lucía un conjunto de tela gris muy suave y que se pegaba a mis curvas de un modo fabuloso. Tenía ciertas transparencias y mi sostén oscuro, sobre todo los tirantes, quedaban a la vista. Tacón alto, medias de seda, falda que rozaba las rodillas, un escote redondo generoso. A Eduardo le gustó. Al principio trató de disimular su erección, pero cuando vio que no le rehuía, fue acercándome su paquete cada vez más y yo comprobé que el bulto era un señor bulto.
Yo me estaba poniendo cada vez más cachonda, sobre todo por las dimensiones de aquello que me arrimaba y cuando te miraba para ver si veías lo que estaba haciendo. Me hubiera gustado que hubieras visto cómo me iba rodeando con sus enormes brazos y cómo bajaba sus manos hacia mi culo. Pese a que le avisé de tu presencia, ya no se cortaba ni para decirme de todo al oído.
A la tercera propuesta de que saliéramos de allí a su coche, le agarré la entrepierna y le sugerí la opción del cuarto de baño. Supongo que Eduardo no se lo esperaba y hasta que no le pregunté si llevaba algún condón encima no terminó de creerse que le dejaba vía libre.
Me tomó de la mano con fuerza y me arrastró al servicio de caballeros. Pasamos muy cerca de tu mesa, pero no te fijaste. Me hubieras visto con unos calores enormes. ¡Iba a follar con un completo desconocido y muy cerca de ti! No me atreví a levantar la vista cuando entramos al baño, pero sé que no pasamos inadvertidos. Cerró la puerta tras de sí y Eduardo comenzó a besarme apasionadamente, mordiéndome los labios y chocando su lengua con la mía. Todo esto apoderándose de mis senos sobre mi vestido, abarcándolos por completo. Yo no le soltaba el rabo, también por encima del pantalón.
Entonces me presionó sobre los hombros y me hizo agacharme. Soltó su cinturón y me ordenó que se la chupara. Antes de que él abriera su bragueta, lo hice yo. Le bajé los pantalones hasta los tobillos y le bajé el calzón por debajo de las rodillas. Resoplé de gusto: vaya miembro el de Eduardo. Me preguntó si me gustaba y asentí encantada. "Es todo tuyo, puedes empezar, puta". Estaba circuncidado y su glande estaba amoratado, supongo que de haber estado empalmado un buen rato. Eran más de 20 centímetros de verga, y bastante gruesa.
Me costó introducírmela en la boca, que casi se me desencaja. Tenía un sabor fuerte, casi a semen. Le palpé los huevos y no me quedó duda: estaba con un auténtico semental, ¡qué pelotas las de aquel hombre! Cuando ya le empezaba a tomar gusto a la mamada, Eduardo me levantó. Me dijo que chupaba como una auténtica puta, pero que quería taladrarme.
Me echó para abajo los tirantes del vestido y del sujetador y apretó mis tetas sobre el propio sujetador. La parte superior de mis pezones quedaron a la vista con el apretón. Era un hombre muy rudo y me hacía bastante daño, aunque estaba tan mojada que lo soportaba. Casi me rompe el sostén para dejarme las tetas libres. Cómo me las devoraba, mientras me decía que estaba buenísima.
Luego se acordó de la necesidad de su pene y me arremangó la falda hasta la cintura. Sus enormes dedos jugaban con mi raja, sobre el tanga, que le volvió loco y confirmó sus sospechas: era una verdadera zorra con ganas de juerga. Me dio la vuelta con fuerza y rasgó mi escasa prenda. Su dedo no había dejado de masajearme el clítoris y mi primer orgasmo fue brutal. Me quedé medio temblando.
Ponme la goma como tu sabes, zorra. Me costó bastante que entrara, pero al final lo conseguí. Volvió a darme la vuelta y a ponerme de cara a la pared. Una pierna mía estaba levantada sobre la taza y mis dos manos sostenían la pared. Las manos de Eduardo alternaban entre mi cintura y mis pechos, que quedaban colgando al estar yo arqueada. Me dijo que abriera más las piernas y me la clavó de un golpe.
¡Vi las estrellas! Aquel descomunal zipote se abrió paso por mi vagina llegando a zonas que nunca había probado. El dolor que sentí seguro que se debió a que aquel cabrón llegó a la matriz del útero. Me sentía repleta y desbordada con aquel falo dentro de mí. No pude evitar gritar, claro, pero aquello le excitaba más a Eduardo. Le pedí que saliera, pero él no me hizo caso.
La sacó un poco, pero para volverme a arremeter con igual fuerza que antes. Me repetía que me iba a follar como nunca antes había hecho otro. Me decía con desprecio que ahora no le viniera con arrepentimientos, que tenía lo que había buscado. Volvió a repetir la operación unas cuantas veces. Mis gritos le producían un efecto estimulante, porque cada vez me la metía y apretaba con más fuerza, aunque le fui tomando gusto. Al cabo de un rato incluso una de mis manos se lanzaron a mi clítoris para masajearme. Estaba teniendo un polvo bestial y mis orgasmos me sacudieron durante varios minutos, hasta que él acabó corriéndose, llenando el condón hasta casi hacerlo reventar.
Tras esto, la bestia humana con la que había estado follando, pareció transformarse. Me besó con ternura el cuello y me limpió el sudor que me bañaba. Me susurró que había sido un polvo fabuloso y me preguntó qué tal estaba, si me había hecho daño. Le dije que era un semental y que había sido incomparable. Nos volvimos a besar y mientras se subía los pantalones me alargó una tarjeta. Me dijo que le llamase alguna vez, que tenía ganas de probar mi culo.
Abrió la puerta sin importarle que tenía los pechos fuera aún y la falda medio arremangada. Se dio la vuelta y me dijo que teníamos compañía. Me tiró del brazo y me sacó para que viera que estaban tres chavales masturbándose. Mirad, chicos, mirad qué par de tetas más bien puestas. Me dio un beso en la boca y se fue.
Entonces las voces ebrias de los chicos me pidieron que me subiera más la falda, que se las chupara, me dijeron varias cosas a la vez. Me acerqué a ellos y me arrodillé. Me había vuelto a entrar un calentón al ver esas juveniles vergas frotándose en mi honor. No eran gran cosa, pero vaya, me puso el ver los pocos pelos de esos imberbes borrachos.
Empecé a pajearlos alternativamente y ellos poco a poco fueron tomándose confianzas. Si una polla quedaba fuera de mi alcance, me la acercaban a la cara y me la restregaban por los labios. Los chorros de semen fueron llegando y regándome. Cayeron por mi pelo, mi cara, mis pechos. Me tapé los pechos y salí empapada recibiendo las gracias de aquellos adolescentes, que no se creían lo que habían vivido. Fui al cuarto de baño de las chicas y me limpié un poco.
Cuando llegamos a casa ni advertiste que mi tanga había desaparecido ni tampoco sospechaste de que mi olor tan fuerte se debía a cuatro vergas distintas a la tuya. Me follaste y creo que fue una de las pocas veces que me dijiste que había estado muy bien. Entonces no sabías lo que ahora sabes, que antes me habían calentado pero bien.
Hasta otra, Ricardo.
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