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LA PELÍCULA

"Una historia real que jamás podré contar a nadie. Una noche cualquiera, un día cualquiera, un final único"

 

De repente se había presentado ante ellos un plan improvisado, aunque realmente llamarlo plan resultaba algo ambicioso, porque a fin de cuentas, simplemente se habían quedado solos por los imprevistos de sus parejas, con quien tenían planeada una cena entre amigos para un sábado cualquiera, sin muchas pretensiones, sin piruetas gastronómicas, solo buenas conversaciones, risas, probablemente alguna película y alguna copa aprovechando la falta de obligaciones, pues sus respectivos hijos compartían campamento de verano a varios cientos de kilómetros de allí, lo que siempre resultaba un alivio para padres como ellos, que tanto tiempo les dedicaban durante la rutina diaria. 

 

Pero todo se había ido al traste, la tarde-noche había cambiado de destino. El marido de Jade había recibido una llamada del trabajo una hora antes para solicitarle que acudiera a cubrir un imprevisto cambio de turno por causas de la producción, o ese era el eufemismo preferido de su jefe para disimular el fastidio que suponía abandonar su tiempo libre durante un fin de semana para volver de nuevo al tajo sin previo aviso. Por su parte, la mujer de Álvaro había recibido otra llamada solo unos minutos antes, en este caso de sus padres, necesitaban que acudiera a echar una mano porque andaban los dos con un extraño resfriado de verano que los tenía un poco desorientados, nada grave, pero lo suficiente para reclamar una vez más la atención de su hija que se había marchado con ese sabor agridulce de saber que las obligaciones te corresponden pero que seguramente no era lo que más le apetecía en ese momento. 

 

  • ¿Esperamos a Azucena para cenar? A lo mejor va y lo soluciona rápido, ¿no? - Preguntó Jade mientras preparaba algunos cubiertos y vasos sobre la pequeña mesa que había frente al televisor con el automatismo propio de quien se encuentra en casa. 

  • Vale… a ver qué dice - Contestó él distraído en las opciones que le ofrecían los canales que iba recorriendo para entretenerse durante aquellos minutos en los que, por momentos, el rumbo de la noche estaba en terreno de nadie. 

 

Como si sus dudas hubieran sido escuchadas, segundos después llegaba un mensaje al móvil de Álvaro, su mujer le decía que cenaran y que hicieran lo que quisieran, que ella se quedaba toda la noche con sus padres para mayor tranquilidad. Palabras que recibió con cierta decepción, pues el fin de semana era lo único que les permitía tener un poco de tiempo juntos y en calma, más aún, con los niños lejos de allí. Aunque, realmente, fue el final del mensaje lo que captó su atención durante unos instantes, ya que las noticias acababan con un “Portaos bien, un beso”. Por momentos se quedó desorientado, no sabía muy bien a qué se podía referir su mujer. No se había preparado ninguna gran fiesta, ni pensaban salir a ningún sitio, el plan podía decirse que era de lo más básico para los cuatro, y así se iba a mantener a pesar de reducir a la mitad los componentes de aquella noche. Quizás se refería a que no bebieran demasiado, pero tampoco era la idea ni lo hacían nunca, cuando quedaban todos siempre caían algunas cervezas durante la cena o incluso alguna copa después, pero nada fuera de lo normal como para merecer un aviso de aquel tipo. No quiso darle más importancia. 

 

  • Nada, dice que se queda allí, si quieres cenamos y luego ya veremos qué hacemos. - Informó a Jade con un cierto tono de indiferencia en sus palabras. 

  • Vale, pues ayúdame a terminar de preparar y así acabamos antes. - Le pidió ella con la confianza forjada durante tantos años de amistad entre los cuatro, algo que no le habría pedido a un invitado inusual, pero era Álvaro, estaba como en su casa. 

 

Entre los dos terminaron de llenar el espacio que quedaba en la mesa con algunas cosas para picar y las consabidas cervezas bien frías que Álvaro había llevado para aquella noche, se sentaron y comenzaron una amena conversación sobre variados temas, algunos ya manidos de anteriores encuentros y otros nuevos fruto de la actualidad. La cena era informal, hasta el punto de que los picoteos se alternaban con paradas reclinados en el sofá para debatir algún punto concreto de la conversación de turno, para continuar sin prisas después mientras agotaban las primeras cervezas y Jade se levantaba para reponer con nuevas botellas recién salidas de la nevera. 

 

  • Con lo que estamos cenando, voy a acabar borracha con tanta cerveza - Dijo ella entre risas volviendo de la cocina con la tercera ronda en las manos. 

  • Pues pásate al agua - Le contestó él sonriendo a su vez. 

  • Quita, quita, con lo emocionante que ha resultado la noche, por lo menos prefiero emborracharme. - Y ambos rompieron a reír sabedores de que tendrían que hacer algo para evitar entrar en el peligroso limbo del aburrimiento. 

  • Bueno, si quieres, cuando terminemos de cenar me voy a casa y te dejo solita - Le propuso él. 

  • ¿Y eso? ¿Para qué te vas a ir? Si total, vas a estar en casa solo igual, ¿no?

  • Bueno, no sé, a lo mejor te apetece quedarte sola y ponerte una de esas pelis que te gustan tanto - Le dijo él con una mezcla de indiferencia y provocación. 

  • Jajajaja, bueno, tranquilo, la puedo ver igual aunque te vayas más tarde, por eso no te preocupes - Le contestó ella rematando sus palabras con una sonrisa pícara. 

  • Pues también. Voy a recoger la mesa y nos lo quitamos de encima, ¿preparo unas copas?

  • Vale! Un gintonic para mí, a ver si nos animamos un poco, va. - Contestó ella a su propuesta.

 

Como buen conocedor de la casa, aunque no fuera la suya, pronto tenía montadas las copas necesarias para preparar sendos gintonics, con mucho hielo, como sabía que a su amiga le gustaba, y a él también, bien frío, que entraba mejor. Estaba escanciando su variedad favorita de ginebra cuando escuchó que Jade rompía a reír con grandes carcajadas que llegaban desde el salón. 

 

  • ¿¡Sabes qué!? No te lo vas a creer - Le dijo ella en voz alta desde el sofá. 

  • A ver, sorpréndeme - Le contestó él con curiosidad de vuelta de la cocina con una copa rebosante en cada mano. 

  • Pues que parece una broma, pero dentro de veinte minutos empieza la peli en la tele - Le explicó sin poder dejar de reír. 

  • ¿La que te gusta? 

  • Sí, la primera, la he visto ya tres veces pero no me importaría nada volver a verla. 

  • Oye, en serio, ¿quieres que me vaya y la ves tranquila?, que yo sé que la vas a disfrutar más así - Le propuso él manteniéndose de pie, sin llegar a sentarse como gesto de disposición a aceptar lo que su amiga le dijera. 

  • ¿Pero qué dices? ¡Si acabas de preparar las copas!... va, siéntate… ¿de verdad no te apetece verla? - Le preguntó ella con gesto de curiosidad. 

  • Bueno, sabes que no me llama la atención. - Le contestó él con indiferencia mientras depositaba las copas en la mesa ya despejada y acababa por sentarse. - Pero lo que quieras, si te apetece la vemos, tampoco me supone un problema. 

  • Venga, va, anímate, lo peor que te puede pasar es que te lleves un calentón y tengas que apañarte cuando llegues a casa - Y volvió a estallar en sonoras carcajadas.

 

La película en cuestión era una muy conocida basada en un éxito literario, que había triunfado allá por donde había pasado, una historia cargada de sexualidad y sensualidad cuya protagonista probaba las mieles del sometimiento a su amante rico y empoderado. Realmente, a él nunca le había llamado la atención aquel argumento, ni para ver la película, ni peor aún, para invertir su tiempo con aquel libro, le parecía la típica historia tan básica que se quedaba a medias de todo. No era una gran historia de amor, estaba cargada de sexo pero para eso él prefería el porno y su infinita variedad de argumentos y niveles de intensidad. Tampoco le terminaba de convencer aquello del sometimiento y el bondage suave, pero tenía que reconocer, que no dejaba de quemarle la curiosidad de entender por qué había triunfado tanto. Por unos momentos se quedó pensativo, mirándola, aceptando que, como hombre activo sexualmente que era, resultaría bastante probable que su cuerpo reaccionara ante los estímulos y se imaginó durante un instante masturbándose al llegar a casa para bajar el calentón, pero estaba ella, eran amigos de muchos años, había confianza, pero no sabía si tanta como para ponerse cachondo delante de ella y esperar tranquilamente hasta que llegara a su habitación, a solas, para desahogarse, y lo que era peor aún, no era capaz de discernir si aceptar aquella propuesta le llevaría por el camino del deseo o de la vergüenza. Pero se decidió. Asumió el riesgo. 

 

  • Vale, venga, vamos a verla, pero con una condición - Le dijo mientras comprobaba la cara de alegría que se dibujaba en el rostro de Jade. 

  • ¿Cuál? - Le preguntó ella a la vez que se apoderaba del mando para preparar rauda el canal de emisión de la película. 

  • Sabes que nunca me ha llamado la atención ver esta película porque no entiendo cómo algo tan básico os puedo poner tanto. Entonces, si la vemos, tiene que ser para que me cuentes lo que te pone cachonda cuando salga en pantalla. Lo que te pone y por qué te pone, ¿aceptas? - Le propuso él a modo de reto disimulando sus palabras con un falso tono de indiferencia. 

  • ¿Estás loco? ¿Pero tú qué te has creído? ¿Que me voy a poner aquí a explicarte cuando me ponga cachonda como si tal cosa? ¿Cómo si habláramos del tiempo? - Le contestó ella haciéndose la ofendida y subiendo el tono de su voz mientras él permanecía en silencio, mirándola fijamente y conteniendo en su cara cualquier gesto que delatara el dilema que se cernía en su cabeza.

  • Venga, va, no te hagas ahora la cortada que nos conocemos, hay confianza y te he oído muchas barbaridades ya en estos años, no me vas a decir que te corta hablar de sexo… - Dijo él al fin, llevando su reto al terreno de la provocación. 

  • Jajajaja, ni mucho menos, no tengo ningún problema en hablar de sexo y lo sabes… - hizo una pausa en la que su cabeza comenzó también a funcionar a toda velocidad intentando descubrir si todo aquello se trataba de una broma o realmente él hablaba en serio - Vale, acepto, pero con una condición o mejor dicho, subo la apuesta. Tú también vas a participar, es decir, también vas a contarme si te pone cachondo o no la peli, porque tengo curiosidad de saber si te gusta, pero en lugar de decirlo, tenemos que adivinar si al otro le gusta algo. Cada uno que intente adivinarlo cuando quiera, si acierta, el otro bebe, si falla, bebe el que pregunte. ¿Te atreves?

  • Vale, hecho… aunque tú tienes ventaja, porque a mí, si algo me pone cachondo, se me va a notar enseguida, jajajaj - respondió él a su nuevo reto. 

  • Por q… ah, vale! Jajajaja - Contestó ella a la vez que se daba cuenta de la razón sin haber terminado la pregunta y sin poder evitar lanzar una mirada furtiva a su entrepierna. 

  • Mira, lo vamos a hacer así, como esto de beber se parece a los juegos de adolescentes, lo vamos a hacer igual que ellos, el que vaya perdiendo preguntas, elige si beber o quitarse prenda, o no, espera, en todo caso el que acierte que elija qué pasa con el otro… ¿aceptas? - Y le tendió la mano para sellar aquel pacto secreto. 

 

Por un momento, se hizo el silencio entre los dos, se miraron fijamente y trataron de descubrir en los ojos del otro si finalmente todo aquello iba en serio o simplemente ambos se pondrían a reír de un momento a otro y todo quedaría en una divertida anécdota que se recordarían mutuamente tiempo después de forma secreta entre ambos. 

 

El tiempo parecía no pasar, ambos albergaban las mismas dudas, se hacían las mismas preguntas y en ambos ardía el mismo deseo de saber hasta dónde serían capaces de llevar aquel juego. En todos aquellos años de amistad que acumulaban, nunca habían intercambiado ni el más mínimo gesto que denotara interés o atracción sexual entre ellos, siempre se habían respetado como lo que eran, amigos y parejas de sus amigos, pero por un momento, aquel respeto y distancia, parecía la obligada tapadera que sus respectivas situaciones requerían, por un simple momento, se estaban planteando si destapar el tarro de las esencias y oler los aromas que de él pudieran salir, porque realmente, ambos, en lo más profundo se su ser, y aunque nunca lo hubieran verbalizado, sabían que tenían un interés el uno por el otro.

 

A él, ella siempre le había parecido interesante por su actitud ante la vida, con fuerza y decisión, por su transparencia y claridad, por su falta de tabúes y su obligada contención en determinados momentos, dejando entrever que realmente, en ocasiones, debajo de su piel latía otro deseo. Físicamente no era el tipo de mujer en las que él se fijaba, con su baja estatura, su pelo rubio rizado a la altura de sus hombros o sus manos pequeñas, sin embargo, aquella noche, por el embrujo de un juego ya comenzado sin que lo supieran, solo era capaz de ver las cosas que sí le atraían, como sus labios carnosos, sus pechos que intuía turgentes o su culo prieto.

 

A ella, él siempre le había atraído físicamente, era el tipo de hombre en quien se fijaba, moreno de rasgos muy masculinos, figura atlética y belleza griega sin ser ningún adonis. Además, en el fondo de su ser, siempre prendía su mecha cuando él dejaba escapar rasgos de su fogosidad, pasión e intensidad, algo que, en los hombres en general, le perdía sobremanera. A veces, esas mismas cosas que en esos momentos veía como virtudes, les habían llevado a chocar, como dos trenes que han alcanzado su máxima velocidad y que a pesar de saberse en la misma vía ninguno de los dos estaba dispuesto a parar, sin embargo, quizás, aquella noche, toda esa energía les llevara a un destino distinto. Y ella aceptó su mano tendida. 

 

  • De acuerdo, pero si esto se nos va de las manos, tenemos que parar - Le dijo a la vez que aceptaba el pacto con una mezcla de excitación y nerviosismo. 

  • Hecho. - Zanjó él. 

 

Los siguientes minutos los pasaron sin hablarse, sin mirarse, parecían ajenos a la situación, pero en sus cabezas se había despertado un torbellino de dudas y deseos que pugnaban entre sí por imponerse. Ambos se habían acomodado a cada lado del sofá, de forma instintiva, en una posición en la que no fuera fácil para su oponente descubrir su excitación. Y llegó el momento, la película comenzó, los títulos de crédito ya asomaban en la pantalla acompañados por una insinuante banda sonora. 

  • ¿Te has dado cuenta que es la primera vez que estamos solos en una situación como ésta? - Le preguntó ella sin mirarle, con los ojos fijos en la pantalla. 

  • Sí… y que probablemente nunca más se repita… - Le contestó él, añadiendo a continuación un comentario que hizo saltar por los aires las pocas dudas que les quedaban, porque solo así podían decidir con determinación qué camino elegían - Lo que pase esta noche… 

  • De esta noche no sale - fue ella quien terminó la frase.

Durante los primeros minutos de película estuvieron inquietos, cambiando varias veces de posición y sin atreverse a cruzar sus miradas, ambos temían dar un paso en falso a la vez que lo deseaban con todas sus fuerzas. Y la primera escena interesante se presentó ante sus ojos, los protagonistas, juntos uno frente al otro, se miraban con pasión desmedida, con ojos de lascivia incontrolada, las manos del protagonista comenzaron a recorrer su cuerpo desde la cintura para quitarle el vestido calado blanco que la protagonista llevaba, para comenzar a besar con pasión sus labios cuando la prenda dejó de tapar su cuerpo. Un beso pausado, pero intenso, lento, pero apasionado, con la punta de su lengua recorriendo los labios de ella. Sus manos buscaron su espalda para abrir el broche del sujetador que aprisionaba sus pechos, hasta que cayó al suelo y dejó sus pezones antes sus ojos en un amplio primer plano en pantalla. 

 

  • Me la juego… esto te está poniendo muy cachonda - dijo él de repente rompiendo el silencio absoluto que se había instalado entre los dos. 

Ella tardó unos segundos en reaccionar, estaba completamente ensimismada en las imágenes que se presentaban ante sus ojos, en un beso que parecía no tener fin, como tampoco lo tenía la lascivia que comenzaba a aflorar entre los protagonistas.

 

  • Eh? Ah, ya… uff, no lo voy a negar, esta escena me gusta mucho, pero ¿por qué? No te lo voy a poner tan fácil… - Contestó ella momentos después mirándole con ojos brillantes, deseosos. 

  • Por el beso apasionado, no es un beso cualquiera, transmite deseo, se desean mucho, y se nota por cómo se besan… ¿he acertado?

  • Joder… eres un cabrón, sí, me pone mucho cómo se besan, se nota que están deseando comerse el uno al otro… ¿ahora qué? ¿bebo o ya quieres que me quite algo?... - Dijo ella con una mal disimulada decepción. 

  • Mmmmm bebe mejor, no tienes mucho que quitarte jajajaja 

 

En ese momento ella, compartiendo sus risas, se fijó en su propio atuendo. Como la noche, a priori no deparaba ninguna emoción, no se había molestado mucho en elegir la ropa con más o menos acierto, por lo que simplemente llevaba puesto un cómodo vestido blanco de verano, lo suficientemente ancho como para obligar a intuir sus curvas pero no dibujarlas. El vestido, junto con su ropa interior, eran las únicas prendas con las que jugar, pero no había sido consciente de ello hasta ese momento. Pero ya no tenía escapatoria, levantarse e intentar cambiar de ropa añadiendo prendas a su cuerpo, realmente hubiera sido una forma de cortar la noche, de parar el deseo, por lo que rápidamente en su cabeza tomó la decisión de continuar tal y como estaba, llegara hasta donde llegara.

Se fijó en la mesa y no tenía nada para beber, pues ambos habían apurado sus copas, por lo que se levantó rápidamente y se dirigió a la cocina de la que volvió con dos vasos de chupito y una botella de licor, momentos que él aprovechó para fijarse casi sin disimulo en su figura, la que tantas veces había tenido delante y, sin embargo, nunca se había fijado como lo estaba haciendo en ese instante, captando cada detalle de las nalgas que se contoneaban bajo el vuelo de su vestido durante el camino de ida, para fijarse, aunque ella se diera cuenta, en el balanceo de sus pechos durante el camino de vuelta. Ella no dijo nada, solo apuntó en su mente su interés. 

 

  • Nos pasamos al whisky. Veo que has parado la película, mejor, no me quiero perder nada… jajajajaj - Le dijo ella mientras servía los dos primeros chupitos. 

  • Correcto, no quiero que te pierdas nada, me quedan muchas veces que acertar - Contestó él con tono desafiante y una sonrisa dibujada en la comisura de sus labios - Por cierto, no me toca beber pero te voy a acompañar. Entonces, el beso, ¿no? 

  • Ufff, sí, ese beso… es… es… salud!

Y ambos dieron buena cuenta del primer chupito tras el brindis de rigor. De repente, cuando ella se incorporaba tras dejar el vaso en la mesa, sin mediar palabra, él se acercó y la besó, cogiendo sus mejillas con ambas manos, se acercó a ella sin encontrar resistencia y apretó sus labios contra los suyos, con pasión, con vigor, recorriéndolos después con la punta de su lengua, notando cómo su sabor se entremezclaba con el whisky que acaban de tomar. Solo varios segundos, un beso tan sorprendente como apasionado, tan intenso como deseado. 

 

  • ¿Como éste más o menos? - Le preguntó él separándose de su boca pero sin dejar de acariciar sus mejillas y mirarla fijamente.

  • …. sí, más o menos como este. - Contestó ella sin poder disimular que su respiración se había agitado.

Como si nada hubiera ocurrido, él volvió a su posición en el otro lado del sofá y se apoderó del mando para devolver la película al punto en el que estaba y continuar viéndola juntos. Ella hizo lo propio y buscó la posición más cómoda, pero su cuerpo había comenzado a temblar, no lo había esperado, la había sorprendido, y su cuerpo empezaba a explicarle con señales que quería más, pero no sabía si debía, sabía que quería, notaba que lo deseaba, pero aún había algo que la retenía aunque no sabía qué, pensar se había convertido en un verdadero esfuerzo, su cuerpo había comenzado a apoderarse de sus movimientos, de su respiración, de su deseo. 

Los minutos pasaron entre escenas sin carga sexual, diálogos que por momentos, él ni seguía, pues estaba confirmando que la historia en sí, era más o menos lo que pensaba, que sus prejuicios no habían fallado y que, a fin de cuentas, el sexo era lo único a lo que quizás le merecía la pena prestar la atención. 

 

  • Me la juego! Esto te pone… - dijo ella de repente en un momento en el que los protagonistas compartían una escena aparentemente normal. 

  • ¿Cómo? ¿Qué es lo que me pone? ¿Que hablen? - Contestó él mirándola con aire de extrañeza.

  • No, lo que te pone son los taconazos que lleva ella, alguna vez te he oído que los tacones te gustan mucho, y los que lleva en estos momentos con ese conjunto son de infarto, seguro que te has puesto caliente… ¿me equivoco?

  • No… no te equivocas, tienes buena vista y buena memoria, vaya, vaya… - Confirmó él con cierto gesto de sorpresa que pronto se tornó en interés, pues aquella respuesta significaba más cosas de las que decía, no solo lo recordaba, sino que retenía las cosas que él decía, algo que le resultaba muy interesante. - Entonces, qué, ¿bebo?

  • No, porque vamos a acabar borrachos y creo que no nos interesa, ¿verdad? Para cuando vuelva, quiero que te hayas quitado los pantalones - Dijo ella con tono sugerente mientras se levantaba para irse. 

  • ¿Pero dónde…? - No le dio tiempo a terminar la frase, ella ya había desaparecido por el pasillo. 

Atento y solícito a sus instrucciones, comenzó a desabrochar el cinturón del pantalón corto que se había puesto para ir cómodo aquella noche, aunque a esas alturas no era precisamente comodidad lo que encontraba pues algo en su interior estaba pidiendo paso para liberarse. Encontrarse solo le ayudó, no podía decir que tuviera vergüenza a esas alturas del juego, pero agradeció que su bulto pudiera mostrarse libre con cierta discreción, lo que aprovechó para volver a sentarse y disimularlo con la camiseta, de manera que cualquier cosa que ocurriera aquella noche, se llevara hasta el límite. Pasaron unos minutos en los que no sabía qué hacer, ponerse otro chupito de whisky quizás era tentar a la suerte de las malas jugadas que gasta el alcohol, continuar la película no tenía sentido si no estaba ella, pensar, no podía pensar en nada más que no fuera su cuerpo. Su letargo se rompió con el sonido que provenía del pasillo, el inconfundible repiqueteo de dos tacones altos. Instantes después, allí estaba ella, apoyada sobre el marco del salón. 

  • ¿Te gustan? - Le preguntó desde la distancia fijándose en los zapatos blancos de tacón alto que se había puesto a juego con su vestido de verano - ¿Son como estos los tacones que te ponen? Tú me has demostrado el beso comiéndome la boca, y yo he hecho lo mismo ¿Qué te parecen? - Y se quedó en silencio, con una mirada que comenzaba a rozar la lujuria.

  • Sí, así son, y además a juego con el vestido, buen detalle… no sé si eres consciente de que los tacones sacan todo lo que llevo dentro… - Contestó él esbozando una media sonrisa y levantando las cejas a modo de aviso. 

  • Bueno, llegados a este punto… correré el riesgo - Y se acercó hasta el sofá con un insinuante contoneo de sus piernas subida en aquellos elegantes stilettos. - Por cierto, por mucho que intentes disimular con la camiseta, el bulto se ve de lejos, lo que no me queda claro es si es por mí o por la película… tendré que averiguarlo - Terminó por decir mordiéndose el labio inferior.

Tras presionar el botón correspondiente, la película continuó y el guión siguió su curso, aunque ya resultaba difícil para los dos estar pendientes de un argumento que empezaba a tener dificultades para sobreponerse a la historia que ellos mismos estaban escribiendo, una historia paralela, aunque con distintos protagonistas, con distinto escenario, pero con el mismo deseo. O incluso más. Porque no era un deseo de guión, era un deseo real, tan real como la vida misma, aunque todavía permaneciera bajo sus pieles deseando encontrar el momento oportuno para desbocarse por completo, ambos estaban sumidos por completo en el juego, y ya fuera por orgullo o por simple competición, parecían estar retándose a ver quién de los dos era capaz de poner más caliente al otro.

Pasados unos minutos, la historia llegó a una de las primeras escenas bondage que contenía y que tan famosa la habían hecho, aunque a él le costara encontrar la relación directa con un público que en voz alta no hablaba de sumisión pero que, sin embargo, tan bien había reaccionado al ver a la protagonista femenina completamente a merced de los deseos de su amante. El protagonista, ayudándose de su corbata, le ataba las manos y la lanzaba a la cama para disponer de ella a su antojo. 

 

  • Con esta escena lo voy a tener fácil, y voy a afirmar sin duda que te pone mucho - Dijo él rompiendo el silencio y clavando la mirada en sus ojos distraídos con la película. 

  • Sí, lo tenías fácil, me pone a mil cuando la ata de manos - Le contestó ella con la respiración entrecortada sin perder detalle de la escena  - Espérate a que termine y ya bebo o me quito lo que quieras, ¿vale? - Le preguntó con esfuerzo, pues toda su atención estaba en el recorrido que el amante masculino hacía desde la cintura de la protagonista hasta su cuello. 

  • No - le contestó él de forma contundente.

  • Venga, va, ¿no te puedes esperar un poco? De aquí no me voy a mover.

  • No, levántate. - Le ordenó. 

  • ¿Qué pasa? - Preguntó ella sin terminar de hacerle caso con cara de extrañeza. 

  • No pasa nada. Levántate. - Le volvió a pedir sin dejar mucho margen para la duda mientras se apoderaba del mando para parar la reproducción.

  • ¿Qué quieres? ¿Qué me quite el vestido ya, golfo? - Dijo ella mientras se levantaba del sofá y quedaba frente a él que se había interpuesto entre ella y la pantalla.

  • Vamos a continuar nosotros.

  • ¿Cómo? Si te refieres a la película, me temo que tú no tienes corbata - Le preguntó sin terminar de entender el giro de los acontecimientos mientras se levantaba y quedaba frente a él, con sus bocas a pocos centímetros, con sus pieles casi rozándose. 

  • No te preocupes, sabré arreglármelas.

 

Y de nuevo, la besó, apoyando las manos en su cuello para subir lentamente hasta sus mejillas, sin dejarle capacidad de movimiento, mientras su lengua se saciaba con el sabor de sus labios y calmaba su ansiedad entre la humedad de su boca. Tras unos segundos de pasión desbocada, se separó de sus labios para situarse detrás y cogerla por la cintura, indicándole con una leve presión que debía comenzar a andar. Y así lo hizo, ella se puso a caminar mientras él la guiaba en dirección a la entrada de la casa, donde un gran espejo de pared los recibió, reflejando a la perfección el deseo que sus caras mostraban ya sin un ápice de duda. Ella le miraba en el reflejo, con los labios entreabiertos y la respiración algo agitada por el beso que aún resonaba en sus labios. Él, sin dejar de mirarla, comenzó a subir las manos por su espalda, lentamente, sinuosamente, recorriendo cada centímetro con devoción como si pretendiera memorizar para siempre aquel itinerario, sabiendo que era la primera vez y que quizás fuera la última. Sus manos llegaron hasta su cuello, lo besó, con suavidad, y se deslizaron hasta sus hombros, donde se encontraron con los tirantes de su vestido blanco, que cayeron por sus brazos cuando él los arrastró levemente con sus dedos. Ella permanecía inmóvil, a su merced, con la mirada clavada en sus ojos y el deseo golpeando su piel, notando cómo el vestido se deslizaba hasta acabar en el suelo, rodeando sus altos tacones blancos. Por fin su cuerpo se presentaba ante sus ojos, y se tomó todo el tiempo que quiso en observar plenamente el cuerpo que tantas veces había querido intuir y que, aquella noche, tantas veces había intentado imaginar. Con delicadeza, sus manos comenzaron a subir por sus nalgas desnudas, pues su única ropa interior era un fino tanga blanco que hubiera jurado que se había puesto durante su cambio de calzado, aunque en ese momento ya no importaba. Pudo sentir su culo redondo, prieto, pudo recrearse en él. En ese momento, ella quiso darse la vuelta, pues no podía contener más su deseo de besarle, abrazarle, tocarle, arañarle, se estaba desbocando, quería acabar de una vez con aquel equilibrio de fuerzas. Él no la dejó. Sujetándola fuerte por la cintura cuando notó su intento de movimiento, la mantuvo frente al espejo. 

 

  • No dejes de mirarme - Fue su única frase para permanecer en aquella situación. 

Sus manos continuaban subiendo lentamente por su espalda, que se arqueó al sentir el roce de sus dedos. Llegaron hasta el broche de su ropa interior, abriéndolo con un movimiento hábil y dejando ante su mirada hambrienta, sus pechos pequeños pero turgentes, con los pezones duros por la excitación, que fueron el objetivo de sus dedos, rozándolos con sus yemas, apretándolos, jugando con ellos. Ella respiraba agitada, movía su cuerpo, gozaba con sus dedos. Una de sus manos acudió al encuentro de su boca, rozando sus labios, jugando con su lengua para impregnarse con su humedad y volver de nuevo a sus pezones, humedeciéndolos con sus propio sabor. Su espalda se arqueaba, su culo prieto buscaba instintivamente el bulto que él ya no tenía ningún interés en disimular, apretándolo entre sus nalgas, notándolo, sintiéndolo. Tras unos instantes saciándose con sus pezones, sus manos comenzaron a descender, rozando su cuerpo, acariciando su vientre para introducirse por el único hueco que quedaba entre la tela de su ropa interior y su piel. Allí estaba su sexo, depilado, húmedo, palpitante. Recibió sus dedos apretando las piernas en un intento por alargar el golpe de placer que había tenido con su contacto y que había recorrido todo su cuerpo erizando cada poro de su piel. Una mano jugaba con sus labios más húmedos, la otra alternaba sus pezones y su boca, y ella, no dejaba de mirarle a través del espejo en los momentos que conseguía mantener los ojos abiertos, pues comenzaron a cerrarse de placer en cada roce con su clítoris. La excitación inundaba su cuerpo, sus pezones se hinchaban, su espalda se arqueaba, su clítoris palpitaba, sus manos quisieron buscar su verga dura para palparla, apretarla, sentirla entre sus dedos, pero él, al notar su intención, se separó un paso de su cuerpo, le cogió ambos manos para llevárselas a la espalda y agarrarla fuerte por las muñecas con una mano mientras la otra le dio un azote, sin violencia, pero con fuerza, para después acercarse a su oído.

  • Cuando yo te de permiso, primero tu merecido, después de tu premio, ¿lo has entendido? - Y se separó para mirarla fijamente en el reflejo esperando su respuesta.

  • Vale - contestó ella entre los gemidos que ya afloraban por el roce de su clítoris.

  • No, “vale” no. 

  • Sí, lo he entendido cabrón, eres un cabrón - Se corrigió.

  • De acuerdo, así está mejor - y soltó sus manos como señal de que la respuesta había sido la correcta - Yo soy un cabrón y tú esta noche vas a ser mi perra ¿Quieres ser mi perra? - Le preguntó con tono desafiante y provocador.

  • Sí, joder, voy a ser tu perra, voy a ser tu puta, haz conmigo lo que quieras joder - Dijo entre jadeos.

  • Muy bien, vas aprendiendo. Quítate el tanga y abre las piernas, quiero ver tu coño húmedo.

Y así lo hizo, se bajó el tanga hasta los tobillos, y lo alejó con un golpe de sus tacones para abrir las piernas y mirarle fijamente por el espejo con cara de ansiedad. Él la cogió por la cintura y la separó un paso del espejo para indicarle presionando su espalda que se apoyara con cada mano a un lado del espejo, mirándola durante unos segundos en aquella posición de total disposición para él. 

  • ¿Alguna petición? - Le preguntó él mientras se frotaba con la mano su polla completamente dura bajo la ropa interior de forma visible para ella.

  • Fóllame, joder, necesito que me folles. 

  • Shhhh… todo a su debido tiempo, primero tu merecido, luego tu premio, no hagas que te lo repita más veces ¿de acuerdo?

  • Sí, cabrón, lo que tú digas. 

La humedad ya resbalaba entre sus piernas, impregnando sus ingles del aroma del sexo. Él comenzó a rozarle desde atrás con sus dedos, para buscar de nuevo sus labios, resbalar con su sexo y acabar por meter dos dedos en su coño hasta lo más profundo de su ser, ella los recibió cerrando los ojos por el placer y mordiéndose los labios para contener los gemidos que ya brotaban sin control de su boca. Sus dedos entraban y salían, rozando su clítoris en cada movimiento, mientras su otra mano recorría su nuca entrelazando los dedos con su pelo rubio rizado. Entraban y salían, cada vez más rápido, se saciaban de su humedad, aumentaban su excitación. Su respiración se había acelerado sin control, su deseo se desbocaba por momentos sin poder contenerlo. Él tampoco podía contener por más tiempo el deseo de su verga palpitante con las venas hinchadas que pedía a gritos salir y sumarse a la fiesta. 

 

  • Ponte de rodillas con las manos a la espalda - Le ordenó tras sacar los dedos de su coño completamente impregnados de su humedad  y deseo. 

Ella tardó unos segundos en reaccionar, aún vibraban en su cuerpo las acometidas de sus dedos entre sus piernas temblorosas e intentaba recuperar la respiración para cumplir con su cometido. Y así lo hizo, despegó sus manos del espejo, completamente húmedo por su sudor y la respiración de su deseo, se giró, y se arrodilló frente a él, pasando a tener frente a su cara un bulto que no podía esperar más para salir y dar todo lo que llevaba dentro. Él, cuando ella estuvo acomodada, de rodillas y con la vista de sus blancos tacones altos a su espalda, se quitó la camiseta, sin poder disimular ya la respiración de su pecho, y deslizó su ropa interior hasta los pies, dejando ante ella al descubierto su miembro completamente erguido y duro, palpitante y brillante por la humedad de su deseo. Ella lo recibió abriendo los ojos con cara de ansiedad, su primer instinto fue cogerlo con las manos para apretarlo y notar sus venas. 

 

  • He dicho las manos a la espalda

  • Vale, cabrón, vale - Contestó ella jadeante.

  • Este cabrón te va a follar la boca… ¿entendido?

  • Sí, fóllame la boca joder, fóllale la boca a tu puta ya - dijo ella abriendo bien la boca y sacando su lengua provocativa cuanto terminó la frase. 

Él acercó su glande a sus labios, que la recibieron con besos y lametones, saboreando su humedad, su calor, porque estaba caliente, muy caliente y dura. Empezó a introducirle la polla en la boca mientras sus manos se entrelazaban con su pelo para guiarle y su cintura comenzaba los primeros movimientos para entrar y salir de su boca, ella aprisionaba su falo con todas sus fuerzas, dejándole claro que cumpliría las órdenes, pero hasta las últimas consecuencias si él era capaz de aguantar. Quería comérsela, chupársela, lamerla, mamársela, lo quería todo, estaba tan caliente que ya había olvidado cómo habían llegado hasta allí, pero ya no importaba, ya solo podía pensar en gozar y disfrutar, en reventar de placer, en cumplir con su cometido, recibir su merecido, para después, disfrutar de su premio. Sus embestidas comenzaron a acelerar, le follaba la boca sin contemplaciones con el espejo como único testigo de aquel sometimiento al placer más puro. Su polla entraba y salía de su boca completamente húmeda, chorreando la mezcla de su deseo y la humedad de sus labios. Completamente concentrado en su control, tras varias acometidas que habían conseguido introducir su verga casi hasta el final, se paró y la miró fijamente. Ella jadeaba, el deseo y el esfuerzo se fundían en una respiración completamente fuera de sí. Su boca quería más, abierta, chorreando su deseo por las comisuras, pidiéndole a gritos que volviera su presa para seguir saboreándola, pero él comenzó a andar en dirección al sofá. 

 

  • Ven - Le dijo sin mirarla. 

Y ella le siguió después de levantarse con algo de esfuerzo, pues su piernas acusaban aquellos minutos de rodillas y temblaban de placer a la par. Él la esperaba junto al sofá, de pie con el miembro completamente erguido y húmedo por el sabor de sus labios. Sin mediar palabra, cuando estuvo a su alcance, recuperó el cinturón que yacía sobre el sofá y le ató las manos por delante, apoyadas en su ombligo. 

 

  • ¿Ves? No me hace falta corbata para jugar con mi puta. 

Ella quiso contestar, pero no le dio tiempo, con sus dedos selló sus palabras para después, con un leve empujón, tumbarla sobre el sofá y abrirle las piernas por completo, dejando ante él por primera vez, la visión de su coño completamente húmedo y vibrante, destilando olor a placer y sexo. Sin mediar palabra, en un rápido movimiento se colocó entre sus piernas, que colgaban por encima de sus hombros clavando sus tacones en su espalda, y comenzó a lamer con frenesí sus labios resbaladizos, introduciendo primero sus lengua en su coño para probar su sabor y después pasar a un movimiento frenético con su clítoris, lo rozaba, lo apretaba con su lengua, lo chupaba con sus labios. Ella jadeaba, gemía, casi gritaba. Sus dedos comenzaron a entrar entre sus labios, acompañando los movimientos de su lengua sobre su clítoris, su espalda se arqueaba para recibir las sacudidas de placer, sus manos se agarraban a su pelo intentando escapar de la prisión de su cinturón para apretar más y más su lengua contra su clítoris. Cada vez más rápido, cada vez más intenso, cada vez más placer, y más placer, y más placer. Y no pudo más, las acometidas de su lengua contra su sexo, los dedos entrando y saliendo, el placer que chorreaba entre sus piernas, llegó a un orgasmo brutal que recorrió todo su cuerpo con un golpe eléctrico imposible de controlar, doblando su cuerpo y gritando, cerrando las piernas de golpe por la gran sacudida y apretando su cabeza contra su coño para retener hasta la última gota de aquel infinito placer. Su cuerpo se convulsionaba, su espalda se arqueaba en todas las direcciones, sus pezones explotaban de placer, su boca se abría para gritar y gemir, gritar y gemir, hasta que poco a poco, la electricidad se desvaneció, disipando en el aire una corrida brutal que la había dejado por momentos sin fuerzas, dejándose caer sobre el sofá mientras su respiración pugnaba por volver a la realidad.

Pasados unos instantes, le miró fijamente, con cara de lascivia y placer, y soltando su cabeza para que él pudiera incorporarse y mirarla a los ojos mientras sus dedos recorrían suavemente sus muslos, recogiendo cada gota del deseo hecho realidad. 

  • Joder, eres un cabrón, has conseguido que me corra antes que tú - Le dijo entre los últimos gemidos y suspiros que aún salían de su boca. 

  • Bueno, permíteme que te corrija, he conseguido que te corras… por primera vez, antes o después da igual. - Contestó él aún de rodillas entre sus piernas. - Ahora nos vamos a ocupar de esta - Añadió cogiéndose con fuerza su polla dura que deseaba entrar en acción. 

De la mano, la ayudó a incorporarse y la guió hasta ponerse de rodillas en el sofá, dándole la espalda y regalándole la maravillosa visión de tenerla a su disposición, con las piernas abiertas y los provocadores tacones altos apuntándole. 

 

  • Ahora te voy a follar, por tu bien, espero que quieras - Le avisó mientras sus dedos separaban sus labios y preparaban el camino para la primera embestida. 

  • Sí, fóllame, fóllame, fóllate a tu puta, joder, tu puta quiere que te la folles ya. 

  • Sea

Fue su última palabra antes de entrar en ella con una embestida brutal, sin contemplaciones, hasta el fondo, cogiéndola de su pelo rizado para someterla a sus deseos. Sus embestidas no tenían tregua, su cuerpo golpeaba contra sus nalgas marcando con el sonido de sus cuerpos chocando el ritmo de una follada brutal, salvaje, el baile de dos cuerpos que habían llegado a su límite. Antes le había liberado las manos, soltando el cinturón y volviéndolo a tirar lejos de su vista para que ella pudiera agarrarse con todas sus fuerzas al sofá y aguantar sus acometidas, entrando y saliendo, entrando y saliendo cada vez más rápido y con más fuerza y deseo. 

 

  • Sí, joder, fóllame, qué polla tienes cabrón, eres un cabrón. Aaaaahh. - Gritaba ella notando cómo entraba cada vez más rápido y más fuerte, como lo tenía a merced de su deseo y disfrutando al ver cómo había conseguido que él, a pesar de su apariencia de control, empezara a perder la compostura gracias al deseo por su cuerpo, por follarla, por disfrutarla como nunca antes hubieran imaginado. 

  • Eres una zorra, y a las zorras hay que darles fuerte, porque me tienes muy cachondo zorra. - Le dijo sin parar sus embestidas y con la respiración completamente ya fuera de sí. 

  • Sí, fóllame, soy una zorra, la más zorra de todas, soy tu guarra, cabrón, reviéntale el coño a tu guarra.

Sus piernas comenzaron a temblar, no podría aguantar mucho, sus manos la cogían por la cintura con la fuerza de quien quiere fundir su piel, por un momento se soltaron para levantarla, llegando así hasta sus pezones completamente duros, jugando con ellos con una de sus manos mientras la otra buscaba su clítoris por delante, para volver a rozarlo, apretarlo, estimularlo al ritmo de sus embestidas salvajes. Las piernas de ella empezaron a temblar de nuevo, su polla entrando y saliendo, sus dedos pellizcando sus pezones, sus dedos dando buena cuenta de su clítoris, de nuevo se acercaba el éxtasis, y llegó, se volvió a correr con sus embestidas de forma brutal, gritando y gimiendo como si fuera la primera vez, agarrándose por detrás a la cintura de él para que no saliera de su cuerpo, para que dejara todo su miembro dentro mientras apretaba para retenerlo y multiplicar la sacudida de su cuerpo, la electricidad que le recorría por cada centímetro de su piel, arqueando la espalda, mordiéndose los labios tras cada grito, jadeando después de otro orgasmo extremo, tirándose contra el respaldo del sofá para recuperar el aire mientras seguía notando su polla dura con las venas hinchadas en lo más profundo de su ser. 

Pasaron unos instantes hasta recuperar la cordura, él seguía dentro, quieto, respetando su oleada de placer y cómo los últimos espasmos daban paso a la tranquilidad, al desvanecimiento por cansancio, a la calma después de la tormenta.

Una vez recuperado el aliento, miró hacia atrás, lo vio a él, con la cara desencajada por el placer, deseando, aunque no lo reconociera, llegar al éxtasis, sudando por el esfuerzo de las embestidas con toda su pasión. Entornó lo ojos y pareció hablarle sin palabras, el sometimiento había estado bien, muy bien, pero había llegado el momento de tomar el control, ambos lo supieron, y además, se la daba bien, muy bien. 

Ella se levantó del sofá y le indicó con la mirada que se sentara ocupando su lugar, y así lo hizo, tomó la posición y se quedó mirándola mientras también recuperaba el aliento, disfrutando de cada centímetro de la imagen que tenía delante, que era ella, de pie sobre sus altos tacones, con el sudor resbalando por sus pechos y los brazos en jarras dispuesta a dejarse las últimas fuerzas que le quedaban. Ella miró su miembro, duro y erecto, latiendo por el esfuerzo y apuntando a lo más alto. Lentamente, sin dejar de mirarle fijamente a los ojos, se dispuso a horcajadas sobre él, ayudándose de su mano para colocar su polla dura en el sitio exacto y apoyándose en sus hombros para bajar lentamente hasta sentarse completamente sobre ella y abalanzarse sobre su boca en un beso eterno, fogoso, húmedo y lascivo, comiéndole la boca con desesperación mientras con sus caderas comenzaba un movimiento frenético que no tardaría en acabar con él y todo lo que llevaba dentro. Él hizo ademán de agarrarle por la cintura para marcar el ritmo pero ella se lo impidió. 

 

  • Shhh, quieto, ahora va a ser esta puta la que domine a este cabrón. ¿Te queda claro? 

 

No hicieron falta palabras, él extendió de nuevo sus manos sobre el sofá dejándose hacer, notando como los movimientos de su cuerpo iban cada vez más rápido, saltando sobre su polla a un ritmo que difícilmente podría aguantar durante mucho tiempo. 

 

  • Te gustan mis tacones, ¿verdad? Cógete bien fuerte a ellos, cabrón. 

Y dicho esto, empezó con sus sacudidas frenéticas, mientras él hacía lo propio agarrando fuertemente sus tacones blancos para impedir que se resbalara con sus espamos. Los dos cuerpos se habían fundido en uno, sus bocas se comían salvajemente, sus pechos se rozaban, sus sexos quedaban unidos con cada embestida por el placer infinito. Él comenzaba a apretar los músculos para llevar su orgasmo al límite, para aguantar hasta donde no fuera posible, ella rozaba su clítoris con cada embestida y se aproximaba peligrosamente a un nuevo clímax, ambos querían caer juntos de nuevo por aquel precipicio de placer. Estaba a punto, lo sabía, su cara lo reflejaba, y ella lo supo leer y se levantó rápidamente para buscar el colofón que su cabrón estaba deseando. Se puso de rodillas en el suelo y empezó a sacar su lengua como señal de lo que quería a continuación. Él no podía más, se levantó, se puso delante y clavó la mirada en el cuerpo que había conseguido desatar todo su deseo y excitación, la tenía muy dura, rozando el dolor. 

 

  • Dame tu leche, cabrón, esta puta se quiere empapar de leche, ¿tienes leche para mí? - Le decía con mirada desafiante mientras se pellizcaba los pezones con una mano y se frotaba el clítoris con la otra, alternando con dedos que entraban y salían de su coño exhausto. 

Pero no pudo articular palabras ni respuesta alguna, tras unas pocas sacudidas de su polla, llegó al orgasmo, con una salvaje corrida que empezó a eyacular chorros de leche sobre su cara, entrando en su boca, resbalando por sus comisuras, entre gritos y jadeos, entre espasmos de su cuerpo y temblores de sus piernas que con dificultad aún se mantenían en pie. Nada más notar su semen caliente cayendo sobre sus mejillas y empapando su lengua, ella le acompañó con su tercer orgasmo, fundiendo los gritos con los suyos y cerrando los ojos para notar el placer de otra sacudida brutal mientras su amante descargaba sobre ella todo lo que llevaba dentro. Era el éxtasis en estado puro representado por dos cuerpos que se habían fundido en uno, la primera vez que se encontraban. 

Los gemidos se fueron apagando mientras ambos disfrutaban de los últimos espasmos de sus cuerpos, aún en la misma posición en la que habían llegado al clímax más absoluto. 

 

Todo volvía a la normalidad, el aire parecía entrar de nuevo en sus pulmones, sus bocas poco a poco dejaban de temblar, sus cuerpos recuperaban por momentos la compostura necesaria para continuar. Él le ofreció su mano y ella se levantó, lentamente, aún con su semen resbalando por su cara, por su pecho, alcanzando su vientre. Se fundieron en un beso único, apasionado, pero a la vez, pausado, sintiéndose testigos de un momento único, apurando un sabor que habían probado por primera vez, y quizás, fuera la última. 

Ambos se miraban, sin hablar, pues no hacían falta palabras, ella acariciaba su pecho, él jugaba con sus rizos rubios. Se fundieron en un abrazo. 

Varios días después se encontraron los cuatro en una terraza de bar, bajo la protección de una sombrilla que les brindara un poco de fresco ante las temperaturas de aquel verano tan caluroso. 

 

  • Oye, por cierto, ¿qué hicistéis la otra noche? - Preguntó Azucena.

  • Nada, ver una peli - Contestó Jade con total indiferencia.

  • ¿Y qué tal? - Volvió a preguntar.

  • Uff, aburrida, casi nos quedamos dormidos - añadió Álvaro. 

 

Y se miraron fugazmente, sabedores de que aquel secreto permanecería para siempre encerrado en un cofre cuya llave se había perdido en las profundidades de su recuerdo. Había sido un momento único, lo sabían. Que no volviera a ocurrir, de eso ya no estaban tan seguros.

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