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El ajuste, producto de los cambios económicos, nos pega duro a todos, limitar el consumo, por un tiempo decidí dejar de usar el auto como primera medida de disminuir los gastos, viajando en colectivo (bus). Por las mañanas, concurría a la parada más cercana y viajar, no tan cómodo pero sí más económico.
Se viaja muy apretado, abundaban las “apoyadas” de los tipos con las mujeres que van a sus trabajos, que desde ahora sería mis compañeras de viaje. Llevaba viajando una semana, casi siempre a la misma, y por eso mismo los pasajeros casi se repiten día a día.
Casi siempre al llegar a la parada del bus, estaba ella. Alta, joven, cabellos muy negros y tez muy blanca, carita redonda, nariz y boca pequeñas y sensuales. Bonitas piernas en tacos altos daban soporte a una figura voluptuosa a pesar de la discreción en la indumentaria, casi diría que podría tratarse de una secretaria o funciones parecidas, a juzgar por los modales y forma de vestirse. A cara lavada y pelito que siempre parecía salido de la ducha: Una delicia para los ojos, y además su presencia me mantenía activo el pensamiento súper erotizado imaginando mil y una formas de poder abordarla e intentar seducirla, aunque se tratara solamente de un juego del intelecto que no estaba en mis planes concretarlo, pero de todas maneras nunca digo nunca del todo, el instinto de cazador furtivo es algo que me mantiene todo el tiempo alerta.
La cara iluminada por un par de ojos color miel, salían chispitas cuando cruzamos miradas, creando un lenguaje cifrado para decirle cuanto me atraía. Creo que me entendió, a partir de esa mañana nos miramos de otro modo.
Esa mañana, nos ubicamos un poco más cerca en el interior del bus, trás de ella se ubicó un tipo, mal entrazado y creo hasta con olor a sudor, que sin mucho disimulo se “la estaba apoyando”. Me hice cargo de la incómoda situación que le tocaba, nos miramos y ahí mismo le dije:
—Susana venite para acá que vas a estar más cómoda, señalando mi lugar.
—Voy, ¡permiso, permiso!... -llegó abriéndose paso entre los viajeros hasta situarse junto a mí.
Se ubica donde le indico, justito delante de mí, gira la cabeza y sonriendo y en voz baja me dice:
—¡Gracias por la ayuda!
El favor de evitarle una situación incómoda nos permitió continuar el viaje, hablando como viejos conocidos. Los pasajeros, al desplazarse hacia la puerta de salida nos desplazaban a todo en su premura por bajar, tanto que ahora por el movimiento del pasaje yo fui apretado contra las nalgas de la mujer. Quedamos tan apretados como estampilla al sobre. Permanecí en esta “cómoda” situación mucho más tiempo del necesario, el traqueteo del viaje y el hermoso trasero hicieron que el “amigo” de abajo tomara decisiones propias y se hiciera sentir entre los glúteos de la compañera de viaje. La sonrisa cómplice de mi compañera de viaje parecía decir que todo estaba bien, como el visto bueno de una posición que tampoco le incomodaba. Sin cambiarnos de posición, llegó a destino.
—Lamento sacarte de tu incomodidad. Tengo que bajar.
Decido descender con ella, en la misma parada, previo disimulo de la erección.
—Si vos no bajás aquí… (evidencia que se había fijado en mí).
—Bueno... hoy es distinto, quisiera bajar y que me permitas invitarte un café, ¿tenés tiempo?
—¡Sí!, te lo permito, invítame...
Tomamos el café y conversamos, saltando de los temas de actualidad a otros más personales y comprometidos. Tenía que pasar por su trabajo, hasta ayer, para retirar el cheque de despido y luego el resto del día, en blanco. Soy vendedor libre, sin horarios fijos, tomando las riendas de las decisiones le digo:
—Te acompaño, y después nos vamos a caminar y comemos algo, ¿te parece?
—¡De acuerdo!
Concurrimos a su trabajo, después a caminar por la plaza y tomar sol. Sentados muy juntos, recordé que tenía encima la llave de la casa de mi tía, de viaje en Europa, y debía pasar a retirar la correspondencia y airear la vivienda. Se me encendió la luz de alerta del cazador furtivo y ahí mismo improvisé una movida para darle el jaque mate y apurarla para ganarle la decisión a su indecisión:
—Vamos a comprar algo para comer.
Compramos cerveza y una pizza, el taxi nos condujo a casa de la tía ausente.
En la cocina destapamos la rubia cerveza, brindamos, quedó un poco de espuma en sus labios, hábil para para convertir cada gesto en una oportunidad, me acerco a recogerlo con la yema del dedo, me chupo la espuma. Sonríe y besa donde estaba la espuma. Nos libramos de los vasos y fundimos en un repentino abrazo, besamos y acariciamos con creciente frenesí.
Susana, tal era su nombre de verdad, estaba apretada contra mí, su humanidad contra mi erección manifiesta, la sentía tanto como en el franeleo que le di en el viaje. Me considero un hombre sexualmente muy activo y eróticamente participativo, sé cómo y dónde apretar los resortes para que esta mujer que aparenta desvalida en el sentido emocional, pueda elevar su autoestima conducida de mi mano de amador empedernido. Desde ese momento solo pensaba en tenerla, y no existía fuerza sobre humana que me pudiera arrebatar de poseerla, de hacerle sentir lo que es un delicioso momento de intimidad, podía percibir en sus latidos internos que estaba entregada, sometida al influjo de un hombre que le había “movido el piso” que no tendría como resistirse por más tiempo al deseo de entregarse en alma y vida a ese hombre que en ese momento era el todo para ella.
Su lengua me escruta la boca, nos comimos la boca sin dejar de respirar. Nos manoseamos desenfrenadamente y sin el menor recato, en un instante ella metió la mano dentro del slip y me tenía agarrado, mis manos debajo de la mini estaban buscando la humedad femenina dentro de la tanga, separando los cachetes, explorando todos los rincones, buscando el camino al sexo. Llegado al clítoris fue un salto de calidad y calidez, un gemido de su boca se ahoga dentro de la mía.
En un “tris” nos encontramos en el lecho, desnudos besando y acariciando con desenfreno. Vestida era atractiva, desnuda es la imagen viva de la lujuria esperando ser arrollada por la pasión del macho que tiene sobre su cuerpo yacente a la espera de ser resucitado por esa inyección de carne trémula que le hace sentir el vigor de la urgencia por latir dentro suyo.
Se acariciaba el clítoris y con el índice de la otra mano me invita a él. Se acariciaba con ganas, verla y acariciarme me recalentó.
—Vení, ponémela aquí, señalaba la mojada cachucha.
Tan mojada estaba, que cuando la cabeza del miembro se apoyó en ella la sentí jugosa y caliente. Se abrió cuanto pudo y metí la cabezota entre los labios, levantó la pelvis cuanto pudo, resbalando contra las paredes de la vagina, ganando lugar en ella.
Cuando me sentí casi todo adentro, empujé con ganas, con fuerza como para traspasarla, partirla al medio. Ensartada en la estaca ansiosa por haber llegado hasta lo más profundo de mi posesión de ese cuerpo nuevo para mis deseos.
El rostro transfigurado, enrojecido y perlado de sudor, dientes ensañados con el labio inferior de la boquita para contenerse de gritar, eran claros indicios del violento orgasmo que la dominaba. Apuré los movimientos, cabalgué en ella a más no poder hasta que infierno tan temido llegó para quedarse, para enseñorearse en su cuerpo y dominar su voluntad.
Se dejó ir en un prolongado gemido, cedió en su actividad, solo yo era el que se movía. Ninguno reparó en tomar precauciones, lo estábamos haciendo sin condón, consulté para saber dónde podía acabar.
—Adentro!, deja tu leche dentro.
Envión final, hasta las bolas se la tenía, se derramó todo el semen en el interior de la vagina para calmar con esta leche el ardor de la concha por el violento polvo consumado.
Tomados de la mano, recuperábamos el aliento, el momento de las confesiones. Me contó que estaba sin pareja, que no había tenido sexo en las últimas tres semanas, que desde hace varios días me había identificado como compañero de viaje, que también había fantaseado “en no morirme sin tener algo contigo” esta última frase la dijo con la melodía de la canción homónima, pero que resumía de algún modo su necesidad afectiva.
Que estaba en un momento de vulnerable transición, sin pareja, sin sexo y ahora sin trabajo. Que su pareja la había abandonado, pero en su lugar de trabajo recibía, casi a diario, el sexo del hijo del dueño de la empresa. El padre del joven, los había pescado en una ocasión teniendo sexo en el trabajo y… cuando el muchacho salió a ver a un cliente, el patrón me avanzó, me tomó y me cogió hasta por la oreja. Nos hicimos amantes formales, al hijo lo mandó a otra sucursal para poder darme con todo, para poder hacerlo bien y sin problemas me pagó el espiral (diu) que tengo colocado. Un día nos ve la mujer de él y se pudrió todo, me echó a la calle, hoy fui por el despido.
—¿Tenías ganas hoy?
—Y.…, sí, me calentaste cuando me la apoyaste en el bus, me gustó el atrevimiento, la osadía.
Como un resorte me fue acariciando hasta encontrarse con el miembro revitalizado, se prendió de él como si fuera mamadera. Cada chupón me hacía gemir de gozo, se me puso tan dura y calentita que pensé que no podía aguantar mucho ese tratamiento, la saqué del biberón y coloqué encima de ella. Prendido a sus pechos, como bebé hambriento, un goloso tratamiento. Me deja hacer, con los ojos cerrados para concentrarse, apretaba su entre pierna contra mi rodilla incrustada en la cachucha, estaba frotándose a morir, para revivir sus sensaciones eróticas.
Movía la rodilla contra el clítoris acompañando la mamada de tetas. Se sale, me da vuelta y se monta encima de mí. De un solo envión, lubricada por el semen residente en ella, se la metió hasta el mango, se dejó empalar de un golpe, disfruta sentir el golpetazo de la carne tocando fondo.
Se agita y mueve a todo ritmo, dirige las acciones de la cogida, sube y baja, por momentos queda sin moverse disfrutando de la profunda penetración. Nos movimos hasta hacerla acabar, mientras la sujeto de las caderas empujándola para abajo, totalmente ensartada hasta los pendejos.
Sin salirnos, abrazados rodamos hasta invertir posiciones.
—Papito, haceme lo que quieras, reventame la concha, llena con tu leche.
—Te voy a volver loquita, te la voy a reventar mamita.
Como incentivo erótico sacó a relucir el vocabulario procaz, a decir todo tipo de obscenidades, que son altamente eróticas en esos momentos sublimes de enajenación y lujuria, poniendo más y más dura la verga. Nos movíamos tanto que daba la sensación que la habitación temblaba en cada embestida. Casi juntos arribamos al cielo del orgasmo. Se nos terminaba el mundo, pero la pija no cesaba en sus movimientos, casi autónomos, dentro de la vagina sin parar de largar leche.
Quedamos cansados, la rigidez del aparato en su interior mantenía gran parte de su vigor, la voy sacando despacio y con la salida dela carne, arrastra un poco del mucho semen que largué dentro de ella.
Recuperamos energías comiendo la pizza súper fría y bebiendo cerveza, reímos juntos, deleitamos por estar en ese páramo, lejos del mundo material. Estábamos felices y contentos. Dormimos una pequeña siesta y comenzamos otra cogida, le di como para que tenga y guarde.
Desde ese día, al menos dos días a la semana nos encontramos, por ahora en casa de mi tía, para darnos sexo. Hacemos de todo y todas las posiciones nos exigimos ser creativos como incentivo erótico.
Dicen que hay mal que por bien no venga, esta será una confirmación del sabio dicho popular.
Lobo Feroz
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